Cine y TV

‘El príncipe de Bel-Air’: de Beler somos todos

El príncipe de Bel-Air. Imagen NBC.
El príncipe de Bel-Air. Imagen: NBC.

A ver, en serio: ¿no resulta un poco extraño que con esta cosa tan nuestra de refundar cosas a lo hispanic a nadie aquí se le ocurriera hacer una versión patria del triunfantísimo ‘El príncipe de Bel-Air’? 

Claramente se hubiera llamado El vizconde de la Moraleja, porque la Moraleja es lo más parecido a Bel-Air por estos lares y porque el título de príncipe aquí ya lo teníamos pillado. La cosa iría de un chaval de Murcia que solo hace de salir y de ponerse hahta arriba de tó hasta que su madre, harta ya, le envía a vivir con su hermana, tía del muchacho casada con un político o banquero que ya sabemos cómo se forró. El chaval murciano llegaría al casoplón con sus aires levemente izquierdosos y se encontraría con sus primos: un pepero fan de Raphael, una pija de «te lo juro por Snoopy» (que eran las de entonces) y una niña que hablaría en ese idioma resabiado repelentoide creado en exclusiva para niños de series españolas. En este entorno nuestro chaval se iría convirtiendo poco a poco en uno de ellos, pero seguiría diciendo «Acho pijo», por aquello de mantener un hilillo de fidelidad a sus raíces (y no me estoy metiendo con los murcianos: yo soy murciana, así que conozco el paño). 

La verdad es que, hecha la sinopsis, acabo de entender por qué nadie se lanzó a esta versión: es que aquí El vizconde de la Moraleja hubiera sido una serie de terror.

Ya sé que es una verdad de Perogrullo, pero es que qué grandes y alucinantes son los yanquis en materia de narrativa audiovisual: solo ellos podían conseguir que un chaval que se convierte en pijo nos cayera bien en plenos 90. Y subrayo en los 90 porque ahora está de moda ser pijo (llámalo cayetano), pero en los 90 no. Nada de nada. Y quién sabe si de parte de aquellos polvos vengan estos lodos

Claro, que todo esto no era precisamente casual. Es muy probable que El príncipe de Bel-Air haya pasado a la historia como una de las series afroamericanas con más influencia de la historia porque tenía detrás enormes nombres afroamericanos con historia. A saber:

El relato del chico acogido por una familia extrarrica estaba basado en hechos reales: las experiencias de Benny Medina, productor musical y de la serie, en casa de Berry Gordy, fundador nada menos que de la Motown, marido nada menos que de Diana Ross aunque solo fuera un rato, y mentor de Medina. Por si esto fuera poco resulta que también andaba por allí Quincy Jones, el todopoderoso. Fue Jones, la leyenda, quien de hecho le dijo a Will Smith que escogiera bien el nombre de su personaje, porque el público terminaría identificándole con ese nombre. Y Will Smith, que de tonto tiene muy poco, decidió que ok, se llamaría Will Smith, con lo que la mitad de su trabajo de marca lo haría su encanto personal y la otra mitad, sus guionistas. Y esta historia, hasta el día de hoy, ya sabemos cómo acaba. En resumen, había más flow metido en esa serie que en todas las bandas sonoras de Tarantino juntas. 

El hecho es que hay una verdad absoluta: El príncipe de Bel-Air fue un fenómeno social allá donde pisaba, adelantado en cuatro años a Friends (1994-2004), la respuesta blanca de la misma cadena, NBC, a las ansias juveniles del momento. Y con los dos ocurrió lo mismo: el tío Phil de Will Smith era casi más tío tuyo que cualquier tío carnal tuyo del mismo modo que con las chorradas de Phoebe te reías casi más que con las de tus amigas. La diferencia era que aquí la historia del chaval murciano de Filadelfia que se convierte en pijo le gustaba más a los enrollados tirados y la de los chicos blancos que tenían que compartir piso y dejarse dinero entre ellos mientras intentaban insuflar sus carreras era un poco más para pijos. Ya ves, paradojas. Lo importante es que al final, aquí todos somos de Manjatan o de Bel Er. Y así, queridos niños, es como se construye un imperio.

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3 Comentarios

  1. Manuel Queimaliños Rivera

    Sublime final. Broche de oro .

  2. Manuel Queimaliños Rivera

    Sublime final. Broche de oro . Sintetizo el comentario por una cuestión de espacio , pero juro y perjuro que soy humano, al menos hasta donde yo puedo afirmarlo. La cosa es que afirmar que uno es humano no nos hace humanos , pero imagino que a un humano no se le ocurriría dudar de su humanidad o de su robótico estado. Todo ello escribo porque me dicen que demuestre que soy humano y, seamos claros, ni cristo fue capaz de demostrarlo. Amén.

  3. Manuel Queimaliños Rivera

    La única duda que tengo es qué parte me corresponde como humano, definir humano no está en mi mano, qué parte soy animal considerando mi estado entre ángel y demonio y cuál es la parte robótica de mi estado actual toda vez que no alcanzo a exponer mi parte tecnológica ante el avance de mi edad de siglo pasado. La estadística, en este caso, me confirma, llorando estoy, como un ser básicamente animal con cierta, no mucha, propensión al ensimismamiento. A esto último, creo, llaman humanidad o humano desclasado. Pues eso.

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