Hay menos quince grados en Belgrado. Nieve por todas partes, hielo en cada esquina. Te puedes partir el espinazo como te descentres un segundo al caminar. Los autobuses han estado días sin funcionar. Un taxi tardaba ochenta minutos de media en recogerte. La ciudad colapsada. Se fue la calefacción en el barrio central y el responsable de Energía tuvo que ir a dar la cara al día siguiente en prime time en la televisión pública en una dura entrevista. Un pequeño caos.
Y en medio, los refugiados, cuyo flujo nunca se ha interrumpido; los que no querían dormir en los albergues recibían mantas y abrigos para pasar la noche en largas colas cuyas fotografías se han difundido por las redes sociales de toda Europa. El temporal ha sido tan duro que por las mañanas aparecían perros callejeros congelados por las esquinas.
Cuando haces el recorrido habitual del aeropuerto al centro de la ciudad el taxista, al ver que eres extranjero —no falla—, te señala con precisión dónde está el restaurante de los padres de Djokovic, héroe nacional. Luego pasa irremediablemente por delante del antiguo Palacio de la Federación, donde se hizo en 1961 la primera conferencia de los jefes de Estado y Gobiernos de la agrupación del Movimiento de Países No Alineados, pero ahí ya no dice ni moco. Serbia ya no es Yugoslavia.
Tampoco se pronuncia al cruzar con el taxi el río Sava por el puente Stari Savski. Lo construyeron los alemanes durante la ocupación, pero cuando estaban retirándose acosados por los partisanos decidieron volarlo. Sin embargo, un maestro de escuela que vivía al lado, Miladin Zaric, vio las cargas colocadas y cortó los cables de los detonadores. Fue el único puente de toda Europa, junto al de Remagen, que los nazis quisieron y no pudieron dinamitar. No te mencionará a este héroe de Yugoslavia. Al ver que eres español, te chinchará con Nadal.
El camino seguirá por la plaza Slavija hasta el antiguo edificio del Estado Mayor del Ejército yugoslavo, que es una ruina de escombros en el mismo centro de la ciudad. En el esqueleto que queda en pie todavía se ven los agujeros de los misiles de la OTAN que lo destruyeron en 1999. Es ahí donde quedo con Miguel Rodríguez Andreu, director de la revista Balkania, la empresa más duradera hasta el momento para acercar la realidad e historia de la región a nuestra lengua.
Los restos del ministerio contiguo han estado desde entonces al descubierto, cargados de simbolismo, pero por fin los están retirando, bajo la atenta mirada de un cartel mastodóntico de promoción de las fuerzas armadas serbias con una bella soldado saludando. A Miguel, que lleva aquí muchos años viviendo, le parece bien. Cree que ya es hora. Cambia la faz de la ciudad. Hasta hoy ha sido lo primero que veía el turista recién llegado. Eso condiciona cualquier experiencia, eclipsa los múltiples atractivos culturales y de todo tipo de la región y pone el foco en la guerra ante todo, explica. Basta ya de exportar esa imagen de muerte y destrucción. Sobre todo, porque de aquí emanó uno de los lemas ideológicos más nobles: «Bratstvo i jedinstvo» («hermandad y unidad»). Gran ejemplo para todos los pueblos del mundo.
Le pregunto si van por ahí los tiros con el nombre de su revista, Balkania, que me suena al viejo sueño de Tito de establecer una confederación balcánica que incluyera a Bulgaria, Albania e incluso Grecia. Hubiera sido una Unión Soviética del sur, pero se fue al traste, entre otros motivos, por el boicoteo que hizo Stalin de la política exterior yugoslava en los años cuarenta.
A Miguel le hace algo de gracia la comparación: «La gran diferencia entre Tito y Stalin en aquella época era la descentralización. Tito era muy consciente de lo ambicioso y arriesgado de su proyecto porque conocía muy bien la fortaleza de la nación. La II Guerra Mundial en Yugoslavia fue un conflicto ideológico, pero también una guerra civil, e incluso étnica. El genocidio de serbios a manos de croatas ustaše y las matanzas de musulmanes por serbios četniks fueron crímenes nacionalistas. Tito sabía que establecer un solo país era un desafío mayúsculo y, en parte por su ascendencia austrohúngara, quiso implantar un pequeño imperio, algo como la monarquía dual, pero en comunista».
