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Sentarse en el Trono de Hierro: el poder regio en Juego de tronos desde una perspectiva medieval

Imagen: HBO.
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(Este artículo contiene SPOILERS. De la historia medieval también)

En una cita muy célebre, el obispo Adalberón de Laon (†1030/1031) dividía la sociedad medieval en tres grupos u órdenes: los que rezan (oratores), los que luchan (bellatores) y los que trabajan (laboratores). Esa división, aunque simplificadora y destinada a justificar el orden social existente, sigue siendo la más usada para mostrar la Edad Media: un mundo dividido entre el clero, la nobleza y el campesinado. El universo creado por George R. R. Martin se inspira profundamente (aunque no exclusivamente) en la Edad Media occidental y, por tanto, los paralelismos y similitudes con acontecimientos, personajes y, en general, la sociedad medieval están a la orden del día. Si la Iglesia católica eligió la imagen de los tres órdenes para describir su sociedad, quizás la mejor manera de acercarse al mundo de Canción de hielo y fuego / Juego de tronos es través de sus dioses. En Poniente la principal (pero no la única) fe es la de los Siete. La divinidad está representada en siete dioses (o siete caras de dicha divinidad) que encarnan diversas facetas de la sociedad de los Siete Reinos. El Padre, encargado de juzgar las almas de todos los hombres, encabeza el panteón celestial de la fe de los Siete. Así, la monarquía constituye la institución que mejor encarna el rol del Padre en el universo de Martin.

El rey constituía la cabeza de la sociedad medieval y esa metáfora antropomorfa fue usada por decenas de textos medievales para justificar el orden existente. Por ejemplo, en las Partidas de Alfonso X (r. 1252-1284) se afirmaba que «dixeron los sabios que el rrey es cabeza del rreyno, ca asi como de la cabeza nacen los sentidos por que se mandan todos los miembros del cuerpo, bien asi por el mandamiento que nace del rrey, que es sennor et cabeça de todos los del rreyno, se deuen mandar, et guiar et auer un acuerdo con el para obedesçerle». La asociación entre el rey y la figura del padre era también frecuente en la Edad Media: el filósofo Guillermo de Ockham (c. 1280/1288-1349) asociaba el gobierno regio con la figura del paterfamilias en sus Diálogos. La inmensa mayoría de los territorios del Occidente cristiano estaban regidos por un monarca (o un emperador) durante la Edad Media. Además, la monarquía constituía la forma ideal de gobierno para la inmensa mayoría de los pensadores y escritores medievales. La justificación de la monarquía tenía un origen divino, pues el rey era el representante de Dios en la tierra, y también natural, pues en el reino animal también existía esa organización. En un célebre pasaje de la Crónica de Juan I, Pedro López de Ayala (1332-1407), canciller y prolífico autor castellano, ensalzaba la monarquía como mejor forma de gobierno, y recordaba que «e aun naturalmente vemos que de las abejas uno solo es principe e regidor, e cuando muchos regidores a, la cosa non va como cunple».

