Eros Humor Ocio y Vicio

Jurassic Porn

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Imagen: Steveoc 86 (CC)

Una persona no puede decir que ha amado de verdad si nunca ha disfrutado del placer que proporcionan las garras de un velociraptor masajeando sensualmente su zona perianal. Un varón no puede considerarse verdaderamente heteroflexible hasta que no se ha despertado recubierto de semen de pterodáctilo de la cabeza a los pies, y luciendo el aspecto de una tarta merengada, en nido ajeno tras una noche de sexo jurásico. Romper tabúes hoy en día va más allá de la típica gangbang vespertina interracial a la hora de la merienda-cena o navegar por una página de escorts en Madrid, y se convierte en un asunto de proporciones mitológicas: agarrarse al Bigfoot de los tirabuzones durante las sacudidas para mantener los tobillos detrás de la nuca, practicar BDSM con hembras de especies ya extintas,  abrazar el pene erecto de un coloso legendario como quien abraza a un amigo, montar centauros al trote durante el atardecer griego o gemir de placer al frotar el higo entre los cuernos de un triceratops.

Monster erotica

En 2011, un ama de casa estadounidense aprovechó que tenía unas cuantas tardes particularmente ociosas para comenzar a perseguir su sueño de escribir historias que otros pudiesen disfrutar. Sin tener verdadero interés por labrarse un futuro profesional, aquella mujer colocó sus texto en internet a través del servicio Kindle Direct Publishing de Amazon, una plataforma de autopublicación para comercializar libros en formato digital evitando todo el engorro de tener que talar árboles y retribuirles el salario a los herederos de Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg. Pero las ventas de sus primeras historias fueron paupérrimas, sus lectores escasos y las críticas demoledoras. Desencantada con el feedback recibido, la mujer se replanteó su carrera literaria y optó por dejar a un lado sus inquietudes artísticas y fabricar productos que al menos le dieran pasta: adoptó el seudónimo Virginia Wade y comenzó a publicar novelas eróticas nada discretas como La seducción anal de Jennifer o una parodia de Jane Austen titulada Penetración y prejuicio, textos que tampoco disfrutaron de mucho éxito.

Hasta que un día a Wade se le ocurrió escribir una historia que en su cabeza había nacido a modo de chiste: las desventuras pornográficas de unas lozanas excursionistas secuestradas y forzadas por un Bigfoot en lo frondoso del bosque. Un manuscrito que con sus 12 120 palabras (lo que vendría a ser más o menos una veintena de páginas) estaba bastante lejos de poder considerarse una novela al uso y se arrimaba más al concepto de un cuento breve inflado, medio artículo de Jot Down o el discurso ligero de algún líder cubano. Durante las primeras cuatro semanas a la venta aquella ficción erótica cosechó cinco dólares de beneficios, pero llamó lo suficiente la atención como para protagonizar un artículo en la revista Penthouse que propulsaría a la fama las aventuras amatorias del Bigfoot. Año y medio más tarde, la autora ingresaba 30 000 dólares mensuales gracias a aquel texto auto publicado y la conga de secuelas que había producido. No estaba nada mal para un libro titulado Correrse para el Bigfoot, un puñado de páginas donde las palabras «follar» y «Bigfoot» aparecían con envidiable frecuencia, y normalmente formando parte de la misma frase.

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Wade no era especialmente virtuosa con las letras, pero el mundo editorial lleva décadas demostrando que eso al mercado le da un poco igual: Dan Brown tiene pinta de lidiar con el ictus cerebral al elaborar párrafos coherentes pero se ha convertido en gasolina magufa superventas, Blue Jeans vende toneladas a pesar de seguir creyendo que tiene quince años, Stephenie Meyer ha ordeñado petróleo de un fanfiction chusco y Christopher Moore ha construido una carrera a base de fotocopiar (mal) a Terry Pratchett. En Correrse para el Bigfoot, la autora firma sentencias como «—¡Es el puto Bigfoot! —murmuró Shelly —¡Es real, Rediós! —exclamó con la mirara horrorizada— ¡Y tiene un pollón!», una prosa valiente que, aunque alejaba ligeramente su pluma de las escuelas literarias clásicas, era capaz de demostrar que la sinceridad a la hora de contar historias a veces es preferible a las formas engoladas.