La federación yugoslava se constituyó con seis naciones y el reconocimiento de las nacionalidades minoritarias albanesa, húngara, turca, rutena, romaní… hasta dieciocho, incluyendo la de los que se consideraban solamente yugoslavos. Una prueba de que no fue fácil establecer un armazón legal para esta complejidad étnica fue que se escribieron y aprobaron cuatro constituciones en treinta años. En el 46, 53, 63 y en el 74.
El motivo de tanta corrección del marco legal elemental fue que el rumbo del país nunca estuvo del todo claro. Yugoslavia fue más estalinista que el estalinismo hasta que rompieron con Moscú e iniciaron entonces una línea basada en un socialismo mucho más benevolente que el soviético. El invento no estuvo exento de duras purgas a los llamados estalinistas mientras en los demás países socialistas europeos se purgaba a los acusados de titistas, pero marcó una línea que apreciaron en Occidente.
Este nuevo modelo contó con la ayuda y financiación estadounidense, del FMI y del Banco Mundial. Pero cuando, llegado el momento, en los sesenta, la evolución económica y social lograda precisó reformas democráticas que, como señaló el historiador François Fejtö, ya no podían ser solo teóricas como hasta entonces, Tito echó el freno y reculó. Yugoslavia era un carrusel de emociones políticas un tanto impredecibles.
No obstante, durante esos primeros años de comunismo picapedrero, el nivel de vida alcanzó cotas hasta entonces nunca soñadas. Tal y como cuenta Miguel: «En esta parte del mundo, en la primera mitad del siglo XX, vivieron las guerras balcánicas, luego en la Primera Guerra Mundial se perdió un tercio de la población y, después, en la Segunda Guerra Mundial, murió la octava parte. Fueron cincuenta años de historia terroríficos. No hay una familia que no tenga muertos en alguna de esas guerras o directamente en todas. No encontrarás a nadie que no estuviera afectado. Por eso, lo que vino después con Tito fue una bonanza económica con la que en solo diez años, entre los cincuenta y sesenta, las condiciones de vida multiplicaron sus niveles».
A finales de los setenta, por el contrario, el desarrolló económico se estancó definitivamente y rápidamente el país enfiló la cuesta abajo. Por primera vez empezó a haber problemas para pagar la deuda externa y la productividad no respondía. En estos años, el déficit del país se llegó a cubrir en un 60 % con las remesas que enviaban los trabajadores en el extranjero, detalla Miguel.
Nevenka era economista en los ochenta, ahora está jubilada. Pero no guarda un recuerdo especialmente malo de esa década, para ella lo realmente duro llegó después, en los años noventa, con las guerras de secesión. En cualquier caso, me cuenta: «En los ochenta, los sueldos empezaron a ponerse un poco inestables y yo lo que hacía, cuando podía, era irme a Turquía y a Hungría a comprar ropa y productos de limpieza que luego vendía en Belgrado, donde no había o escaseaban».
Otra mujer jubilada, Marija, coincide en que lo grave de verdad fueron los noventa, en los que estuvo varios años yendo a trabajar sin cobrar ni un solo mes, pero sin poder abandonar su puesto de trabajo para poderse luego jubilar. Ella recuerda: «En el 84 me casé y todavía podíamos coger un crédito para un piso, no estaba mal. Aunque mi primo por aquel entonces se iba a Turquía a traer gasolina, que no había. A los que nunca les faltaba nada era a los que estaban relacionados con el partido o trabajaban en fábricas controladas por los sindicatos estatales. A ellos les daban carne, aceite… Eran los únicos que en sus casas siempre tenían detergente, por ejemplo».
Pero la crisis en los ochenta era en todo el mundo socialista, no solo en Yugoslavia. Marko, un obrero de cincuenta años, en la época, cuando escaseaba el trabajo, cogía la furgoneta y se iba a Rumanía a vender productos básicos: «Yo era contrabandista, pero de pimienta [se ríe]. Llevaba pimienta a Rumanía porque allí sí que no podían comprar nada. A los guardias de fronteras les sobornaba con queso. Una vez uno me pidió algo más, yo no tenía nada que darle, y se conformó con mi chaqueta. Con eso ya pude cruzar. Con otro policía de la aduana hice amistad y un día me pidió que le trajera algo a su hijo. No entendí muy bien lo que pidió, porque nos comunicábamos como podíamos en dos idiomas distintos, pero le llevé chicles y chucherías. Al llegar, el policía me estaba esperando con él en la frontera y el crío se llevó un disgusto. Lo que me había pedido era ¡pašteta! [paté]. El chaval lo que quería era comer paté».
