Sociedad

El diablo estaba dentro

Papa Benedicto XVI

En el principio, era el poli malo. Wojtila abrazaba y sonreía, con esa rendija de ojos amorosa y esa genuflexión arrastrada cada vez que pisaba un nuevo suelo. Uno agachaba besos y otro, él, levantaba el dedo acusador. Un cardenal que llegó a papa viniendo de regir la curia con mano de hierro, el brazo armado de Dios, el inquisidor alemán que afilaba las llaves que había lucido el polaco en sus estolas de Pedro, el anunciado como una involución en abril de 2005 al grito de Habemus papam, ha resultado ser el tipo que más poder le ha quitado al cardenalato vaticano.

A partir del discurso latino de un abuelito con voz afalutada de un 11 de febrero de 2013, los sabuesos y camarlengos de turno han quedado desnudos de púrpura. «Me falta el vigor tanto del cuerpo como del espíritu para gobernar la barca de San Pedro», dijo, «en este mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe».

Un pontífice mide siempre sus palabras, y no dice nada sujeto a interpretación si no quiere ser interpretado. Cuánto más en la primera renuncia papal en 700 años… La modernidad ha sido sugerir su desánimo existencial, basar en él su renuncia y despojar de privilegios a los validos romanos, que ya no podrán salivar a la espera de que un papa se enferme. Si el sucesor de Pedro puede renunciar en vida, ya no habrá más moribundos que manejar.

Porque, desde ahora, el papa ya es libre de dejar de serlo.

Es curioso comprobar cómo Su Santidad más tradicional resultó la más revolucionaria. En comparación con la humanidad de su predecesor, Ratzinger parecía siderúrgico, perfecto, preciso y frío como el acero, y sin embargo ha sido él quien más ha humanizado el papado. Y este último servicio a la Iglesia católica, su renuncia liberadora, es, en contra de lo que se podría pensar de un intelectual insobornable, una paradoja en perfecta consonancia con su pensamiento.

Catedrático de Teología en su juventud, nunca renunció a la confrontación dialéctica. Pero jamás cedió un ápice en su defensa de que, lejos de ser contradictorias, la razón no es nada sin la fe. Como dejó claro en su famoso discurso de Ratisbona, lo más lejanas que están una de la otra en su pensamiento es como dos caras de una misma moneda, que ninguna existe sin la otra.

Un agnóstico sobrevenido como yo advierte ciertas trampas discursivas en aquella alocución de 2006: Ratzinger daba por verdades absolutas elementos de su razonamiento que, al menos, son discutibles. Y abiertamente discutidos en esta sociedad a cuyas almas pretendía guiar.

A Benedicto XVI le ha estallado el siglo XXI en las manos, ha intentado bendecir un mundo que, gracias a dios (o al demonio), ya no esconde nada ni bajo las sotanas. Es más, las levanta, irreverente, para publicar sus vergüenzas en periódicos electrónicos que se comparten a la velocidad del rayo en las redes sociales.

Es un mundo tan secularizado que ni siquiera cae de su caballo ante un relámpago como el que descargó la tarde del lunes de renuncia sobre la cúpula de San Pedro. En otros tiempos, alguien habría visto en ese prodigio una revelación como la que hizo pasar a las Escrituras el viento helado que tomó Jerusalén una tarde de clavos y espinas. Fue un viernes de Pascua de hace 2000 años cuando aquel huracán rasgó el velo del templo.

Este gesto del vicario de aquel Cristo, este y los que han seguido en una semana cargada de velados reproches en homilías y ángelus, también marca un antes y un después. También rompe con todo.

El cardenal alemán fue elevado al trono de la Iglesia como premio a su figura de guardián del inmovilismo, como pontífice sumo e intelectual del rigor y la letra escrita. Una regencia de transición tras el arrollador papado del terco cura de pueblo polaco, un telepredicador de la libertad frente a su enemigo. El comunismo era un diablo con cara y ojos.

