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Cuando deporte y política chocan: los otros Peng Shuai

Peng Shuai po
Peng Shuai. Foto: Cordon.

A estas alturas todos ustedes han oído hablar de Peng Shuai. Sí, la tenista china. 

¿No? 

Esperen.

Peng Shuai destacó bastante a mediados de la década anterior. Disciplina de dobles, sobre todo. Campeona en Wimbledon, en Roland Garros (las dos veces junto a Su-Wei Wsieh), finalista por Australia. Hasta llegó a ser número uno del mundo. Individuales algo peor… catorce como tope. Pero vamos, que bien.

La cosa es que el 2 de noviembre de este 2021 Peng Shuai publicó un mensaje en Weibo (una plataforma de microblogging) donde acusaba a Zhang Gaoli de haber abusado de ella sexualmente diez años atrás. La cosa estuvo en la red solo veinte minutitos, pero bastó para desatar un enorme escándalo. Porque Peng Shuai no era cualquiera, pero Zhang Gaoli… en fin. Alto mandatario del Partido, antiguo viceprimer ministro. Primera vez que alguien así sufría acusación de este tipo.

Después de aquello, Peng Shuai estuvo unas semanucas inencontrable. Ni redes sociales, ni actos públicos. En estos últimos días se han filtrado imágenes y fotos sin fechar, e incluso apareció en una videoconferencia con miembros del COI. Que se respete su tranquilidad, que se la deje tranquila un tiempo…

Antes de eso (y después) no fueron pocos los que temían por la moza. Que si desaparecida, que si algo peor, que si ya verás qué pronto lo olvidamos, porque el mundo gira vertiginoso. Su caso iba más allá del deporte, y entroncaba directamente con la defensa de los derechos humanos. Que no me censuren, que no me denigren por ser mujer, que no me obliguen a aguantar lo inaguantable. 

Evidentemente desde Jot Down no podemos más que apoyar todas esas reivindicaciones, y por eso dejamos esto escrito acá. Otras historias, en otros lugares. Algunas con final trágico, feliz los menos. No lo tomen como premonitorio en ninguno de los dos casos. Si pasado mañana Peng Shuai da una entrevista a la BBC y dice que no estaba retenida, que estaba de parranda… en fin, nosotros estaremos contentísimos, aplaudiremos con las orejas y echaremos sonrisitas tontas. Este es uno de esos artículos que nos encantará comernos con patatas por haber errado en su concepción.

Prometido.

El Mozart que no fue

Matthias Sindelar es joven, es guapo, es talentoso. Es, era, el mejor jugador de fútbol que hubo en aquella selección austriaca inolvidable de los años 30, el Wunder Team. Elegancia en estado puro, conducción, olfato, efectividad. Le llamaban Mozart del fútbol. Hijo de familia obrera, símbolo vienés. Un díscolo con pies de artista.

Sus problemas empieza el 3 de abril de 1938. Estadio Prater. Último partido de la selección austriaca, porque Austria ya no existe. Se la paparon los nazis, amigos. Y eso, que antes de unirnos… pues fiesta a lo grande. Despedida de soltero. «Sed benevolentes, ahora ellos mandan». Pero Sindelar, ascendencia judía y checa, ideas socialdemócratas, tenía otra opinión. En las calles sí, pero en el césped ellos eran mejores. Segunda parte y Karls Sesta adelanta a los austriacos. Un accidente. Pero, luego… el caos. Sindelar marca un segundo gol, se planta mirando al palco, y empieza a celebrar con un baile grotesco. Sentencia de muerte.

Sindelar no iba a jugar para los nazis. Cada vez que llama la selección él está lesionado. Dolencias. Malestar físico. Y, claro, empieza a oler rarete. Sepp Herberger, seleccionador nazi, deja de cursar invitación. Para qué. Si no quiere.

El 23 de enero de 1939 Matthias Sindelar acude a una timba en su Viena natal. Bebe vino, celebra la vida. Luego acude a su pequeño apartamento, donde vive con su novia Camilla Castagnola. Nunca despertará. La explicación oficial es que ambos jóvenes fallecen por inhalación de monóxido de carbono. El futbolista, borracho, dicen las autoridades, abrió la llave del gas sin darse cuenta. Muy oportuno para la Gestapo. Oigan, que igual se suicidó. En fin. Al Mozart del fútbol lo entierran delante de quince mil austriacos. Su memoria seguía viva. 

