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El fútbol y la patria: ¿por qué Mozambique no ama a Eusébio?

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Eusébio. Foto: Cordon.

(Este es un artículo póstumo de Pablo L. Orosa, publicado en su recuerdo y con permiso de su familia)

Muchos años después, junto al Palacio da Ponte Vermelha, Eusébio da Silva Ferreira, el mejor jugador que ha dado nunca África, «la Pantera Negra» para el mundo, «O Magagaga» para sus vecinos de Mafalala, no dejaba de recordar aquella tarde. La más lustrosa de su carrera deportiva. La del 23 de julio de 1966 en Goodison Park frente a Corea del Norte. Al menos por un instante, Eusébio desearía no haber marcado aquellos goles. 

«Cuando yo estaba en la guerrilla», le dice el hombre más poderoso de su país, un país que quizás ya no es el suyo, «el presidente de Corea del Norte, Kim Il Sung, me habló de ti. Me dijo: «Samora, tienes que ganar de una vez esa guerra a los colonialistas para llevarte de Portugal a Coluna y a Eusébio. Han humillado a mi selección. Íbamos ganando 3-0 y acabamos perdiendo 3-5″. Con tres goles de Eusébio». 

En realidad fueron cuatro los tantos que Eusébio da Silva Ferreira anotó en aquel partido de cuartos de final del Mundial 66. Pero Samora Machel, el primer presidente del Mozambique independiente, no era alguien a quien contradecir. Así que Eusébio aceptó el cumplido. Y respiró. Cruzó y descruzó las piernas. Tantas veces que acabó por tirar de un puntapié la copa de champán que estaba sobre la mesa. 

«Todavía estás en forma. La partiste a la primera». Samora rió. Y Eusébio, pálido, recuperó el color. «No te preocupes. En nuestra tradición africana, eso es señal de suerte». 

Aquella era un bienvenida. La bienvenida a un extraño a su propia casa. Como a un desorientado en el Levante de Maalouf. Porque no existía ya Lourenço Marques ni tampoco Eusébio era un «miúdo» más de la Mafalala. Era un hombre que estaba de vuelta después de haber conquistado el el mundo en nombre de los portugueses.

Eso en el Mozambique dibujado en 1985 por el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) había quien lo consideraba una traición al «hombre nuevo». De tal calibre que el propio Eusébio había renunciado meses atrás a acudir al funeral de su madre. Se rumoreaba que lo detendrían por felonía si volvía. Pero finalmente allí estaba, en el Palacio da Ponte Vermelha, hablando con el hombre que había inspirado una revolución. 

—Eusébio, ¿cómo te sientes al regresar a tu tierra liberada? —fue lo primero que le espetó el presidente Machel al salir del gabinete gubernamental.

—Feliz, muy feliz hossi (jefe en lengua ronga).

—¿Y cómo está la salud de tu madre?, volvió a tomar la palabra O Marechal.

—Mi madre falleció. Hoy he ido a visitar su tumba.

***

Retirado tras un par de aventuras el fútbol americano, de México a Canadá, Eusébio se mantenía en forma. Seguían sin gustarle los aviones y maldecía esa recomendación de los doctores de restringir los digestivos después de la comida. Había pensado varias veces en volver a Mozambique, pero la situación política no lo recomendaba. Durante toda su vida, como el propio Eusébio declaró en una de sus últimas entrevistas concedida al semanario Expresso, su única «política» había sido «el balón». Y eso es algo que no todos en el continente le perdonan. La gente lo admira, pero no lo siente. «Eusébio no es Africano. Es un héroe nacional portugués que pudo haber nacido en Mozambique, pero no hay nada que sugiera que se considere africano», escribió el reputado comentarista deportivo Ayo Akinfe cuando en 2008 el diario The Guardian lo eligió como el mejor futbolista africano de todos los tiempos. 

«Está claro que no es el mismo caso que Coluna, pero la gente también quiere a Eusébio», replica Renato Caldeira, el único de los periodistas mozambiqueños que siguió a aquella camada de jugadores que Portugal arrancó de ultramar para edificar la que probablemente fue su mejor selección de siempre. Porque si Costa Pereira y el angolano Joaquim Santana hicieron al Benfica campeón de Europa, Eusébio y Mário Coluna llevaron a Portugal a eliminar al Brasil de Pelé y alcanzar el tercer puesto en el Mundial 66. «La diferencia», continúa Caldeira en una esquina de la emblemática cafetería Scala, quizá los mejores pãezinhos com queijo de todo Maputo, «es que Coluna volvió a Mozambique con la independencia». Fue entrenador de la selección y más tarde presidente de la Federación de Fútbol. Coluna fue parte de la ilusión de un tiempo nuevo.

