Música

Almendra: el pop anglosajón llegó a Argentina y nunca volvió a ser el mismo

Almendra
Almendra. Imagen: RCA.

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Son argentinos, hippies, retan al viento con sus grandes pelucas descuidadas, visten con un abandono profesional, se bañan poco y, cuando tocan su música enferma, sus cuerpos se contorsionan hábilmente mientras lanzan gritos que parecen quejidos placenteros.

Ritmolandia, mayo de 1969.

El ejercicio de estilo está muy bien, pero no deja de ser como hacer deporte. La música puede dar más de sí. Reproducir géneros anglosajones es muy loable, pero no conduce a nada. Los artistas que hacen época son los que se entregan al mestizaje, los que producen híbridos y, qué duda cabe, Almendra fue uno de ellos. Desde el inicio, se proponían no parecerse a nada e, incluso hoy, nada se parece a Almendra. 

En mitad de los sesenta, en pleno auge de los Beatles, un grupo de amigos del barrio de Núñez, en Buenos Aires —Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari, Emilio del Guercio y Rodolfo García—, amaron la música de los de Liverpool, pero se conjuraron para no ser como ellos. ¿Puede concebirse amor más puro? Tuvieron el afán de crear su propia moda. Desafiaron los cánones del pop y a toda ortodoxia roquera. No aceptaron ni las tendencias a la hora de vestir. No querían ser distintos, esto es, iguales a todos los distintos, querían ser Almendra. Según Héctor Starc, guitarrista de los posteriores Aquelarre, Almendra «trajo como una finezza, un nivel superior de creatividad».

El resultado, aparte de unos pocos plásticos cargados de una fuerte personalidad, supuso también la entrada del tango en el rock and roll. Un fenómeno equivalente al que protagonizaron en España los Gualberto y los Eduardo Rodríguez Rodway. Llegado el momento, ambos, que habían crecido respirando flamenco, no pudieron entender la música que llegaba de las bases de la OTAN —Hendrix, etc.— sin expresarla a su manera, con lo que les corría por las venas. 

En Almendra, tanto fue así que llegaron a ensayar con José Alberto Iglesias «Tanguito», pero en una sesión, tras excusarse un momento, se fue al baño de la casa de los padres de Spinetta, se metió un chute y dejó el inodoro perdido de sangre. Su madre montó en cólera. No fue posible llevar más lejos la colaboración y el que hubiera sido un experimento más que interesante. 

A veces venía con una gente que no estaba tampoco en sus cabales, y era gente que a mis padres los ponía muy nerviosos. A nosotros no, porque quizás intentamos acercarnos a ese lenguaje de los locos y de gente que vivía un poco marginalmente. Tanguito era muy adicto a diferentes drogas, y eso lo obligaba a que su vida fuera realmente un pequeño infierno, del cual él salía exonerado siempre, de comisaría en comisaría, simplemente por verlo pasar con su pinta lo llevaban preso (…) Para entonces ya se había convertido en un problema. La última vez que vino se encerró en el baño y se picó.

La rebeldía de Almendra iba más allá, era puramente artística. Tampoco querían tocar en salas de baile, como todo el mundo. Tenía que ser en teatros. En una época en la que la juventud salía como loca a bailar, ellos se encerraban con sus instrumentos a ensayar en jams interminables hasta que algún obrero que tuviera que madrugar empezaba a aporrear la puerta.

Su música no era solo música, la acompañaban de libros con poemas, textos delirantes y sus dibujos. El propio Spinetta dibujó la portada de su primer elepé en contra del criterio de la discográfica. Hicieron desaparecer el original y le dijeron que no quedaba más remedio que poner una foto de ellos. Algo que destacase su belleza y juventud para generar un fenómeno fan, aunque hay fuentes que aseguran que el objetivo era peor, que querían poner de portada «una mina [chica] en bolas en una piscina». Spinetta se negó en redondo y les dijo que no había problema en dibujar «el payasito» una vez más. La portada que al final salió y ha llegado, con su inquietante mirada, hasta hoy. «Era el personaje del retardado argentino, haciendo un papel de idiota, realmente (…) Una mediocracia a la que Almendra ataca», explicó tiempo después. Posiblemente, era como los ejecutivos de su discográfica. 