Al igual que el Padre, el rey también se encarga de juzgar a sus súbditos. La asociación entre la corona y la justicia está muy presente en toda la obra de Martin y, por supuesto, a lo largo de la Edad Media. La Crónica de Alfonso XI (r. 1312-1350) afirmaba que «dos cosas las mas prinçipales que Dios le encomendó [al rey] en el rreyno, la una la justiçia, e la otra la guerra contra los moros». Del mismo modo, la justicia constituye un elemento definitorio del monarca en Juego de tronos. Reinar es, sobre todo, impartir justicia. Cuando Daenerys conquista Meeren y decide permanecer allí para aprender a gobernar se observa que su principal función es ejercer la justicia, pues así se mantiene la paz. Ella se sienta en el trono a escuchar las quejas y demandas de sus súbditos todos los días. El contraste entre su actitud y la de Robert o Joffrey Baratheon representa de manera evidente la distancia entre un «buen rey» y un «mal rey». Por ejemplo, la forma de sentarse en el trono ya muestra el abismo que media entre Daenerys y Joffrey. La reina se sienta recta, hierática, en una posición que muestra respeto hacia sus súbditos y a la función que tiene que ejercer. En cambio, el joven monarca (interpretado de manera excelsa por Jack Gleeson) se recuesta sobre el trono y su cara muestra una mueca que combina el fastidio que le produce tener que atender esas cuestiones y el sadismo del personaje. Daenerys escucha a sus súbditos, respeta las leyes y toma decisiones, por dolorosas que sean, como la ejecución del consejero que se tomó la venganza contra los Hijos de la Arpía por su mano (4.2  «The House of Black and White»), acordes a ese ideal de justicia. Por el contrario, Joffrey es cruel, arbitrario y sus sentencias van dirigidas a satisfacer sus más bajas pulsiones, como el castigo al infortunado músico que compuso la canción sobre la muerte del rey Robert  (1.10 «Fire and Blood»). El propio Robert también se aleja mucho del ideal de «buen rey». El monarca está más pendiente de sus fiestas y cacerías, diurnas y nocturnas, que de gobernar el reino. Por eso es Ned Stark, como Mano del Rey, quien escucha las peticiones de los súbditos e imparte justicia (1.6 «A Golden Crown»).

Resulta impensable que la justicia regia descanse en exclusiva en la figura del monarca, pues sería una tarea hercúlea. El fortalecimiento de la autoridad regia en el Occidente medieval vino aparejado a un enorme desarrollo de la administración, especialmente a partir del siglo XII. Una red de agentes (alcaldes y merinos en Castilla, los batlles en Cataluña, los sheriffs en Inglaterra, etc.) que servían a la corona se distribuían por el territorio para cumplir todo tipo de funciones, entre ellas la justicia. No obstante, la posibilidad de apelar al rey en persona siempre existió. Aunque los funcionarios de la corte eran los encargados de atender estas peticiones, nunca desapareció la idea de que el rey tenía que escuchar a sus súbditos e impartir justicia en persona. Por ejemplo, Alfonso X prometió en las Cortes de 1274 que dedicaría tres días a la semana (lunes, miércoles y viernes) a escuchar pleitos personalmente. Esa idea de justicia personal la tienen muy presente los Stark desde el principio de la serie: Ned les enseña a sus hijos que el hombre que dicta la sentencia debe empuñar la espada (1.1 «Winter Is Coming»). Robb y Jon siguieron el consejo de su padre cuando llegó el momento, e incluso el jovencísimo Brann también gobernó en persona en Invernalia durante la ausencia de su hermano (2.1 «The North Remembers»). Frente al campechano pero negligente Robert y el déspota de su «hijo», Daenerys sí encarna ese ideal regio de justicia, por lo que cuando la inevitable «Restauración Targaryen» se produzca, será una reina preparada y justa la que asumirá el papel del Padre en la tierra.

El retorno de los Targaryen al trono supondrá la vuelta a la «normalidad» en Poniente, restableciendo la línea legítima procedente de Aegon el Conquistador. La conquista de Poniente de Aegon y sus hermanas significó la unificación de los Siete Reinos, que hasta entonces habían sido independientes. El paralelismo con la historia medieval de Inglaterra, como a lo largo de toda la obra de Martin, es evidente. En 1066, Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, se alzó con el trono tras derrotar a Harold Godwinson (1022-1066), último rey sajón de Inglaterra, en la célebre batalla de Hastings. Aunque Athelstan (895-939) es el primer monarca considerado como rey de toda Inglaterra, al igual que Poniente, la actual Inglaterra también había estado dividida en siete reinos independientes: Essex, East Anglia, Kent, Mercia, Northumbria, Sussex y Wessex. La conquista normanda supuso, además del cambio dinástico, un cambio de las elites del reino, como atestigua el Domesday Book (1086), y la implantación de una sociedad feudal en Inglaterra. El célebre tapiz de Bayeux muestra la importancia que tuvo la caballería en el triunfo de Guillermo y quizás se podría estirar la analogía con la superioridad militar que les otorgaron a los Targaryen los dragones, pero posiblemente sea mucho imaginar.