«Dinero no faltaba, pero había problemas para comprar lo que necesitaras —sigue Miguel—; los húngaros iban a Subotica, en el norte de Serbia, a comprar lo que no había en Hungría, y los yugoslavos se movían de república en república, o iban a Budapest, Tesalónica o a Trieste porque ahí sí contaban con otros productos que no encontraban en su propio país. El caso más paradigmático que describe muy bien toda esta situación es cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno en Sarajevo. Muchas tiendas de Yugoslavia se quedaron vacías para suministrar a la capital bosnia. Estabas en Belgrado, tenías dinero, pero no podías comprar papel del WC. Eso sí, en los noventa ya no hubo ni bienes ni dinero».
Le pregunto a Jasna, de veintiocho años, cómo recuerda su infancia en esa década maldita, los noventa, si es cierto lo que dice Miguel, y sí. Lo confirma: «Lo que nunca olvidaré de la carestía que hubo de todo eran los chicles Orbit. Aquí, al ser de importación, eran carísimos, prohibitivos, un paquete costaba un salario, pero había gente que los traía del extranjero de contrabando. Entonces, por la calle te encontrabas a los traficantes de divisas, de marcos alemanes y dólares, que iban por las esquinas diciendo “Devize, devize”, que parecía un zumbido de moscas, y entre medias salía otro “Orbit, Orbit, Orbit”, que traficaba con chicles. Así estábamos».
Sin embargo, Miguel considera que el trauma de la guerra de los noventa ha sido muy dañino por motivos obvios, pero muy especialmente porque ha impedido ser autocríticos con los problemas económicos que venían ya de los setenta. «No hay más que ver toda la excelente cinematografía yugoslava —explica—, localizaciones más y más decadentes, en la que los guiones no pueden eludir la picaresca, la pequeña corrupción y el tráfico de influencias que se iban extendiendo por la sociedad».
Miguel de repente para un momento, piensa, y matiza: «Pero, claro, a veces es cierto que no les queda otra que hablar bien del régimen, les había proporcionado mucho. Ahora hay, por ejemplo, muchos jubilados que han pasado más tiempo como pensionistas que trabajando. También los permisos de maternidad eran largos, y siguen siendo de los más amplios de Europa. Cuando empezaron las movilizaciones en los países socialistas, aquí hubo huelgas, pero el nivel de agitación social no llegaría a ser tan alto hasta finales de los ochenta. Hay, de hecho, un vídeo de una exposición que hubo en el Museo de Historia de Yugoslavia, el que está anexo al mausoleo de Tito, donde se ve a un periodista durante los ochenta entrevistar a la gente por la calle en esa época y preguntarles si creen que se merecen lo que tienen… y los entrevistados dudan [risas]».
La yugonostalgia actual es un fenómeno apreciable en todas las antiguas repúblicas. En Belgrado hay varios restaurantes decorados al estilo partisano, con carteles comunistas, donde no faltan referencias a la guerra de España, y bustos de Tito en cada estantería. El último de estas características que ha abierto, en el bohemio barrio de Savamala, se llama directamente SRFJ (República Socialista Federativa de Yugoslavia) y tiene seis mesas, una por cada república con el nombre y el mapa de cada una. Los propietarios son un bosnio y un montenegrino, que me dicen: «Cuando hay un cumpleaños o algo así, tenemos que juntar todas las mesas, entonces tenemos la Yugoslavia unida otra vez y ahí tenemos la señal de que eso es un fiestón».
Quizá Croacia pueda ser la más reticente a este tipo de guiños al pasado, pero si buscas un bar en Zagreb a altas horas de la madrugada verás que en los flyers y carteles el atractivo que destacan de cada local es que pinchan yugo-rock, grupos de punk y nueva ola de los ochenta que en Yugoslavia fueron prácticamente coetáneos a los del Reino Unido.
Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué tantos sectores se refugiaron en el nacionalismo cuando vinieron mal dadas y acabaron reventando el país? Miguel cree que en tan poco tiempo la sociedad no pudo cambiar tanto como para crear un hombre nuevo, socialista y yugoslavo, que nada tuviese que ver con el pasado: «Hay que tener en cuenta que Tito cogió un país en el que un 75 % de la población eran campesinos. Cuando luego ponía fábricas, lo hacía en el interior, lejos de las fronteras por si la URSS los invadía. No hay que olvidar que esa amenaza existió durante muchos años, y se cumplió en Hungría y Checoslovaquia, y fue utilizada para cohesionar a la población frente a un enemigo exterior que cada vez lo fue menos. Los trabajadores de esas factorías eran obreros industriales, sí, pero luego el fin de semana se volvían al campo. El vínculo con el pueblo nunca se acababa y por eso no se podía terminar de desactivar el nacionalismo étnico. Si hasta los trabajadores yugoslavos que fueron a Alemania como Gastarbeiters decían que sus vecinos se quejaban de que tenían el balcón lleno de pimientos colgados para hacer ajvar (una sabrosa salsa local). Eran trabajadores urbanos, pero su mente y costumbres seguían en el pueblo de origen».