Almendra
Detalle de portada del primer disco de Almendra. Imagen: RCA.

El nombre se les ocurrió, posiblemente, por el impacto que causó la salida del libro de Yoko Ono titulado Pomelo. Tardaron más de un año en ponérselo. El grupo, en realidad, pese a su profunda huella, tuvo una vida muy corta. Lo que fue extensa fue la previa, el preámbulo. Ensayaban cinco horas diarias en casa de los padres de Spinetta. Prácticamente todos los días, y tuvieron la paciencia de esperar a que su batería volviera de la mili. Esos fueron los años buenos, en los que estaban enamorados de sí mismos y de lo que hacían. Cada ensayo era como meterse en un laboratorio. Con las ideas que traían como composiciones, cuando se tocaban por primera vez, sus cerebros solo trabajaban en cómo cambiarlas. «¿A quién le gustará esto?», recuerda Rodolfo García que se preguntaban. Eran una revolución en la mente, como antes habían sido los Fab Four.

El otro gran grupo argentino de aquel entonces fue Manal, con permiso de Los Gatos, que venían de antes. Los Manal también tuvieron una vida efímera, ambos empezaron en el 68 y acabaron en el 70. El público, no los músicos, estableció una rivalidad futbolera entre ambos. Como si unos fuesen River y los otros Boca y, es inevitable que también venga a la cabeza la dualidad de los Beatles y los Stones. Tal y como los propios músicos reconocen, las diferencias entre ambos eran evidentes, pero complementarias. Almendra era un pop luminoso, evocaba el campo, mientras que Manal era crudeza, asfalto y barrios bajos. Parece que, en contraposición, hay autores que han insinuado que Almendra eran de clase media alta, por su estilo y por su barrio. Sin embargo, ellos mismos han matizado después esa fama: 

Nosotros éramos pibes de barrio, pero quedó en la gente que éramos conchetos [persona que ostenta su riqueza material o dinero, o quiere aparentar un alto estrato socioeconómico] porque éramos de Belgrano (…) Eso es porque lo asocian al Belgrano de hoy, y aun así esa zona hoy no es concheta. En aquella época estaba lleno de fábricas y nosotros sabíamos la hora por las sirenas que marcaban los turnos. El barrio vivía de las fábricas, la gente vivía y laburaba ahí. A la vuelta de lo de Luis había una fábrica de motores eléctricos (…) tiraban como un vapor ácido por las tintas que usaban para teñir y curar las telas, plantaban árboles casi todos los días y no prosperaba ni uno. ¡Imagínate lo que nos haría a nosotros! Era casi un barrio orillero.

La verdad era que los dos libraban la misma guerra. En aquel tiempo, cuando cantaban sus canciones en español, la gente aplaudía; cuando interpretaban alguna de los Beatles, la gente aplaudía el triple. Curiosamente, cantar en español estaba visto como algo comercial. El underground, y lo que llegaba como nuevo, tenía que ser en inglés. Estos primeros grupos que se atrevieron a expresarse en su idioma tenían un concepto artístico común y una postura clara frente al gran problema de su generación: la dictadura. 

El gobierno cerraba todos los lugares donde podían tocar, restringía la difusión de libros y su actitud de rechazo al poder era inequívoca, por eso les acabó siguiendo masivamente la gente de su edad y se convirtieron en una leyenda para las próximas generaciones. Para los Calamaro que llegaron después, estos grupos se confundían en las conversaciones con nombres como Dylan o Neil Young

Almendra se había formado en 1967, el mismo año en que murió Ernesto «Che» Guevara. La juventud, por el hecho de serlo, era un enemigo potencial del sistema. No estaba tan bien absorbida como hoy. El clima entonces no era muy distinto al nacionalcatolicismo español. A Guercio, por ejemplo, lo echaron del colegio «por comunista y anticatólico». Ese es el argumento que le dieron tras sorprenderle con un dibujo de un cura que llevaba una maleta y por un lado sobresalía un pene y por el otro unos testículos. 