Los descendientes de Aegon gobernaron Poniente durante casi tres siglos de manera ininterrumpida, una cantidad de tiempo al alcance de muy pocas familias reales durante la Edad Media. La dinastía más célebre, los Capeto, reinó en Francia entre 987 y 1328, además de establecerse temporalmente en los tronos de Hungría o Sicilia. En la Península Ibérica, la casa borgoñona d’Ivrea reinó en Castilla y León entre 1126 y 1369, hasta que fue sustituida por los Trastámara; familia que también alcanzaría el trono de Aragón en 1412, tras el Compromiso de Caspe. En la mayoría de los casos, la sustitución de un linaje por otro se debía a causas biológicas, por la imposibilidad de engendrar un heredero/a que continuase la saga. En esos casos, alguna rama secundaria de la familia subía al trono, pero aunque en la actualidad los tratemos como cambios dinásticos, en la época no se veía así. Los Trastámara nunca se consideraron una familia diferente a la de sus antecesores en el trono, como prueba que Fernando I de Aragón (1380-1416) decidiera enterrarse en el monasterio de Poblet, junto a los reyes aragoneses del pasado, para mostrar una ininterrumpida continuidad en la sucesión regia. Las razones biológicas no son el motivo que supuso la caída de los Targaryen en Poniente, (de hecho, la gran diferencia entre el mundo de Martin y la Edad Media es que la mortandad infantil es casi inexistente en el primero, por lo que todas las grandes familias han conseguido reproducirse de manera ininterrumpida durante siglos, no solo los Targaryen), sino el mal gobierno de Aerys II, el Rey Loco. Aerys II fue derrocado y asesinado debido a su despótica forma de reinar. El «rapto» de Lyanna Stark y la brutal de ejecución de Rickard y Brandon Stark constituyeron el detonante que provocó la rebelión de varias familias nobles, encabezadas por Robert Baratheon, contra el dominio de los Targaryen.

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La autoridad de un rey no es ilimitada, pues un monarca debía buscar el bien común y no podía gobernar contra los intereses de sus súbditos. Joffrey afirmaba que un rey podía hacer lo que quería, a lo que Tyrion le recordó que Aerys II hizo lo que quería y por eso tuvo ese final (2.4 «Garden of Bones»). En el momento en que el último monarca Targaryen empezó a actuar de manera arbitraria, perdió la legitimidad como rey, justificando que sus súbditos se alzasen contra él. Numerosos autores reflexionaron sobre la naturaleza del poder regio a lo largo de la Edad Media y sobre el concepto de tiranía. Juan de Salisbury (c. 1120-1180), en su célebre Policraticus, fue pionero en plantear la teoría del tiranicidio. Si un príncipe actuaba de forma arbitraria y abusiva, sus súbditos no solo tenían el derecho, sino la obligación de acabar con él para restaurar un orden justo. No obstante, la aceptación del tiranicidio no fue, ni mucho menos, unánime durante la Edad Media, pues numerosos autores consideraban que el tirano representaba la forma que tenía Dios de castigar una nación y, frente a ello, solo quedaba la opción de aceptar dicho sufrimiento.

