Arte y Letras

El temblor de la luz en Barbastro

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La académica y agitadora cultural María Ángeles Naval durante el fallo de los premios, Foto: Marcos Cebrián

Cuando Aurora Luque levanta la vista para dirigirse al público, sus palabras brotan del mismo centro de gravedad que los versos que celebra: «Puede leerse como un cancionero amoroso intemporal, podría disfrutarse igual en los años 40 que en la España actual». Se refiere a Memoria del futuro, el libro con el que Victoria León Varela —sevillana, filóloga, traductora literaria y poeta— conquista el LVII Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola. Y no lo dice al vuelo, ni como cortesía institucional. Lo dice con la convicción con la que se habla de una joya poco común, de un libro que sabe situarse fuera del tiempo sin dejar de hablar desde el presente.

Luque insiste en la precisión con la que está escrito: una «pulcritud», señala, que remite a una línea clara de la poesía española, con ecos de tradición y una cadencia que no titubea. Pero también destaca la influencia de la literatura anglosajona: referencias a Shakespeare, a Shelley, a Wilde, que no son meras citas sino vasos comunicantes entre lenguas. Porque Victoria León no solo escribe poesía: también traduce, con rigor y con pasión. Y eso se nota. Se nota en la contención, en el ritmo, en la claridad. En cómo cada verso parece afinado como una cuerda de violín. Memoria del futuro no es una ocurrencia lírica: es un artefacto literario que sabe lo que hace.

No es un premio fácil. El jurado, presidido por la propia Luque y compuesto por poetas de larga trayectoria como Antonio Lucas, Ioana Gruia, Carlos Marzal y Benjamín Prado, lee más de seiscientos poemarios. Y sin embargo, el veredicto es unánime. En medio de una gran diversidad de estéticas y registros, Memoria del futuro se impone con esa clase de sencillez que solo puede sostenerse sobre una gran complejidad invisible.

La mañana empieza mucho antes de ese aplauso. En el Centro de Congresos de Barbastro, donde cada año se celebra este certamen, ya se ha vivido un momento cargado de sutileza y audacia: el foro «Contextos artísticos de la poesía: el cine, el cómic, la música pop». Con una puesta en escena elegante, casi coreografiada, el acto ha girado en torno a la figura de Luis Alberto de Cuenca, cuya poesía —tan vinculada a la tradición grecolatina, la épica bizantina o la Antología Palatina— ha comificado Laura Pérez Vernetti. El acto guiado por Gabriel Sopeña lo disfrutan los alumnos de los institutos de Barbastro que han participado de este tránsito entre lenguajes y heroínas verdes como quien presencia un encantamiento en directo, mientras 180 pantallas refulgen en el salón de actos.

La comisaria del festival, María Ángeles Naval, habla con emoción contenida. Recuerda que este año se duplican las tareas del equipo organizador, que sigue compuesto por las mismas tres personas desde hace treinta años. Y sin embargo, más de 1.200 manuscritos llegan desde distintos rincones de España y del extranjero. Naval lo resume con una frase que, más que un balance, parece un juramento: «El certamen literario de Barbastro y el festival Barbitania no han tocado techo».

Los premios, como comentábamos esta mañana con Pilar Abad, nos enfrentan al riesgo de morir de éxito, porque suponen una duplicación de horas de trabajo en un área de cultura que cuenta con solo tres personas desde hace treinta años. Es una cuestión que Pilar Abad, el alcalde y toda la corporación municipal —estoy convencida— sabrán valorar como merece, porque este es un éxito que la ciudad no puede permitirse dilapidar. Que se presenten 513 originales al premio de novela y 620 al de poesía constituye, en realidad, un auténtico quórum de voces proclamando el nombre de Barbastro por toda España y por buena parte del extranjero. Y vamos a saber aprovecharlo, aunque nos exija un esfuerzo enorme.

En la misma atmósfera de entusiasmo, aunque con la contención que exige la literatura de largo aliento, se anuncia el fallo del LVI Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro. El galardón, uno de los más respetados del panorama nacional, va a parar a manos de Miguel Dalmau por Las cenizas de Berta, una obra que se abre paso sin estridencias, sostenida por la arquitectura serena de un autor que ha hecho de la palabra medida su casa. Dalmau, barcelonés del 57, no necesita carta de presentación. Su nombre aparece asociado a editoriales con peso específico —Anagrama, Edhasa, Tusquets— y a biografías que ya forman parte del corpus crítico de nuestra memoria literaria: Gil de Biedma, los hermanos Goytisolo, Pasolini. Este último, abordado con una profundidad sin complacencias, le valió el Premio Comillas. Nada en su trayectoria responde a la moda. Todo remite a un compromiso con el relato, con la sombra, con la belleza que no busca aplausos sino verdad.

Vilas se muestra entusiasta. Afirma que la obra tiene una estructura firme, que los personajes están muy bien trabajados, y que el lenguaje se sostiene sin alardes, con una naturalidad que esconde su destreza. «Creemos que esta novela va a tener muchos lectores», concluye. Y no lo dice como una fórmula, sino como una predicción. El jurado, integrado por nombres tan reconocidos como Ignacio Martínez de Pisón, Elvira Navarro, Carlos Zanón, Lara Moreno e Inés Plana, lo tiene claro: Las cenizas de Berta no solo merece el premio, sino que lo merece por unanimidad.

Dalmau, cuya trayectoria como novelista alterna con la crítica, el guion y el ensayo, recupera aquí un tono narrativo que ya explora en obras como La grieta o La noche del Diablo. El título elegido para la novela sugiere un trasfondo oscuro, pero la lectura revela una tensión resuelta hacia la luz, hacia una forma de redención emocional que no necesita sentimentalismos. En sus páginas, el amor aparece no como refugio, sino como una forma de lucidez.

Las dos obras premiadas verán la luz en casas editoriales con pedigrí. Las cenizas de Berta será publicada por Galaxia Gutenberg, garante de una narrativa exigente y sin concesiones; Memoria del futuro, por Visor Poesía, santuario natural de los versos que importan. La primera con una dotación de 20.000 euros, la segunda con 10.000. Pero sería mezquino medir el alcance de este certamen por la cifra de sus cheques. Lo que ocurre en Barbastro durante estos días no se resume en balances ni en palmarés: es una ciudad que se piensa a sí misma a través de la literatura, que convierte la palabra en seña de identidad sin convertirla en monumento. Una comunidad que no exhibe cultura, la habita.

Victoria León —que ya es galardonada con el Premio Iberoamericano Hermanos Machado por su libro Secreta luz— sigue consolidando una voz que, aunque sobria, sabe abrir grietas profundas. Y Miguel Dalmau demuestra que aún es posible escribir una novela que mire al abismo sin convertirse en abismo, una historia que camina por el filo sin caer en el efectismo.

Esa tarde, cuando termina el acto, no hay discursos vacíos ni poses de academia. Solo una certeza compartida: la de que Barbastro, contra todo pronóstico, construye un espacio propio. Y que en ese espacio, año tras año, la literatura no se aplaude: se vive.

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Un comentario

  1. Me hubiera encantado estar. El año que viene no e lo pierdo. Felicidades a los premiados.

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