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La ciudad jardín: el papel lo aguanta todo 

Esquema de la ciudad jardín de Ebenezer Howard. CC
Esquema de la ciudad jardín de Ebenezer Howard. (DP)

En el siglo XIX, ciudades como Londres, Barcelona o París, aumentaban su población día tras día. Bajo la promesa de una vida más próspera, la gente dejaba la dureza del campo para vivir en la penuria de las ciudades. Problemas de saneamiento, densidad poblacional, calles estrechas y húmedas. Por aquella época, las ciudades eran un caldo de cultivo de enfermedades y epidemias

A principios de 1854, Barcelona seguía delimitada por la muralla medieval y casi la mitad del espacio lo ocupaban cuarteles, conventos e iglesias. Aunque un obispo decretó que los entierros debían hacerse extramuros, pasaron más de veinte años hasta que se hiciera efectivo. Los muertos, incluso los de la revuelta que clamaba el derribo de las murallas, eran enterrados dentro. Además del sepulturero, los únicos que frecuentaban los cementerios eran los gatos. Después de perseguir a los ratones por el mercadillo y jugar con las palomas muertas de los tejados, no hay mejor sitio para descansar que el arenal inmenso del camposanto. 

Desconozco si «el papel lo aguanta todo» era una frase que se utilizaba en 1860, pero supongo que algo parecido le dijeron a Ildefonso Cerdá cuando enseñó por primera vez los planos del ensanche de Barcelona. Aunque Cerdá es considerado el padre del urbanismo moderno, el ingeniero catalán seguía una moda ya iniciada en París por Haussmann; grandes avenidas, parques públicos, calles rectas y anchas. Imagino la cara de asombro de los delegados, los concejales y los diputados. Todos señores, todos con bigote, todos dueños del suelo; cuando Ildefonso Cerdá señalaba con el índice el interior de las manzanas y decía «y aquí en medio, unos jardines». 

El escritor Italo Calvino publicó en 1972 un volumen de relatos titulado Las ciudades invisibles. En el libro, Marco Polo describe al emperador de los tártaros las ciudades que ha visitado. Algunas se reconocen a lo lejos porque están suspendidas por hilos, otras porque la sucesión de callejuelas sigue un orden ancestral, y una simplemente no se ve, pero se identifica por el andar de sus habitantes. Cuando las instituciones aprobaron el derribo de las murallas de Barcelona en 1854 y la edificación de la zona militar, el terreno que quedó por urbanizar era siete veces más grande que la ciudad que había en ese momento. ¿No sería la reacción de la gente, al ver las propuestas de los arquitectos, parecida a la que Kublai Kan tenía cuando Marco Polo le hablaba de sus ciudades? Lagos que delimitaban barrios pudientes, plazas en forma de escudo, jardines que rompían con la monotonía del ladrillo. La construcción de una ciudad desde cero es un fenómeno extraño y casual que plantea al ser humano en qué mundo le gustaría vivir.

Lamentablemente, las enemistades políticas de Cerdá y la especulación inmobiliaria desdibujaron el ensanche con el que soñaba el urbanista. Sumido en la miseria y tras una campaña de desprestigio, Idelfonso pasó sus últimos días entre aguas termales y masajes de barro que poco pudieron hacer frente a la enfermedad renal que sufría desde hacía años. El día de su muerte en 1876, el diario La imprenta decía que ser talentoso y liberal en España eran dos circunstancias que perjudicaban y solían crear enemigos.

¿Pero no era normal, frente al hacinamiento de las ciudades industriales, fantasear con grandes avenidas y jardines? ¿Hay actualmente algo más guay y europeo que tener un huerto urbano de fresas silvestres al lado de la carretera principal? La ciudad verde, tan promovida en los últimos años, no es un invento de nuestro siglo. Ebenezer Howard, un señor británico con un bigote más corto que el de Cerdá y varios años más joven, ya impulsó la idea de la ciudad jardín en el siglo XX. Este nuevo modelo urbanístico, que acabó aplicándose en varias ciudades del mundo, buscaba la combinación del medio rural con la metrópolis. Una especie de utopía socialista, donde el suelo sería de la comunidad, los trabajadores se moverían en ferrocarril y no existiría la especulación. Curiosamente, este nuevo concepto surgía tras la visita de algunos urbanistas europeos a ciudades norteamericanas. Ciudades que a día de hoy son emblema del capitalismo pero que en 1890 combinaban de forma magistral el descampado con el bloque de viviendas. Según Víctor Hugo, allí donde la llanura se topa con el pavimento, habla la naturaleza con la humanidad. 

