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Azorín

Detalle de portada de Azorín, de Francisco Fuster. Imagen Alianza Editorial.
Detalle de portada de Azorín, de Francisco Fuster. Imagen: Alianza Editorial.

Han llamado a la puerta. Es el cartero. El hombre me ha entregado ya tantos paquetes certificados que se sabe mi DNI de memoria. Un libro bien envuelto con un hombre joven, con bigotito, recortado sobre fondo rojo. Las letras de título y autor abultan en la lisura de la cubierta. ¿Me apetece ahora encerrarme en una biografía de Azorín por mucho que la haya escrito Francisco Fuster, del que ya disfruté su biografía de Julio Camba? Empezar a leer el libro responde por mí y sin comerlo ni beberlo ya estoy en la página 60. ¿Le hubiera gustado este libro al propio Azorín? Hubiera esgrimido algunas reflexiones sobre el arte de la biografía. Quizá hubiera dicho que una biografía que entusiasma al biografiado no puede ser buena. Esta de Fuster no creo que hubiera entusiasmado a Azorín…

Y así, más o menos, hubiera escrito Azorín un artículo sobre la biografía de Azorín. De todos nuestros escritores del siglo pasado es el más fácil de imitar, lo que quiere decir también que logró tener un estilo más personal y reconocible. Con esa prosa suya a pasitos cortos, casi siempre. Y su manía de llenar los textos de preguntas como si se estuviera entrevistando a sí mismo.

A Azorín, en los años finales de su vida, con su aspecto de comandante de un ejército zombi, pero tan elegante como cuando joven y fungía de dandi antiburgués, se le atacó con bastante virulencia por su pleitesía al franquismo. Vaya manera de acabar una vida. En las fotos que se hacía con sus forofos parece siempre una estatua. Y algo de estatua fue casi toda su vida. Ramón J. Sénder, en el exilio, fue el más violento en el ataque. Azorín, dijo, ha sido siempre un cobarde y un chaquetero, siempre ha estado con el que mandaba, y eso ha permeado en la estulticia de su crítica literaria y en las simpatías de su crónica política. De anarquista temprano pasa al partido conservador como quien va del segundo plato al postre: como siguiendo el orden habitual. Sus cartas a Maura pidiéndole que haga lo posible porque en la Academia, donde lo rechazaron tres veces antes de que ingresara, le diesen un premio a un libro suyo, resultan sonrojantes. Sénder, que lo definió como un narcisista que se vanagloria de su independencia pero cuyo conformismo le obliga siempre a estar cerca de la candela que más caliente, se preguntaba cómo un fantasma así podía pasar por intelectual reformista cuando, después de su anarquismo inicial y el veneno que destilaban sus libelos, no tuvo el menor problema para figurar como adepto a los conservadores, cortejar a Maura, pasarse a La Cierva, apenas levantar la voz durante dictadura de Primo de Rivera, saludar la llegada de la República, exiliarse en París durante la guerra civil, regresar sin mucho problema tras «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo…», publicar un inmediato «Elogio a José Antonio» que activó a los falangistas más suspicaces. Quisieron prohibirle que publicara en la prensa nacional — pero también a Serrano Suñer, que le buscó sitio en el Arriba donde escribió unos meses. Luego fue recibido por el generalísimo y pasó a escribir en el ABC hasta el final de sus días. Siempre abriéndole la puerta al cartero para recoger un libro, o escribiendo sobre las películas que veía cada tarde, o tirando del hilo de un recuerdo amable. Valverde dijo que si Azorín hubiera dejado de publicar en 1915 hubiera sido más grande que el que al final de sus días llevaba cien libros publicados, porque la hojarasca de buena parte de su producción posterior podría tapar sus mejores momentos (concentrados en una trilogía narrativa y una tetralogía crítica). Fuster no está de acuerdo. Yo tampoco. Aunque sus experimentos narrativos, superrealismo y por ahí, no son gran cosa, y esas novelas quietistas que escribía con más puntos que un traje de gitana son sobredosis de ansiolíticos, lo que te puede llevar al ataque de nervios, por las paradojas de la farmacopea, en todos sus libros hay siempre un fulgor, un encanto, un no sé qué. El estilo Azorín. Entre la telegrafía y el haiku en prosa.

En lo personal también sabía guardarse de problemas. Sus sobrinos quedaron desamparados tras el fusilamiento de Manuel Ciges Aparicio, le pidieron ayuda, techo, una sopa, y los ignoró, pensando en que quizá favorecer por razones de familia a los hijos de un fusilado incomodaría al poder. El actor Luis Ciges, uno de sus sobrinos, tuvo que enrolarse mercenario en la División Azul y luchar con los nazis.