Lo rentable del negocio transformó aquellos arrumacos lubricados del Bigfoot en una saga de envergadura notable que propició quince secuelas a pesar de que Correrse para el Bigfoot 5, baby se publicitó como el capítulo final, tan solo dos meses antes de que se lanzase Correrse para el Bigfoot 6. Continuaciones que expandieron el universo original propulsándolo hacia nuevos parajes repletos de peludas orgías multitudinarias, penetraciones dobles, maternidad mestiza, voyeurismo tribal en lo frondoso del bosque, sexo anal y algún virginal bigfoot adentrándose en la senda del placer. La saga también se atrevió a ponerse seria dibujando escenas dramáticas donde algún personaje importante fenecía de manera trágica, mientras estaba copulando, eso sí, para no perder el tono. A la altura de Correrse para el Bigfoot 14, Wade había perfeccionado tanto su prosa como para embelesar a sus lectores pariendo sentencias como «Esto no será una acampada de verdad si no hay una fellatio», «Tenía un miembro plagado de venas y con el extremo abultado como una pelota de tenis», «Ggggrrr… gggrrroooaarrrr… Ohdiosmío» o «Ella frotó el pene entre sus manos como si estuviese haciendo un rodillo con plastilina». En un momento determinado, la escritora decidió convertir su creación en una empresa familiar: su marido esbozaba las tramas, su madre se encargó de las traducciones al alemán, su padre ejerció de editor oficial y los beneficios ayudaron a pagar la universidad de su hija: «Solía decirle que los polvetes del Bigfoot le estaban pagando la matrícula» apuntaba la novelista. Lo hogareño de todo el asunto resulta evidente en la imagen pública de hazlo-tú-mismo que potencia Wade: su perfil en Amazon luce un dibujo casero en lugar de una fotografía de la escritora, y su blog personal contiene entrevistas a los lujuriosos sasquatchs coronadas con más garabatos amateurs.

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Pero Virginia Wade no se conformó con los empujones del Bigfoot y pronto decidió probar suerte adentrándose en otros campos de la literatura erótica: la cópula histórica (La conquista del gladiador, Secuestrada por los piratas o la saga La lujuria de los vikingos), las perversiones extraterrestres (Correrse para el alien), las artes amatorias de otras criaturas fantásticas (El aquelarre, Correrse para el demonio, Correrse para el espectro o Correrse para el hombre invisible) e incluso la novela de misterio (¿Quién mató a Cole Custer en la biblioteca con un consolador?). En 2013, con el Bigfoot ordeñado en más de un sentido, y tras un par de purgas censoras por parte de Amazon y Pay Pal que retiraron varias de sus novelas del mercado mermando notablemente los ingresos, Wade decidió aparcar la pornografía criptozoológica y adoptó otro apodo para escribir novelas románticas: «Es fácil reinventarse: yo pasé de ser la reina de las guarradas a una monja». Aunque la saga del Bigfoot se ha convertido en el mayor éxito de su carrera, Wade asegura que las novelas romanticonas también le han proporcionado abundantes beneficios. En 2018 la escritora decidió volver a sus orígenes y modernizar su literatura erótica con lo que la gente demanda hoy en día: yoga y más bigfoots. Su nueva saga Namasté con el Sasquatch lleva ya cuatro entregas haciendo el perro boca abajo en lo profundo del bosque.

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Estúpida y sensual criptozología erótico-romántica

Lo más hermoso de todo esto es que Wade nunca ha militado sola en las depravadas profundidades del subgénero de la monster erotica, sino que existe una muy extensa lista de escritores que también han hecho carrera encamando humanos con todo tipo de criaturas mitológicas, fantásticas, diabólicas o extraterrestres: Trisha Danes firmó Los demonios aman los culos, Luna Loupe publicó Ordeñada por los aliens (una novela que se define como «erótica lactante de aumento de pecho»), Raven Blackbird tiró de sasquatchxplotaion descarada al lanzar El Bigfoot me dio por detrás y lo disfruté, Clea Kinderton ideó Montada y cubierta por los tritones y Montada y cubierta por los centauros, Vanessa Cox perpetró Atrapada por el cíclope, la católica Emerald Ice es la orgullosa madre de la serie La esclava sexual del alien, Trina Rossi se marcó un Apareada con el Kraken, Evangeline Anderson se puso colosal en Domesticando al gigante, Nikita King escribió El leprechaun cachondo, Kylie Ashcroft concibió Copulando con la planta tentacular de la jungla y K. J. Burkhardt fabricó cosas como Sexo con el robot anatómicamente correcto de mi marido antes de dejar de lado las formalidades en el título y lanzar La puta de Frankenstein pasándose por el papo el detalle de que Frankenstein era el profesor y no el monstruo.

