Política y Economía

Sergio Fajardo, el hombre que retó a Maquiavelo y quedó varado entre ballenas

Sergio Fajardo
Sergio Fajardo en 2005. Foto: Cordon Press.

Ascenso y derrota de Sergio Fajardo, el profesor de matemáticas que marchó a la selva de la política «desnudo de astucias».

Sergio Fajardo (Medellín, 1957) no desfallece jamás y responde a todas las críticas y cuestionamientos sobre sus posturas políticas afirmando con rotundidad que «la forma en que se llega al poder determina cómo se gobierna». Quien con niños se acuesta, mojado se levanta. Si llegas a gobernar con corruptos, tu gobierno será corrupto. Acudiendo a la tradición del pensamiento político occidental, resumiríamos la cuestión afirmando que, para el político antioqueño, «el fin no justifica los medios». Lea bien: «no» los justifica. Es decir, actuar de modo opuesto a lo muy asentadas que tenemos en la psique las presuntas enseñanzas de El príncipe, el tratado sobre el ejercicio del gobierno que Nicolás de Maquiavelo redactó como compendio de una vida al servicio del poder.

La edición con comentarios de Napoleón Bonaparte que publicó Austral en su venerada colección de clásicos, cuenta con la introducción del historiador italiano Giuliano Procacci.  El comentario es una versión mucho más optimista que la interpretación siniestra del funcionario renacentista italiano. Para Procacci, el tema dominante de El príncipe no es ni mucho menos la falta de escrúpulos, sino la «regeneración de un organismo político corrupto» y de «su redención mediante la introducción de órdenes nuevos por obra de un príncipe nuevo».

Quiso Fajardo ser un nuevo príncipe. Corrupción y regeneración son sus temáticas constantes. Tanto en sus años como alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia o en sus tres postulaciones a la presidencia de la República de Colombia, el nodo central de su propuesta pública es la misma: regenerar un país de infinitos problemas sin caer en el esquema de acceso al poder de su política tradicional. Que no es otro que un largo inventario de prácticas corruptas que van desde la compra de votos (que se pagan, posteriormente, con la obtención de contratos de la Administración en favor de quienes proporcionan esos votos) a la apropiación del gasto público mediante las más asombrosas técnicas de engaño. «Pocas manos y muchos ojos» es su fórmula para ese combate. No realizar acuerdos que rompan estos principios en la carrera electoral es la gran línea roja para no deber nada cuando se llegue al poder y así… gobernar como llegaste. Limpio.

Como el Maquiavelo de sus últimos días, Fajardo también compiló en un libro (que titula El poder de la decencia nada menos) su experiencia como candidato y cargo electo. Un compendio sobre cómo ejercer la vida pública, pero también un manifiesto político en la búsqueda, finalmente imposible, de la presidencia. Hector Abad Faciolince (el autor de la aclamada El olvido que seremos, otro intelectual paisa) es quien escribe el prólogo y quien advierte de la desnudez de trucos y artificios con la que el profesor de matemáticas se lanza a la jungla. E insiste en otra cosa más, especialmente importante en el auge y final de Fajardo como candidato a príncipe: su determinación en no dejarse etiquetar de «izquierdista o derechista, de socialista o neoliberal».

Su oposición a elegir extremos le dejó abandonado en el limbo del descontento y el desprecio. Y esta es su pequeña historia.

Ascenso

Érase el Medellín de los sicarios creyentes de Fernando Vallejo. Contra todo pronóstico, un profesor de matemáticas, doctorado en la Universidad de Wisconsin, toma la decisión de participar en política, se postula como alcalde y gana. Lo hace repartiendo folletos en cada esquina, hablando con todo el mundo, renegando de lo que en Colombia se llama politiquería y que no es más que el clientelismo y la corrupción de las élites, superponiéndose a encuestas que no le dan ni la más mínima opción pero que, al final, se muestran incorrectas e inútiles cuando llega la victoria. Defendiendo que «lo más bello» ha de ser «para los más humildes», la Administración Fajardo transformó la ciudad con los mejores arquitectos: se hicieron célebres el Parque Biblioteca España y otras varias actuaciones urbanas, esto es lo más importante, en las zonas más humildes y más devastadas por la violencia. Fajardo insiste en «construir colegios extraordinarios en sitios remotos donde las comunidades nunca han podido soñar con algo así».

