Ocio y Vicio Destinos

Asegurando la imagen de la aventura

1. Everest 1 Vista del Monte Lhosa
Vista exacta desde la cumbre del Everest

Montañeros. Llevan más de veinte años compartiendo sus conocimientos en blogs de todo el planeta. Con textos que podrían hacer pasar a cualquiera de aprendiz a experto, a golpe de ratón y aunque no se haya calzado jamás unas botas. Aprendiendo, para empezar, cosas tan elementales como que al alivio de verse rescatado puede seguir una factura de miles de euros. La aventura, por poco épico que resulte, comienza siempre por los seguros de viaje. Sigue por un vocabulario que parece sacado de un curso de inglés por correspondencia, «gore-tex», «shoft shell», «event», «dryvent», «polartec», «primaloft». Apenas el principio del aprendizaje semántico, prendas insuladas e impermeables, sellados de costura, tratamientos de impermeabilidad y durabilidad. Y las técnicas. Puedes comer nieve para no deshidratarte pero tienes que derretirla antes, y nunca coger la que hay en superficie, sino cavar, cavar tan hondo como puedas. O descubrirás después del esfuerzo que la botella que llenaste hasta el borde apenas contiene un tercio de agua, incluso menos. La nieve está compuesta, sobre todo, de aire. Lo cierto es que solo los aficionados acudían a estas fuentes para ponerlas en práctica en su próxima salida. Pero desde que llegamos a la era de la pura imagen hemos estado más cerca de entender la pasión montañera. Porque, seamos serios ¿qué hay en una montaña?

No importa a cuántos montañeros entrevistes, de los no profesionales, su respuesta unánime se podría resumir en que no pueden explicar la razón. Es un sentimiento de plenitud y una pasión a la que no saben poner palabras. Suman 24 millones de personas cada año, según la Asociación Internacional de Montañismo, trabajando y ahorrando todo el año para poder viajar unas semanas a las grandes cordilleras. En busca de una aventura que para ellos es también una forma personal de realizarse. Incomprensible para la mayoría, compartido por unos pocos, en ninguna otra época como en esta habíamos estado tan cerca de entenderles gracias a sus fotos. Una de las imágenes más reveladoras la hizo un simple aficionado irlandés, Fergus White, conocido por su familia, los seguidores de sus redes sociales, y los pocos que hayan comprado su libro autoeditado. Un volumen que en sus primeras páginas, con los preparativos, empieza precisamente con el tema del seguro de viaje de aventura, y sigue por la ropa, la alimentación, el entreno, ese conjunto que parece formar un bloque en cualquier relato de montaña.

A este consultor informático de Dublín, un número más entre los 24 millones de montañeros, su afición por el trekking acabó llevándole a los Himalayas. Y un verano después, al intento de emular a Edmund Hillary y Tenzing Norgay sherpa, los dos hombres que alcanzaron por primera vez la cima del Everest en 1953. El dublinés podría haberse sumado a los circuitos turísticos que prácticamente te llevan a la cima ocupándose de todo, comida, transporte, y bombonas de oxígeno. Esa oferta que provoca arcadas a cualquier amante de la montaña. Pero White eligió la aventura genuina, y la narró en un relato, Ascenso en el infierno, que pese a su título épico no deja de ser una crónica más. Lo que le distingue es haber hecho algo mucho más relevante aquella primavera de 2010. Fotografió los alrededores sentado en la cima en un uno de los días más claros y despejados de la primavera, a las siete de la mañana, después de la salida del sol. Ofreciéndonos la clara imagen de lo que contemplaríamos desde el techo del mundo si alguna vez llegáramos allí y las nubes no cubriesen los alrededores. Es la foto que encabeza este artículo. La imagen de un aficionado, que cuenta más de lo que parece.

Porque resume lo que realmente hay en una montaña. Nada. Ni vegetación, ni animales, ni personas. A medida que asciendes hacia las cumbres menos aún. Viento en los oídos, silencio, un cielo donde el aire es tan fino que ni siquiera parece haber atmósfera. Por qué entonces pasarlo mal con el esfuerzo, el frío, el peligro y la soledad para llegar hasta allí. Habiendo tenido que renunciar, muchas veces, a amigos, pareja, a estar con los demás para entrenarte, otro fin de semana, para helarte en la nieve, para atravesar la ventisca o la borrasca. Y llegar. Un paso más. Cien metros de ascenso más. A menudo en soledad. En países lejanos, como es el caso de esta foto. Que cambia completamente cuando la observas como un montañero.

En ella, a nuestro frente, está Lhose, la cuarta montaña más alta del mundo, 8.156 metros. La cresta que separa la ladera oscura de la clara es la frontera entre el Tibet, en China, y Nepal, en el lado soleado. Si volviéramos a 1953, si pudiéramos estar en aquel día de marzo, un día como el de la foto, veríamos ascender a Hillary y a Norgay, escalando la pared de roca de doce metros de altura. Las dos primeras personas en llegar hasta la cumbre. La ruta por la que ascenderían, hasta 2015, miles de alpinistas, y que desaparecería ese año a consecuencia del terremoto de Nepal. En esta foto existe aún, y en la que sigue a este párrafo puede verse desde uno de los campamentos base. El punto amarillo lejano es un montañero con mono de ese color, ascendiendo por el Paso Hillary. En los últimos años, demasiado a menudo, hemos visto justo ahí esas tomas que estragan al espíritu del alpinismo. Decenas de personas en una larga fila esperando su turno para subir. La masificación del turismo en el monte Everest, contrariando al espíritu de reto contra uno mismo, de hermandad y soledad, que caracteriza a las verdaderas expediciones montañeras.