Eusébio no. Al miúdo da Mafalala le habían ensañado a soñar del otro lado del mar. 

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Eusébio, el quinto en la fila de abajo, en un partido del Sporting de Lourenco Marques. Fotografía cedida por Renato Caldeira.

Del filial del Sporting de Portugal a dominar Europa con el Benfica 

Todos los grandes clubes de Portugal tenían, a finales de los años cincuenta, equipos filiales en Mozambique. En la Mafalala, el barrio popular al otro lado de la Ciudad de Cemento donde iban a parar los migrantes en su camino de ida y vuelta a las minas de Sudáfrica, todos los chavales querían una oportunidad. Querían jugar en el Desportivo o en el Sporting. Y de ahí a Portugal. Y de ahí al mundo. «Entonces en Mozambique se jugaba al fútbol a todas horas y en todos lados. Hasta que caía el sol. Éramos una máquina de exportar talento: Augusto Matine —quien llegó a jugar una decena de partidos con la selección portuguesa— pasó desde el Central de la segunda división local directamente al Benfica», rememora Caldeira.

A Eusébio siempre le había tirado más el rojo del Desportivo de Lourenço Marques, así que se presentó junto con otros chicos del barrio a una prueba en el recién inaugurado estadio del Desportivo. Aquel día nadie reparó en él. Descartado por el filial benfiquista, semanas después hizo las pruebas en el rival ciudadano, el Sporting de Lourenço Marques. Después de todo, el blanquiverde no le sentaba tan mal. «Dicen que había otro chico que era incluso mejor que él. El propio Eusébio me lo contó un día», asegura Caldeira. Sus ojos, entornados pare protegerse de la claridad que entra tras la cristalera, no saben mentir. ¿A quién no le apasionaría contar la historia del ‘Trinche’ Carlovich o la de Víctor Vázquez

Siendo todavía juvenil, Eusébio jugaba ya con el primer equipo del Sporting. Más que eso, era la estrella de aquel equipo. «Pronto lo llamaron a jugar con la selección de Lourenço Marques. En aquella época eran muy habituales los enfrentamientos entre selecciones regionales. Uno de estos partidos», recuerda Caldeira, coincidió con una eliminatoria de un torneo local. «Eusébio no pudo jugar la ida, había ido a un partido contra las islas Comoros, y el Sporting perdió 2-0. Los aficionados decían que ya estaba perdido, que no había nada que hacer, pero él les decía «tranquilos, se puede remontar». Volvió y ganaron 4-1». 

Eusébio jugó siempre con esa suficiencia del que se sabe poderoso. Ese «balones a mí que yo lo resuelvo» que aprendió en el barrio y que llevó hasta Wembley. «Esa fue su mayor virtud, que jugaba igual en los estadios de Europa que en la Mafalala. Yo no he visto a nadie que marque tanto las diferencias como lo hacía Eusébio, salvó quizá Messi».

—¿Pero Eusébio era un jugador bien distinto a Messi?

—Totalmente—, prosigue el periodista, ese que cada vez que viajaba a Portugal le llevaba a Eusébio un trocito de Mozambique en forma de delicias de coco, —su juego no se parece en nada. Te diría que hoy en día el que más se asemeja a su estilo sería Mbappé. Eusébio era sobre todo una fuerza de la naturaleza, de ahí lo de «Magagaga», que se podría traducir por algo así como «potencia». Eusébio se echaba el balón largo y no había quien lo parara. Era muy difícil tirarlo, y si lo hacían tenía un cañón para las faltas. 

Gerd Müller y Eusébio, 1972/73. Foto: Cordon

Cuentan los que lo vieron jugar que Eusébio era un delantero total: rápido, tanto que podría haber sido incluso velocista profesional; y versátil, capaz de caer a banda y dejar atrás a los defensas con fintas y amagos. Pero sobre todo cuentan que tenían una capacidad inigualable para el remate, para golpear seco desde cualquier posición, un arte tal que el diccionario del fútbol debería incluir su nombre junto a la definición de «volea». 