Le quita los recursos al concurso de belleza femenino vinculado a la Feria de las Flores (Medellín es LA ciudad de las flores) y decide que las mujeres deben ser premiadas por su talento para la innovación social: puede parecer una obviedad, pero no lo es en la cultura tradicional paisa, que glorifica estereotipos estéticos —narcoestéticos, si se quiere— por encima de casi todo lo demás al juzgar a las mujeres. Logra, también, la complicidad de filantropistas privados para invertir en la ciudad con criterios distintos a los de siempre y enfocarlos a los problemas más crudos (casi siempre, educación).

Y la orgullosa Medellín, una ciudad cuyas élites detestan su asociación con Pablo Escobar, se mostró al mundo: la prensa internacional acudió en masa a investigar qué clase de suceso era el de ese Alcalde que dialoga, le pone muros a la corrupción, reduce la violencia y cambia una mentalidad. Medallo, la forma en que coloquialmente sus habitantes humildes se refieren a la ciudad, «había pasado del miedo a la esperanza». La inercia se puso en marcha: siendo Fajardo ya gobernador de Antioquia, Medellín fue elegida en 2013 como «ciudad más innovadora del mundo».

Nuquí

En el Pacífico norte colombiano, en la pobrísima pero bellísima región de El Chocó, se encuentra la población de Nuquí. Nuquí es la puerta de entrada para hacer avistamientos de ballenas. A la vista de esas playas y esa vegetación, uno desea que nunca llegue el turismo de gran escala, aunque también se pregunta por qué en una tierra tan necesitada no puede explotarse semejante espacio natural. Si Costa Rica pudo, el Chocó podría. Pero no ha ocurrido: a todos los efectos queda como un lugar cuasi virgen y remoto, alejado no solo del mundanal ruido sino de la vida misma.

En 2018, al terminar la campaña electoral por la presidencia de la república y en la que no logró pasar a la segunda vuelta, Fajardo trina (en Colombia los tuits son trinos, ¿no es hermoso?) que se marcha a ver las ballenas. La conmoción es de tal profundidad, que para justificarse de cara la ya también fracasada campaña de 2022 tiene que hacer un vídeo explicando por qué, en 2018, marchó a Nuquí. El relato es que, agotado por la campaña, un amigo le sugiere irse tres días allá a descansar y cumplir «un sueño de muchos años». Y allá fue.

Nunca nadie lo ha perdonado. Irse a contemplar ballenas se convirtió en un meme de la vida social y política colombiana porque muchos ciudadanos no disculparon su presunta falta de compromiso con el país: se le pedía elegir, aunque fuera entre susto o muerte, el mal menor. El mal menor estaba ya decidido por sus críticos. ¿Qué estaba en juego? Como ha sucedido ahora, en 2018, tras la derrota del plebiscito que debía ratificar el acuerdo con las FARC, la elección se planteaba en términos duales: o un candidato opositor al acuerdo de paz respaldado por el controvertido expresidente Álvaro Uribe, o un candidato propaz, casualmente proveniente de la izquierda que fue guerrillera. Gustavo Petro, como hoy.

La parte de la opinión pública que temía la elección de Iván Duque como finalmente ocurrió— pidió al candidato de la regeneración maquiavélica que tomara partido y que apoyara a las fuerzas pro Tratado de Paz. Pero Sergio marchó con las ballenas tras pedir el voto en blanco en vez de mojarse. Fiel a su planteamiento ético y estético de renuncia a la polarización y a la política tradicional, no se pronunció en favor de ninguno de los dos candidatos finalistas. Y desde entonces, Fajardo quedó  —más que etiquetado, apuñalado— con el sambenito de tibio: alguien que no puede liderar o, como se diría en España, incapaz de romper huevos para hacer una tortilla. Él dice que no le importa que lo calificaran de esa manera. Pero Camelot se desvanecía. 

Derrota

Sergio Fajardo solo una vez ganó a la primera: la Gobernación de Antioquia, en 2012. Para ser alcalde lo hizo a la segunda. Entre medias, intentó luchar por la presidencia. Quedó como candidato a vicepresidente del otro alcalde mágico colombiano, Antanas Mockus, que perdió contra Juan Manuel Santos. Su presencia en las elecciones de 2018 terminó en la contemplación de cetáceos.

Pero, a pesar de ese desgaste, el prestigio del presidente profesor —lo que más le gusta que le llamen— se mantenía a pesar de los pesares: bien en las encuestas en las que no creyó nunca, el hombre de Antioquia, la más educada, el intelectual sereno que no insulta y repite sus convicciones una y otra vez, se tropezó con el destino: como si tuviera su propio bosque de Birnam iniciando su caminata.

