El último baile Opinión

Guillermo Ortiz: La última gamberrada de Gustavo Kuerten contra Roger Federer

Gustavo Kuerten apareció con 20 años de la nada para hacerle la vida imposible, uno a uno, a cada tenista español con el que se cruzara. En junio de 1997 se proclamó campeón de Roland Garros cuando no pasaba del número 66 de la ATP, batiendo en cinco sets a Muster, Medvedev y a Kafelnikov para plantarse en la final ante Sergi Bruguera. Aquello tenía que ser un paseo para el catalán, que disfrutaba de una segunda juventud tras dos años de lesiones sin levantar un título, pero resultó todo lo contrario: Kuerten movía a Sergi con la derecha y con el revés a una mano. Hacía lo que quería, como si no hubiera pasado horas y horas sobre la tierra batida a lo largo de las dos semanas previas.

Le duró tres sets, ni uno más, Bruguera no podía creérselo y ahí fue comenzando el final de su carrera hasta que acabó en las garras del poker.

No terminó ahí el enfrentamiento entre Kuerten y la “Armada”: los dos años siguientes, Brasil y España se enfrentaron en Copa Davis, primero en Moionhos de Vento y luego en Lleida. Fueron dos eliminatorias muy desagradables, llenas de gritos, insultos, incluso escupitajos sobre los jugadores. Dos eliminatorias en las que Kuerten ya ejercía de líder carismático e imbatible sobre la tierra batida a sus 23 años. Con el pelo rizado y alborotado, la ayuda inestimable de Fernando Meligeni, y los consejos desde la grada del mítico Larri Passos, Kuerten se convirtió en la imagen ideal de la ATP: joven, alegre, desafiante en ocasiones, imprevisible, contundente… brasileño.

Su dominio sobre la tierra batida no llegó al de Nadal pero fue mayor que el de Muster, al que tanto se apela últimamente. Kuerten se instaló en el Top 10 y ganó Roland Garros en 2000 y 2001 con una superioridad nítida. Tres títulos en cinco años que bien podrían haber sido cuatro o cinco de no haber tratado con cierta condescendencia al adolescente Marat Safin en 1998 y al veterano Andre Agassi en 1999, aquellos tiempos de mujeres y diversión. Kuerten probablemente fue el último “tenista pop” de la historia. Una especie de Romario carnavalero que no cejó hasta que en 2000 se convirtió en número uno del mundo, puesto que repitió en distintos períodos de 2001, año en el que empezó a sentir unas molestias que no le impedirían derrotar de nuevo a Juan Carlos Ferrero en semifinales de París, pero que anunciarían dos años terribles.

Y es que Kuerten pudo con Bruguera, pudo en ocasiones con Moyà y le comió la cabeza a Ferrero… pero no contaba con su pelvis, que le haría la vida imposible el resto de su carrera. “Lo mejor estaba por venir”, dijo posteriormente a la prensa, y a nadie le cabe duda de que era lo más probable. Tenía 25 años. Su revés a una mano se adaptaba a las superficies lentas y rápidas, la mejora en la red era evidente y su capacidad para ganar “puntos gratis” con el servicio le diferenciaba de otros especialistas en tierra batida como Álex Corretja o Albert Costa.

El punto de giro llegó en septiembre de 2001, durante el US Open, cuando notó unas molestias de pubis y cadera que no cejaban y le impedían entrenarse. De los diez siguientes partidos ganó uno y se plantó en Australia buscando un milagro que no llegó: la derrota en cinco sets ante el francés Julián Boutter obligó a los médicos a decirle que ya estaba bien, que parara. Lo fastidioso de las lesiones de pubis es que tienen mejorías y empeoramientos impredecibles y una curación muy complicada, pese a que la cirugía ha mejorado mucho al respecto. Kuerten intentó volver al mes en Buenos Aires pero volvió a caer en primera ronda, se presentó en Roland Garros con más orgullo que fuerzas y llegó como pudo hasta octavos de final, donde cayó con Albert Costa, futuro campeón del torneo.

En septiembre, ya era el número 55 del mundo y cayendo. Tenía que ser desesperante para aquel chico que lo había sido todo, que prometía irse a los siete u ocho Roland Garros darse cuenta de que ya no podía moverse como antes, que no podía correr casi y que el dolor se extendía a su vida privada, con problemas incluso para caminar en las fases agudas de la lesión. Las cosas mejoraron en 2003, recuperando su estatus de top 15 aunque cayendo de nuevo en octavos de París, esta vez ante Tommy Robredo. Kuerten no había cumplido aún los 27 años, es decir, tenía un año más que Messi ahora mismo, por poner un ejemplo, y la esperanza de la vuelta por todo lo alto siempre estaba ahí porque las lesiones crónicas es lo que tienen: no te acaban de tumbar nunca, solamente te erosionan poco a poco sin que, a menudo, los demás se den cuenta.

