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El mundo que conocemos se acaba, ¿no? ¿O qué?

el mundo que conocemos se acaba
Ilustración: Trinidad Ballester.

Toda innovación lleva implícita su fecha de caducidad desde el momento en que se funda. Con su evolución va creciendo la percepción de que se acaba la etapa existencial en la que nos encontramos. La percepción del presente va unida a cierta intuición acerca de cómo será el futuro. 

Por ejemplo, la estética actualmente predominante en el interiorismo basada en el color blanco y formas rectas y lisas parece estar anunciando que en un futuro próximo va a volver a instalarse una estética llena de curvas y colores. O quizá solo lo percibo yo, que eso también podría ser.

En otro orden de cosas, el bienestar colectivo que se anunciaba con el liberalismo económico está llegando al fin de una importante etapa. La economía basada en el crecimiento permanente está alcanzando un techo que parece insostenible. Se amplía progresivamente la clase trabajadora que aun teniendo un salario no llega a fin de mes. Tener trabajo ya no garantiza la subsistencia económica. Parece que al liberalismo le falta algo de sincero y noble pensamiento libertario.

Desde hace mucho tiempo, el cálculo del precio de las cosas no depende de las materias primas que se utilizan para fabricar el producto o la complejidad de su proceso de elaboración, sino de la previsión relativa acerca de lo que podemos obtener de su venta. De modo que el valor de las mercancías no se basa en lo que cuestan de fabricar sino en el máximo beneficio que se pueda obtener de ellas. Y esto también está culminando un ciclo que no parece que pueda extenderse por mucho más tiempo.

La situación climática también anuncia un cambio de etapa importante de la humanidad. No se pueden sostener antiguas formas de existencia. Los fuertes contrastes de temperatura anuncian un futuro incierto y desconcertante. La última referencia que tenemos en este sentido habla de la glaciación de Europa que aconteció entre los años 1570 y 1700 aproximadamente1. En esta época, el frío inundó el continente, se congelaron ríos como el Támesis y la agricultura local se hundió. Se inició aquí la prevalencia del dinero sobre la de las propiedades. Hasta entonces la riqueza consistía en poseer tierras y ganado, pero ante la dificultad de mantener estos recursos, se impuso la importancia del dinero para poder traer esos bienes desde muy lejos. Comienza así el liberalismo económico y el capitalismo basado en el dinero.

En esa época algunas voces se alzaron para defender la idea de que Dios se había enfadado con los pecados de la humanidad y por eso les enviaba este castigo de la glaciación. Entonces ocurrió un fenómeno que hemos podido observar en muchos momentos de la historia y que se refiere a que cuando el ser humano siente pulsión tanática o percepción próxima de la muerte o de cualquier tipo de final importante de etapa que pone en riesgo la vida, empieza a buscar culpables fuera de sí mismo, a cargar la responsabilidad en otros. En el caso de la glaciación en Europa se realizaron alrededor de ciento diez mil procesos judiciales por brujería y más de la mitad: alrededor de cincuenta y cinco mil acabaron en ejecuciones a muerte, de las cuales el ochenta por cien eran mujeres2.

La huella del tiempo

El tiempo pasa dejando su huella,
hincando en mi piel y mi alma
los renglones de su historia
así, podréis leer entre líneas
la mía propia.

Cada instante que me recorre
deja su limo nutricio
para ser pasto agridulce
de mí misma, de los demás
y, algún día, de las llamas.

(Trinidad Ballester)

La falta de visión de futuro quita vitalidad al momento presente y es una de las experiencias más vinculadas a la infelicidad basada en la falta de sentido existencial. Se incrementa la percepción de fantasmas que en sus travesías amenazan la sensación de satisfacción vital cotidiana. 

Un ejemplo de lo que estamos diciendo lo constituyen la mayoría de los discursos políticos. Parece que las metáforas de progreso y visión de futuro se han quedado estancadas y desconectadas de la realidad desde hace tiempo. Y esto ocurre en casi todos los enfoques del arco político. 

Las propuestas no suelen hacer referencia a las necesidades de la población, las palabras no nombran la experiencia que tenemos del mundo, o bien se formulan desde un criterio anticuado y obsoleto que no logra conectar con las necesidades actuales. Y esto afecta especialmente a los jóvenes, que no ven representados en el discurso político el abordaje de sus proyectos vitales. 

También hay que decir que toda generalización comete error porque elimina parte de la información. Existen honrosas excepciones a lo que estamos diciendo. Podemos identificar políticos que ejercen honestamente su trabajo y se ven en un contexto altamente hostil que dificulta notablemente su deseo de servicio público. 

