Arte y Letras

Un demonio de ramas frondosas y pestañas largas en el folk horror

folk horror
Brujas yendo al Sabbath, de Luis Ricardo Falero.

Aléjate de mí, endemoniada, que yo te di oídos y tú escuchaste a otro. Te di boca y confabulaste con otro. Te di ojos y miraste las tinieblas.

(Te di ojos y miraste las tinieblas, Irene Solá)

Wouldst thou like to live deliciously? 

(The Witch, Robbert Eggers)

Phillip el Negro, aquelarres, posesiones, sacrificios humanos o el Hårgalåten. Son muchas las leyendas populares que residen en las lenguas de los habitantes de los pueblos y en las páginas de los libros recopilatorios de mitos paganos. En los últimos años, se ha apostado por los recursos narrativos del folklore de estas regiones para construir relatos de terror en el cine. The Lighthouse (Robert Eggers), Midsommar (Ari Aster), The Juniper Tree (Nietzchka Keene), Lamb (Valdimar Jóhannsson) o la reciente Cuando acecha la maldad (Demián Rugna), que ha sido un verdadero éxito en el Festival de Sitges de este año, son solo algunos notables ejemplos de este género denominado folk horror, que tan de moda estuvo en los años 70 con películas como El hombre de mimbre (Robin Hardy) o La garra de Satán (Piers Haggard), y que se sirve de las características del medio rural, de sus leyendas y del paganismo para construir historias espeluznantes.

Estas obras comparten una serie de rasgos inconfundibles como el fuerte simbolismo, la importancia de la ubicación, el protagonismo del terror psicológico, la personificación del paisaje y la naturaleza, una fuerte carga literaria y narrativa y una estética muy bella y cuidada que produce un impactante efecto con motivo del contraste. Así lo expresa Maddalena Mazzocut-Mis en su ensayo El sentido del límite: el dolor, el exceso, lo obsceno: «El espectador no desea el horror, pero lo disfruta en el arte y lo sufre en la vida. Cuando se trata de la monstruosa combinación de lo abyecto y lo sublime, el goce se convierte en un placer nunca apaciguado, siempre problemático, con frecuencia irresuelto, que linda con lo fisiológico, incluso con lo patológico». El universo visual del folk horror está absolutamente dominado por la poesía y por la prevalencia de las imágenes por encima del conocimiento, por aquello que arrastra y que conmueve por una cuestión intuitiva y primitiva.

Sin embargo, hay dos cuestiones que adquieren un papel principal en este tipo de relatos, demostrando que aquello que aterra es lo que no se puede dominar. Ambas están presentes en el imaginario colectivo, en los mitos y leyendas y en la tradición oral, como algo que en muchas ocasiones es incontrolable, tenebroso y malvado: la naturaleza y las mujeres. El mar enfurecido con sus respectivos monstruos gigantes se traga a los barcos y las pecadoras, las locas, las perdidas, encandiladas por el diablo, le entregan su alma y se ponen a su disposición cometiendo todo tipo de sacrificios a cambio de una vida mejor. Así lo cantaba María Rodés en «Carta al diablo»: «Vino el diablo y me hizo pensar que con sus manos podría dar todas las cosas que no recibí, todos los besos que me he perdido»; «vino el diablo y me hizo jurar que entre sus brazos me iba a quedar para alcanzar la eternidad, para vencer todos mis males»; «vino el diablo y le dije que sí y en su reflejo me convertí. Ahora es su voz la que canta por mí, ahora soy yo la que conspira».

El bosque se ha tragado al bebé 

La pregunta que deberíamos hacernos es por qué durante los últimos años se ha experimentado un aumento notable de la producción de estas películas y por qué resultan tan magnéticas y atractivas. Quizás un contexto en el que la mayor parte de la población hace vida en las ciudades y donde existe un menor contacto con el medio rural las hace más misteriosas porque pasan a formar parte de lo incógnito, que es la base del terror. Llevamos años desarrollando una fuerte desvinculación de los pueblos, aldeas y espacios naturales, así como de la cultura popular que recogen estos lugares. En otras palabras, extraídas del documental Folk horror: Bosques sombríos y días de embrujo (Kier-La Janisse), esta corriente se basa en la yuxtaposición de lo prosaico lo siniestro, en el poder de los rituales y los relatos populares y sabidurías antiguas que durante mucho tiempo han sido reprimidas y olvidadas y reviven de nuevo muy a menudo para consternación del hombre complaciente y moderno. 