Y así llegamos al último gran momento de Gustavo Kuerten, su última macarrada, su última burla al destino del chico con los rizos electrificados y la cinta intentando ordenar no se sabe el qué. Estamos en Roland Garros, de nuevo, igual que en 1997, solo que ya es 2004 y lleva el pelo corto, incluso peinado. Viene de ganar en casa, en Costa de Sauipe, pero su primavera es mediocre: primera ronda en Indian Wells, primera ronda en Miami, primera ronda en Montecarlo. Ni siquiera puede competir en Roma ni Hamburgo y su ranking vuelve a caer al número 30.

Sin embargo, algo le dice que es ahora o nunca. Algo que probablemente sea un pubis inflamado, un suelo pélvico hecho añicos que le imposibilita los giros rotatorios de la cadera… pero no de la muñeca. Se deshace en primera ronda de un jovencísimo Nico Almagro después de sufrir como un perro: cinco sets, con 7-5 en el quinto. En segunda ronda, el desconocido Elseneer no es rival y todo queda preparado para el encuentro decisivo en tercera ronda ante un chico de 22 años llamado Roger Federer del que todos —prensa y jugadores hablan maravillas.

Federer es solo cinco años más joven que Kuerten pero parece su hijo. Se mueve con una elegancia impresionante y puede cambiar el sentido de un punto con solo un golpe. Se defiende y ataca, aunque más de lo segundo que de lo primero porque aún es algo vago en ocasiones. Con Peter Lundgren como entrenador, un hombre con el que te puedes permitir pocas bromas, el suizo había ganado Wimbledon en 2003 y se había consolidado arrasando a Marat Safin en la final de Australia de 2004. Era un jugador imparable: número uno del mundo desde ese mismo enero y vencedor en Dubai, Indian Wells y Hamburgo, ante el mismísimo Guillermo Coria, probablemente el mayor especialista en tierra batida de aquel momento.

Roger no solo era favorito para el partido sino para el torneo. Rafa Nadal le había batido pocos meses antes, a sus 17 años, en Miami, pero una lesión le apartó de París y no se veía rival en el horizonte.

El problema es que Federer aún le tenía miedo a Roland Garros. Igual que muchos tenistas le han tenido pánico a Wimbledon, algunos le temen a la Philippe Chartrier o a la Suzanne Leglen como si fueran niños pequeños. Ese día, Roger fue un bebé ante el renacido Kuerten, que se exhibió entre gestos de apoyo, miradas desafiantes, celebraciones excesivas… todo lo que incomoda al hierático suizo. El primer set acabó 6-4 para el brasileño y aquello ya era una victoria moral. Todos los que estábamos viendo el partido vivimos el mismo proceso que siete años antes, cuando jugó ante Bruguera, ese pensamiento de “ya bajará el nivel, no puede jugar siempre así”.

Pero no, cuando Kuerten se encendía no lo paraba nadie. Revés a una mano a la línea, saque a la T, violencia en la derecha mientras Federer corría y veía cómo se le iba el partido. Segundo set: 6-4. No había manera de meterle mano al saque de aquel brasileño que jugaba como si fuera la final de la Copa del Mundo de fútbol. Solo dos opciones de break tuvo Federer en todo el partido y aprovechó una. No le sirvió de nada. Kuerten rompió cuatro veces y la última le sirvió el pase a octavos por quinto año consecutivo. Pese al dolor. Pese a las lesiones. París era su hogar y no iba a dejar que lo desahuciaran tan fácilmente. Federer se marchó cabizbajo y para resarcirse ganó siete torneos más aquel año, entre ellos Wimbledon, US Open y el Masters.

El rival de Kuerten en octavos era otro español. Derrotado anteriormente por Albert Costa y Tommy Robredo, el turno le tocaba a Feliciano López. Lo de los españoles era una plaga, una venganza en toda línea. La policía del karma. No habías tumbado a uno cuando ya te aparecía otro. “Guga” se mostró sólido: 6-3, 7-5 y 6-4. Volvía a cuartos de final de un Grand Slam y volvía como sorpresa inesperada. La última vez que había pasado algo parecido, acabó como ganador del torneo, con Guillermo Vilas susurrándole: “Te van a llover chicas por todas partes”.

El rival en cuartos era David Nalbandián, en el mejor momento de su carrera. El argentino ganó el primer set pero el brasileño consiguió empatar. A partir de ahí, el partido se hizo muy cuesta arriba para Kuerten: el tercer set también lo perdió y en la cuarta manga tuvo hasta cuatro puntos para igualar el partido. No lo consiguió. En el tie-break, Guga se adelantó 5-2 ante el delirio del público, que no quería ver tres argentinos en semifinales y apoyaba a su ídolo, al hijo pródigo que volvía tras años de ausencia. No pudo ser. Nalbandián ganó seis de los siguientes siete puntos y se hizo con el desempate. “No me lo puedo creer”, dijo David, como si su rival fuera Goliat en vez de un luchador medio cojo.