Este es un ejemplo muy relevante acerca de lo que estamos diciendo. Nos referimos al tiempo que transcurre entre el inicio de una alternativa política sincera, fresca y conectada con el sentir popular y su esclerotización hasta la extinción cuando entra en contacto con las estructuras institucionales que la acaban asfixiando. En la mayoría de las ocasiones, la información que falta en el texto se halla en el contexto.

El discurso político se ha quedado estancado. Suele referirse a conceptos muy generales como la sociedad del bienestar, el progreso de la población o el ejercicio de las libertades en distintos ámbitos vitales. Y es francamente difícil lograr que se concrete en las actuaciones que permitirán que esos objetivos se alcancen.

Se extenúa el argumento de las razones de Estado para perpetuar acciones legitimadoras de muchas acciones políticas. Esto supone una gran desconexión de los conceptos que se defienden, con respecto a la realidad que nombran. La táctica ha sustituido al objetivo del proyecto general que se desea alcanzar. Puede observarse en muchos discursos que hasta hace poco fueron innovadores, cómo han ido caminando hacia una desconexión de la realidad que querían mejorar. El mapa ha acabado por sustituir al territorio.

En general, los debates se ciñen a localizar las palabras del adversario que permitan identificarlo con un discurso determinado y desde ahí polarizar la discusión desprestigiando su posición. Es como si dijeran:

—Es usted negacionista, ecologista, comunista, fascista, feminista… (a elegir). — Y ahora le voy a contestar a la imagen social negativa que tiene su discurso y no a los argumentos que acaba de plantear.

La cosificación del discurso del otro es la puerta de entrada para desacreditarlo. En general, los debates terminan donde deberían empezar.

Cada vez es más difícil sostener la afirmación de Frida Kahlo cuando decía: «Donde otros ven fronteras yo veo horizontes».

Por su parte, la evolución del discurso científico lleva una deriva similar. La ciencia corre el riesgo de convertirse en una nueva religión. La demostración de hipótesis contradictorias basadas en el mismo método científico nos hace sospechar que hay un importante sometimiento del tema que se desea estudiar al método científico que lo corrobora. La ciencia se acerca de la duda metódica que proponía Descartes para convertirse en un parangón de producción de certezas.

La invasión de noticias falsas genera una expectativa social de descrédito por la conversación auténtica. Todo mensaje viene acompañado de la duda de que quizá sea falso, por tanto, no conviene creer en nada siendo mejor mantener siempre la alerta sobre la veracidad de cualquier noticia. Esto nos hace perder la confianza en la conversación que garantiza la propia libertad y conviene recordar que la conversación ha sido el instrumento más relevante en el proceso civilizatorio humano3. Como dijo Donald Trump: «La verdad tan solo es una opción».

Algo similar ocurre con propuestas de innovación en el campo de lo social y lo educacional. Lo que se inicia en muchas ocasiones con propuestas frescas y llenas de vitalidad conectadas con las necesidades más básicas del ser humano, evolucionan muchas veces a programas estereotipados que tienden a la autolegitimación. Me refiero, por ejemplo, a programas educativos que nacen para defender la creatividad de los niños y acaban generando programas con múltiples variables y criterios para cosificar la creatividad que consideran verdadera. Volviendo, de este modo, a excluir formas alternativas de subjetividad creativa. 

Otra travesía del fantasma a la que podemos asistir es la sospecha de que los tiempos de paz se agotan. La expansión de ciertas vocaciones de imperialismo, extensión de territorios y voluntad de los grandes países de anexionarse otros más pequeños y colindantes es una sospecha que intermitentemente angustia a la sociedad. Lo que aporta la sensación de riesgo de aparición del conflicto en cualquier momento. La sublimación del miedo a la muerte adquiere muchas versiones relacionadas con esto. 

Todo esto nos lleva a una creencia sólidamente instalada de que las nuevas generaciones no se hallan implicadas en lo que ocurre en su contexto, pero es difícil aceptar que esto ocurra en general. Quizá haya que pensar si lo que pasa es que la generación anterior no ha sido capaz de proyectar ilusión acerca de que su participación puede contribuir a cambiar la sociedad.

Parece que la convicción más instalada se refiere a que la realidad es muy tozuda y no cambia por más que hagamos para mejorarla. En consecuencia, no merece la pena intervenir para promover la mejora y el cambio social.