El entorno rural tiende a vincularse a la introspección, al misticismo, a la magia y a la naturaleza, que es todo aquello que el ser humano no puede controlar. Por tanto, en las películas folk horror, el entorno es un elemento agente en la historia: las raíces de los árboles se tragan a William Dafoe en Anticristo (Lars Von Trier) y el bosque de The Witch, es capaz de hacer desaparecer a un bebé. Efectivamente, en el universo cinematográfico, las localizaciones sirven como elemento de contextualización, pero también como un símbolo y una parte esencial de la narración, llegando a funcionar como un personaje más del relato.

El paisaje y el medio natural son elecciones de ubicaciones cinematográficas que, por un lado, son desconocidas por el arquetipo de hombre cosmopolita que lo visita por primera vez, como en Midsommar, y que también dan pie a una mayor capacidad para desdibujar las líneas entre la realidad y la ficción. El bosque encarna lo misterioso y, por tanto, da pie a plantearse que cualquier cosa dentro de él puede ocurrir. De hecho, son muchos los relatos que, tanto dentro como fuera del folk horror, giran en torno a esta idea ubicándose en estas ingentes masas de árboles, desde cuentos infantiles como Blancanieves (Jacob y Wilhelm Grimm), pasando por animación para adultos como Más allá del jardín (Patrick McHale) o en películas de terror como El proyecto de la bruja de Blair (Eduardo Sánchez, Daniel Myrick) o Sleepy Hollow (Tim Burton), entre muchos otros.

Eterna fuente de maldad, perversión y pecado 

La figura de la mujer es un pilar fundamental de estas tramas, ya que el paganismo y el folklore popular ―al igual que la religión―, están repletos de tópicos misóginos que muestran pavor a la insumisión femenina. Tanto en las santas escrituras como en los textos literarios y divulgativos del arquetipo de la femme fatale de la cultura occidental de los siglos XIX y XX se evidencia este sambenito. En el Antiguo Testamento, directamente, aquello intrínsecamente femenino es fruto de la maldad: «Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche». (Levítico 15:19-33)

Por otra parte, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes recoge del refranero bondades como «del abril y la mujer, todo lo malo has de temer» o «el temor a la mujer es el principio de la salud». También la profesora Alicia Botello reúne en su libro Llegó la regla las creencias populares sobre la menstruación en España y otras regiones del mundo: «En los municipios rurales también han sido frecuentes las prohibiciones a las que se sometían a las mujeres durante la época de la matanza, prohibiendo la participación en las mismas durante la menstruación. Otra frecuente era la prohibición de entrar en las bodegas ni siquiera de tocar los recipientes que contenían el vino, por miedo a que el vino se convirtiera en vinagre», afirmaba en una entrevista concedida para la editorial de la Universidad de Sevilla.

Especialmente cuando se trata de la desobediencia a los hombres y de la no represión del placer, la maldad es el rasgo principal de las mujeres. Desde Lilith, que se unía al mismo Satanás, y Eva, que mordía la manzana, hasta las brujas que celebran el Sabbat en honor al diablo danzando alrededor de una hoguera y llevando a cabo toda clase de perversiones. Esta carga sexual y demoníaca se entiende como lo contrario a la pureza y a la castidad con la que se ha relacionado a las mujeres merecedoras de respeto. En películas como Anticristo este vínculo del sexo con lo malvado y lo tenebroso es un hilo conductor desde el principio, cuando el hijo de la pareja fallece tras caerse por la ventana mientras ellos hacen el amor, y hasta el final, cuando Charlote Gainsbourg se corta el clítoris con unas tijeras, completamente enajenada.