En este punto, Nevenka me cuenta un chiste: «Preocupación en serbocroata se dice briga, en la época de Tito teníamos muchas: Bulgaria, Rumanía, Italia, Grecia y Albania [risas]. Pero quién nos iba a decir que la más gorda éramos nosotros mismos». No le falta razón, pero no solo por los manidos tópicos sobre los nacionalismos y odios atávicos de los Balcanes. El problema también estaba en la propia Constitución del país, que pretendía ser un impulso contrario, de conciliar diferencias, pero cuya lectura en el momento crítico estuvo caracterizada por sus ambigüedades y pasajes francamente contradictorios.
Isidro García está en Jordania trabajando con los refugiados sirios. Fue cooperante durante años en Bosnia y Herzegovina. Su tesis doctoral, presentada el año pasado, investiga la relación entre el derecho al desarrollo y el derecho de autodeterminación según el caso de la desintegración de Yugoslavia. Conoce muy bien la Constitución del 74 y decido pegarle una llamada: «Fue un tema de agria disputa —me comenta de entrada—. El prólogo decía claramente que eran los pueblos de Yugoslavia los que por su derecho de autodeterminación, que incluía el derecho a la secesión, libremente se agrupaban y creaban una comunidad federal y socialista. Ahora bien, eso era el prólogo, nada más».
El problema estaba en los principios ideológicos que habían inspirado el texto. Sigue Isidro: «Esa Constitución en su articulado asumía que el problema nacional ya lo habían dejado atrás. En la ideología marxista tradicional, la cuestión nacional se superaba con la creación de federaciones que avanzarían juntas hacia el Estado comunista. Había un principio y un final definido. No necesitaban mayores aclaraciones. Entonces se asumía que los pueblos ya se habían autodeterminado y esas repúblicas eran la expresión de su autodeterminación. Sin más».
A las guerras se llegó por muchos motivos más, pero uno de ellos, nada desdeñable, fue la interpretación de este texto, concluye: «Se distinguía entre nación, nacionalidades y minorías, pero todas eran, de acuerdo con el artículo 265, iguales, para no caer en el principio que tanto aborrecían de que hay pueblos inferiores a otros por su propia naturaleza. La disputa se articuló por tanto en torno a si el derecho a la secesión era tal, porque estaba en la Constitución, o no, porque estaba solo en el prólogo. Y, luego, ¿de quién era? Unos nacionalistas argumentaban que de los pueblos, cuyos límites no coincidían con las fronteras de las repúblicas que formaban Yugoslavia, y los nacionalistas a los que la división territorial les favorecía sostenían que ese derecho recaía en las repúblicas. Especificado no estaba nada, eso está claro. Tanto que al final tuvo que llegar la Comisión de Arbitraje de Badinter de la comunidad internacional y decidió que serían los límites de las repúblicas, y ese fue el criterio que se siguió. Pero no era nada fácil decidir si eran las repúblicas o los pueblos porque para la doctrina política yugoslava los pueblos ya se habían manifestado y su voluntad era unirse».
Había otro problema más en ese texto. Como apuntó en sus investigaciones publicadas en Balkania Antonio Moneo-Lain, actualmente en el Banco Interamericano de Desarrollo, la arquitectura estatal que diseñó estaba descentralizada hasta tal punto que vació de contenido al Gobierno federal. «Para un político yugoslavo de la época terminaba siendo más atractivo ser alguien en el Gobierno de la república, en Liubliana o Zagreb, que en el Gobierno de toda la Federación yugoslava. Cuando se dan esos desequilibrios es que algo pasa», advierte Miguel. A la hora de emprender reformas económicas en el momento en el que el país iniciaba la deriva, no hubo una dirección central que pudiera marcar una sola línea. Sin un poder ejecutivo real del Gobierno federal, los intereses de las repúblicas ricas eran contrapuestos a los de las menos desarrolladas. En consecuencia, los ochenta se caracterizaron política y económicamente por una gran parálisis.