2. Everest. Paso de Hillary scaled
Último tramo de ascenso, arriba el hombre con el mono amarillo en el Paso Hillary

White tomó dos fotos más. Una hacia el este. Si nos fijamos, en el centro parece abrirse un camino que serpentea, un río de nieve. Es el glaciar, adentrándose camino del Tibet, hacia territorio chino, donde se pierde la vista. Merece la pena detenerse en ese fenómeno climático y meteorológico al que amenaza el calentamiento global.

3. Everest Los Himalayas
Cordillera de los Himalayas desde la cima del Everest

En la última foto de White dos montañeros, con monos rojos, se recortan contra el Nepal. Están muy cerca, porque el espacio en la cima es muy, muy reducido. Al fondo se pueden ver las aristas de las rocas calizas, que contienen trilobites del Ordovícico. Millones de años atrás esas rocas formaban el suelo de un mar cálido. Hay fósiles de animales marinos ahí, como recordatorio a quienes tenemos consciencia de existir de que nuestra hazaña no es ni más ni menos que un copo de nieve en la inmensidad de los Himalayas. Pero puede que esos sentimientos de pequeñez y grandeza solo se despierten en un montañero, cuando se siente en comunión con las cimas, sin poder explicar porqué.

4. Everest Montañeros en la cima
Montañeros en el estrecho hueco de la cima del Everest

Estas reflexiones, junto a la descripción de las fotografías, pueden engañar al lector sobre el último tramo de ascenso, el de la foto de referencia número dos. Desde luego que uno puede tomarse unos minutos para mirar alrededor, para comprender hasta dónde se ha llegado. Pero este no es un lugar para la calma, la reflexión o el ensimismamiento. Mirar y marcharse, en eso consiste coronar el Everest. Los que suben con oxígeno tienen un arduo descenso, donde cada paso es un esfuerzo considerable, con el contenido de las botellas agotándose cada minuto. Los que lo hacen a pulmón libre, aún más. Los cambios físicos en el organismo en una altitud sin apenas oxígeno espesa la sangre, encharca los pulmones, e impide que el estómago y el intestino realicen la digestión. Lo que a dos mil metros sería un pintoresco pase de trekking, aquí es una hazaña. Y para recordarlo ahí están los cadáveres que siembran el camino. Montañeros que se tomaron unos minutos para descansar, y que se durmieron, congelándose. Momificados, o con sus huesos a la vista, su equipo continúa casi incólume, con los vibrantes colores originales, los sacos de dormir, o las botas, los monos, incluso las botellas de oxígeno. Están a demasiada altitud para ser bajados, aparecen y desaparecen según la estación. Su existencia recuerda el enigma que encierra, para los no montañeros, comprender esas ganas de aventura que llevan a arriesgar la propia vida.

Las fotos de White son importantes por la fecha en que se tomaron, marzo de 2010. Justo en octubre de ese año se lanzó Instagram. Puede que a estas alturas nos parezca que la imagen omnipresente de absolutamente todo, desde el bollo que cocinamos en casa hasta el último rincón al que hemos viajado, sea lo normal. Pero solo se ha convertido en cotidiano en la última década y en el mundo anterior lo verdaderamente sustancioso que traía consigo quien coronaba una cima era su relato. Ahora ya ni siquiera necesitamos escucharles o leerles. Desde los aficionados extremos que persiguen las subida a los catorce ocho miles -las catorce cumbres de la Tierra a más de ocho mil metros- a los que viajan en busca de la aventura a montañas más accesibles, no hay cima a la que no podamos echar un vistazo. El Camino del Inca en el Machu Picchu de Perú. Las alturas nevadas del Monte Fuji en Japón, que descubrimos cubiertas de nubes la mayor parte del año, prácticamente todos los días. El Kilimanjaro africano. El Ebrús ruso. El Cervino, que los alemanes llaman Matterhorn, una de las cumbres más altas de los Alpes, solo superada por el Mont Blanc.

Han sido las cámaras amateur, el instagram del montañismo, lo que nos ha acercado a esa experiencia que las palabras no pueden describir adecuadamente. Millones de fotos y vídeos tan carentes de alma que solo dejan una salida, volver a leer el relato de las grandes expediciones, las hazañas épicas, o calzarte un par de botas y ascender para saber, de veras, qué hay en lo alto de una montaña. Nada que remotamente pueda resumirse en una imagen.

 

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3 Comentarios

  1. Gregorio Andreu

    La cima mas alta de los Alpes es es Montblanc.
    Los GPS llevan a gente a lugares en los que no deberian estar por falta de preparacion y a donde no hubiesen sabido llegar sin él. Y a veces la naturaleza se enfada.

  2. El pico más alto de los Alpes es el Mont Blanc con 4. 808 m. El Cervino tiene 4.478 m.

  3. Martín Sacristán

    Gracias, Gregorio y Pablo por la puntualización y disculpad el error, me lo habían pasado de edición y se me pasó por alto corregirlo. Arreglado.

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