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Una lengua ganada al mar

Una lengua ganada al mar 1
Cae la tarde, el viento, y pronto la lluvia sobre la tierra de los bilkerts, uno de los islotes lingüísticos más singulares de Europa. Fotografía cortesía de Ellen Floris.

Un día ventoso de la primavera de 1935, Dirk Gerryts de Jong, un impresor de treinta y ocho años, se mancha las manos con un proyecto que lleva rumiando mucho tiempo: es la primera vez que lee un periódico en la lengua en la que piensa. Que el bildts se hable por un puñado de miles en la vega frisona no es algo especialmente reseñable porque hay lenguas mucho más pequeñas, o más fricativas o guturales, o más exóticas, de esas que se escuchan en lo más profundo de la selva o del desierto.

Como si la tierra de Dirk no estuviera a la altura. Un territorio ganado al mar hace quinientos años: maíz, grano, cebollas, el cinco por ciento de la producción mundial de patatas y una lengua propia, todo brotando del mismo lodazal arrancado al mar del Norte. Y ahora un periódico: el Bildtse Post. Su último redactor jefe es Gerard de Jong, bisnieto de aquel impresor. 

«Proteger la lengua ha sido siempre una cuestión central para mi familia», dice De Jong durante un paseo que nos llevará hasta la bocana del puerto guipuzcoano de Pasajes (explicaremos esto al final).

Dueño de un mentón contundente y un flequillo rubio que le cae hacia la izquierda, este holandés de cuarenta y tres años creció como una palmera sobre esa misma tierra que no es obra de Dios, sino de un ejército de desposeídos llegados desde el sur de Holanda en 1505. Su única forma de sobrevivir era acometer una empresa tan titánica como mover el mar de sitio: levantar un dique de catorce kilómetros, dragar otros cien y encenagarlo todo a base de carretilla y pala. Lluvia, frío, viento, barro hasta las rodillas, y palear, palear y palear hasta que se te rompan las manos o la espalda, que ya seguirán tus hijos o los hijos de estos. Cincuenta años tardaron en robarle al mar una superficie como la de Burgos, que quedaría ensamblada a la costa de Frisia. 

Tras aquel ejército de sufridos carretilleros llegaron nuevas remesas de jornaleros del sur del país. Todos ellos compartían penas y faena con los frisones que también decidieron probar suerte en la nueva tierra. Las variantes meridionales del holandés que hablaban los primeros no servían para entenderse con los frisones, así que tuvieron que aprender unos de otros empezando por lo más básico: pan y leche, lluvia, barro, mar, viento, pala… Las lenguas siempre surgen de la pura necesidad de entender al otro para convivir, y el bildts no es una excepción.

«Se desarrolló una identidad propia, un carácter moldeado por la dureza de aquellas condiciones de vida de un entorno que ellos mismos construyeron», explica De Jong. Het Bildt fue el primer pólder moderno, algo que recuerda lo cartesiano de sus lindes rectas como en un Mondrian, pero con toda la paleta de grises, azules y ocres de un Rothko. «La luz más pura de Holanda», dicen. Son legión los pintores que se acercan hasta allí para sentirla, empezando por el propio Rembrandt, que se mudó a Frisia tras casarse en Santa Ana, la parroquia del pólder. De hecho, en 2005 se encontró un boceto suyo de la iglesia trazado en 1633 con punta de plata sobre pergamino.

Y luego está el viento. Una leyenda bildts gira en torno a un día en el que este dejó de soplar y el desconcierto que provocó entre los lugareños. «Recuerdo aquel día», repite una canción, aunque en Het Bildt siempre quedará la duda sobre si tal milagro llegó realmente a producirse. Al fin y al cabo, aquella tierra no era obra de Dios. «Sodoma y Gomorra», la llamaban los vecinos frisones en el siglo XVIII; un lugar inhóspito pero también abonado para las patatas y las cebollas, o para la pluma de Waling Dykstra, un panadero y padre de once hijos que, en la segunda mitad del XIX, escribió varias novelas en lengua frisona y los primeros relatos cortos en la lengua del enclave.