Todas eran historias que a pesar de venderse a precios reducidos (de uno a tres dólares) permitieron a sus autoras  ganarse la vida de manera sana. Al menos hasta que se convirtieron en diana de una ráfaga de puritanismo que sacudió Amazon y otras compañías similares en 2013, cuando un artículo publicado en The -kernel (la revista digital de The Daily Dot) denunció reiteradamente que Amazon estaba plagado de «e-books que celebran la violación, el incesto y el abuso sexual a chicas menores de edad». Desde la compañía de Jeff Bezos optaron por cortar de raíz el problema eliminando todo el material potencialmente ofensivo, obras entre las que se encontraban gran parte de estas novelas de pornografía monstruosa. Algunas de las autoras optaron por cambiar el título de sus creaciones (Correrse para el Bigfoot se transformó en Gemir para el Bigfoot y La esclava sexual del alien se retituló como Las escapadas alienígenas de Sidney) pero aquellos títulos tan poco sugerentes propiciaron que se desplomasen las ventas. Cuando la existencia de literatura erótica en Amazon dejó de ser una noticia con la que llevarse las manos a la cabeza las cosas se tranquilizaron bastante. Actualmente, varias de las novelas citadas más arriba vuelven a formar parte, con su título original, del catálogo de e-books de la compañía americana.

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Jurassic porn

Alara Branwen y Christie Sims (autoras que ya se han asomado por aquí en alguna otra ocasión) son los seudónimos que utilizan dos escritoras de éxito justamente para regatear el éxito que han cosechado como escritoras por culpa de un puñado de criaturas cachondas que casualmente están extintas. Su historia comenzó con Sims tanteando el mundo de la literatura erótica como opción con la que sacarse un dinero extra para sufragar sus estudios universitarios. Tras investigar y descubrir que la monster erotica parecía ser un género muy solicitado, la mujer autopublicó digitalmente una historia corta titulada Montándoselo con el dragón, cuyas exitosas ventas le animaron a centrarse en lo de escribir guarradas con bichos en lugar de trabajar horas extra como reponedora de un supermercado.

Pese al éxito, no tardó demasiado en aburrirse de encamar dragones con doncellas y comenzó a masticar una idea, inspirada por Jurassic Park, que le parecía especialmente graciosa: introducir dinosaurios en sus novelas e inventar la dinosaur erotica. Sims escribió su primera historia erótica con dinosaurios implicados y Branwen, una estudiante con la que compartía habitación en la Universidad de Texas A&M, le ayudó a pulir el asunto. Desde entonces se han convertido en las pioneras de un género para el que han facturado cosas como Montada por el T-Rex, Violada por los triceratops, En el nido de los velociraptors, Dino park after dark, Apareándose con el raptor, El deleite de los balaur, Montada en el museo de dinosaurios, Dinosaurio en la grieta o La virgen del velociraptor, entre varias decenas de húmedas aventuras similares. Aunque los calentones con dinosaurios se convirtieron en sus piezas más exitosas, las escritoras también se las apañaron para barajar todo el espectro de fantasías posibles: El confort del fantasma, Orco sin linaje, La novia del hombre-lobo, Montada por el pegaso, Combate con los centauros, Cazadora de goblins, Oso cachondo en Alaska, Cabalgada por la hidra, El hombre-oso contra el hombre-conejo, Secuestrada por el sátiro, Gárgolas en el bosque, Amor leonino o Cachonda por culpa del hombre lagartija también forman parte de su maravillosa bibliografía.

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A la hora de hablar de pasta se limitan a ofrecer pistas de las cantidades que manejan: «No vamos a especificar cifras concretas pero digámoslo así: Christine y yo ganamos más que un amigo nuestro que trabaja como ingeniero en Boeing y que un contable que conocemos de Dallas con cinco años de experiencia». A la hora de hablar sobre la sexualidad de sus creaciones apelan a la lógica: «El T-Rex es una criatura frustrada porque con esas patitas no llega a alcanzar su entrepierna».