En Inglaterra, Eduardo II (r. 1307-1327) o Ricardo II (r. 1377-1399) fueron depuestos (y posteriormente asesinados) por los nobles tras ser acusados de mal gobierno y tiranía. En Castilla, el último monarca de la dinastía d’Ivrea, Pedro I (r. 1350-1369), fue destronado y asesinado por su medio hermano Enrique II de Trastámara (1333-1379). Enrique II era hijo extramatrimonial de Alfonso XI y una noble andaluza, Leonor de Guzmán (1310-1351), por lo que su acceso al trono necesitó, además de una guerra civil, un intenso proceso de legitimación. La propaganda Trastámara acusó a Pedro I de projudío e inventó leyendas destinadas a cuestionar su origen y presentar el triunfo de Enrique como resultado de la voluntad divina. Sin embargo, el elemento fundamental que se esgrimió para justificar el asalto al trono fue el gobierno tiránico de Pedro I. Los textos Trastámara se referían a su enemigo como el «malo tirano que se llamaua rrey» y se argumentó la pérdida de la corona como resultado de sus crueldades («matando e desastrando los fiiosdalgo e desterrándolos e faziendolos pecheros […] ca aquel malo destruidor de los regnos e de vos por los sus pecados malos que el fizo perdió los regnos»). La casa de los Baratheon podía reclamar ascendencia Targaryen a través de la línea femenina, pero no parece que ese argumento tuviera peso para justificar la subida de Robert al trono. La legitimidad del primer monarca Baratheon descansaba en el derecho de rebelión frente a un rey tirano, al que sumó el derecho de conquista —el mismo que alzó a los Targaryen al trono— tras su triunfo militar. Robert mantuvo el reino en paz durante varios años hasta que la muerte de Jon Arryn desencadenó una serie de acontecimientos que provocaron la situación de guerra civil y caos actual. La incapacidad de Robert como gobernante, la ambición de los Lannister, el oportunismo de los Tyrell o la ingenuidad de los Stark insuflan un toque humano al drama que se desarrolla en Poniente. Sin embargo, junto a esas luchas personales existe también un problema de fondo estructural: la debilidad del poder regio en los Siete Reinos.

El primer problema que tiene la monarquía de Poniente es que, tras la caída de los Targaryen, ha perdido su carácter exclusivo. Desde la desaparición del Imperio romano en Occidente aparecieron numerosos reinos que ocuparon el vacío político resultante. Sin embargo, la autoridad pública experimentó un fuerte retroceso en torno al año 1000, provocando una enorme atomización del poder. En la sociedad feudal resultante, las monarquías tenían enormes dificultades para imponer su autoridad sobre sus vasallos, una nobleza que gozaba del monopolio militar y grandes extensiones de tierra sobre las que también ejercía un dominio señorial. Francia es el reino que mejor encarna esta situación y el lugar donde con más claridad se observa el arduo proceso que llevó a estas monarquías a fortalecer su control sobre el territorio. Hugo Capeto (r. 987-996) fue elegido por los nobles del reino para convertirse en monarca, pero desde ese mismo instante los Capeto buscaron fortalecer su autoridad al asegurarse que la monarquía se convirtiera en una institución hereditaria, no electiva. Para ello, los monarcas franceses asociaron a sus hijos primogénitos al cargo regio una vez alcanzaban la edad adulta. Además, el heredero era coronado como tal incluso en vida de su padre, para fortalecer su legitimidad a sucederlo. La ceremonia de coronación es uno de los principales elementos que utilizó la monarquía francesa (y otras) para proyectar una idea de exclusividad y superioridad frente a los grandes nobles del reino, al reforzar el carácter sacro y especial de la institución. Los matrimonios reales presentaban otro elemento de distinción simbólica.

A partir del siglo XII, las monarquías europeas empezaron a establecer matrimonios entre sí de manera habitual. Estos enlaces permitían evitar los problemas de consanguinidad sobre los que el papado tanto insistía (aunque pronto se convertiría en una práctica rutinaria el obtener dispensas) y, a su vez, reforzar el carácter exclusivo de la monarquía, al convertirse en un grupo reducido y endogámico. A lo largo de la historia de los reinos europeos, hay también ejemplos de matrimonios entre miembros de la familia real y de la nobleza del país. Estos matrimonios podían servir para apuntalar a corto plazo la autoridad regia, al ampliar base de apoyo con una sólida alianza, pero no reportaban a la corona una mejora de su prestigio. En cambio, un matrimonio internacional, aunque tuviera poca utilidad práctica, servía para reforzar el prestigio de la institución regia. El claustro de la catedral de Burgos muestra todo un programa iconográfico destinado a conmemorar el matrimonio entre Fernando III (r.1217-1252) y Beatriz de Suabia (1205-1235), nieta de los reputados Federico Barbarroja e Isaac II, emperadores del Sacro Imperio y Bizancio, respectivamente. Dicho claustro fue creado por Alfonso X para conmemorar su prestigioso origen y compararlo con otro glorioso enlace que se iba a realizar allí, el de su primogénito Fernando de la Cerda (1255-1275) con Blanca de Francia (1252-1320), hija del célebre Luis IX (r. 1226-1270).