Que esta no fuera totalmente asimilada por el frisón se debe a que sus habitantes sentían que no eran frisones, sino bilkerts. Aquel paisaje esculpido entre las aguas por los hombres había otorgado una identidad propia a sus hijos y a los hijos de estos. Hay ocho postes que marcan el área original y están provistos de carteles con la historia especial de Het Bildt. «En todas las zonas de Frisia, los diques serpentean, pero aquí son tan rectos como una regla, las granjas son diferentes… Es un paisaje cultural», asegura Aldert Cuperus, historiador regional. 

De Jong habla de gente directa y tan carente de artificio como el nombre que le dieron a su tierra (Bildt significa «terreno encenagado»). Es esta una comunidad a menudo inescrutable a los ojos de los urbanitas holandeses, pero en ningún caso ajena a lo que arrastra ese viento constante. Aquella gente no fue siempre tratada con justicia y, a principios del siglo XX, levantó el puño izquierdo y el primer sindicato agrícola de Holanda. Sobran los argumentos, no hace falta seguir, porque la determinación de los bilkerts queda probada desde el minuto uno de la Creación.

Frisia, Canadá, Tanzania

En un mapa lingüístico, el bildts y sus seis mil hablantes aparecen como una diminuta isla en el norte de Holanda, pero contenida dentro de otra que es la del frisón, una lengua hablada por aproximadamente medio millón de personas. Es una minoría lingüística rodeada por otra; sin ir más lejos, algo similar a lo que era el romance gascón en este puerto vasco de Pasajes San Juan hasta principios del siglo XX

Conviene recordar que, si bien el frisón y el holandés son lenguas germánicas, el primero estaría más cerca del inglés, mientras que el segundo comparte más rasgos con las variantes del alemán (plattdeutsch o bajo alemán) habladas en Bremen, Hamburgo y otras zonas del norte de Alemania. De hecho, estas últimas variantes se parecen más a lo que se habla en Ámsterdam que al alemán estándar, ya que la clasificación entre lenguas y dialectos habitualmente responde a cuestiones políticas y no tanto lingüísticas.

Es algo que también nos recuerda Beñat Garaio, sociolingüista e investigador de la revitalización lingüística. «A menudo, hablantes de lenguas con reconocimiento por parte de los Estados categorizan el valor de las distintas lenguas basándose en el poder de cada comunidad lingüística. Así, las lenguas minorizadas, esas que no gozan de suficiente reconocimiento o protección institucional, son patois en Francia y dialetti en Italia. Sin embargo, lingüísticamente hablando, el bretón o el sardo, por poner dos ejemplos, son lenguas, no dialectos», explica Garaio por teléfono, desde su domicilio en Vitoria.

Los expertos coinciden en que la gramática frisona es la base de la lengua del pólder, pero en el vocabulario encontramos muchas palabras antiguas oriundas del sur de Holanda, así como otros elementos propios.

«¿Es un dialecto? Pero ¿de qué lenguas? ¿Un dialecto de unos dialectos? La respuesta puede que sea más simple: es una lengua mixta, pero una lengua, al fin y al cabo», zanja el vasco. 

El bildts no es, ni de lejos, la única lengua mixta del mundo. Ahí están, entre otras muchas, el capadocio (griego y turco), el michif canadiense (francés e indio cree) o el ma’a de Tanzania (bantú y cushítico). Buscando paralelismos en casa, Garaio menciona el fascinante caso del erromintxela, lengua que mezcla las estructuras del euskera con el léxico del romaní caló. Lo que diferencia al bildts de la mayoría de las lenguas mixtas es que también se escribe. De hecho, hablábamos de un periódico.

No habían pasado cinco años desde que Dirk Gerryts viera cumplido su sueño cuando pararon las rotativas. Como ocurría con el resto de los periódicos del país, los nazis también pretendían incluir propaganda en el Bildts Post, y eso era un sapo que no estaban dispuestos a tragarse en el páramo más ventoso del país. Berlín les cortó el suministro de luz, tinta y papel y el periódico del pólder tardó cinco años en volver a imprenta. Eso sí, lo hizo con un titular en inglés: «Welcome to our liberators».