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Pese a lo vibrante y colorido de los lascivos subgéneros literarios enumerados hasta el momento, lo verdaderamente epatante se encuentra en el otro extremo de la acera, porque ese es el lugar en el que se asientan la producción de los prodigiosos Hunter Fox y Chuck Tingle, dos autores especializados en monster erotica exclusivamente gay. Fox es el literato que ha legado al mundo de la cultura composiciones como Un dinosaurio monstruoso me forzó a ser gay, Rellenado por el centauro gay, El warlock malvado persigue mi culo, El dragón de tres cabezas castigó mi cuerpo, El pterodáctilo me volvió gay, Mi amante homosexual el dientes de sable, El Spaghetti Monster meneó mi ensalada, Un grifo me destrozó, El pegaso maligno quiere mi culo gay, Empalado por el dragón, Gangbang de cíclopes gays, Un perro-robot me convirtió en gay, Mi primera vez con un unicornio, o el oportunista Magic Spike: dinosaurios strippers.

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Pero lo sublime llegó gracias a la pluma de Chuck Tingle, un autor misterioso cuya biografía apunta que nació en Home of truth, una comuna religiosa de los años treinta situada en Utah y que hoy en día se ha convertido en un pueblo fantasma, y reside en Billings (Montana). Su currículo oficial además especifica que posee un doctorado en «masaje holístico» por la Universidad DeVry (una entidad que no ofrece titulaciones en ese campo) y es ducho en el taekwondo (donde «casi» tiene cinturón negro). En los corrillos de literatura erótica está considerado como un ser extremadamente sensual y tiene el mérito de haber creado la historia «tingler», un tipo de narración tan dichosamente erótica como para que el lector no pueda evitar sentir un cosquilleo recorriéndole la columna vertebral al adentrarse en ella. Tingle también es el responsable de Trump Debate Facts, una web que se dedica a debatir afirmaciones que Donald Trump ha hecho públicamente como «Nunca he estado en el Vacío ni probado la carne de aquellos atrapados allí».

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Pero lo importante de todo esto es que la obra de Tingle es una producción literaria sublime que va más allá del entendimiento o la razón humana y se eleva hasta alcanzar glorias celestiales. Una colección de cuentos que ni siquiera necesitan ser leídos para ser apreciados en toda su grandeza: sus propios títulos ya son composiciones de orfebrería tan majestuosas como para merecer el honor de ser talladas en mármol y contempladas en los museos o, en su defecto, impresas en pan de oro y enmarcadas sobre la chimenea del salón. Una cosecha extraordinaria que comenzó tímidamente jugueteando con la clásica erótica de los dinosaurios (su primera historia publicada fue Mi triceratop multimillonario anhela culo gay) para acabar generando alguna de las ficciones, protagonizadas a menudo por conceptos antropomórficos, más creativas de toda la historia de la literatura. Veamos:

-Atizado en el ojete por mi concepto lineal del tiempo.

-Hay un bitcoin en mi culo y es muy apuesto.

-Enculado por la sensual manifestación de mi propia negación ignorante del cambio climático.

-El culo de Schrodinger. 

-Pounded by the Pound: convertido en gay por las implicaciones socioeconómicas de los británicos abandonando la Unión Europea. 

-Enculado por mi sensible manifestación del premio a la mejor película mal anunciado. 

-Fake News y empalmes reales.

-Analmente tuyo: el unicornio marinero.

-Viviendo durante ocho años en mi propio trasero inicié un negocio que generó beneficios gracias a la reinversión basada en el sentido común y un marketing estratégico orientado.

-El lunes castiga mi culo.

-Brangelina se separa en dos para encularse a sí misma.

-Sodomizado por el vestido gay que cambia de color.

-Enculado por mi propio culo.

-Destrozado por mi fidget spinner.

-Enculado por Covfefe.

-Azuzado en el culo por el hecho de que el tiempo que se ha tardado en escribir y publicar este libro sea menor que toda la duración del mandato de Tony Scarymoochy como director de comunicaciones de la Casa Blanca.