En 2021, la alcaldía de Madrid estudiaba reintroducir ejemplares de ardilla roja en El Retiro, animal cuya población se había visto trágicamente diezmada debido a la proliferación de perros y gatos. Y es que el nivel de fauna que habita en las ciudades es un buen indicador de la calidad del aire. Y no hablo solamente de las cotorras que se escaparon del zoo de Barcelona hace años, me refiero a los conejos del Hyde Park o a los ciervos que vuelven a divisarse cerca del aeropuerto de Berlín. 

El cambio a ciudades más sostenibles que impulsó en su momento Howard sigue vigente y adaptándose a las diferentes municipalidades. Para lograr una verdadera implicación por parte de las autoridades locales, la comisión europea decidió crear el «Acuerdo por una ciudad verde», una iniciativa que busca promover dinámicas más sostenibles y limpias, cuyos objetivos deben alcanzarse en 2030. Puesto que es difícil aumentar la biodiversidad urbana de un día para otro, en febrero de 2022 el Ayuntamiento de Barcelona inició una acción pionera que consistía en instalar pequeños altavoces que reproducían sonidos de pájaros silvestres. Aunque el proyecto se inició en dos barrios periféricos como prueba piloto, actualmente se encuentra en una fase de maduración y se ha ampliado a barrios más céntricos. 

Cuando todavía estás en la cama y escuchas los pajarillos, te imaginas el interior de los patios del ensanche de Barcelona. Patios grandes, verdes y espaciosos. E intuyes, por la ligereza en que los vecinos rechazan el ascensor, que los primeros pisos deben estar decorados por árboles frondosos. La fantasía se diluye a medida que te acercas al balcón. Se siguen escuchando los pájaros, pero la única vegetación que existe es el ficus que mató la ola de calor.

El sistema de altavoces del ayuntamiento sigue una distribución parecida a los medidores de audiencia, pero en vez de estar instalados dentro de las casas, lo están en los patios. Nadie los ha visto y los particulares tienen prohibido, bajo contrato, revelar su ubicación. Cuando las autoridades anunciaron la prueba piloto, organizaciones vecinales se opusieron a la propuesta alegando que esto no reducía la contaminación acústica, sino que la aumentaba. Sin embargo, los altavoces funcionan parecido a la cancelación activa de ruido de unos auriculares de última generación. Pero en vez de generar ondas de baja frecuencia para aplacar el ruido, es el canto del mirlo el que se encarga. 

Esta acción, que puede parecer una locura, es una práctica más del urbanismo táctico. Una metodología que mediante acciones rápidas y de bajo coste busca transformar la ciudad en un entorno más agradable y sostenible. Grandes macetas en la vía pública, asfaltos pintados con entramados azules, bancos de hormigón. El uso de este urbanismo de guerrilla, que se centra en la ocupación de espacios públicos y los convierte en entornos más seguros y habitables, se incrementó a raíz de la pandemia. No obstante, aunque varias ciudades españolas han implementado diferentes acciones, el proyecto de los altavoces solo está vigente en la capital catalana.

El ciclo natural del día ha definido durante siglos el momento en que uno debía despertarse. A veces, lo indicaba el canto del gallo. Otras, venía dado por el ruido de las campanas: replique para indicar los maitines, tres toques al mediodía. Cuando no había dinero para comprar relojes mecánicos, pero aun así se debía acudir puntual a la fábrica, si no te despertaba el barullo de la calle, lo hacía el sereno picándote en los cristales. Se dice que en la Grecia antigua, Platón ya usaba relojes de agua para despertar a sus alumnos. Estos se conectaban a un flautín con forma de pájaro que al desequilibrarse emitía un sonido similar a un canario. ¿Opinarían sus alumnos, al ver a Platón entrar en clase con un pájaro cerámico, lo mismo que las asociaciones vecinales con los altavoces? ¿Por qué habría que decir que no a propuestas que, aunque parezcan hechas por un loco, solo buscan facilitarle la vida a uno? 