Una lengua ganada al mar
El monumento al «trabajador del barro», justo al pie del dique, es una visita obligada en este rincón de Frisia. Fotografía cortesía de Ellen Floris.

Tras la muerte de Dirk Gerryts, en 1966, será su hijo, Gerryt Dirks (observen el patronímico, «el de Dirk»), quien tome el relevo para que el periódico se siga distribuyendo entre los diez mil habitantes de Het Bildt. Décadas antes de la aparición de internet, era para muchos la única ventana al mundo en su propia lengua. El empoderamiento de esta corrió siempre parejo al del frisón, y fue en 1972 cuando un tal Sytse Buwalda organizó los primeros cursos en lengua bildts. Pero hablamos de un territorio frisio y, por tanto, no exento de la obligatoriedad de la lengua frisona en la escuela decretada en 1974. Se plantó resistencia, hubo protestas bajo vendavales y titulares incendiarios en las portadas de Bildst Post. Al final, se consiguió que, junto con el frisón y el holandés, el bildts también estuviera presente en las aulas.

Pero siempre será una lucha contra molinos. En 2013 se anunció que, tras quinientos trece años de autonomía, Het Bildt pasaría cinco años más tarde a ser engullido por una región predominantemente frisona, que recibiría el nombre de Waddenhoek. Pesaba el miedo a perder la identidad, que el bildts acabara diluyéndose como un azucarillo en leche hirviendo de vaca frisona. Se presentó una solicitud al Ministerio del Interior para que el bildts fuera reconocido como «lengua regional» (en virtud de la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias, que también incluye al frisón); se recogieron firmas en tiempo récord; se publicaron infinidad de columnas y artículos e incluso la radio pública retransmitió desde Het Bildt durante una semana entera. Pero el Ministerio dijo no, ya que aquello costaría mucho dinero a las arcas del Estado. 

Arjen Dijkstra, poeta local fallecido en 2016, captura un momento tan crítico en poemas tan parcos como el paisaje, pero no por ellos carentes de sentimiento:

’n Taal

ailand

der’t gyn

dyk om

lait.

[Una lengua

isla

sin dique

alrededor.]

’n Dam

tun ’t fer-

drinken

hoeft as

hart.

[Una presa

contra

el ahogamiento

necesaria como

el corazón.]

Manhattan, Bagdad, Pasajes

Gerryt Dirks murió un viernes de octubre del 2000. Su hijo llevaba años al cargo de la administración y la imprenta, así que fue su nieto, Gerard, el que tomaría las riendas sin apenas tiempo antes del siguiente número (era un semanal que salía cada miércoles).

«Yo aún era un estudiante de Periodismo y tenía solo veintiún años. Dejé los estudios en stand-by y, prácticamente de la noche a la mañana, me convertí en el editor jefe más joven de Holanda», recuerda De Jong, replicando un gesto de sorpresa inmune a dos décadas de viento constante.

El periódico contaba entonces con unos mil setecientos suscriptores y también imprimía ejemplares gratuitos más sencillos para los que no lo eran. Sobre todo, publicaba noticias sobre el pólder, pero también, por ejemplo, desde Manhattan: un bilkert que vivía por allí les contó a los suyos cómo se desplomaron aquellas dos torres, algo que marcaría macabramente las vidas de millones de iraquíes y afganos. De hecho, algunos de ellos huyeron hasta encontrar refugio en el enclave y, por supuesto, aquello también fue noticia. ¿Qué sensación daría aquel espacio minimalista, casi bidimensional, a alguien que llegaba de los abigarrados bazares de Kabul o Bagdad?

Pero, como para cualquier otro periódico del mundo, internet también fue un Rubicón infranqueable para los habitantes del plano. «La gente joven no compraba el periódico ni se suscribía. Sin ayuda institucional ni apenas publicidad con la que mantener el proyecto, tuvimos que parar».

El último ejemplar del Bildtse Post se imprimió el 30 junio de 2021.