Sin embargo, Ratzinger el pensador se vio rodeado de un desafío mundano diario: las intrigas palaciegas, las riquezas incomprensibles, las pederastias insoportables. Su demonio estaba dentro de casa y rasgó el velo electoral con el que fue ascendido a la mitra. De los despachos en que ejercía de inquisidor, de prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, fijador de costumbres y prescriptor de pecados tuvo que pasar a buscar el oxígeno abriendo la balconada desde la que bendecir a los fieles.

Dios estaba fuera, el diablo dentro.

Este pasado 11 de febrero, Joseph Ratzinger ha atado su estola a una de las patas del trono de Benedicto XVI y se ha lanzado al precipicio de la modernidad haciendo que las llaves del cielo bordadas en seda se tambaleen en un puenting desconocido desde el Concilio Vaticano II.

Alguien de los suyos —el hoy cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, secretario hasta su muerte de Juan Pablo II— le ha querido recordar que «de la cruz uno no se baja», que el ministerio papal significa sacrificio, entrega total.

Al papa polaco se le había afeado, por contra, su empeño en morir de blanco dando el angelus. Se le acusaba de exhibirse en su entrega a la humanidad, se le llegó a tachar de ególatra, de reclamar para sí un martirio demasiado similar al del Nazareno.

Hay quien, más papista que el papa, no está a gusto más que a la contra. También hubo quien recriminó a Cristo por dejarse prender en el monte de los olivos, en lugar de perseverar en su misión apostólica.

La naturalidad con la que se va este hombre, Ratzinger, es similar a la que empujó a Wojtila a morir agarrado al báculo. Uno era el papa del amor, y el otro lo ha sido de la razón. Ambos se entendían muy bien en vida, como dos caras de una misma moneda…

Quizá por eso yo, que no me salí de la iglesia, sino que un día me vi fuera; yo, que de repente entendí que para admirar su obra me importaba un pito que Jesús fuera Dios o no; yo, que he renegado de la Iglesia porque su poder para gobernar almas me parece la semilla del mal que se ha hecho secularmente en nombre de Dios; yo, que no puedo gozar de la comodidad de creer porque la razón científica me sacó de la verdad revelada; yo, leo el discurso de Benedicto XVI este lunes en Roma y veo en él una conclusión del que pronunció en septiembre de 2006 en su antigua Universidad.

Es el primer papa que muere en vida. Y a plazos. Dice que se recluirá en un monasterio, y la curia lo agradece, porque si fue su rigor lo que lo elevó al trono y es su rigor lo que le empuja a renunciar, sería su rigor lo que sobrevolaría, más a la vista que la paloma del espíritu santo, sobre el papado de sus sucesor. Con su renuncia, Ratzinger ha iluminado el camino que habrá de venir sellando definitivamente su pensamiento: fe y razón son una sola cosa con dos caras, no me obliguen a elegir.

Si ha habido un papa moderno ha sido este viejo [cabrón] impenetrable, amante de la liturgia en latín. Como también ha sugerido este martes el portavoz vaticano Federico Lombardi, es «su realismo» y esa extrema consistencia en el discurso lo que permite atisbar a un papa cansado. No de viejo, sino de la pelea de «la gobernabilidad».

Me bajo del papado porque no me bajo de mi razón. Soy fiel a lo que aquí me trajo. Que otros interpreten lo que de aquí me saca, ha venido a decir. Al César lo que es del César y adiós muy buenas.

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18 Comentarios

  1. Pingback: El diablo estaba dentro

  2. Alma Cruda

    No me explico como aún queda gente que es tan estúpida y obtusa para pensar que religión e iglesia es lo mismo. O que tiene algo que ver. Este hombre es la prueba de que, actualmente y desde hace mucho tiempo, la jerarquizada institución de la Iglesia se desmarcó de la palabra que predica de parte a parte.

    Para Benedicto XVI lo fácil sería quedarse y vivir del lujo y la posición que da el cargo, pero su conciencia no le deja. Y aún habrá seres despreciables que le achaquen algo por ello.