En esos años, la brecha entre el partido, los burócratas y las élites, y el resto de ciudadanos no hizo más que acentuarse. Milovan Djilas, el viejo camarada de Tito, ya lo advirtió en su libro La nueva clase, donde denunciaba la aparición de una burguesía roja dominante equiparable a la capitalista. Los conflictos en el seno de la federación, antes de perfilarse las primeras independencias de Eslovenia y Croacia, tuvieron este signo. De hecho, las protestas más relevantes se llamaron «antiburocráticas». Pero quienes supieron explotar ese descontento fueron los políticos nacionalistas, que, con el apoyo recibido, ahora sí, encaminaron al país hacia la desintegración traumática.
Miguel cree que la clave estuvo después del 68. Tito a principios de los setenta confrontó las manifestaciones, pero también purgó a destacados líderes de la Liga Comunista, de corte liberal, sobre todo en Croacia y Serbia, como Miko Tripalo o Latinka Perović, y los sustituyó por gente del ala dura y autoritaria. El director de Balkania entiende que ellos, si hubieran seguido en puestos de importancia, podrían haber sido capaces de liderar la transición que, por otra parte, tuvieron que afrontar más tarde o más temprano todos los países socialistas europeos. Pero la oposición al socialismo solo la protagonizaron los nacionalistas. Nadie tuvo más fuerza que ellos en aquella etapa crítica.
Por eso es importante subrayar que la desintegración no fue inevitable. El italiano Alfredo Sasso, autor de una tesis sobre los movimientos no nacionalistas en Bosnia entre 1989 y 1991, me cuenta con un café que, en realidad, en las primeras elecciones croatas los nacionalistas ganaron por un estrecho margen. Hubo una resistencia, no suficiente, pero sí importante, a la sinrazón.
Sin embargo, con un discurso nacionalista en cada república, ya no hubo prácticamente nada que hacer. Aunque las conclusiones de su investigación coinciden con algo que me ha comentado antes Miguel: «Quizá no hubiera muchos yugoslavos a favor de Yugoslavia, pero muy pocos estaban en contra».
Es un ejercicio teórico.
En los años 80 del siglo XX una serie de elementos reformistas se hacen con el control del partido comunista yugoslavo, emprenden una serie de reformas destinadas a una relativa centralización de la administración pública respetando las obvias identidades locales linguisticas religiosas y étnicas.Dichas reformas satisfacen a amplias capas de la sociedad yugoslava, que no caen en las redes de los diferentes nacionalismos.
Fruto de ello en 1990 con la caida del muro de Berlín la Republica yugoslava convoca elecciones y se forman varios partidos politicos. Se redacta una constitución y se aprueba mayoritariamente ratificandola en todas las regiones.
Para 1995 se ha logrado una estabilidad economica, fruto de los precios bajos, la seguridad y un gobierno central fuerte y estable, los inversores internacionales, y los turistas han acudido, miles de Hungaros, Checos, Eslovacos Austriacos polacos o Rumanos acuden en verano a la costa croata y montenegrina para disfrutar de las playas del adriatico y de las ciudades costeras antiguos asentamientos de la republica de venecia.
En el norte, la región de Eslovenia,gana un conocido prestigio como capital balcanica de los deportes de invierno.
Estos dos factores combinados, unidos al atractivo de la flora y la fauna de la región, y a la impresionante riqueza arquitectonica hacen de Yugoslavia rapidamente una potencia turística. El eje-Zagreb-Mostar-Belgrado se convierte en la columna vertebral industrial del pais. Grandes multinaciones como Volkswagen instalan factorias en la región, atraidas por un mercado interior de 23 millones de clientes potenciales, y el hecho de ser un cruce de caminos entre todos los estados balcanicos.
En deporte ya ni hablamos, Yugoslavia es como minimo semifinalista en los mundiales del 94-98 y en las eurocopas de 1992 y 1996 y compite en todo cuanto quiere en baloncesto y balonmano………Cuando aprenderemos que juntos siempre vamos mejor que por separado.
Por mucho que lo pintes bonito, ni somos ni vamos a sentirnos en la vida españoles.
Ya os conocemos y no queremos compartir país con vosotros. Se ha intentado y ha fracasado, reconozcamoslo y pasemos página todos.. nosotros y vosotros.
Si os entestais en que ni podamos expresarnos ni nos una via para poder llevar nuestra propuesta política os convertireis en lo que se convirtieron los serbios.
