Música

Y Nick Cave ascendió a los cielos

Nick Cave and the Bad Seeds

Me fascinan los músicos que experimentan epifanías religiosas: Nina Hagen pasando del hinduísmo y la ufología al cristianismo, Bob Dylan actuando ante el Papa, Jimmy Page y su pasión por el ocultismo crowleyano, etcétera. El caso de Nick Cave es algo peculiar: en sus años caóticos de juventud postpunk, drogas y pinta demoníaca leía el Antiguo Testamento, atrapado por las sangrientas historias que le sirvieron de inspiración para sus primeras letras. Pero a partir de los veintipocos le impresionó profundamente el Nuevo Testamento, con su mensaje de perdón y redención, y empezó a añadir detalles espirituales a sus canciones, a veces explícitamente, como en la magnífica Foi na cruz. Por suerte, Cave no es proselitista ni pertenece a ninguna religión organizada: simplemente incluye una dimensión, digamos, mística en sus letras, traten de asesinatos, muertes, sexo o enamoramientos.

Pues bien: la tesis que defenderé en esta reseña es que Push the sky away, el muy esperado último disco de Nick Cave and the Bad Seeds, es uno de los mejores de toda su larga carrera, y en él se alcanza al fin un equilibrio entre la divinidad iracunda del Antiguo Testamento y la espiritualidad más amable del Nuevo. Y todo ello sin referencias directas a la religión, sino explorando qué puede haber de místico en el sexo, en la femineidad, en la naturaleza, en la juventud… Es un disco de melodías bellísimas y letras sorprendentemente crueles; como un guante de seda forjado en hierro, que diría Daniel Clowes. Está repleto de referencias femeninas y acuáticas: sirenas, playas, océanos, barcos pesqueros (incluyendo el Mary Stanford, que volcó matando a muchos pescadores, glups): los fans de Cave ya sabemos que el mar es hermoso y peligroso a la vez desde The Weeping song.

Tuve la suerte inmensa de asistir, Jot Down mediante, a uno de los conciertos de presentación del disco, el celebrado en el Her Majesty’s Theatre de Londres el pasado 10 de febrero… Reseñando este concierto, uno de los mejores que he visto en mi vida, espero transmitir qué tiene de especial este Push the sky away y por qué deberíais salir en tromba a comprarlo.

Primera parte: aparta el cielo a empujones

Al salir Cave al escenario, con su elegante traje a medida, me fijo en que va completamente afeitado y elevo una rápida plegaria de agradecimiento por la desaparición del bigote de fontanero italiano. Le acompañan en el escenario los Bad Seeds, un quinteto de cuerdas, dos coristas, un coro infantil completo y más de cien elefantes. La expectación es máxima. Nick carraspea y comenta que en la primera parte del concierto tocarán las canciones nuevas en el mismo orden que en el disco, porque “tienen una cierta narrativa”.

Las canciones de Cave funcionan fantásticamente en directo, especialmente cuando el concierto es en recintos pequeños con buena acústica: de hecho, uno de los muchos motivos por los que Mick Harvey se largó de los Bad Seeds fue por estar harto de arreglos musicales poco sutiles pensados para estadios de fútbol. La interpretación de We No Who U R, más rápida y enérgica que en el disco y con un final más abrupto, marca la pauta del concierto. El tema es un buen ejemplo del equilibrismo conceptual del disco: música de flauta etérea e hipnótica para acompañar una letra amenazadora y desasosegante en un entorno natural macabro (el bosque espectral del videoclip de Gaspar Noé). La naturaleza es hermosa pero cruel: sabemos quién eres, sabemos dónde vives y no hay ninguna necesidad de perdonar, así que cuidadín.