-Enculado por mi propio libro titulado «Enculado por mi propio culo».

-Domald Tromp Jr. maltratado en el culo por sus reuniones rusas secretas y el encubrimiento extremadamente incompetente de las mismas poco después.

-Horadado por la reacción al título de este libro.

-Vejado en el culo por las acusaciones de saltar sobre el tiburón prehistórico conocido como megalodon.

-La apuesta manifestación física del otoño me volvió gay.  

-Volverse gay por culpa del temor existencial de ser un personaje en un libro de Chuck Tingle.

-Vapuleado por la gran atención mediática que ha recibido mi libro «Pounded by the Pound: convertido en gay por las implicaciones socioeconómicas de los británicos abandonando la Unión Europea».

-El hombre huraño vapuleado por el miedo a su homosexualidad latente por culpa de un dinosaurio que se transforma en unicornio.

Creaciones, que en ocasiones alcanzan el delirio más absoluto, con las que el escritor no solo ha logrado reflejar con precisión a la sociedad contemporánea sino que incluso le han llevado a ser nominado a uno de los premios más prestigiosos de la ciencia ficción.

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En abril de 2016, el relato La invasión anal de los raptors espaciales de Tingle logró colarse como una de las finalistas de los prestigiosos premios Hugo en la categoría de Mejor historia corta del año. Unos galardones, considerados como una institución en el mundo de las letras fantásticas y de ciencia ficción, que llevan concediéndose desde 1953 y entre cuyos premiados figuran firmas como las de Isaac Asimov, Connie Willis, George R. R. Martin o Ray Bradbury. Pero la inclusión de una obra de Tingle entre los nominados no respondía a criterios de calidad sino a un sabotaje por parte de los zoquetes de dos colectivos de ultraderecha: los Sad Puppies (de mentalidad conservadora) y los Rabid Puppies (ultraderechistas y supremacistas blancos). Dos tropas de señores llorones encabezadas por hómofobos, racistas y gente que estaba a favor de quitarle el voto a la mujer porque «son criaturas débiles y manipulables», colectivos de tarados con nombre de peluche que planearon rebelarse contra los Hugo al considerarlos demasiado inclusivos y politizados.

Los puppies defendían que los premios se concediesen exclusivamente a hombres blancos hetero, y con dicho fin se organizaron para influir en las votaciones aprovechando que los finalistas a los Hugo se deciden entre los afiliados a la Worldcon (una membresía que se obtenía pagando cuarenta dólares de cuota). De 2013 a 2016, el plan de los puppies fue convertir en finalistas las obras de los escritores ultraderechistas (entre los que, para sorpresa de nadie, figuraban sus fundadores) y también lograr que obras de calidad muy cuestionable acabasen anidando entre los nominados. La invasión anal de los raptors espaciales de Chuck Tingle fue uno de los libros que la pandilla de conservadores lograron colar en las listas, pero el propio autor se lo tomó de la mejor manera posible: etiquetó públicamente a los puppies como una banda de demonios y anunció que, en el improbable caso de ser premiado, su Hugo lo recogería Zoë Quinn, la activista antiacoso que fue hostigada durante el Gamergate por un montón de señoros, algo que escoció mucho a los miembros del colectivo puppie. Entretanto, Tingle aprovechó para sacar rédito de todo el asunto: no solo comenzó a presentarse como finalista del premio Hugo sino que además publicó historias basadas en propio incidente: Castigado en el culo por mi nominación a los Hugo y Enculado por mi fracaso en los premios Hugo. En 2017, recibió con bastante más alegría una nueva nominación, en este caso real y obtenida por sus propios méritos, en la categoría de Mejor escritor aficionado. Y gracias a ello publicó Enculado por mi segunda nominación a los premios Hugo. Un genio.

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7 Comentarios

  1. Antonio Rodríguez

    Indescriptible, no tengo palabras xDDD

  2. Pounded hard in the ass by the only fact of reading Chuck Tingle’s book titles (and I enjoyed it) xxD

  3. Me fascina la capacidad de los americanos de sacar dinero de la nada. Esto en España es simplemente imposible.

  4. Absolutamente impagable… muchas gracias.

  5. Que panzada de reír. Gracias por un rato divertidísimo.

  6. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (N°474)

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