Pues claro que no sois españoles, ¿desde cuándo los croatas sois españoles?..
Tu deliras…
Gracias por el artículo. Da gusto leer análisis como éstos. Desde fuera y por analogías, hay movimientos como el nacionalismo, que solo requieren un germen i ser alimentados. En mi Catalunya y sin comparaciones tenemos un ejemplo. Los equilibrios como el titoista caminaban al final por una arista, pero en la postguerra era lo más atractivo. Sería bueno ir recordando los 75 años de la creación de S.R.F.J. o el 15 de enero, el centenario del asesinato de R.Luxrmburgo y K.Liebknecht
La nostalgia no es práctica pero la practico. Salud
Que placer leer a Alvaro Corazon. Bien documentado y mejor redactado.
Discrepo en cambio de sus valoraciones respecto del nacionalismo.
No soy nacionalista ni nunca lo he sido, pero el derecho de los pueblos o de las personas a autodeterminarse deberia ser siempre respetado. Incluso cuando un nacionalismo mas poderoso ve peligrar su poder. Eso es lo que ocurrio con Serbia en su momento o ahora con España.
Los movimientos secesionistas, de Croatas, Eslovenos, o Bosnios deberian haberse dejado en paz y habrian ahorrado miles de vidas. Cuidado con los prejuicios, caballeros. Ultimamente em nuestro pais se tergiversa la historia y se pervierte la verdad en el nombre d intereses electorales y sueños de poder.
Eslovenia fue la agredida. El estado Serbio el agresor.
Muchas gracias por tu comentario, Andreu. Tan solo una pequeña apreciación que explicaré someramente por si no quieres reiterar el error. «El estado serbio» no agredió a Eslovenia. Es más, su líder, Slobodan Milosevic, estaba de acuerdo con su independencia. La llamada Guerra de los 10 días la libraron el Ejército Federal de Yugoslavia siendo primer ministro Ante Markovic, un croata. Tampoco se puede calificar de agresión la intervención, a mi modo de ver. Las tropas federales se dirigían a controlar 35 aduanas, el aeropuerto y un puerto porque sin divisas, el resto de la federación colapsaba. El ejército federal informó de qué iba a hacer y qué rutas iba a seguir. Sin embargo, alguien desobedeció y además sacó tanques de los cuarteles. Creo que aún no ha quedado claro quién ni el porqué. La defensa territorial eslovena lo consideró una invasión de su país y atacó al ejército.
Respecto al derecho de autodeterminación entendido como derecho a la secesión, no se valora como tal. La cuestión que se describe en el artículo es cómo lo articulaba la Constitución de Yugoslavia. Si era un derecho de los pueblos o de los territorios.
Muy de acuerdo con tu respuesta, Álvaro. No estaría de más afirmar que Alemania había enviado artillería pesada a Eslovenia y había prometido reconocer su declaración de independencia, hecho que finalmente acabó imponiendo a todos los socios europeos.
Te recomiendo, si no la has leído, “The banality of ethnic wars” de Mueller, un artículo que ofrece una perspectiva en la línea de conclusión: que pocos yugoslavos veían con buenos ojos la separación y que las tensiones nacionalistas no bebían de odios irreconciliables del pasado sino de la agitación y la propaganda de los políticos interesados en la secesion.
Un gusto de artículo.
Falso: Eslovenia no fue agredida por el Estado Serbio.
Falso tú. Y además, no lo has entendido.
Y dale con esta matraca de los nacionalismos irreconcialiables. En estas épocas de cambio en donde hasta las fronteras perderán su significado primitivo y medieval, hay quienes buscan la seguridad en una identidad antropomórfica que jamás existió. Y es una de las manifestaciones humanas más duras para morir. Pero, así como nos libramos de a poco de la esclavitud, de las religiones, de los prejuicios de género, del fascismo y del comunismo obligatorio, también el nacionalismo será, en el futuro, una reliquia que nos avergonzará. Me preguntó si cuando colonizemos Marte servirá de algo ser español, catalán o croato para subir a las naves e iniciar una nueva etapa humana.
La gente que colonice Marte , tras generaciones y generaciones (cientos de años posiblemente) y cuando aquello deje de ser un proyecto y existan ciudades, estructuras politicas etc.. se sentiran .. marcianas, apreciaran su origen terraqueo sin duda, pero defenderan su tierra con uñas y dientes si los terraqueos tratan de abusar de su buena fe.
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