Prueba de su actitud contestataria fue un informe policial que, durante la reunión una década después, ya en 1979, subrayaba los peligros que representaban: «La banda Almendra ejecuta el género musical denominado rock nacional y sus integrantes hacen alarde de su adicción a las drogas, circunstancia que incluso es insinuada en las letras de algunas canciones que interpretan, como así también el desenfreno sexual y la rebeldía ante nuestro sistema de vida tradicional». 

En esa gira, hubo conciertos en los que la policía se llevó a hasta doscientas personas. En los sesenta, eran sistemáticamente detenidos por llevar el pelo largo. Entonces, la represión no era lo que llegó a ser, porque iba en aumento. Estas generaciones de argentinos crecieron con dictaduras que se fueron sucediendo unas a otras refinando su crueldad hasta la infamia por todos conocida. 

La actitud de nuestro grupo y la de otros tantos era política, aunque no en el sentido partidario. Era política frente a una dictadura que te perseguía, quemaba libros, te censuraba, te clausuraba lugares donde tenías que tocar. Teníamos todas en contra. Es decir, era política la decisión de ese régimen en tu contra y también la nuestra era una respuesta política. El hecho de seguir adelante y no amedrentarte, de no escribir boludeces para que no te censuren. Esa era una actitud política. Y también lo era que hubiera tanta gente identificada con la propuesta que nosotros teníamos, y cuando digo «nosotros» no digo Almendra solamente, sino todos los grupos de esa época. (Rodolfo García)

La corta vida profesional del grupo se inició con un single derivado de una falsa muerte. Un amigo, Mario D’Alessandro, apodado «Pototo» le escribió un telegrama a su novia para decirle que estaba de vacaciones. Él dijo en correos que pusieran «Reservar Pototo» para comunicarle que iba a pasar una semana con ella. Por lo que fuera, lo que se envió decía: «Murió Pototo». La chica, desesperada, le preguntó a todo el mundo, desgarrada, cómo había muerto su novio. Cuando la noticia llegó a Spinetta, se hundió, y empezó a escribir una canción. Luego el equívoco se arregló, pero el tema prevaleció. Se tituló «Tema de Pototo (Para saber cómo es la soledad)» y apareció como single en noviembre de 1968. No hay titubeos en ese debut. Es un tema firme, de un pop post Sgt. Pepper’s de una madurez precoz. Eran niños; el contrato con RCA lo tuvieron que firmar con sus padres delante porque aún eran menores de edad. 

Parafraseando al grupo, ¿a quién le puede gustar eso? Al power popero fino y muy cafetero. Precisando más, a los fanes de Solera o Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. De hecho, «Señora azul» es clavada a la canción de Pototo. La cara B, con «El mundo entre las manos» también volaba muy alto, más anglosajona y a tope de metales. Sin embargo, sorprendentemente, el single fue un fracaso comercial, aunque compitió con «Lady Madonna» de los Beatles en los charts locales y un programa de televisión la eligió para dar paso a la publicidad. 

El problema más importante no fue por ahí, sino por un robo. El baladista romántico Leonardo Favio sacó antes del single de Almendra su propia versión del tema de Pototo, con cambios en la letra, aunque en la contraportada del disco puso: «Perdón Almendra, gracias». Parece que tenía un amigo muerto por la policía y le inspiró la canción, pero olía a típica jugarreta del sello, que le vio más potencial al tema con un solista de ese tipo. Con los royalties, eso sí, se compraron un equipo nuevo. 

Para un segundo single, escribieron «Hoy todo el hielo en la ciudad», un tema con armonías vocales, como los Bee Gees, y sobre una catástrofe inspirada en hechos reales, como «New York Mining Disaster 1941», también como los Bee Gees. Hablaba de cuando se inundaba su barrio, que para unos era una diversión que el agua llegase hasta la puerta de su casa, y para otros una tragedia si les entraba dentro y lo perdían todo. RCA se enfadó con ellos, era demasiado largo para la radio. «Campos verdes», la cara B, ya fue uno de sus primeros hits

Se sucedieron numerosos conciertos, hasta una salida a Perú, donde fueron confundidos por la policía con los Stones, y se metieron a grabar el elepé. El primer corte, «Muchacha (ojos de papel)» se iba a convertir en una de las grandes canciones de la historia del rock argentino —se han referido a ella como el segundo himno nacional—, pero en la segunda, «Color humano», volvieron por los mismos derroteros. Nueve minutazos imposibles de radiar, pero que sintonizaban al grupo con la nueva ola del momento, el rock progresivo, el camino que siguió después. «Somos seres humanos / sin saber lo que es hoy / un ser humano», cantaban sobre un llanto de guitarra. La piel de gallina. 