En ese contexto, la decisión de los Targaryen de casarse entre ellos refleja el deseo de mantener el prestigio y el carácter exclusivo de la monarquía, al no haber ninguna familia real de equiparable estatus con la que emparentar. El carácter incestuoso de estos enlaces no parece haber sido un problema durante siglos, pero resulta llamativo que lo que sí es aceptable para la dinastía reinante, es considerado monstruoso en otros casos. Por mucho que Cersei use el antecedente de los Targaryen ante Ned Stark al descubrir su secreto (1.7 « You Win or You Die»), sabe que su relación con Jaime nunca será aceptada en los Siete Reinos. Rhaegar se desvió de esa tradición, y lo pagó con la vida, pero es con la dinastía Baratheon cuando el panorama matrimonial cambia por completo. Robert se casó con Cersei para fortalecer su posición e integrar en su bando a los Lannister, que solo se sumaron a la rebelión a última hora. El proyectado matrimonio entre Joffrey y Sansa tenía el propósito de crear una sólida base de apoyo para la corona, de igual manera que el enlace entre Joffrey (y luego Tommen) con Margaery se pergeñó con el objetivo de cimentar la alianza entre las casas Lannister y Tyrell. Estas uniones permiten a la corona fortalecer su posición en el corto plazo, pero tienen un problema: el carácter exclusivo de la institución regia desaparece. La corona ya no es una institución endogámica, sino que cualquier linaje noble puede alcanzarla de manera legítima. A fin de cuentas, el rey se convierte en uno más de los nobles, un «primus inter pares», lo que alienta las ambiciones de las demás familias y, por tanto, la inestabilidad política.

Martin ha reconocido en innumerables ocasiones cómo la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487) ha inspirado su obra. Hay un evidente paralelismo entre los conflictos por el trono de Inglaterra que enfrentaron a los Lancaster y los York y la lucha de los Lannister y Stark. Aunque dejaron la rosa como símbolo a los Tyrell, estas familias de Poniente también se identificaban con los mismos colores, rojo y blanco, que sus álter ego del siglo XV. También es muy sencillo identificar a Ned, Cersei y la mayoría de personajes de Poniente con los principales protagonistas del escenario político de la Inglaterra tardomedieval. Además del drama dinástico, la historiografía ha señalado un aspecto que explica la enorme conflictividad política en Inglaterra durante esta época: el enorme poder territorial, económico y militar de algunos nobles (overmighty subjects), que incluso podía ser superior al de la propia corona. Algo similar sucede en Poniente, donde existe una nobleza muy consolidada y que controla incluso más territorio de manera directa que los ocupantes del Trono de Hierro.

La relación entre nobleza y monarquía en época medieval no se puede entender a través de una simplista dicotomía entre sumisión y rebeldía, entre un rey que impone su voluntad a los nobles o una aristocracia que se levanta contra la autoridad regia. La nobleza forma parte del poder regio, pues constituye la base fundamental del mismo. Los nobles reciben rentas, posesiones y cargos de la corona a cambio de su servicio, especialmente militar, y dicho servicio es la mejor manera de apuntalar su posición preeminente. El ascenso de la casa de Alba durante el reinado de Isabel la Católica (r. 1474-1504) es quizás el ejemplo más nítido. En ese sentido, las luchas políticas se centran en controlar la autoridad regia, ser partícipes de la misma y, por tanto, beneficiarse de ella. Una dinámica similar se observa en Poniente, donde todos los grandes linajes están implicados en el gobierno del reino. Todas las casas principales tienen derecho a un puesto en el consejo privado, desde el que pueden opinar y participar en las principales decisiones del reino, aunque este es un rol consultivo.

