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Maldito Milo Manara

Milo Manara

La mirada contraída en una mueca de impostada modosidad. Los labios entreabiertos, jugosos, silabeando una invitación. Aquí reposa, inconfundible, Gullivera, la mujer de nueve metros, en el momento exacto en el que la poción la vuelve minúscula. Con la enagua remangada, más abajo, el cuerpo imperioso de Molly Mallone está dispuesto a devorar a un cualquiera irlandés. Danza por ahí la bailarina Beatriz, en cueros, todo pierna y toda sexo. Hembras dibujadas con la perfección de lo imposible, con un parecido en absoluto casual, porque son las diez mil mujeres de Manara, o acaso una sola. La turbación se nota desde la calle.

El lugar parece la sala de máquinas de Eros. Hay bocetos, láminas, viñetas. Con y sin diálogo. Carboncillo, óleo y explosión coloreada. Aunque al principio la mirada no atina a distinguir nada de eso. Está atrapada por ella, la justamente erigida en diosa, Miel. O Miele, depende del recuerdo de cada cual. La creación más húmeda y universal de Manara domina la primera exposición retrospectiva del genio italiano en España, en la galería el Arte del Cómic (C/ Acuerdo 10, Madrid) que reúne casi un centenar de originales. Ajena al porqué de esta tardanza, el icono erótico reposa, con deje calculadamente distraído, ante  un campo de girasoles en la portada de El perfume del invisible, la historieta que rivaliza con El click por encumbrarse como la obra más afamada del dibujante.

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No hay objeciones en cuanto a su antihéroe: el trono es de Giuseppe Bergman, trasunto del propio Manara y de los lectores que partieron con él Orinocco arriba. Lo que comenzó como un homenaje a su reverenciado Hugo Pratt, como una carta de amor a Fellini, acabó siendo algo más. Más que una aventura, una fantasía dentro de otra o una desquiciada epopeya. Algo que se aprecia al contemplar en la muestra al errabundo aventurero que lucha con una anaconda en la octava página del H.P. y Giuseppe Bergman junto al que, solo unos metros más allá, aparece en Las aventuras orientales, las africanas, las mitológicas o en busca de Macondo. No son el mismo, aunque lo parezcan. La deconstrucción se valora especialmente en los originales de La Odisea, su historieta más ambiciosa, a la que el color no hizo ningún favor. Gracias al primigenio blanco y negro en el que están expuestas, su personalísimo Ulises es más onírico y a la vez perfila a Manara como lo que siempre ha sido: un ilusionista de lo erótico.

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En cinco décadas de trayectoria el erotómano dibujante ha acuñado multitud de definiciones sobre el significado de lo erótico en su obra para él es «energía primaria», «impulso vital» y está convencido de que «el erotismo que dibujo es tranquilizante»pero quizá la más conveniente para esta retrospectiva sea esa en la que afirmaba que el erotismo es «la posibilidad de ser eternos». Quizá por eso hay desnudos, hay felaciones invisibles, pubis, damas a veinte uñas… pero rara vez dos personas haciendo el amor. De ahí la habilidad de Manara para plasmar una necesidad de fantasía que ninguna de las variantes cinematográficas del sexo ha logrado capturar del todo. Sus creaciones van más allá de satisfacer un ansia morbosa de usar y tirar.

La muestra presenta una eternidad conocida, como las mujeres de Los Borgia en ese libidinoso Renacimiento, la frescura y descaro de Claudia Cristiani, o la enigmante épica de El gaucho o Viaje a Tulum. Supone en sí misma un repaso por los distintos coqueteos de Manara con los géneros, de la sátira política al relato de aventuras o de ciencia ficción, con escalas en la ensoñación cachonda y tontorrona. Y, simultáneamente, presta ojos para asomarse a lo prohibido, a otras fantasías manarianas mucho menos celebradas, como una pequeña historieta llamada Tre ragazze nella rete, tres páginas que son de una rareza suculenta, y que despiertan el hambre de más.  O sus ilustraciones de Asterix y Obélix, bastante sepultadas en una trayectoria prolífica a la que es díficil seguir la pista. Muy cerca, se brinda la posibilidad de descubrir el nacimiento de una imagen icónica: la portada francesa de Revolución, después de la que «sentarse en la cara» de alguien se convirtió en otra cosa. Y por mencionar solo una de sus colaboraciones con franquicias, también asisten a la insólita reunión las mutantes de Ragazze in fuga, su reimaginación de X-Men, las X-Woman.

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El trazo de Manara siempre ha oscilado entre lo prestado (de Moebius, Botticelli o Crepax) y lo homenajeado (Fellini, Pratt, Jodorowsky) para acabar en otro lugar. Uno tan personal como emulable. Esa singularidad, siempre presente, se enfatiza cuando el dibujante cumple con encargos ajenos como el Deseo de Sandman, u otras presentes en la exposición en las que retrata a iconos del Hollywood contemporáneo. Viendo el boceto con el impulso fisgón que comporta de las actrices Zoe Saldaña, Gemma Aterton o Blake Lively, de alguna forma indefinible uno sabe que está ante un Manara, aunque el trazo pudiera haberlo replicado cualquier otro y ellas no sean precisamente rostros anónimos. Ocurre lo mismo con otras basadas en alegorías mil veces retratadas: Hendrickje, Helena de Troya, la Dánae de Klimt… tienen ese esplendor que no caduca, ese fulgor radiante tan peculiar. Manara siempre ha defendido la intrascendencia de su arte, pero a dos palmos de la belleza avasalladora de la serie Zodiaco (doce ilustraciones, una por signo) dan ganas de discrepar, abrazar la astrología… o todo al mismo tiempo.  

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Los corrillos, sin embargo, se forman frente a la portada de Viaje a Tulum. Aquella obra sin argumento aprehensible ejerce un poder de atracción casi fantasmagórico. Tampoco sabemos dónde empieza Manara y acaba Fellini, o al revés, y no es que importe demasiado. Es una oportunidad de puro nirvana para, simplemente, contemplar.  

Contemplar a (casi) todas sus mujeres y a (casi) todos los Manaras: Manara, el joven enamorado de Barbarella, el amigo que aún añora las tardes con Fellini en la plaza del Popolo de Roma, el adulto al que La balada del mar salado le cambió la vida, el septuagenario que arrobado confiesa que todavía se enamora diez veces al día. El dibujante que presta ojos a lo prohibido, y que, irónicamente, sigue sudando sangre para dibujar la mirada de sus mujeres.

De todas ellas, ya hemos dicho, Miel sigue al frente. Tan carnal y lúbrica como las demás, pero infinitamente más deseada. Pudo ser el azar o la dulzona fantasía de sus flujos. O quizá se debe a que la verdadera fantasía no era tanto ella como su sexualidad: autosuficiente, agresiva, desinhibida. Con Miele, las protagonistas eran sus ganas de gozar. Su dignidad. No un voyeur, no un lector. Manara siempre ha sabido que el deseo solo se expresa en desmesura, que contenerlo es falsificarlo. Por eso sus mujeres son diez mil, aunque pudieran ser una sola.

L’ Essenziale, Milo Manara

El Arte del Cómic

Calle Acuerdo, 10
Madrid
28015

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3 Comentarios

  1. Pingback: Maldito Milo Manara – El lector

  2. Lux Interior

    Hay más erotismo en una página cualquiera de cualquier obra de este genio que en las cincuenta sombras…perdón…que en las cincuenta páginas de cualquier revista erótico-pornográfica que a ustedes se les ocurra.

  3. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (N°495)

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