Ocio y Vicio

50 huevos duros, o más

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¿Puede uno comerse tal cantidad en una sentada? Esa pregunta inició la discusión entre dos amigos en un mercado de la India mientras hablaban de la película La leyenda del indomable, protagonizada por Paul Newman. Su personaje apuesta que puede comerse 50 huevos duros en una hora. Subhash Yadav apostó lo mismo con su amigo, después de una acalorada disputa sobre lo creíble y lo increíble en el cine. Y llegó a comerse cuarenta y un huevos, pero al empezar a masticar el número cuarenta y dos sufrió un colapso, y tuvo que ser llevado al hospital, donde fallecía poco después. La causa de la muerte, dilatación aguda de estómago, una dolencia tan poco habitual como zamparse más de tres docenas de huevos sin estar entrenado para ello.

El reto no solo es posible, sino ampliable en cantidad de huevos y tiempo de ingesta. Y como es habitual cuando se trata de dar veracidad a cosas absurdas, lo ha demostrado el campeón estadounidense Joey Chestnut. Se zampó 141 huevos duros en ocho minutos. ¿Por qué querría nadie hacer eso? Pura y simplemente, porque le pareció mejor ganarse la vida así que currando en una empresa. No es el único. En Estados Unidos existe la categoría deportiva profesional de comedores competitivos, aunque hay pocos con tanto éxito, estómago, y tragaderas como él. Entre las cosas por las que será recordado para la eternidad, tragarse sesenta y nueve perritos calientes en diez minutos, ciento tres hamburguesas en ocho, o ciento veintiún pasteles de crema en seis. Y así todo.

Si recordamos la película del indomable, Paul Newman se tira agotado sobre la mesa al acabar de comer. Al parecer ese cansancio es habitual en los comedores competitivos, que suelen echarse una siesta al acabar sus campeonatos. Chestnut ha comentado que además su sudor adquiere uno olor grasiento durante unos días, algo que, según sus propias declaraciones, su novia suele recordarle. En cuanto al malestar general, añade, es un poco como los corredores de maratón, se sienten hechos polvo al terminar, pero con el subidón de haberlo terminado. Su preparación en los días previos consiste en un ayuno casi absoluto, limitándose a beber agua de limón. Eso y su entrenamiento le evita sufrir consecuencias fatales, aunque en este tipo de competiciones también se dan casos de infarto.

Si este tipo de concursos existen es por el característico modo de ser estadounidense. Las competiciones de comer nacieron originalmente como campaña conjunta de los locales de comidas, y de las mejores casas de apuestas para promocionarse. Las tradicionales ferias que mezclan puestos de atracciones y de comida eran y son habituales en todo el país. Los setenta, aquella época en que no solo el vestuario era rarito, vio nacer este tipo de campañas, que no tardaron en hacerse muy populares. El público encontraba el espectáculo de los tragones tan estimulante como la antigua exhibición de enanos y mujeres barbudas, con el atractivo añadido de que podían apostar cuál de ellos sería capaz de acabárselo todo.

En teoría la primera de estas competiciones nació en Coney Island, promocionada por el local de perritos calientes Nathan, bajo el título Nathan´s Hot Dog Eating Contest. Sigue celebrándose desde 1972, aunque según ellos su tradición se remonta a los colonos del Mayflower. Claro que si entramos en discusiones nacionalistas, cientos o miles de concursos similares se disputan haber sido pioneros a todo lo largo y ancho del país. Compitiendo por ello hamburgueserías, locales de perritos calientes, de alitas de pollo, de gambas y pescado -los seafood-, o de tartas de manzana. Gastronomía tradicional fast food, vaya.

Y no son solo cosa de hombres. Ni siquiera de gente corpulenta u obesa. Sus campeones son más bien delgaditos. De hecho la estadounidense récord del mundo en campeonatos de comer rápido es Sony Thomas, con apenas cuarenta y cinco kilos y uno sesenta de estatura. Apodada la Viuda Negra por haber derrotado a más hombres con apariencia de poder comerse un buey crudo de los que puede recordar. Acumula veintinueve récords mundiales por tragar cantidades bestiales de comida, en tan pocos minutos como para no poder apreciar a qué saben. Sesenta y cinco huevos duros en seis minutos, cincuenta y seis hamburguesas en ocho, ochenta nuggets de pollo en cinco.

¿Ha llegado, siquiera mínimamente, esta moda hasta nosotros? Lo cierto es que sí, pero de forma algo descafeinada. Algunos locales de nuestra geografía comenzaron a organizar retos de comida al estilo americano para promocionarse, al calor de la popularidad del estreno del reality televisivo Crónicas carnívoras. Un producto típicamente estadounidense conducido con gracia por Adam Richman, que básicamente visitaba restaurantes de diferentes estados para hacer de zampabollos, con la promesa de no pagar si se terminaba unos platos de tamaño bestial. El éxito de audiencia motivó que algunos restaurantes de lugares turísticos incluyeran en su oferta retos parecidos. Después llegaron los youtubers, que imitaban la fórmula de Crónicas carnívoras en su canal, y eran promocionados por los restaurantes. Al menos tres de ellos siguen emitiendo.

Pero tanto si vemos sus canales, como los vídeos de las competiciones americanas, encontramos la misma ausencia. Les falta tensión, espectacularidad, 50 huevos duros… o una finísima chocolatina con crema de menta para terminar.

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2 Comentarios

  1. Maestro Ciruela

    Mientras leía el artículo me ha ido entrando una sensación de hartazgo y estómago cerrado a cualquier ingesta de alimento, que se ha acentuado casi al llegar al final, para rematar con ese repugnante vídeo que te hace sentir que nunca más vas a comer. Muy recomendable para personas que vayan a iniciar dietas de adelgazamiento; incluso creo de utilidad releer el texto y volver a ver a John Cleese, Terry Jones y Graham Chapman, siempre que llegue la tentación de romper la disciplina, algo que sucederá un día sí y otro también.

  2. Hablando de la Leyenda del indomable, y a pesar de que es sensacional la apuesta de comer 50 huevos en 1 hora, que por cierto ganó Paul Newman, tengo que decir que hay otra escena todavía más memorable aún. Cuando la madre de Paul Newman lo va a visitar a la cárcel ya muy enferma, la charla entre ambos es una de mis escenas favoritas de toda la historia. Allí hablan de su pasado, del amor que su madre tiene por Paul pero no por su hermano y cómo ha acabado allí, cuando albergaba tantos deseos para su hijo más querido, y su envidia hacia las perras que llegado un momento se olvidan de sus cachorros y ya no los recuerdan. Digamos que ella desearía eso para ella pero la vida es así. Por favor, véanla. Es una película magistral, un drama carcelario sublime. No olviden que Paul Newman está en la cárcel bastante tiempo por romper «un parquímetro». Se imaginan esto aquí, cuando día sí y día también se rompe el mobiliario público sin consecuencias de ningún tipo. En fin. OBRA MAESTRA

    A.

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