El nazismo hace desaparecer más deportistas, claro. Los hermanos Alfred y Gustav Flatow, gimnastas con seis medallas en Juegos Olímpicos que fueron arrastrados hasta Theresiendstadt por judíos. Murieron allí. En Mauthausen fallecen János Garay u Oszkár Gerde, también preseas en esgrima y natación. ¿Janusz Kusociński, atleta? Palmiry. ¿El boxeador Víctor Pérez? Auschwitz. ¿Attila Petschauer, esgrima? Davidovka. ¿Johan Trollmann, boxeo? Neuengamme. La lista es inmensa.

El tal Benito, italiano grotesco de mentón al aire y poses ridículas, también trinaba cantidad cuando le decían «oye, mira, no». Y mucho más si eran atletas, coño, con esas pintas de mariconas. El fascismo fue régimen muy deportivo que aborrecía casi todos los deportes, porque no le parecían suficientemente «viriles». A ver… dignos de macho, de macho-macho, pues tres o cuatro cosas. Atletismo, boxeo, claro. Ah, y las carreras de coches, que a los futuristas les flipaban y nosotros somos muy de Marinetti (o Marinetti es muy de nosotros, oigan). 

Y eso, que cuando alguien no nos gusta… fuera de circulación. De forma simbólica o explicita. Vamos, que para allá que se van unos cuantos Camicie Nere y hacen el trabajo sucio (muy sucio). Dicen que si eso le ocurrió a Ottavio Bottecchia, que era ciclista transalpino muy exitoso a mediados de los años veinte. Sendos Tour de Francia se cepilló, el bueno de Ottavio. En 1927, mes de junio, lo encontraron en una cuneta, cara destrozada, bici unos metros más allá. Falleció poco después. Y, entonces, teorías. Que si un tropezón malo, que si se estaba viendo con cierta muchacha y al marido aquello le olió a cuerno quemado, que si robaba uvas (en junio, ejem) y los agricultores son muy suyos. Lo cierto es que Bottecchia tenía ideas socialistas (aprendió a leer con pasquines obreros), y siempre mostró discrepancias con el naciente fascismo. Vamos, que no fueron pocos los que vieron en su muerte un crimen político.

A Gino Bartali no lo pudieron matar, porque era el tipo más famoso de Italia en la época (junto con el Duce y el papa… mira, Gino es, de los tres, el único con nombre sin artículo delante) y esa ausencia hubiese cantado en exceso. Pasa que Bartali es poco fascista en aquel país de muy fascistas. Vamos, que el tío tiende a meapilas, y le da las gracias a la Virgen en vez de postrarse, como menester resulta, ante el poder señoro del fascio. ¿Resumen? Proscrito en vida. El 9 de agosto de 1938 la Ufficio Stampa, oficina de prensa del Gobierno, envía boletín secreto a todos los medios de comunicación de Italia. Oigan, que solo pueden hablar de Bartali en faceta deportiva. Ninguna otra referencia a vida ciudadana. Sus éxitos… nuestros. Su vida, secreta.

Luego llegó la Segunda Guerra Mundial y todo ese asunto.

Extremo izquierda en el gulag y amenazas antes del derby

El jugador avanza con el balón pegado a los pies, driblando contrarios. Cuando llega al punto de penalti amaga una, dos, tres veces, antes de chutar, flojito y pegado a la base del poste. Sonríe con gesto de niño triste, e imagina (el pelo raleando, los ojos profundos, la cara como de pelota) público enfervorizado. A su alrededor bosques mudos observan. El jugador se llama Eduard Anatolyevich Strelstov y hace solo unos años tuvo el mundo a sus pies.

A Streltsov le llamaron el Pelé soviético. Primer error: el George Best soviético le hubiera ido mejor a su personalidad luminosa y diferente. Su biografía, escrita por Marco Iaria, se titula Mujeres, vodka y gulag, y define perfectamente la vida de este atípico futbolista, fichado por el Torpedo de Moscú, club vinculado a la sazón con la productora de automóviles ZIL, quinto en importancia de la capital. Quizás allí empieza a torcerse el futuro de Eduard.

Porque él es bueno, buenísimo. «Tiene la estatura de un semidiós», dirá Gabriel Hanot, editor de L’Equipe. Pronto destaca en la liga soviética y los clubes más importantes pretenden ficharlo. Streltsov demuestra fidelidad y sigue con su Torpedo. Rechazar al CSKA era rechazar al equipo del ejército y rechazar al Dynamo era rechazar al equipo de la KGB. No me gusta cómo caza la perrita…

Además, Streltsov era atípico. Joven, guapo y arrogante. Los aficionados dicen que si Pelé bebiera tanto café como vodka trasegaba Eduard seguramente estaría muerto. Pero no importaba, él saltaba al campo y era feliz. En 1957 completa los llamados «cien días de Streltsov», tres meses donde marca veintiséis goles oficiales para su equipo. Nada podía pararle. O sí.

