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Soy ponta

Luís Sílvio Danuello soy ponta
Luís Sílvio Danuello. soy ponta

Si hay países que albergan una simbiosis especial con el mercado de fichajes ese es Italia, el inventor del término universal calciomercato. Se trata de una experiencia lisérgica que se produce dos veces al año, aunque no se sabe muy bien dónde termina y cuándo comienza. Se habla de ello durante los trescientos sesenta y cinco días. Sin excepción. 

La retórica en torno al periodo de calciomercato —quizás— comenzó a escribirse hace cuarenta años… Y no precisamente por la calidad de un nuevo fichaje ni por el brillo refulgente de sus fintas y sus goles, sino por algo mucho más potente, más profundo. Algo que trasciende la lógica racional para acercarse a lo espiritual.  

Todo comenzó el 9 de mayo de 1980. El Consejo Federal Italiano acababa de aprobar el retorno de los extranjeros a la Serie A tras casi quince años de abstinencia obligada como castigo ante la pésima imagen ofrecida en el Mundial del 66. Un cierre de fronteras tras el oprobio ante Corea del Norte. La imagen, la estética siempre fue importante para el país.

Italia, al inicio de la década, atravesaba un período complicado, agravado por el escándalo de las apuestas ilegales (Totonero), que provocaría la sanción —entre otros— del mítico delantero Paolo Rossi. En ese año llegaron a la liga italiana Paolo Roberto Falcao (Roma), Ruud Krol (Nápoles), Liam Brady (Juventus), Michel Van de Korput (Torino), Herbert Proshaska (Inter), Daniel Bertoni (Fiorentina), Juary (Avellino), Eneas (Boloña), Herbert Neumann (Udinese) y Sergio Fortunato (Perugia). La cuadratura se cerró con el brasileño Luís Sílvio a la Pistoiese, que en Italia sirvió de inspiración para la cult-movie de Lino Banfi: L’allenatore nel pallone

Se trataba de un futbolista de veinte años. Un paulista de Julio Mesquita que llegaba al club toscano para consolidarlo en una categoría a la cual acababa de ascender. Era delantero, y se incorporaba a un club serio con jugadores importantes en sus filas como Frustalupi (ganó un scudetto con la Lazio), Bellugi y Borgo. En el banquillo, el míster Lido Vieri. A priori, se presentaba como un equipo rocoso y no como la gran cenicienta de la categoría. El Calcio estaba ya pidiendo la vez para convertirse un lustro después en el mejor campeonato del mundo. Al menos durante quince años. No fue casualidad que llegaran —primero— Zico, Platini, Maradona o Sócrates… Después, Matthaus, Gullit, Van Basten o Batistuta… Y por último Verón, Thuram y Crespo, entre otros. Era la flor y nata del fútbol mundial, Italia. Una academia de fútbol con matemáticos en los banquillos y estetas en el verde. El laboratorio del balón estaba allí, donde llegó Luís Sílvio

Fue el segundo entrenador —Beppe Malavasi— a liderar las negociaciones por el punta. También tuvo que ver Juan Figer, un potente representante amigo de periodistas italianos. Lo cierto es que Malavasi inicialmente salió de Fiumicino rumbo a Brasil para fichar otro bomber, pero las altas pretensiones económicas hicieron que finalmente se decantara por Sílvio. Crónicas de la época cuentan que al verlo quedó ensimismado. Concretamente en el amistoso organizado por el Ponte Preta, donde estaba cedido por el Palmeiras. Ahí ya dejó constancia de su instinto letal en el área el bueno de Sílvio, quien llegó a Italia —por trescientos millones de liras— en el mismo avión que Falcao. Un negocio para los paulistas, conscientes de las necesidades imperiosas de Italia por fichar extranjeros sin mirar la letra pequeña… Ni siquiera la grande. Sílvio pasó desapercibido entre la multitud que se agolpaba en Fiumicino, deseosa de encumbrar desde el inicio la nueva estrella romanista. Su prodigiosa melena oscura y un físico no precisamente escultural le sirvieron para disuadir, aunque en el fondo la gente solo estaba atenta al que sería el octavo rey de Roma. Sílvio cogió un tren en la estación de Termini rumbo a la Toscana. Y allí se perdió para siempre. 

El periplo del delantero brasileño se resumió en seis partidos y ningún gol. La directiva del club, desesperada, le preguntaba a menudo: Ma sei una punta? (¿Eres delantero?). Él siempre respondía: Sí, soy ponta, que en portugués significa extremo. Así se escribe la historia de Luís Sílvio, quien a su manera comenzó la leyenda del mercado italiano, lleno de gratas sorpresas y una gran profusión de misterios aún sin resolver. De estrellas y bidoni, que en castellano significa paquete. De eso no hay dudas. Tampoco que en ese maravilloso 1980 cinco de los dieciséis equipos de Serie A (Ascoli, Brescia, Cagliari, Catanzaro y Como) decidieron jugar solo con italianos, y que Luís Sílvio Danuello inspiró a Aristóteles en la película de Banfi. Pensándolo bien, todo se comprende mejor con la filosofía. Especialmente si es complicado de entender. 

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