También aparece la cuestión de la mujer y la naturaleza como un mismo término, ya que en el filme las brujas son parte del bosque y salen de sus adentros, de la propia tierra, con una belleza extraña y dolorosa como la de los cardos o la de las plantas carnívoras. Y es que, en mitologías como la vasca, de gran carga telúrica, la Diosa Madre es precisamente una mujer, creadora de todo lo presente. Una de sus criaturas predilectas es la del macho cabrío o aker, que representa la fortaleza masculina y que, en el folklore popular, se relaciona con el diablo. Es del vasco de donde procede, de hecho, la palabra aquelarre, que se traduce como el prado del macho cabrío. Esa misma cabra negra y gigantesca que tienta a Anna Taylor Joy en The Witch a vivir rodeada de placeres y salir de la situación de maltrato psicológico que vive en su casa, a la que llaman Phillip el Negro y sobre quien se cantan canciones terroríficas dignas de cuentos de los hermanos Grimm:

Phillip el Negro fue expulsado del mismo cielo, por insurrecto. Fue el alfarero, fue el alfarero. Vive en el bosque que lo sustenta. De niños pobres él se alimenta, son su carne fresca, son su carne tierna. Embauca a damas y doncellas, para hacerlas en sus siervas. Llenas de magia, magia negra. Por donde pasa, siembra el caos. Acto placentero por ver el dolor ajeno. Del hombre recto, del hombre bueno. Él es el mal presente, Él es el mal perenne. 

De este filme también se dice en el documental Folk horror: Bosques sombríos y días de embrujo, que representa los miedos y las fantasías de los hombres y su incertidumbre sobre las mujeres y el poder y la sexualidad femeninos, pero también los propios temores de ellas y la ansiedad sobre su poder en una sociedad dominada por hombres. Quizás por este papel principal de lo femenino son las propias mujeres las que últimamente han decidido narrar estos relatos de terror enmarcados en el mundo rural desde su perspectiva, especialmente en la literatura, como Fernanda Ampuero en Temporada de Huracanes, Lucía Lijtmaer en Cauterio y recientemente Irene Solá en Te di ojos y miraste las tinieblas. Se establece una romantización de lo demoniaco y de lo brujo, porque es a través de ello como las mujeres se emancipan del patriarcado y se entregan a sus deseos más profundos, incluso si rompen con la idea del bien o de la pureza, el maniqueísmo y las cargas morales que las mujeres llevan a sus espaldas.

Lo que nunca fue de nadie 

Cabe pensar que el folk horror utiliza como pilares narrativos a la mujer y a los vastos entornos naturales porque representan aquello que se teme porque no se conoce o porque se considera ajeno y diferente al hombre. Las creencias paganas y los mitos están embadurnados de simbolismo con respecto a estas dos cuestiones, y dichas leyendas han estado presentes en la cultura durante siglos, más allá de la religión y a través del tiempo. En este género, la relación de la mujer con el pecado y con la naturaleza es una constante que cambia de forma, pero no de contenido. Da igual que sea en un islote en medio del furioso Atlántico que en un bosque de Nueva Inglaterra o de Gran Bretaña, o en una amplia pradera de una montaña islandesa. El mal siempre se refugia entre la gente, inserto en la cotidianidad y en los rostros y lugares conocidos. 

Por mucho que se are el campo y se utilicen calendarios de siembra o se elaboren sistemas de regadío y de barbecho, no se podrá detener un huracán ni una sequía, y por más que se trate de mantener a las mujeres sumisas y vulnerables en una sociedad patriarcal, no será posible dominar en todos los casos sus pensamientos, deseos, valores ni voluntad. Las lluvias torrenciales seguirán inundando los campos, los animales morirán antes de tiempo o se comerán unos a otros y las mujeres seguirán siendo todo aquello que les dijeron que no podrían ser, dentro y fuera de los bosques. 

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3 Comentarios

  1. Fantástico homenaje al folk horror. He disfrutado del análisis.

  2. Pingback: Jot Down News #40 2023 - Jot Down Cultural Magazine

  3. The Lady of Shalott

    Maravilloso artículo! Me ha encantado. Creo que es una reflexión muy acertada sobre este género cada vez más en auge. El componente reivindicativo, sobre el que no había reflexionado tanto, lo eleva a otro nivelazo.

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