Mayo de 1958, la selección soviética se concentra en la localidad ucraniana de Tarasovka preparando el Mundial. La noche del 25 Streltsov acude a una fiesta organizada en casa de Eduard Karakhanov, oficial del Ejército Rojo. Allí conoce a Marina Lebedeva, veinte años de belleza gélida. Pasan la noche juntos. Al día siguiente la chica lo denuncia por violación. 

El héroe de toda la Unión Soviética, el hombre que enfervorizaba a las masas, pasa a ser un villano. Supuestamente coaccionado por las autoridades, firma una confesión en la que se declara culpable. La prensa lo llama decadente, «Tiene la enfermedad de la estrella», escribe Pravda, «fuma, bebe y provoca peleas». 

Doce años de trabajos forzados en un gulag siberiano, mil doscientos kilómetros al noreste de Moscú. Cumplirá solo cinco. Cinco años cargando troncos a cuarenta grados bajo cero, trabajando en la transformación de uranio para su uso en un reactor nuclear o picando en la mina de granito. Y jugando al fútbol en el gulag, claro, porque «cada día en que no jugué al fútbol fue un día perdido en mi vida». El director era aficionado, y organizó un equipo solo para ver a Streltsov.  

¿Era Eduard inocente? Es lo que la historia tradicional nos dice, y fijando además el punto en el que se convierte en un apestado para las autoridades: una recepción en el Kremlin donde Ekaterina Furtseva, primera mujer en acceder al Politburó soviético, habla con Streltsov para que este se case con su pequeña hija Svetlana, de solo dieciséis años. «Lo siento señora, ya estoy comprometido», dicen que dijo. Nada grave si no fuera porque efectivamente el futbolista mantenía en aquel tiempo una aventura con Svetlana… 

Así que tenemos la causa, tenemos al falso culpable y tenemos la conspiración perfecta. Pero, ¿fue realmente así? El periodista británico Jonathan Wilson no lo tiene tan claro. Su figura rápidamente se convierte en icono en Occidente, el jugador desenfadado y de talento, el rebelde que era acusado injustamente por el opresivo régimen soviético. Así que se pasaron por alto las pruebas del proceso. Arañazos en el rostro, declaraciones de testigos…

Al salir siguió jugando al fútbol, siguió siendo uno de los mejores, volvió a la selección soviética. Pero nada era igual, ni su físico ni, sobre todo, su brillo, su forma alocada de vivir la vida. Ese Streltsov quedó en Siberia y nunca volvió. 

En Rumania pasaban cosas parecidas. Sobre todo durante los partidos de la máxima. El Eternul Derby, le dicen. Asunto de Estado… y de familia. Valentin Ceaușescu, hijo de Nicolae, es presidente del Steaua de Bucarest es. Enfrente, el Dinamo, conjunto de la Securitate, policía secreta. Allí, Elena. Elena Ceaușescu, decimos. Madre de Valentin, esposa de Nicolae. Unas risas. Presiones, todos quieren ganar, sin importar cómo. El Steaua recluta cuantos jugadores quisiera durante los dieciocho meses que duraba el servicio militar en Rumania. La Securitate amenaza. Antes de cada derbi, la policía arresta al padre de Tudorel Stoica, sempiterno capitán del Steaua, donde jugó entre 1975 y 1989. También intentaba entorpecer fichajes del máximo rival recurriendo al chantaje, amenazando con los inmensos archivos que había en aquel Ministerio de Interior.

Falta indirecta y desaparecidos

Los décadas de los setenta y los ochenta anduvieron fuertes en esto de las represalias a deportistas. En fin, que años convulsos, qué les vamos a contar a ustedes que no manejen gracias a la Wiki. 

Lo que igual no saben es el origen de una jugada famosísima. Mundial de 1974, Alemania Federal. Zaire contra Brasil, tercera jornada de la fase previa. A priori, totalmente desequilibrado. En la práctica aun más. Digamos que Zaire jamás había estado en una de esas, y pagó la novatada. Dominio ante Zambia y Marruecos para clasificación, caída en un grupo jodidillo. Pero jodidillo de verdad, con Yugoslavia, Escocia y la canarinha. ¿Resultados? Horrible. Cero goles a favor, catorce en contra, incluyendo nueve que les metieron los colegas de Tito.