  3. Un gran retrato de Ratzinger con el que estoy muy de acuerdo, en la sorpresa y en el reconocimiento. Un poco críptico el final de artículo supongo que por lo personal. En mi caso yo nunca me he sentido fuera de la Iglesia porque es un imposible metafísico. Han sido Vaticano y *curia* los que decidieron mantenerse al margen.

  4. Muy bueno. Gracias por compartirlo…me ha encantado.

  5. Charo Dávila Méndez

    Acertado artículo, Alberto, pero yo, como dgpastor, siempre he defendido que los que han estado fuera de la Iglesía han sido aquellos que la manejaban desde el vértice, ajenos totalmente al mensaje de Jesús y atentos al poder y las intrigas.
    Con su renuncia inesperada y valiente, Benedicto vuelve a ser un miembro de la Iglesia, esa de la que nunca me sentí fuera.
    Gracias por tu reflexión, que me ayuda a recordar lo que estaba en mí dormido: EL VERDADERO MENSAJE DE JESÚS, QUE NO PASA POR ELLOS, NI POR SUS DOGMAS Y MENOS AÚN POR SU INFALIBILIDAD INVENTADA

    • Oxímoron

      El tema de la infalibilidad pontificia es una chufla a la que se le da gran publicidad pero que tiene escaso predicamento. Para empezar porque no es una cuestión sólo pontificia, ya que para llegar a un dogma se suele hacer consulta previa a los obispos del mundo. Para continuar porque no se usa casi nunca, el último fue Pío XII en 1950. Que no todo (de hecho, casi nada) lo que dice el papa es infalible.

  6. Aquí todo el mundo dogmatiza sobre las razones que han llevado a la renuncia a Benedicto XVI. En realidad nadie tiene ni idea de nada. He dicho.

  7. A mí hay veces que me gustaría creer. Quizá por la confortabilidad de las ideas que me enseñaron de pequeño. El problema es que esa razón que se menciona en el artículo me desmonta los intentos.
    Eso y las tonterías y la mezquindad de la jerarquía, que se permite decir que uno no se baja de la cruz, poniendose al mismo nivel que el Redentor y olvidando que el mismo Pedro pidió que lo crucificaran boca abajo porque no merecía el mismo martirio que Cristo.
    Y entiendo a Ratzinger. No desde luego al Papa infalible, al teólogo irrefutable. Ahí no llego, pobre de mí. Pero sí al anciano cansado, casi diría que asqueado ,que tiene que obligar a renunciar a acudir al cónclave a uno de los elegibles, de los candidatos a ocupar su silla, por encubrir pederastas. Por encubrir a aquellos de los que Jesús dijo que más les valdria atarse al cuello una rueda de molino y arrojarse al río.

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  9. QUIERO DECIR Y DIGO

    os debo revelar un secreto: la iglesia son los padres.

  10. Después de alguna que otra cursilería que leído estos días al respecto, se agradece un artículo ponderado como éste.

  11. Para quienes tengan curiosidad, dos ampliaciones:

    1.- Lo que escribió Hans Küng (teólogo, compañero de Ratzinger durante el CVII, archienemigo anatemizado después por JPII) en 2005, al ser elegido Papa Benedicto XVI: “Hay que darle tiempo” http://buff.ly/15UjrNI

    2.- Lo que escribió el mismo Küng veinticinco años antes, en 1980, un año tras la elección de JPII, al ser expulsado de la cátedra de Teología Católica de Tubinga, Suiza (tras 20 años de prestigio): “Por qué sigo siendo católico” http://buff.ly/15UktJn

    Lo de menos es que Küng sea un visionario (que lo es), sino que la fe resiste pruebas, y no es cuestión de desencantos (intelectuales).

  12. Oxímoron

    Yo tampoco soy católico, aunque es probable que las mentirosas estadísticas oficiales me cuenten como tal, ya que soy bautizado y me da cierta pereza la apostasía.