El consejo es una de las obligaciones que tenía un vasallo en época medieval, y es la manera en la que se implicaba en las decisiones de su señor: ofreciéndole su opinión sobre cualquier materia. Los Martell dejaron vacante su puesto durante años hasta que Oberyn decidió ocuparlo (4.1 «Two Swords»). Asimismo, la Víbora Roja simplemente viajó a Desembarco del Rey para poder vengar la muerte de su hermana Elia, lo que muestra la escasa importancia que le confería a esa posición y la enorme independencia de las grandes casas nobles en Poniente, que no necesitan de manera imperiosa estar en la corte. Además del consejo, los nobles participan de manera más directa en el gobierno cuando son nombrados Mano del Rey. Este cargo, equiparable a los validos de época medieval y moderna («privados» se llamaban en la Castilla bajomedieval), permitía implicar a una de las grandes familias de manera más estrecha en las tareas de gobierno, pero también podía romper el equilibrio entre las facciones nobiliarias. Estos privados limitaban el acceso del resto de nobles al rey (de lo que se quejaba amargamente Ayala en su Rimado de Palacio) y eran los principales beneficiarios de las mercedes regias, por lo que sus figuras eran detestadas, como en el caso de Álvaro de Luna (c. 1390-1453). De hecho, las deposiciones de Eduardo II y Ricardo II de Inglaterra estuvieron directamente vinculadas con la animadversión que generaron los favoritos regios (royal favourites) de ambos monarcas.

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El nombramiento de Ned Stark como Mano del Rey y el acuerdo matrimonial para casar a Joffrey y Sansa obliga a los Stark a implicarse en el gobierno del reino y, muy a su pesar, viajar a la corte (1.1 «Winter is Coming»). De nuevo, el hecho de que durante años Ned haya estado al margen de los asuntos de la capital vuelve a enfatizar la enorme independencia que tienen estos nobles respecto al Trono de Hierro. Por otro lado, la decisión de Robert tiene sentido. El nombramiento serviría para fortalecer la autoridad regia, al vincular a la corona a una de las grandes casas de manera más estrecha, y podría servir para mantener un equilibrio entre las facciones nobiliarias, para así evitar que los Lannister monopolizaran el poder regio. Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron. Movidos por el temor a ser desplazados de su posición preeminente en el control de la corona (y el miedo a que Ned descubriera la verdadera paternidad de Joffrey y sus hermanos), los Lannister decidieron actuar y acabar con la vida de Robert, lo que dio lugar a la Guerra de los Cinco Reyes.

La Guerra de los Cinco Reyes revela cómo la institución monárquica ha perdido su exclusividad y, sobre todo, la independencia de los grandes linajes nobiliarios respecto al poder regio. En un momento en el que hay enormes dudas sobre la legitimidad en la sucesión regia, el número de candidatos a ocupar el trono se multiplica. En este contexto los enlaces matrimoniales sirven para forjar alianzas pero también para que un mayor número de familias aspire a ocupar el trono. Por otra parte, Balon Greyjoy y Robb Stark no quieren ocupar el Trono de Hierro, sino convertirse en monarcas independientes. Las grandes casas de Poniente se remontan a la noche de los tiempos, pues ya dominaban el territorio antes de la conquista de Aegon. La corona creó los cargos de guardianes con el que distinguía a los linajes dominantes en cada área geográfica, pero parece que es un título vacío. La verdadera base del poder de estas familias viene de sus posesiones, de su red clientelar y del carisma asociado al linaje, no de la autoridad que le confiere la designación regia de guardián. Los señores recaudan impuestos y ejercen la justicia de manera autónoma en sus territorios. Además, poseen una red de vasallos que tiene la obligación de acudir a la hueste cuando el señor se lo demanda.