Aunque no hay estadísticas fiables de sus inicios en Mozambique, O Magagaga no dejó de perforar una tras otra las porterías de todo el país. Sus goles llamaron la atención de un mítico internacional brasileño, José Carlos Bauer, quien recién iniciada su carrera como entrenador viajó a Mozambique y tras verlo jugar recomendó su fichaje a su amigo Bela Guttmann. Tras su paso por el Sao Paolo, Guttmann entrenaba ahora a un Benfica que necesitaba un delantero para reinar en Europa. 

Los dirigentes benfiquistas se movieron rápidamente y llegaron a un acuerdo con Eusebio. Y con su madre. «Eusebio le dio su palabra a Dona Elisa de que iría al Benfica». Así que cuando el Sporting de Lisboa quiso deshacer el acuerdo ya no había marcha atrás. No era una cuestión de dinero. «Uno de los generales que por aquel entonces residían en Lourenço Marques avisó al Sporting de lo que estaba pasando, que el Benfica estaba maniobrando para llevarse a Eusebio, así que enviaron a Hilário da Conceiçao, que era mozambiqueño —y jugaba ya en Portugal—, para que viniese a por él. Pero Eusébio le dijo que no, que ya le había dado la palabra a su madre».

El Sporting de Portugal optó entonces por pactar una transferencia con su filial de Lourenço Marques, quien se había negado a firmar el fichaje con el Benfica. Tenían preparada además una contraoferta multimillonaria, «de más de quinientos contos, una verdadera fortuna en la época», para hacer cambiar de opinión al jugador. Pero la directiva benfiquista impugnó el fichaje ante la Federación portuguesa y sacó al jugador a escondidas rumbo a Portugal. «A aquella altura», continúa Caldeira, «hubo un dirigente de los ‘leones’ que acabó diciendo: «No se preocupen, chicos como ese hay allí a patadas». Se equivocó redondamente, como decimos aquí». 

Durante meses, Eusébio se entrenó en solitario en un hotel del Algarve, donde permaneció hospedado bajo el nombre falso de Ruth, hasta que el Benfica, en pleno camino hacia su primera Copa de Europa, consiguió legalizar su fichaje. El 1 de junio de 1961, solo un día después de la célebre final de Roma en la que el Benfica se impuso al Barcelona, Eusébio da Silva Ferreira vestía por primera vez, en un encuentro oficial, la zamarra roja de Las Águilas. Era la vuelta de los octavos de la Copa de Portugal frente al Victoria Setúbal. Eusébio marcó su primer gol en aquel mismo partido. 

Con el dinero de su transferencia, el Sporting Clube de Lourenço Marques construyó entonces el pabellón municipal donde aún juega hoy bajo el nombre del Clube de Desportos do Maxaquene. 

Entrada a las instalaciones del Maxaquene construidas con el dinero del fichaje de Eusébio Pablo L. Orosa
Entrada a las instalaciones del Maxaquene, construidas con el dinero del fichaje de Eusébio. Fotografía de Pablo L. Orosa.

***

«Amigos, uno de vosotros va a quedarse sin empleo porque este ‘miúdo’ va a ser titular. Yo estoy tranquilo porque no juega de portero». Mientras se acaba de reír, camino del vestuario, Costa Pereira, el guardamenta que también había llegado de ultramar para dominar la portería del Benfica, iba charlando con sus compañeros. Compadeciéndose con cariño. Antes de acabar aquel entrenamiento, Bella Gutman se había puesto de rodillas: nunca antes había tenido a sus órdenes a un jugador de tanta calidad.

Pese a que el Benfica venía de ser campeón de Europa, el técnico húngaro no dudó en hacerle un sitio en el equipo. Aunque el sacrificado fuera otro astro de origen africano, el angolano Joaquin Santana. Pasados los primeros meses en los que Eusébio dudó de poder soportar el frío de Lisboa —llegó a escribirle una carta a su madre que no iba a aguantar viviendo en la tierra de los mulungos—, sus registrados goleadores asustaban ya a las defensas de todo el continente. La presa europea lo bautizó como el «King». 

La final de la Copa de Europa contra el Real Madrid lo coronó. Los blancos, con Alfredo Di Stéfano, Puskás y Luis Del Sol al frente, iban ganando 0-2 al minuto 20. En el 69, las águilas habían culminado una espectacular remontada con Eusébio, autor de los dos últimos tantos, como gran estrella. Aunque perdieron dos finales más ante el Inter y el Milán, el Benfica de Eusebio —y de Colunga, autor de tantos fundamentales en las victorias portuguesas— era ya un equipo de leyenda. Y la Pantera Negra, patrimonio nacional del país: fue así como lo designó la dictadura de Salazar para impedir su fichaje por el Inter de Milán. 

