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Eduardo Mendoza: el espejo de la posmodernidad (y 2)

Eduardo Mendoza en 2011. Foto de Pol A. Foguet.
Eduardo Mendoza en 2011. Foto de Pol A. Foguet.

Viene de «Eduardo Mendoza: el espejo de la posmodernidad (1)»

Los prodigios de Onofre Bouvila

«El año en que Onofre Bouvila llegó a Barcelona la ciudad estaba en plena fiebre de renovación». Es la primera frase de La ciudad de los prodigios y casi se podría decir que condensa en unas pocas palabras toda la novela. Esa identificación de la obra de Eduardo Mendoza con la ciudad de Barcelona que venía haciéndose desde diez años atrás, llegaría a su punto álgido con aquella excepcional narración de 1986. Probablemente se trate de su obra más reconocida, elogiada y premiada por la crítica. Qué duda cabe de que es, de la misma manera, su novela más ambiciosa, y seguramente la mejor de cuantas ha escrito. El ensayo de novela coral urbana que había practicado en La verdad sobre el caso Savolta alcanza aquí su feliz plenitud, y el novelista consigue recrear de forma indeleble el marco histórico de la gran expansión urbanística de la ciudad de Barcelona. Si Savolta recreaba la crispación y la violencia políticas que tuvieron lugar entre los años 1917 y 1919, en esta ocasión el marco temporal es mucho más amplio y comprende un periodo más extenso: los más de cuarenta años que jalonaron las dos exposiciones universales de Barcelona, de 1888 a 1929.

A lo largo de ese lapso temporal se muestra la evolución de los usos y costumbres de los ciudadanos, el imparable progreso tecnológico (avances como la aviación o la iluminación eléctrica), sin olvidar importantes sucesos históricos, como la traumática pérdida de las últimas colonias españolas. Componiendo de esta manera un retablo de casi medio siglo de vida barcelonesa, catalana y española, atendiendo a las múltiples transformaciones sociales, económicas, políticas, y urbanas que rubrican la entrada en la modernidad. «Había sido un siglo comparativamente parco en guerras; por el contrario, muy rico en novedades: un siglo de prodigios. Ahora la humanidad cruzaba el umbral del siglo XX con un estremecimiento», leemos en el relato. Es el momento de bisagra entre el fin de una época y el comienzo de otra, algo que la novela consigue capturar con envidiable fuerza artística en la representación de la vida de la capital catalana y sus metamorfosis, sus barrios, ambientes, habitantes…

Con el derribo definitivo de las murallas que la cercaban, la urbe pudo expandirse al fin, y absorber en su crecimiento a otros municipios colindantes como Sant Martí de Provençals (que incluía los barrios del Pueblo Nuevo, La Verneda y El Clot), y posteriormente villas como las de Gracia o Sarrià. Así, las construcciones debidas a la Exposición Universal de 1888 desarrollarían también la zona del Parque de la Ciudadela, el Arco de Triunfo y el Paseo de San Juan. Mientras que la exposición de 1929, que marca el final de la novela, supone la expansión de Barcelona hacia el sur, con la construcción del recinto ferial, la Plaza de España y la recuperación de la montaña de Montjuïc para la ciudad. En la novela asistimos, pues, a la construcción de la Barcelona moderna. 

La expansión urbanística de la ciudad tiene su correlato novelesco en el personaje de Onofre Bouvila, y su enriquecimiento personal. Su progreso económico vendrá propiciado por los negocios sucios, en particular gracias a la especulación del suelo en el barrio del Ensanche. Bouvila ascenderá desde la pobreza hasta la cúspide del mundo financiero, gracias a su inteligencia, determinación y absoluta falta de escrúpulos; edificando su imperio de poder y riqueza sobre la base del crimen y la turbiedad. Un buscavidas dispuesto a todo con tal de ascender socialmente: desde los métodos expeditivos del submundo de Barcelona hasta el manto de aparente respetabilidad que confieren el dinero, la autoridad y el poder sobre los demás. La peripecia de este magnífico personaje funciona como metáfora de la burguesía egoísta, sus marrullerías, crímenes, aspiraciones, entramados sociales y pujanza entre finales del siglo XIX y principios del XX. Es la burguesía del modernismo catalán. Del esplendor estético y la nada de sus valores morales. Pero qué fulgor fue el suyo… Onofre Bouvila es un personaje enérgico, y canalla, despiadado y con sus facetas oscuras, pero al mismo tiempo fantástico y fascinante. Por encima de todo, sobresale su fuerza de voluntad, que parece no tener límites y que le impide experimentar cualquier sentimiento de culpa. Siempre dispuesto a justificar su comportamiento despiadado y su convivencia con la maldad. «Así son los seres humanos: materia blanda», comenta con cinismo. Aprenderá a ganarse la confianza ajena, sin dar a cambio la suya. Onofre Bouvila llega a la ciudad procedente de la Cataluña profunda, y su primera toma de contacto con ella será a través de sus castas revolucionarias, en las que milita, pero al tiempo que crece el poder de Barcelona, también aumenta la fortuna del personaje, y a la hora de elegir entre la revolución y el lucro, Onofre se decide por lo segundo sin pestañear un momento. El joven Bouvila simpatiza con las causas anarquistas, reparte folletos subversivos entre los obreros, pero maravillado antes los recursos y los fastos de los ricos, decide aplicarse a la conquista del dinero y el poder. Sus armas serán la seducción y la manipulación, el asesinato y el soborno, el robo y la mentira. 