Aunque Martin no lo ha detallado en su obra, parece que parte de esos impuestos se destinan a las arcas reales, pero en cualquier caso son los nobles de cada zona los que los controlan, no recaudadores regios. Del mismo modo, la ley de los Siete Reinos es común en todo el territorio (salvo algunas peculiaridades locales como en Dorne), pero son los señores locales los que tienen el monopolio de la justicia regia en sus territorios, como muestra el juicio de Tyrion en Nido de Águilas (1.6 «A Golden Crown»). Es muy revelador cómo los Bolton, a pesar de haber sido nombrados guardianes del Norte, gozan de un control muy frágil sobre el territorio y tienen que sustentar su autoridad en el terror. Además, Roose Bolton es consciente de que necesita vincularse al apellido Stark para fortalecer su posición, de ahí el matrimonio de Ramsay y Sansa/«Arya» (Danza de dragones, «El príncipe de Invernalia»). La idea de que el Norte o las Islas del Hierro se convirtieran en reinos independientes responde, por tanto, a la situación de inestabilidad política pero también es reflejo de la enorme autonomía de la que gozan estos nobles en sus territorios. La designación regia como guardián no es más que la confirmación de una realidad preexistente y aunque, en teoría, el monarca pudiera cambiar esta situación, las lealtades entretejidas durante siglos son más poderosas que la autoridad real.

Si las grandes casas nobiliarias se reparten el territorio, ¿qué le queda a la corona? Ahí radica una importante debilidad del poder regio en Poniente, en la reducida extensión del realengo. Las tierras del dominio real, o realengo, son aquellas controladas directamente por la monarquía. Es decir, aquellos lugares donde el rey ejerce de manera directa la justicia y el control sobre la fiscalidad. El fortalecimiento de la autoridad regia en Francia durante los Capeto no se limitó al aspecto simbólico que antes se mencionaba, sino que también estuvo ligado a una mejora de las bases tributarias, políticas y militares en las que descansaba. En primer lugar, los agentes reales aumentaron su capacidad de acción fiscal y jurisdiccional sobre los territorios controlados por la nobleza. Más importante aún, los reyes franceses aumentaron la extensión del realengo en los siglos XII y XIII de manera espectacular. Aunque no fue, ni mucho menos, un proceso lineal o exento de conflictos, en estos siglos la monarquía francesa experimentó un notable aumento de su autoridad.

De vuelta en Poniente, ya se ha mencionado la enorme autonomía de la que gozaban los grandes linajes en sus territorios y la nula injerencia de los agentes regios. El otro problema es que la corona apenas dispone de tierras propias. En comparación, el territorio de los Stark es mucho más extenso, el de los Lannister más rico, o el de los Tyrell mucho más fértil. Es decir, la tierra que la corona controla de manera directa, el realengo, se limita a Desembarco del Rey y el área circundante, lo que restringe enormemente su capacidad económica, política y militar. El trono lo ocupa una de las grandes familias del reino, por lo que los territorios patrimoniales de dicho linaje también estarían bajo el control directo de la corona, pero eso no tiene por qué ser así. Si la familia real es muy extensa (lo que es bastante frecuente porque, recordemos, la mortalidad infantil es muy excepcional en el mundo de Martin), las propiedades se repartirán entre varios parientes, imposibilitando a la corona aumentar el realengo.

Una vez más, el ejemplo de la Francia medieval puede resultar ilustrativo. Los reyes que tuvieron mucha descendencia crearon señoríos para los hijos menores que no iban a heredar el trono, llamados appanages. Aunque no pertenecieran al realengo propiamente dicho, esos territorios eran muy cercanos a la órbita de la corona y, circunstancialmente, podían volver a manos regias si no había herederos. No obstante, con el paso del tiempo, la vinculación familiar y política con estos territorios podía debilitarse, pues tras un par de generaciones estarían controlados por parientes ya lejanos del monarca. El ejemplo del francés ducado de Borgoña en la primera mitad del siglo XV, momento en el que incluso llegó a aliarse con Inglaterra, muestra este peligro.

Este mismo problema sucede con la dinastía Baratheon. Las tierras originales de la familia, en torno a Bastión de Tormentas, fueron heredadas por Renly, mientras que Stannis se quedó con Rocadragón, conquistada a los Targaryen. Ambos hermanos sirvieron fielmente a Robert, pero, a su muerte, se postularon como sucesores al trono, por lo que esos territorios escaparon del control de la corona. No obstante, es posible que ningún Baratheon sobreviva al conflicto (SPOILER: aunque Shireen sigue viva en los libros) y que algún otro linaje desaparezca de la faz de Poniente, por lo que quizás ese sea el momento idóneo para extender las tierras de realengo.