Cuando alguien, quizá Ortega, que se hartó de polemizar con él y le recomendaba siempre que no ensuciase sus lustrados botines con el fango de la política y se dedicase a lo suyo que era la crítica estética, le afeó que cambiase de facción como de corbata, Azorín se defendió diciéndole que una cosa era cambiar de partido y otra distinta cambiar de ideología, que los años podían haber limado algunas radicalidades suyas, pero en el fondo no se había movido de sitio. El que se había movido era el mundo y su criada la actualidad. No convenció a nadie, pero si miramos alrededor y oímos el vocería de tantos adalides de la derecha que proceden del troskismo, del maoísmo, de otras sextas marxianas, entendemos lo que decía Azorín: tampoco esos columnistas han cambiado nada en cincuenta años a pesar de que parezca que han hecho el largo viaje que va de la extrema izquierda a la extrema derecha. El viaje no es tan largo. Ya dijo alguien que hay dos manera de regresar al punto que tienes a tu espalda: una es dar la vuelta al mundo y otra es darse la vuelta.

Azorín se propuso como meta ideológica la regeneración de un país sumido en el abandono y la corrupción. En dos órdenes: el político y el estético. Hoy es más legible en el segundo, sin duda. Pero, aunque se le afeara que era un escritor petrificado, su lema era «Todo fluye». Su tema esencial era el tiempo, la fugacidad de los días, la poca importancia de todo, la necesidad de ir acompañando ese fluir del tiempo con mejoras diminutas, acompasadas, nada violentas. Como todas las vidas, la suya contuvo unas cuantas: una biografía es siempre la narración de una carrera de relevos en la que distintos seres se van pasando el testigo —que es el presente— hasta llegar a la meta, que nunca se sabe dónde va a sorprenderle a uno. La carrera de relevos de Azorín fue larga, primero muy veloz, luego muy pausada, hasta llegar a meta a pasitos cortos y ancianos. En la excelente biografía de Fuster todos los corredores de esa carrera comparecen pasándose el presente.

Voy a la estantería donde tengo sus libros. Deben ser como cuarenta —porque salvo los primeros que publicó, Azorín es un escritor baratísimo, de diez o quinceeuros el ejemplar. Trato de recordar qué saqué de ellos y se me vienen a la cabeza en tropel la visita de unos jóvenes radicales a la tumba de Larra, en La Voluntad, y unos cuantos libros que él tenía por clásicos aunque estuvieran olvidados y que me juré leer por lo que decía de ellos en Lecturas españolas, y el libro de la guerra sobre los exiliados, Españoles en París. No hay un escritor que haya empleado más veces la palabra España en sus títulos. También un reportaje sobre la situación del campo andaluz que podría ingresar en la más exigente de las antologías de literatura de denuncia e intervención. Y un cuento magistral de muy pocas páginas sobre el fin del mundo. Y su tempranísimo Diario de un enfermo, una de las primeras novelas modernas de nuestra literatura, quizá la novela con la que podría iniciarse un repaso a la narrativa española del XX. Ahí este párrafo que podría haber escrito ayer mismo un columnista cualquiera:

Todo es rápido, fugaz, momentáneo: el éxito de un libro, la popularidad de un autor dramático, una amistad, un amor, una amargura. Nos falta el tiempo. Las emociones se atropellan: la sensación, apenas esbozada, muere. La voluptuosidad de una sensación apaciblemente gustada es desconocida. Ayer he visto un tratado para que los jóvenes aprendan geografía con celeridad.

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3 Comentarios

  1. Fe de erratas:

    oímos el voceríA

    otras seXtas marxianas

    aunque se le afeARA que ERA un escritor petrificado, su lema ERA «Todo fluye». Su tema esencial ERA el tiempo,

    diez o quincEEuros

    (¿baratísimo un libro a 15 euros? Si es la Poesía completa de Borges, sí, pero si es el último best-seller de Planeta, es carísimo. Y un viejo libro de Azorín de segunda mano de la colección Austral, también es carísimo a ese precio).

  2. «Un día [Gonzalo Fernández de la Mora] va a ver a Azorín y le cuenta, acalorado, que él escribe por salvar y cantar la patria, regenerar España, explicar a Dios y otros misterios. El maestro le responde, tranquilo: -Yo escribo para comer.»
    (F. Umbral)

  3. Pingback: La biografía de Azorín: un repaso crítico a su vida y obra - Hemeroteca KillBait

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