Así el tema parece que a Mobutu le salió regular lo de exhibir internacionalmente su poder. Mobutu lleva ya catorce añucos domeñando la política del Congo y Zaire (depende del momento), y su popularidad andaba pelín baja. Vamos, que sí, que imagen icónica, con su sombrero, y su apodo, y su sonrisa a medio camino entre el colega de parranda y el depredador hambriento… Pero no. Que se lo lleva a manos llenas, colegas, que no podemos mirar hacia otro lado. Una imagen cada vez peor que igual podía arreglar con el fútbol. Y ahora esto. ¿Qué me hacéis, mozucos, qué me hacéis?

Así que amenaza un pelín, porque con caricias no llega uno a dictador. Mirad, que si perdéis por cuatro goles o más ante Brasil… bueno, no os molestéis en volver a casa. Y que vuestras familias tampoco se esmeren mucho. Porque no va a haber casa. Ya me entendéis. Las risas. Igual ahora entienden ustedes la no-tan-cómica acción de Mwepu Ilunga cuando salió a despejar con fuerza un balón… que estaba detenido, esperando a que los brasileños lo pusieran en juego. «Quería que me expulsasen de ese partido», dijo años después al periodista José David López. «Igual así me salvaba de todo aquello. Primero hice una entrada fortísima, pero el árbitro sacó solo amarilla. Y ni siquiera me la enseñó a mí, sino a otro compañero, porque para él todos los negros éramos iguales. Luego hice lo otro. Nada, otra vez amonestación. Claro, sabía lo ridículo del asunto, cómo no iba a saberlo. Pero quería marcharme del partido. Los brasileños se reían, el público se reía… yo me sentía muy enfadado, no sabían la presión que estábamos sufriendo». 

Los jugadores de aquella selección fueron olvidados por decreto nacional. Nadie podía hablar de ellos, ni del Mundial de 1974, ni de las particulares circunstancias que lo rodearon. Bajo amenaza del mismísimo Mobutu.

Cuatro años después pues miren, no progresa mucho el tema. Mundial para la dictadura argentina, que exhiba bien su orden y su limpieza. La FIFA, siempre tan simpática. En 2022 vamos a tener una preciosa Copa del Mundo en Qatar, así que la cosa no va a mejor. 

Los argentinos también arrastran bastantes deportistas desaparecidos a sus espaldas. Un total de doscientos veinte recoge un libro, Deporte, desaparecidos y dictadura», escrito por el periodista Gustavo Veiga. Aclaremos: a veces tiene truco, porque por sportsman aparece todo aquel que alguna vez anduvo federado. Vamos, consta Rodolfo Walsh como ajedrecista, y ustedes ya saben que hizo más cosas. Pero nos vale. En su lista hay jugadores de fútbol, de baloncesto, de hockey, de rugby, tenistas, boxeadores, ciclistas, atletas, ajedrecistas, jugadores de voleibol, alpinistas… de todo, vaya, que esta gente no hace distingos para lo de comportarse como auténticos hijos de puta. 

El rugby fue el deporte más afectado, quizá por su vinculación con movimientos de izquierdas y universidades públicas. En el balompié destacan dos nombres. Ernesto David Rojas, delantero de Gimnasia y Esgrima de Jujuy, y Antonio Piovoso, que guardó la portería de Gimnasia y Esgrima, también, pero esta vez de La Plata. Silvina Parodi, campeona nacional de natación, estaba embarazada de seis meses cuando se la llevaron en marzo de 1976. Tenía veinte añitos. Dio a luz en pleno encarcelamiento, delante de Silvia Ester Acosta, otra reclusa. «Yo estaba en la camilla de al lado. Ella estaba esposada, torturada, picaneada y con quemaduras de cigarrillos»…

En Chile, lo mismo. Quizá el caso más conocido sea el de dos ciclistas. Sergio Tormen, Luis Guajardo Zamorano. El primero era tipo importante, bicampeón de su país en persecución. Qué importa. Un 20 de julio de 1974 agentes de la DINA se llevan a ambos desde el taller que los Tormen tienen en la calle San Dionisio, pleno Santiago de Chile, hasta la tristemente célebre Londres 38. A ninguno de ellos volvieron a verlos con vida. Sumen que el Estadio Nacional, sito en la capital chilena, fue usado como campo de concentración y… vaya, menudas referencias más deportivas nos quedan en el infierno, ¿no creen?

Esa historia tan repetida. Ese grito sin aire.

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3 Comentarios

  1. Manuel Queimaliños Rivera

    Las dictaduras, si lo hacen con sus deportistas famosos, imaginen con los hombres y mujeres , por llamarles de alguna manera, normales. Cuando los asesinos toman el poder, la crueldad humana se dispara. Somos una especie creadores de asesinos institucionales. Una maravilla de especie. ¿ Homo sapiens, sapiens? Uffff

  2. E.Roberto

    Muy bien, Don Marcos. Para no olvidar.

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