Con Wide Lovely Eyes uno tiene la impresión de que Cave está enviando un guiño a su esposa Susie Bick, que aparece desnuda en la fabulosa portada del disco… Quizá es un espejismo del directo, pero le noto al estribillo un cierto aire a Ring of Fire, lo que no sería extraño teniendo en cuenta las corrientes subterráneas de inspiración y admiración mutua entre Johnny Cash y Nick Cave. Ya aparecieron las primeras versiones más guitarreras de esta canción antes de que saliera el disco a la venta…

Al interpretar Water’s Edge Cave adopta el tono grave, narrativo y malvado que le sienta como anillo al dedo, dándole un aire de predicador que me recuerda a sus lecturas grabadas de And the ass saw the angel. La canción habla de adolescentes rurales deslumbrados por los trucos eróticos de las despiertas chicas de ciudad, y oscila entre una cierta ternura y una incómoda sensación de catástrofe inminente. Y este choque de trenes se contempla desde fuera, mientras la vejez se acerca, “and you grow cold and you grow old”…

Jubilee Street es una canción extraña, mi favorita del disco: ya he perdido la cuenta de cuántas veces he visto el videoclip dirigido por John Hillcoat. Al primer vistazo parece una historia corriente: un personaje público enamorado de una prostituta ve destruida su vida al ser expuesto. Lo interesante en el contexto del disco empieza después, cuando solo y abandonado en una habitación vacía, iluminado por el Sol, el pobre hombre muta, brilla, se transforma, vuela.»¡Mírame ahora!”, grita, libre tras perderlo todo. Algunos han dicho ya que el videoclip da una idea romántica de la prostitución… Tonterías: la muestra como algo a la vez sórdido y sagrado. En un fotograma bellísimo del vídeo, el actor Ray Winstone se postra a los pies de la prostituta-diosa, adorándola entre sollozos. “Yo soy la primera y la última, soy la amada y la odiada, soy la prostituta y la santa”, se lee en el Nag Hammadi: es este fuego sagrado el que destruye y transforma.

En el concierto, Cave convierte Jubilee Street en el corazón de la velada. A partir de la mitad de la canción el grupo empieza a acelerarla, de forma primero muy sutil y cada vez más evidente: un crescendo aprovechando la naturaleza rítmica y repetitiva del loop del estribillo para lanzar un trance demente y explosivo. El clímax de la transformación se alarga varios potentísimos minutos, con Cave aporreando los cascabeles y gritando “Look at me now!” una y otra vez… Este inacabable y enérgico paroxismo es lo más parecido a un orgasmo musical que he experimentado en la vida, lo que convierte el resto del concierto en un relajado cigarrillo poscoito.

Y como omne animal post coitum triste, resulta apropiado continuar con la tranquilidad melancólica de Mermaids, en la que un desencantado protagonista, que bien podría ser Bunny Munro, contempla a las jóvenes sirenas que van y vienen más allá de su alcance. Creo en Dios y también en las sirenas, por qué no: de nuevo la femineidad y la juventud atributos de lo divino, esta vez inalcanzables. “Año tras año me vuelvo más y más triste”, sentencia un Cave pelín sarcástico antes de seguir con We Real Cool, una canción sencilla de la que me gusta especialmente el final, con un toque de campana directamente salido de Do you love me? o Red right hand. Me pregunto si Cave tituló así la canción por este poema de Gwendolyn Brooks: en cualquier caso el aire ominoso de la poesía combina con los versos exasperados y admonitorios de Cave. La posterior Finishing Jubilee Street es el único tema del concierto con el que no conecto a pesar de tener buenos ingredientes: un estribillo pegadizo bien acompañado por el coro infantil y una letra sugerente y metanarrativa, con Cave hablando indirectamente de su proceso de creación.

Parece por un momento que a Cave le dé pereza lanzarse con Higgs Boson Blues (“it’s annoyingly long”, murmura antes de empezar), pero la acaba bordando con lánguido entusiasmo. Este magnífico blues confuso y alucinado, que mezcla a la partícula de Dios con Hanna Montana llorando con los delfines y Robert Johnson luchando por su alma contra el diablo, pertenece al muy caveano registro de las larguísimas canciones cuasirecitativas como More news from nowhere o The Carny.