Nunca sabremos si Bouvila murió o no, porque al final huye de la ciudad en un globo. Un recurso narrativo propio del realismo mágico que hermana la fantasía al relato de corte histórico-político y social. De la misma forma que la propia novela es al mismo tiempo seria e irónica, pues la ironía burlesca hilvana toda la escritura del autor. Al recrear las vicisitudes de la capital catalana, Mendoza, con mano maestra, construye un microcosmos a medias real y a medias fantástico que oscila entre el relato basado en una documentación exhaustiva y los episodios claramente fabulosos, así la aparición de santos o de personajes diabólicos que intervienen en el destino de la urbe. Episodios que frecuentemente cumplen con una misión humorística que sirve de contrapunto a los momentos de mayor gravedad. Tal es la capacidad de Eduardo Mendoza de crear un efecto de verosimilitud y de embrujar al lector con la potencia persuasiva de su narración que este se confunde, y no sabe si tomar lo que el novelista le propone como algo realmente acontecido o si simplemente se trata de uno de los muchos prodigios inventados que pueblan la novela. Sin olvidar, por supuesto, los abundantes cameos de figuras históricas, desde Rasputín hasta Mata Hari, pasando por Picasso, que participan de forma directa o indirecta de la trama y asisten a la apabullante ascensión social de Bouvila. Esas apariciones adelgazan aún más la línea que separa la ficción de la realidad en la novela. 

Incluso la desaparición del personaje al final del relato, coincide con la quiebra de la bolsa de Nueva York. El fatídico año del crac bursátil es el que pone fin a la historia del auge y la caída de Onofre Bouvila. Mendoza conecta así dos de los aspectos más definitorios de la novela histórica: el elemento colectivo del marco histórico con la idiosincrasia individual del personaje. Y es que el periodo histórico comprendido en el relato es una época crucial en la consolidación de la nueva sociedad capitalista en las ciudades de todo el mundo. Mendoza fue capaz de describir con maestría aquella época trazando, gracias a la ficción, un maravilloso puente que religa la ciudad del siglo XIX con la creación de la urbe moderna y su eclosión cosmopolita. Con frecuencia mostrando sus aspectos más tenebrosos: la etapa comprendida entre 1888 y 1929 es el momento de máxima expansión urbanística de la ciudad de Barcelona y de consolidación de los límites que todavía hoy la definen, pero ese precio se pagó en numerosas vidas e injusticias. Por eso Mendoza a menudo revela la otra cara de la moneda: la ciudad nocturna del lumpen proletario y sus barrios sórdidos que surge con el expansionismo salvaje de la capital catalana. La expansión económica y social conlleva un crecimiento feroz y desaforado. Onofre Bouvila afirma sin empacho que la sociedad «se asienta sobre estos cuatro pilares […] la ignorancia, la desidia, la injusticia y la insensatez». La ciudad crece alocadamente mientras que el espacio rural, la aldea, de la que es originario el personaje, va desapareciendo hasta convertirse en una herramienta del futuro magnate en su carrera hacia la riqueza. La propiedad rural en la que malviven en la pobreza los padres y el hermano de Onofre le servirá a este para capitalizarse y servir de aval a sus inversiones en sus inicios especuladores. En la novela se describen los rasgos fundamentales de su carácter que nunca abandonará a medida que alcanza los peldaños superiores de la escala social: «Siempre compartió con los anarquistas el individualismo a ultranza, el gusto por la acción directa, por el riesgo, por los resultados inmediatos y por la simplificación».

En este arco temporal se consolidan también las distintas ideologías que marcarán el signo de la ciudad de Barcelona: el anarquismo, el socialismo, y el catalanismo enfrentado al centralismo estatal que intenta cerrar las puertas al desarrollo de la periferia. De esta manera, en la novela somos testigos de los entresijos de la creación de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, y de su hundimiento, de la organización del proletariado, las disputas políticas entre Madrid y Barcelona, y los oscuros manejos de los poderes fácticos. Culturalmente asistimos al relumbre del modernismo catalán y del noucentisme. Pero al mismo tiempo, La ciudad de los prodigios es un comentario sobre la miseria de las grandes ciudades: la sobreexplotación de la clase obrera y el hacinamiento en el que se ve obligada a vivir, la llegada de nuevos inmigrantes que abarata el precio de la mano de obra, y limita las posibilidades de supervivencia de los recién llegados en busca de unas condiciones de vida mejores. Es el envés del relato del auge y coronación de la burguesía. Barcelona es un ente vivo cuyo crecimiento determina, en paralelo, la progresión económica de Onofre Bouvila. La colectividad y lo individual se convierten en elementos inseparables. 

En el que momento en que se publicó la novela, Eduardo Mendoza comentaba que Bouvila «representa el espíritu de la Barcelona que yo quería representar». Ahí radica uno de los grandes aciertos de Mendoza: haber escrito la gran novela sobre la expansión de la Ciudad Condal, crear un gran fresco urbano de los años en que esta adquirió su personalidad actual, fruto de un crecimiento económico irrefrenable, despiadado y brutal. En la última frase de la novela leemos: «Después la gente al hacer historia opinaba que en realidad el año en que Onofre Bouvila desapareció de Barcelona la ciudad había entrado en franca decadencia». Un personaje y una ciudad en verdad prodigiosos. 

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