«Más allá de la nostalgia, miramos atrás sobre ochenta y seis años de periodismo a menudo ejercido con muy pocos medios, pero con un orgullo sin precedentes. Ofrecimos un producto único que sería sustituido por el siguiente producto único cada semana», recordaba Dirk de Jong, el padre de Gerard, en una última editorial en portada. «La batalla ha terminado y la fatiga se impone. No hay vuelta atrás».

A Gerard se le sigue haciendo un nudo en la garganta cada vez que lo recuerda, pero recupera el aliento gracias a una afortunada coincidencia en el tiempo: «Justo entonces, la nueva Administración de Waddenhoek sacó a concurso un puesto de coordinador lingüístico para gestionar la convivencia y promocionar las lenguas locales. Me presenté y me lo dieron a mí». 

De Jong organiza cursos y festivales, lleva poesía a las aulas en frisón y en bildts, asesora a las instituciones sobre las posibilidades de financiación y también intenta convencer al Gobierno central para que la comunicación con su periferia no sea únicamente a través del holandés. No obstante, siempre hubo vida más allá de aquellas lindes rectilíneas. Cuatro años antes había conseguido una beca ofrecida por un programa europeo de lenguas minoritarias que consistía en una «estancia creativa» de dos meses en Pasajes San Juan. 

Es un lugar fascinante, un pueblo de una única calle justo en la orilla oriental de esta bahía natural donde se instalaron los marineros gascones en la Baja Edad Media. Ahí, en una casa de piedra arenisca con vistas a un astillero donde se construye una réplica de un galeón vasco, a muy pocos metros de esa en la que pasó un verano Victor Hugo en 1843, es donde germinó la semilla de la primera novela en lengua bildts. 

Blau fan dagen, griis fan ônrust («Azul del día, gris de angustia») se presentó al mundo en noviembre de 2022.

El protagonista es Sierd Lautenbag, un pintor bilkert que se enfrenta a la dolorosa constatación de que sus cuadros más exitosos son también los más tradicionales y encasillados en el cliché del pólder. Sintiéndose extraño en su propia casa, intentará dejarlo todo atrás abandonándose a una tormentosa relación amorosa. ¿Puede alguien realmente desprenderse de sus propias raíces? Esa es la pregunta que destila la obra. El libro debe su título a un dicho local, y este, a la manera tan drástica en la que cambia el cielo sobre la tierra del pólder.

«Al final, no es más que la idea universal del carpe diem», explica el autor, justo en ese punto donde la bahía de Pasajes se abre al Cantábrico y ya solo se puede desandar el camino.

Pesa la responsabilidad. De Jong dice ser consciente de que un intento de ver nacer una tradición literaria también puede conseguir el efecto contrario. «Puedes escribir una novela en holandés para cien mil personas y no tendrás, ni de lejos, el mismo escrutinio que cuando escribes para una comunidad lingüística de seis mil», dice el autor. 

Pero hay que seguir dando oxígeno a la lengua, repite, «aunque se tenga que remar siempre a contracorriente». Más aún cuando tus pies se hunden donde antes rompían las olas.

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3 Comentarios

  1. Gavrilo Princip

    Muchas gracias por el texto, Karlos. Tus artículos, sobre lenguas, lugares y gente son, de lejos, lo que más me gusta de Jotdown. Me descubren cosas que no conocía, y me hacen querer saber más.
    Y como dato irrelevante para el resto del mundo, decir que hace un mes he estado por los Países Bajos de turismo, y he deambulado por Frisia y el mar del Norte, así que he podido «ubicar paisajísticamente» este texto, lo cual ha incrementado el placer.

  2. Pues muchísimas, muchísimas gracias, Gavrilo. Mensajes como el tuyo le arreglan a uno el día, y mucho más.

  3. Muy interesante, no sabía nada de esto. El bajo alemán y el holandés son del mismo grupo, se ve en que tienen p t k como el inglés y el frisón (de otro grupo) donde el alto alemán tiene pf ts x (hacer es «maken» en holandés y «machen» en alemán).

    Otra lengua mixta es la media lengua de Ecuador, gramática quechua con vocabulario castellano. Saludos.

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