Aquello era realmente el final y los demás lo intuíamos pero Kuerten lo sabía: aquel año 2004 solo pudo jugar siete partidos más y perdió cinco. En el US Open de septiembre dijo adiós a la temporada y casi a su carrera. En 2005 jugó diez torneos, ganando un total de seis partidos. El momento más triste, con diferencia, fue cuando David Sánchez otro español, la guerra eterna le ganó en primera ronda de Roland Garros con un 6-0 incluido. Aquello no podía durar más. Su ranking cayó más allá del 150º en la ATP y sus participaciones, escasísimas, dependían de la generosidad del organizador. No jugó ni un Grand Slam en 2006 ni en 2007 y anunció una última gira en 2008, con 31 años para 32.

Era una despedida y no pretendía ser otra cosa. Kuerten ya no vivía del tenis sino del surf, al que había dedicado todo su tiempo libre. Recibía homenaje tras homenaje y se sentía lejos de las expectativas. Fuera de los rankings. “Guga” perdió en primera ronda de Costa de Sauipe, el torneo que le diera esperanzas en 2004, luego repitió resultado en Miami y se apuntó al torneo de Florianópolis, su ciudad de origen, donde ganó al colombiano Carlos Salamanca antes de caer definitivamente, entre lágrimas y aplausos entregados del público, con Franco Ferreiro, otro compatriota.

De ahí fue a Montecarlo, a decir adiós al torneo que había ganado en 1999 y 2001. Su rival, Ljubicic, apenas le dejó llevarse tres juegos de recuerdo.

Y toda la historia acaba en Roland Garros, de nuevo, once años más tarde de su explosión, cuatro después de su última gamberrada. El rival es Paul-Henri Mathieu, así que la derrota está asegurada. No importa. Kuerten quería demostrar que podía volver a estar ahí tras siete años de dolores casi insoportables y que podía retirarse raqueta en mano y no en un comunicado de prensa escrito desde una cama de hospital. El partido no tuvo historia, por supuesto, 3-6, 4-6, 2-6, pero, insisto, daba igual. Quedaban el surf, la carrera de artes escénicas que empezó sin que se sepa si llegó a terminarla y la vida en Brasil. La samba. Las chicas. Las fiestas. La mirada de pícaro que en cualquier momento se vuelve a dejar el pelo largo y le da un susto a Sergi Bruguera en una mesa de casino de Las Vegas.

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3 Comentarios

  1. Horacio Montelimar

    Recuerdo perfectamente esa final contra Bruguera. No sabía nada de ese brasileño con aspecto simpático y a pesar de ir con Sergi, la derrota no me supo tan amarga, porque quien ganó fue Gustavo, un tipo que se me quedó en el coco para siempre, carisma a raudales. Luego, pasó el tiempo y se esfumó su estela, algo incomprensible para mí, ya que estaba convencido de que iba a reinar en los siguientes 10 años por lo menos. También fue culpa mía, quizá desconecté durante esos años del tenis, porque todo esto que he leído aquí y que agradezco enormemmente lo ignoraba.
    Gracias.
    Y espero que allá donde esté Guga, sea feliz entre samba, surf y garotas con tangas de hilo dental!

  2. txingudi

    Crack GUGA!!!!
    Horacio, las lesiones son el abc del tennis…..

  3. Excelente artículo, don Guillermo. Creo que los buenos aficionados al tenis recuerdan el comportamiento lamentable del «encantador» Guga en aquella Copa Davis contra España disputada en Brasil. Nunca entendí el cariño que, por ejemplo, el público parisino (tan reticente en otros casos a dar muestras mínimas del mismo con otros jugadores mejores) dispensó a este tipo cada vez que fue a jugar en RG. Cosas de ser brasilero, supongo, y que basta con ostentar esa nacionalidad para que a una estrella le perdonen todo. Fue un buen jugador, excelente en tierra, con carencias evidentes (la volea era lamentable) que aprovechó una época (2000-2003) muy particular en la que nadie se asentó en la cúspide del tenis como nº 1. En el declinar de Sampras y Agassi, ni Moya, ni Ríos, ni Kuerten, ni Kafelnikov, ni siquiera Safin (el más dotado de todos) tuvieron la mentalidad para erigirse en auténticos reyes del juego. Aun así, Guga aprovechó ese evidente vacío de poder y obtuvo tres títulos en París, que no es moco de pavo, pero que se me antojan excesivos en comparación con otros jugadores anteriores muy superiores en calidad al brasileño (Lendl y Wilander) y que también obtuvieron tres títulos en una época del tenis mucho más reñida (años 80) que en los inicios de este siglo. Qué injusto es en ocasiones el deporte! Basta el ejemplo de Coria, a mi modo de ver muy superior en tierra a Kuerten, quien no ganó nunca en RG.

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