«Ana no duerme» era un corte pop refrescante inspirado en la hermana de Spinetta, pero otras canciones, como «Plegaria para un niño dormido», ponían de manifiesto el paisaje de aquellos años. Hacía referencia al trabajo infantil. En «A estos hombres tristes» estaba la revolución. Jazz, tango, folk, todo en cofre de rock, pop… Almendra, en definitiva. La marca con la que se firmó un disco que no es solo un clásico del rock argentino; lo es para cualquier coleccionista del mundo del pop y la psicodelia. 

El álbum empezó con veinte mil copias vendidas, que no estaba mal, pero se disparó impulsado por la publicidad y la recepción de «Muchacha (ojos de papel)» entre el público. Fue demasiado pelotazo. Al grupo llegó a darle rabia tocarla, porque era el único tema con el que reaccionaba el público; con los demás no entendían nada. Estaba dedicada a Cristina Bustamante, una chica de la que se había enamorado locamente Spinetta. El público enloquecía con ella, la gente se ponía a llorar de la emoción. Cuando se cumplieron veinte años de la canción, no obstante, Spinetta hizo autocrítica y denunció que su letra era machista, que evocaba sumisión, autoritarismo, paternalismo y opresión. Un harakiri muy actual, pero lo hizo en 1987, un cuarto de siglo antes de que un ejército de posgrados introdujera una revisión moralista de la cultura popular. 

A la suma incesante de conciertos que daba entonces un hit, hubo que añadir que Spinetta quisiera convertirse en un hombre experimentado y bohemio, a la altura de las otras leyendas de su tiempo, que, dicho mal y pronto, se ponían finos en una época en que eso tenía encanto. Con un líder caminando por el lado oscuro, un ritmo de trabajo extenuante y una audiencia que en realidad no les pillaba el punto, un grupo tan especial y delicado como el suyo ya tenía las horas contadas. Todo ese trajín hizo desaparecer lo fundamental, los ensayos, esas catarsis colectivas durante horas muertas, que era lo que los había hermanado. 

El toque final fue una idea megalómana: Spinetta se empeñó en hacer una ópera. Fue demasiado ya, y el grupo se separó, pero RCA se apresuró a publicar todo el material de esa ópera inconclusa. Veintiuna canciones que perseveraban en las aguas del rock progresivo, ya sin la inmediatez y la frescura del pop de sus primeras canciones —solo brillan en ese aspecto «Camino difícil» y «Aire de amor»—, pero con una capacidad de abstracción hipnótica e irrepetible. Como dice la prensa especializada argentina, quemaron las etapas del momento muy rápido. Pasaron de lo beat a lo progresivo en cuestión de dos años y ahí quedó todo. 

De su separación surgieron tres grupos también fundamentales. Aquelarre, del batería Rodolfo García y el bajista Emilio del Guercio; Color Humano, del guitarrista Edelmiro Molinari, y Pescado Rabioso, del maestro Spinetta. Tres joyas de la edad de oro del rock argentino de la que en España se tienen pocas noticias incluso cincuenta años después. Trabajos únicos, difíciles de comparar con nada fuera de Latinoamérica. Con razón Molinari dijo en una rueda de prensa, al anunciar su nuevo proyecto, que Almendra no se había dividido, sino que se había multiplicado. 

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4 Comentarios

  1. Que lastima que se desconozca, a nivel masivo, toda esa etapa del Rock argentino.
    Spinetta fue un músico increible.

  2. Juancho Talarga

    Hay demasiada buena música dentro del rock argentino.

  3. Sin el Flaco, nada de lo que se conoce hoy de rock argentino hubiera sido de la misma forma, era un tipo de una sensibilidad bárbara, fuera de lo común. Ahora lo que me causa curiosidad es investigar los proyectos paralelos surgidos de Almendra además de Pescado Rabioso.

  4. Pingback: Charly García, el tipo que no quería volverse tan loco - #PUENTEAEREO

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