La Biblioteca España, la obra señera del Fajardo Alcalde, lleva seis años cerrada y desmantelada. Hormigón hueco. Un desastre: filtraciones desde el comienzo, la fachada terminó cayéndose a pedazos. Los problemas constructivos se descubrieron más amplios al intentar repararlas. Los más pobres se quedan sin belleza: Fajardo queda como un creador de imágenes, pero se le señala como pésimo gestor. Él, que debe tener razón al menos en el fondo de la cuestión, tiene argumentaciones formidables de por qué no es su responsabilidad.

Apareció su exesposa volcada en Twitter en contra de la coherencia del antiguo amor, haciendo un paralelismo entre la vida pública y privada del candidato a príncipe: «Ha conseguido que TANTAS veces en su vida privada pasen la página, que está convencido de que en el mundo público también le van a hacer caso». El sereno profesor enfrentado a la amante despechada y a la luz del día.

Empezando en 2018, la presa en construcción de Hidroituango, de nombre tan difícil como el problema, inició el camino hacia un desastre sin paliativos: inundaciones, poblaciones desplazadas, destrucción de la inversión de años…. La responsabilidad de la gestión del proyecto estaba asignada al legendario consorcio de Empresas Públicas de Medellín (EPM). Lo más parecido a la joya de la corona del sector público colombiano, orgullo de los paisas, emblema de la eficiencia y el emprendimiento antioqueño frente a cualquier otro ciudadano del mundo: sí, a veces los antioqueños son de Bilbao. ¿Quién fue el socio del proyecto? La Gobernación de Antioquia. ¿Y quién era el gobernador en los momentos críticos? Sí, Sergio Fajardo.

A Fajardo se le hace responsable económico del daño causado (como se pueden imaginar, no es algo que pueda pagar ni la familia más rica en varias generaciones) y queda salvado y exonerado cuando la aseguradora española Mapfre confirma que abonará las indemnizaciones pertinentes por las primas firmadas con ellos. Fajardo atribuye su persecución y condena al interés en apartarlo de la carrera presidencial, justo cuando las encuestas le daban una posición de privilegio.

Todas las pulgas recaen en un candidato que se va quedando flaco. 

La periodista Maria Jimena Duzán, de modo previo a las consultas partidarias de las coaliciones colombianas del pasado mes de marzo (una suerte de primarias), anunció en su famoso podcast A fondo que tenía la certeza que desde los mundos más siniestros del poder oculto colombiano se había diseñado una estrategia para impedir que Fajardo ganara. ¿Por qué? La reportera no pudo aclarar nada. Curiosamente, un video filtrado de una dirigente de la campaña de Gustavo Petro se esparce como la pólvora diciendo en un acto de preparación electoral: «Ya a Fajardo lo quemamos. Y fue una tarea dura». Tan dura que incluso admiten recurrir al aparato administrativo-judicial para poder desprestigiarlo.

Son los electores de izquierda los que más agresivamente atacan las posiciones centristas de Fajardo, el hombre tibio que, realmente, y en opinión de muchos, hubiera sido capaz de impedir en una segunda vuelta electoral el triunfo de Gustavo Petro al poder reunir con facilidad todo el voto que teme a un líder de izquierda de aspecto bolivariano. El centrismo se ha presentado, desde esta perspectiva, como una continuación encubierta del uribismo que sí podría ser votable por los electores nada cómodos con el mundo de Álvaro Uribe e inquietos por las fórmulas económicas de Gustavo Petro. La campaña de primarias no ayudó: la reunión de candidatos de prestigio intelectual, fue un gallinero de voces discordantes y un elaborado espectáculo de desunión.

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de mayo de 2022, solo un poco más del cuatro por ciento de los votantes optaron por Sergio Fajardo. Unas pocas décimas le salvaron de una presunta ruina, pues sin ese cuatro por ciento no hubiera recibido fondos públicos para financiar la campaña electoral. Hasta el último momento Fajardo recordó que en sus victorias pasadas las encuestas no le favorecieron, pero esta vez el resultado final no se desvió nada de la profecía. Algo de humillación pudo sentirse esa noche. Muchos reproches a su personalidad.

Último Acto – Defensa desapasionada de Sergio Fajardo

Había explicable expectación en qué decidiría el profesor de matemáticas ante la tesitura de tener que elegir entre un presidente con un programa manifiestamente poco viable (Gustavo Petro) y un presidente manifiestamente inviable (el extraño ingeniero Rodolfo Hernández). Todo soportado en la idea de que sus ochocientos mil votos podrían dirigirse a su recomendación. Pronto sus compañeros de coalición marcharon en mayoría por Petro. Todos menos él, que pareció tener por unos momentos la intención de ser la intelligentsia de un candidato que confunde Einstein con Hitler y que no conoce donde se ubica Vichada, un remoto departamento pegado a Venezuela y la región del Orinoco. No será por los metros cuadrados que ocupa la razón de la ignorancia: la quinta parte de España. Eso sí, sin llegar a los setenta mil habitantes.