Y así llegamos a la canción que da nombre al disco, la que ata los cabos sueltos y lo lleva hacia su conclusión lógica. ¿Cuál es esa “narrativa” que Nick ha incluido en el disco y por la que toca las canciones en un determinado orden? Las miguitas de pan que ha ido soltando Cave en cada canción se corresponden a sus ideas de qué es realmente importante en el mar de la trivialidad cotidiana: lo trascendente, lo espiritual, lo divino. La naturaleza (We No Who U R), el amor (Wide Lovely Eyes, We Real Cool), la femineidad (Jubilee Street), la juventud (Mermaids), el sexo (Water’s Edge), el sueño (Finishing Jubilee Street), la ciencia (Higgs Boson Blues)… Y en Push the Sky Away no solo encuentra la trascendencia en la música (“And some people / Say it’s just rock’n roll / Oh, but it gets you / Right down to your soul”) sino que culmina el proceso con un empujón: “aparta el cielo de un empellón”, haz lo que consideres importante independientemente de lo que oigas, lo que te digan tus amigos, de lo que creas que ya has conseguido. En cuanto a ti, Nick: sigue, sigue, sigue empujando, sigue sacando discos en los que haces siempre lo que te da la gana, sigue componiendo aunque se largue Blixa Bargeld, aunque Mick Harvey huya dando un portazo, aunque te enervemos los periodistas y los críticos, aunque creas que ya has dicho lo que tenías que decir.

En el concierto, Push the sky away arranca con un “look at me now!” no presente en la letra original, una autoreferencia a la canción hermana Jubilee Street, la de la transformación y la mutación. Y continúa con una rapture, una ascensión a los cielos como la que se menciona en Mermaids, una hipnótica plegaria laica acompañada por el repetitivo loop electrónico de Warren Ellis (“el disco es un bebé fantasmal en la incubadora y los loops de Warren su diminuto y tembloroso latido”, dijo Cave). El cielo se abre, sale el Sol (“the sun, the sun, the sun is rising…”) y ya podríamos, al fin, morir en paz.

Segunda parte: acribilla al diablo a balazos

Pero no morimos, sino que empieza la segunda parte del concierto y se desata el infierno: la fuerza bruta y desgarradora de la ochentera From Her to Eternity. Ellis se abalanza sobre el quinteto de cuerdas y lo dirige con gestos tremebundos, como un Herbert von Karajan puesto de speed y anfetaminas. Los violines suenan graves y apocalípticos. Cave aúlla, gime, salta y se retuerce. Se le ve cómodo con este tema: sabe cuándo dirigirse al público y cuándo ensimismarse con el aire de romántico torturado y psicópata que la canción requiere. Terminado este pequeño clímax Cave se quita la chaqueta de su traje a medida. “¡Sácate la camisa!”, le grita una chica desde el público; Nick sonríe y contesta señalando al coro: “por favor, que hay niños delante… Más tarde”… Y arranca con Red Right Hand, la demoníaca canción semirecitativa que ha aparecido en Hellboy, Scream, Expediente X y quién sabe dónde más. Esta vez añadió una variante que no recuerdo haber oído en otras ocasiones: Warren Ellis improvisando con la flauta.

Los típicos pelmazos del público que gritan pidiendo canciones obtienen una lapidaria respuesta de Nick: “We could do all that, but we’re not going to”. Y al apagarse las risas, empieza O Children, también conocida (en fin) como “la de Harry Potter”. “Are you ready, kids?”, pregunta Nick dirigiéndose al coro… “YESSSSS!”, responde una mujer del público. Y es que a esas alturas del concierto somos ya niños ilusionados en la noche de Reyes, cada uno esperando que su canción favorita sea la siguiente. Y para muchos así es, ya que le toca el turno a The Ship Song, que apostaría un brazo a que ha formado parte de la banda sonora de unas cuantas bodas. Al coro infantil solo le falta revolotear alrededor del piano, como en este famoso y algo kitsch videoclip con un Cave más desconcertado que paternal.