El último problema que afronta el poder regio en Poniente es su dependencia militar respecto a los nobles. No hay un ejército real permanente, sino que depende de los contingentes militares de las grandes casas para conformar una hueste. Esta situación le parece primitiva a Joffrey, que no entiende por qué cada señor debe dirigir a su propio contingente (1.3 «Lord Snow»), pero es similar a la Europa medieval. Los ejércitos reales combinaban unidades que recibían un salario y otras que luchaban por la obligación feudal que les unía al monarca. A partir del siglo XIV, las tropas del segundo tipo empezaron a desaparecer, aunque con enormes diferencias regionales. Por ejemplo, el ejército castellano seguía teniendo una composición muy heterogénea durante la Guerra de Granada (1482-1492).

De vuelta a Poniente, esta situación provoca que la capacidad militar de la corona dependa de la lealtad y fidelidad de los nobles, por lo que, en un contexto de guerra civil, esta se ve enormemente mermada. Para cubrir todas las necesidades militares, a los Lannister no les vale únicamente con sus tropas, por lo que tienen que recurrir a mercenarios, como el despiadado Vargo Hoat y sus «titiriteros sangrientos» (Choque de reyes, «Arya VII»). Similar situación sufre Stannis, pues al no ser reconocido por ninguna casa tiene que crear un ejército compuesto casi de manera exclusiva por tropas a sueldo, por lo que necesita enormes préstamos para financiar la guerra (4.6 «The Laws of Gods and Men»). Una cosa es segura: además de un reino devastado por la guerra (y quizás también por los caminantes blancos), el próximo monarca de los Siete Reinos heredará una enorme deuda con el Banco de Braavos.

Todo apunta a que el drama de Martin concluirá con Daenerys sentada en el Trono de Hierro, pero ¿qué pasará tras la Restauración Targaryen? Tras un elenco de reyes tiranos y/o ineficaces en Poniente, Daenerys representa un monarca mucho más cercano al ideal de «buen rey». Además, goza de una robusta legitimidad que aúna el derecho de conquista, el derecho hereditario (SPOILER: salvo que su «sobrino» diga lo contrario, Danza de dragones, «Tyrion VI») y la presumible aceptación mayoritaria entre la élite del reino. Por encima de todo, Daenerys cuenta con dragones, como su antepasado Aegon, pero si quiere perpetuar la dinastía Targaryen necesita un heredero y fortalecer las débiles bases del poder regio. No obstante, si su deseo no es solo alcanzar el trono, sino crear una nueva sociedad («Break the wheel»; 5.8 «Hard Home»), entonces todo será diferente, y el mundo resultante será menos medieval que el actual Poniente.

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6 Comentarios

  1. Buenísimo artículo, pero el final obvia una cosa y es que Daenerys no puede engendrar un heredero, si bien al final de Danza de Dragones se insinúa un posible retorno de la «sangre lunar».
    Eso si, en la serie nada de nada.
    Saludos.

    • La única prueba de que Daenerys no puede tener más hijos es el testimonio, nada imparcial, de Mirri Maaz Dur – podemos asumir que es cierto, pero no hay evidencia alguna. Y se supone que Daenerys sigue teniendo la regla, como cualquier mujer joven. Simplemente es estéril.

  2. Pingback: Sentarse En El Trono De Hierro: El Poder Regio En Juego De Tronos Desde Una Perspectiva Medieval

  3. Yohel Amat

    No soy de dejar comentarios pero ante lo magnífico de este artículo no me queda de otra que felicitar al autor por lo bien documentado que está su contenido. Aplausos. ??

  4. Un apunte, aconsejaría sustituir el mortandad (referido a la cantidad de niños que mueren) por mortalidad de acuerdo a las indicaciones de la Fundeu:

    http://www.fundeu.es/recomendacion/mortandad-y-mortalidad-no-son-sinonimos-727/

  5. ¡Gracias!

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