Con el Balón de Oro bajo el brazo, Eusébio se presentó en el Mundial 66 para hacer historia. Era la primera vez que Portugal iba a participar en el campeonato y de la mano de Coluna, Simões y Eusébio, autor de una volea espectacular que cerró el partido, eliminó a la Brasil de Pelé, campeona en Suecia y Chile, en la primera fase. 

Fue entonces cuando Eusébio hizo maldecir a Kim Il Sung. Los coreanos, el primer equipo asiático que había ganado un partido en el Mundial, se adelantaron en el minuto 1. En el 25` ya iban 0-3. A partir de ahí, la Pantera Negra tomó el mando del partido. Marco el 1-3; el 2-3; el 3-3 y 4-3. El quinto lo marcó Jose Augusto. Fue una exhibición. «De esas veces en las que Eusébio se bastaba. Dádmela a mí que yo resuelvo el partido», rememora Caldeira. Y encima el capitán de aquel equipo era otro mozambiqueño, Coluna. De ahí que Kim Il Sung no dudase en pedirle a Samora Machel que ganara aquella guerra de una vez. Y lo hicieron. Pero Eusébio no volvió a tiempo.

***

¿Y qué queda de Eusébio en Mozambique?

Superada la guerra pero no la crisis económica, Mozambique se ha llenado de futbolistas sin talento. Los equipos se han profesionalizado y no basta con el latido de los futbolistas callejeros. El arte, también en Mozambique, se debe al orden. «Hemos pasado de exportadores de talento a importadores de mediocridad», resume Caldera.

Desde 2012, el Maxaquene no ha vuelto a campeonar. El año pasado acabó quinto el campeonato, pero aun así es el equipo más popular de Maputo. Al menos del que más camisetas se ven: las azulgranas, las mismas que cuelgan al sol de la verja metálica que protege el terreno de fútbol. Después de todo, el Maxaquene es un equipo humilde. En la entrada del pabellón construido con el dinero de su traspaso hay dos fotos de Eusébio con la camiseta del Sporting. Y un cartel que reza as inverdades. No hay traición de la que los seguidores del Maxaquene se sientan más orgullosos. Porque del país no ha vuelto a brotar una generación como aquella. Tampoco Portugal ha logrado aún mejorar aquel tercer puesto de Inglaterra 66. 

Eusébio es una leyenda en Mozambique. No hay miúdo en las pachangas de la Costa do Sol de Maputo ni en los rebumbios de la Eduardo Mondlane de Beira que no sueñe con marcar los goles que un día hizo O Magagaga. Pero a Eusébio se le admira más que se le ama. Como a si no acabase de ser del todo suyo. Porque suyo es Colunga. Y todos los que volvieron a hacer a revolución. Eusébio no. Eusébio tardó casi veinte años en volver. 

Quizás por eso, en un país tan entregado a su héroes apenas hay una calle en honor a Eusébio da Silva Ferreira. Está en su propio barrio, en la Mafalala, junto a un campinho de tierra en el que el balón no rueda sino bota y en el que antes de arrecie la tormenta se está disputando un partido de la Copa Femenina. Cuando termina, salen a jugar los chiquillos. Dicen que entre los chavales hay un miúdo que es tan bueno como lo era Eusébio. Pero que este no se va a olvidar de volver pronto a casa. 

Eusebio en el barrio de la Mafala a su vuelta a Mozambique. Fotografía cedida por Renato Caldeira.

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5 Comentarios

  1. Buena reseña.

    Aunque:

    No es Caldera, es Caldeira.

    No es Colunga, es Coluna.

    La final de la Copa de Europa de 1961 se disputó en Berna, no en Roma.

  2. Supongo que el mensaje es que, mientras hay personas que eligen no tener patria, a otras se les niega directamente la posibilidad de tenerla les guste o no. Yo creo que el patriotismo es una estafa. Pero hay gente que no piensa igual. Y es duro cuando no tienes elección.

  3. Cimex Lectularius

    Fútbol es fútbol…

  4. Como dice un lector, la Final de la Copa de Europa de 1961 se jugó en Berna y no en Roma…

  5. Eusebio tras dejar el Benfica acabó jugando en Estados Unidos como su amigo Pelé.

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