    Rechazo la Iglesia como concepto y no creo en Dios, así que yo sí que salí por mi propio pie, muy convencido y con militancia. Agradezco, eso sí, mi moderada educación católica, me ha permitido conocer una religión que es también una de las bases del pensamiento occidental, y no está de más conocer la génesis de lo que somos hoy.

    Yo, periodista, no puedo dejar de leerme todo lo que sale sobre el tema, por esa curiosidad malsana que te empuja a este oficio. Por eso sé que Alberto Prieto se confunde al decir que Dziwisz es Cardenal de Cracovia, pues el cardenalato no implica mando en la diócesis, cosa que sí hace el obispado, es en resumidas cuentas, un cargo honorario. Es decir, Dziwisz es por un lado Cardenal Presbítero (en su caso de Santa Maria del Popolo) y por otro Arzobispo de Cracovia.

    Detalles, claro, pero detalles importantes pues no es el único error, también los hay de fondo. Lo es pensar que Ratzinger siempre fue el panzer del catolicismo, un conservador extremado que llegó a la cúpula medrando por la derecha. De hecho era en el Vaticano II era uno de los asesores de Joseph Frings, uno de los más progresistas de la curia.

    Su renuncia no es, por lo tanto, una fractura en una viga de acero sino una nueva vuelta en el camino de un hombre que cambió varias veces el rumbo. Su conservadurismo, como su progresismo, fueron volátiles.

    Es, y en eso coincidimos, una decisión histórica. Los motivos creo yo, cuentan algo menos. Es cierto que la iglesia está más ingobernable que nunca, y eso que nunca fue un caballo sencillo de embridar. También en esto tiene mucho que ver una decisión del Pontífice, el nombramiento de Bertone, un hombre que no tenía el predicamento que en su día tuvo Ratzinger como cardenal y que ha sido tomado como el pito del sereno.

    Se va porque está cansado, o eso pienso yo. Y ahí se junta todo, por un lado que gobernar un manicomio con trazos de reunión mafiosa pone a cualquiera de los nervios. Por otro, y no olvidemos esto, que es un señor anciano con los achaques propios de la edad que ya no está para verbenas. No es poco motivo, la Iglesia ya ha visto cosas de estas. Los superiores jesuitas, antes también vitalicios, hace años que tienen retiros cuando la edad ya no les ayuda a seguir en su trabajo. Las circunstancias empujan, porque si gobernar la iglesia fuese un jardín de rosas no se necesitaría de gran fuerza, pero es notable también un hecho: las fuerzas también se agotan.

    • Te agradezco mucho tu comentario… tus comentarios. Es un placer leer a gente tan instruida bajo el texto de uno, y un honor que te lo hayan leído. Dos cosas, un error imperdonable, una confusión ridícula, lo de cardenal de Cracovia. Por supuesto, es cardenal, y obispo de Cracovia.
      Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…
      Pero en cuanto al error de fondo… creo que yerras. Yo no he dicho que medrara en ningún momento, he dicho que fue elevado al trono pontificio por su postura rígida e innegociable, por la seguridad que daba un rottweiler viejo y resabiado tras el papado anterior, largo y caristmático. Allí lo llevaron ,él no quería, como dijo desde el primer día. El primero. Y siguió manteniendo, anunciando con insinuaciones lo que confirmó el 11 de febrero, que diría adiós en vida. Y no creo que fuera progre y luego conservador y ahora de nuevo progre. Así es como es visto en cada uno de los momentos vitales que le ha tocado vivir. Él, Ratzinger, poco se ha movido. Cuando uno tiene muy claro lo que opina, en este mundo cambiante, el modo en que eres visto torna según te miren unos u otros, y si son los demás los que van dando vueltas en una opinión pública que pendulea… lo que se dice de ti es contradictorio según qué visión impere en cada momento. A mí, salvando las distancias, me pasa.
      Un abrazo y gracias

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