Ya con los niños fuera del escenario, llega el momento de los asesinatos y ejecuciones: Jack the Ripper y Deanna. Un frenesí de energía maligna con el barbudo Ellis haciendo headbanging y tocando el violín como si fuera un banjo: he ahí una imagen que costará borrar de mi cabeza. El esfuerzo debe dejarlos agotados, ya que continúan con un calmo interludio: las delicadas Your funeral… My trial y Love letter. Estamos ya preparados para despedir el concierto con una canción fetiche, que puede tocarse de mil maneras similares y cada una con su propia personalidad, como los pitufos: The mercy seat. El condenado a muerte que medita sobre lo que está a punto de ocurrir elige esta vez una desesperación apresurada, maligna y rapidísima a la que hubiera debido prestar más atención… Pero estoy demasiado ocupado pensando argumentos para estamparle en la cara a un amigo que sostiene absurdamente desde hace años que la versión de Johnny Cash es mejor que la original.

Falta el estúpido trámite de aplaudir hasta que la banda salga a tocar un último tema: Stagger Lee, en una interpretación llena de matices y variaciones a pesar de su estructura rítmica sencilla. En uno de los versos se dice: “you can suck my dick!” (chúpame el rabo), frase que Cave aúlla haciendo una pausa involuntaria y quedándose pierniabierto ante el público… Pose acogida con una femenina carcajada nerviosa, probablemente de la misma chica que le había pedido antes que se quitara la camisa. Qué diablos, a esas alturas de un concierto tan magnífico yo mismo le hubiera hecho un favor a Nick.

El otro momento hilarante del bis llega hacia el final, cuando Cave olvida completamente la letra de la canción, disculpándose entre risas y empezando a improvisar. En teoría un tal Billy Dilly tenía que entrar por la puerta del bar en que Stagger Lee asesina impunemente, pero gracias a la mala memoria de Nick quien abre la puerta es el diablo: “Here comes the devil / with the tail in his hand / Here comes the devil / ‘I’ve come to take you down’, he says” (aquí llega el demonio con su cola en la mano, y dice “he venido a derrotarte”)… Pero Stagger Lee le llena la cabeza de plomo. Una variante surreal y simbólicamente apropiada: al acabar la primera parte del concierto Nick Cave subió a los cielos; al terminar la segunda, asesina al diablo a balazos.

Le doy vueltas a esta idea al salir a las lluviosas calles de Londres, mientras tarareo el estribillo de una Jubilee Street llamada a convertirse en un clásico de los Bad Seeds. Tan flipado estoy con el concierto (solo hubiera podido mejorar con alguna canción de Dig, Lazarus, Dig! o The Boatman’s Call) que no me doy cuenta de que he bajado las escaleras del metro y llegado hasta el andén con el paraguas aún abierto sobre mi cabeza: un demente fugado de un cuadro de Magritte. Termino pues esta crónica preguntándome por qué no salí volando con el paraguas abierto, como una Mary Poppins con barba, empujado hacia los cielos por la música a la vez espiritual y malvada del mejor disco de Nick Cave en muchos años.

Her Majesty’s Theatre / 10 de Febrero de 2013

Setlist:

Push the sky awayPrimera parte

We No Who U R

Wide Lovely Eyes

Water’s Edge

Jubilee Street

Mermaids

We Real Cool

Finishing Jubilee Street

Higgs Boson Blues

Push the sky away

Segunda parte

From Her to Eternity

Red Right Hand

O Children

The Ship Song

Jack the Ripper

Deanna

Your Funeral… My Trial

Love Letter

The Mercy Seat

Stagger Lee

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14 Comentarios

  1. Jesus Jeronimo

    EXCELENTE ARTICULO. Mil gracias!!

    Y totalmente de acuerdo, el disco es arrebatador!