Adoquinar la tierra, sustituir los árboles por farolas; reemplazar los bosques por barrios y los pastos por avenidas. La expansión de las ciudades en el siglo XIX tiene algo de fantástico y de utópico. No hay pruebas sólidas de que el reloj de Platón existiera, tampoco las hay de que el ayuntamiento de Barcelona haya decidido invertir dinero público en altavoces que imiten el canto del jilguero europeo. Pero mirar un llano e imaginar la posibilidad de una ciudad es tan descabellado que instalar altavoces con ruidos de pájaros se convierte en una idea de lo más coherente.

Existen palabras intraducibles como por ejemplo «Komorebi», que en japonés describe los destellos de luz que se filtran entre las hojas de los árboles, o «Utepils», que para los noruegos resume el placer de tomarse una cerveza fría al aire libre. Hay muchísimos ensayos que hablan sobre la relación entre lenguaje y entorno, pero sigue siendo difícil determinar cuál es el que tiene mayor influencia sobre el otro. Aquel idioma que tiene diferentes palabras para designar un mismo tono de blanco o de verde, provoca que aquellas personas que lo hablan sean más sensibles en apreciar los matices de la nieve o de la vegetación. El lenguaje, al igual que las ciudades, se ramifica y se transforma. Se crean palabras y se inventan nuevos conceptos para explicar y modificar la realidad que nos envuelve. ¿No sucede algo parecido con los movimientos urbanísticos o los estilos arquitectónicos? ¿No son también una expresión de aquello que somos o de aquello a lo que aspiramos ser? Hay algo del comportamiento alemán en el estilo de la Bauhaus. Un estilo que precedió al diseño industrial, racional, geométrico y cuya estética viene justificada por su función, de la misma forma que hay algo de Luis XIV en el Barroco, un movimiento que se caracteriza por su majestuosidad y exuberancia.

A mediados del 1800 en París, el debate sobre el origen de las lenguas era encarnizado y enfrentaba a lingüistas, antropólogos y psicólogos. Algunos mantenían que todo idioma provenía de una lengua común y otros que varias lenguas habían nacido de forma simultánea en diferentes sitios. Durante las asambleas, los académicos se gritaban y se señalaban con el dedo. Entre estos, destacaba el doctor Guillenormand que, mientras apoyaba la barriga en el atril, amenazaba con desafiar a un duelo a aquel que volviera a proponer «la estúpida teoría de la lengua común». La semana siguiente en que la Société de Linguistique de Paris prohibió discutir más sobre el tema, se reanudaban las obras de la nueva avenida. El propio Guillenormand señalaba en sus diarios que debido a la cantidad de polvo que se levantaba, hasta las nubes se volvían marrones. La gente que vivía en las casas que habían sido derribadas, era obligada a vivir en el extrarradio. Mayoritariamente personas de clase obrera que en su momento habían abandonado el campo. Desaparecían calles, desaparecían barrios, empezaba el París de Haussmann.

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Un comentario

  1. En primer lugar, y muy tardíamente, muchas gracias por abordar el tema de la convivencia entre el espacio urbano y lo natural, cuyo tratamiento en el artículo me parece tan estimulante cómo divertido. He creído advertir, no obstante, la posibilidad de abordar otros ejemplos tal vez conexos como la temática. Sorprende no encontrar aquí al inefable Le Corbusier, con su obsesión higienista por el aire y la luz y sus generosas provisiones de espacio libre (que hubiera debido ser verde) y que destruye la lógica de la calle convencional, en el propósito de liberar al ciudadano. También desearía ver cómo se insertaban en este contexto otras contribuciones al debate más recientes (MacHarg, por ejemplo) y alguna referencia a los peligros de buscar la Arcadia en la ciudad de las Autopistas (Wright). Ruego que no se entiendan estas referencias como exposición de alguna carencia, sino más bien como sugerencias formuladas desde la gratitud. Un cordial saludo.

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