La realidad, que tiende a ser tozuda, terminó con su despedida de la política al menos por esta vez. Fajardo publica un manifiesto en el que admite, aunque trata de entrecomillarlo, que lo suyo con Gustavo Petro es personal y que no puede ayudarle. Es personal por la cacería a la que las cloacas de su campaña le sometieron. Su gesto, su voz, son las de un hombre profundamente herido. Vuelve a recordar que él es maquiavélico. El Maquiavelo de Procacci: el fin no justifica los medios. Él no dejará de hacer política educada, limpia. Ni Petro ni el ingeniero.

Fajardo es un político. Cómo no va a tener ego y ambición: es probable que, sin ellos, se sea mal político. Asumamos que todos tienen ego y ambición en diferentes dosis. La mirada serena siempre se asombrará de la persistencia ética en el voto en blanco cuando la elección se plantea entre posturas no aceptables. Todo el mundo se cree con derecho a exigir una opción bajo la idea de que, cuando la situación es extrema, no cabe la indiferencia. Ignoran la objeción de conciencia, culpabilizan del resultado al que no se mojó, cuando se juzga el resultado sin saber lo que hubiera hecho la alternativa. La pregunta será siempre, por qué resulta tan dudoso votar al que llega limpio y racional porque no es perfecto. Claro que no es perfecto. 

Tristemente, Fajardo confesó que el día en que llegó a Nuquí no pudo ver las ballenas.

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3 Comentarios

  1. Fernando Rueda

    Es el mejor analisis de estás elecciones que he leído. A mi parecer, Fajardo fue el único coherente de estás elecciones, siempre debe existir la objeción de conciencia. ¡Excelente artículo!

  2. Fajardo nunca fue un mal candidato, de hecho es muy bueno. El error mas grave fue ese: Trinar «cumpliendo mi mas grande sueño de muchos años» cuando decia que la presidencia era su sueño de muchos años. Tal vez sin ese trino, le habria ido de forma muy diferente en estas elecciones en las que se puede notar, con bastante facilidad en la fotografia en la que revelaron los resultados, el aburrimiento y la decepcion.
    Ademas de eso, solo faltaria hablar de Ingrid Betancourt. Nunca habia visto semejante despliegue de cizaña, lengua viperina

  3. Dragonrouge

    Te falta en tu análisis lo que fue vox pópuli, la donbernabilidad, con Gustavo Villegas como actor material de dicho pacto con el diablo. Eso le permitió «gobernabilidad» a Fajardo y que hiciera su biblioteca en Santo Domingo Savio (ya sabemos qué pasó con ese elefante blanco), el puente de Guadua que unía dos barrios (que se cayó pero del que nadie menciona, más detrimento), sus contratos con sus amigos y aportantes cuando fue alcalde. Habla de compra de votos, pero la campaña la compró el GEA y Conconcreto, entre otras, y se cobraron el favor por ventanilla. Ah, Orbitel, con sobrecostos. Y de gobernador? pues el contrato de aceleración de Hidroituango, desestimando las alertas por el pésimo desempeño del consorcio donde sus amigos de Conconcreto y Coninsa hacían parte. Y más, los escándalos de corrupción de Mauricio Valencia su sec. de infraestructura, el peculado a favor de terceros por Corpbanca, los elefantes blancos de Jessica Stephenson, su flamante directora de parques educativos, su altanería con las comunidades afectadas por el proyecto Hidroituango, enviándoles ESMAD para recordar que él es el propio, el «chacho», el moral e intelectualmente superior de los políticos que Antioquia ha visto nacer y prosperar. Ahora, desesperado intenta de nuevo ganar las regionales, retomar a Medellín (para devolverle a sus patrones del GEA las joyas de la corona EPM, Ruta N, la ACI, entre otras). Usted habla de corrupción por clientelismo querido Gonzalo, pero que más clientelismo que pagar una campaña para luego cobrarse los favores con contratos o proyectos que los beneficien. Así fue el GEA en el 2003, y luego Fajardo creó su gobierno corporativo permitiéndole al GEA controlar a EPM, al igual que entregarle y crear instituciones públicas para que el GEA las cooptara. Como se llama hacer contratos a dedo con aportantes a campañas, amañar términos de referencia para que se los ganen sus amigos…claro, esa es la corrupción más difícil de probar pero que es corrupción, lo es, y de lo más bajo. Lo que pasa es que el estilo cambia, es más light, más «educada» y menos «loba» que la que hacían políticos tradicionales

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