  2. javiPrimo

    Otro clásico. Y van. Lo sentí la primera vez que lo escuché y lo siento ahora mientras escribo estas líneas…

  3. Pingback: Y Nick Cave ascendió a los cielos | SportSquare

  4. Gran artículo. No he escuchado el nuevo disco pero las ganas que tengo tras leer esto no se si me permitiran dormir.
    Y en mayo le veré en el Primavera, algo es algo…

  5. Articulazo. Muy bien recibida la referencia a la poeta Gwendolyn Brooks, que me encanta.

  6. Un artículo cojonudo. Eso sí, la variante del Diablo en Stagger Lee es ya habitual en los directos, como en The Abattoir Blues Tour.

  7. Juan Nadie

    ¡Magnifica crónica! He estado viendo el concierto de LA, y sumado a pequeños videos «caseros» del de Londres y París, solo puedo decir (gracias a su artículo) que «yo también estuve allí»…
    Para mí, al igual que para Usted, Jubilee street es el cúlmen estético y poético del disco, y si acaso de gran parte de la carrera de Cave; totalmente discutible, sí, pero ahora y aquí es lo que me piden mis emociones. Pasado el tiempo, cuando mi espíritu se calme, posiblemente no defenderé esta misma tésis, pero ahí queda su poso, su huella. Hacía tiempo, mucho tiempo, que una canción no me trastocaba. La escucho una y otra vez, bucle infinito, y sigo sin poder expresar con palabras el torrente de sensaciones que me produce. La versión del disco, casi 2 minutos más larga, mejor que la del video, y la versión en vivo mejor que la del disco. Quisiera que ese crescendo no acabara nunca, un minuto más, un minuto más y luego otro… como bien dice en su crónica, y esas mismas palabras se las decía yo a un amigo para tratar de explicarle lo que no podía de otra forma, «ese climax, ese paroxismo inacabable, casi como un orgasmo… musical» dice Usted, ¿sólo musical? ¿está seguro?
    Resumiendo: maravilloso disco, maravillosa crónica, maravilloso Cave y sus Malas Semillas. Que sigan siendo malas por mucho tiempo.

  8. Gran artículo, obvia algo que es tan cierto, aunque haya quien lo niegue, como la trascendencia de la música.

  9. Envidio el entusiasmo del artículo y de la mayoría de los comentarios. He seguido y admirado a Cave desde los tiempos de The Birthday Party y sólo puedo decir que los últimos discos y sus correspondietes giras no han dejado de decepcionarme. Confieso que de «Push sky away» sólo he escuchado dos temas, pero no me invitan a pensar en recuperar al Nick Cave que me entusiasmó hace años…Asistí a dos conciertos de la gira «Dig Lazarus Dig» con la mayor ilusión del mundo, y salí muy decepcionado. Dicho esto, cualquier mal tema de Nick Cave es mejor que cualquiera de los que nos rondan a diario…

    • Comparto completamente tu opinión, Manolo. Yo también echo de menos al Nick Cave de «No more shall we part» o «Let love in» -por citar dos extremos aparentes de su obra-. Este último disco es tan autocomplaciente, tan carente de magia que no puedo sino asombrarme ante la indulgencia general con un disco que no es nada más que la confirmación de un declive que ya no parece tener marcha atrás. Y sí, cualquier canción mala de Nick Cave es mejor que el 99% de las cosas que nos rodean, pero no por ello deja de ser mala, como lo es prácticamente todo lo que ha hecho desde «Abattoir Blues / The lyre of Orpheus», salvo honrosas excepciones, casi todas pertenecientes a Grinderman.

  10. Un discazo, desde que lo compré, el sábado, no he escuchado otra cosa.

  11. Este tío es pura Imagen. Cuela perfecto entre los progres sordos.

  12. Nick Cave me parece un artista cada vez más pretencioso y vacío; y «Stagger Lee» un clásico mil veces versionado (de Ma Rainey a los Clash) con bastante mayor fortuna. Adjunto enlace a una entrada que he preparado recopilando algunas versiones memorables del tema, por si a alguien le interesa echarle una ojeada:http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2013/09/18/stagger-lee/
    Saludos,
    Iago López

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