Por otro lado, el análisis de la subjetividad ha perdido relevancia. Es más importante la inclusión social, familiar e institucional que la manifestación de la propia subjetividad. El ser humano se debate en la paradoja permanente que viaja entre dos polos. Por un lado, busca pertenecer a su comunidad de referencia y por otro lado desea manifestarse y ser sí mismo. Actualmente predomina la importancia de la pertenencia, ya que el exilio es el peor castigo para el individuo. En este sentido, el análisis de las personas y la calibración de su posibilidad de exclusión es ahora muy vigente. Las ciencias del comportamiento han evolucionado del análisis de la historia de las personas a la previsión de los posibles síntomas de inadaptación. Se ha transitado de la biografía azarosa al caso calculado y previsible4. El crecimiento en tipos diagnósticos psicológicos crece alarmantemente5 en un afán de clasificar personas y aparentes dolencias.

De todos modos, tan patológico es el optimismo ingenuo como el malditismo negativista para parecer interesante. No es conveniente que la profundidad nos lleve al abismo. Como ya se sabe, no es lo mismo ser profundo que venirse abajo.

Hay que recordar que podemos interpretar, en parte, la experimentación de la tristeza como amor a la vida. Cierta nostalgia de que la realidad no ocurra tal y como deseamos. La melancolía indica que conocemos cómo deseamos que transcurra la existencia y en estos momentos, la echamos en falta.

La mente intuitiva e inconsciente se pasa el tiempo procurando la fusión de polaridades aparentemente contrarias. O, dicho de otro modo, incluyendo la sombra en el área de la luz cognitiva y viceversa.

La cultura hippie por ejemplo, arrancó de la carencia de amor universal que detectaban en el contexto de aquella época. El pacifismo tomó como punto de partida el horror provocado por la guerra de Vietnam. Por otro lado, Tolkien funda su obra para escapar de la impresión infernal que le produjo la guerra mundial, creando un universo que pudiera ser más habitable.

La historia está llena de experiencias de innovación positiva que se iniciaron con el fracaso de movimientos sociales perniciosos. En adelante habrá que estar atentos a las nuevas señales de solución creativa y esperanzada que la vida nos aporte.

Necesitamos la capacidad de reimaginar lo que ya conocemos

(M. Shelley)


Notas

(1) Consultar el libro de Philipp Blom (2019): El motín de la naturaleza. Barcelona: Anagrama.

(2) Philipp Blom (Op. Cit.). Págs. 62-63.

(3) Tesis excelentemente desarrollada por Mariano Sigman en su libro: El poder de las palabras. (2023). Barcelona: Penguin Random House.

(4) Consultar la obra de Michel Foucault: Vigilar y castigar. (1990). Madrid: Siglo XXI.

(5) Ver Artículo mío publicado en Jot Down el 29 de agosto de 2020: «Cuando la palabra no se refiere a lo que nombra».

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6 Comentarios

  1. Quizás hay mucha carencia de perspectivas, y por eso se tiene la impresión de vivir en un callejón de salida. Sin embargo es en este escenario actual donde cada persona y cada sociedad ha de encontrar un progresivo dejar una cosa por saturación, y asumir alegremente otra, por su elevada calidad y resolución.

    La apertura ante un tipo de vida que gradualmente es menos material, es necesaria. No una apertura por temor, o sobrellevando la densidad de lo temeroso, de lo pesado y erróneo, esteril y «lógico». Sino una apertura por conocimiento de primera mano, a partir del estudio y la experiencia que nos permite descubrir otra conciencia. Una manera de pensar diferente es necesaria, es una condición indispensable. Nadie propondrá un buen slogan, no es cuestión de que alguien señale un camino a seguir. Uno mismo ha de tomar la responsabilidad y la confianza para abrir paso ante una jungla de pensamientos, que se repiten en círculos, mediante una idea totalmente distinta, la cual llega en un momento dado a su ser interior.

  2. Ahora decidme de qué va a servir al 95% de la población este discurso enrevesado de Bernardo Ortín y el no menos enrevesado comentario de Mar, que parecen Frasier Crane y su hermano Niles.

    • Alejo Urzass

      Exactamente lo que dice arriba: «La cosificación del discurso del otro es la puerta de entrada para desacreditarlo. En general, los debates terminan donde deberían empezar.»

    • Lucio Anneo

      Totalmente de acuerdo. Abajo la reflexión. No ‘sirve» para nada. Vayamos a leer el As y no pensemos.

    • Acabas de ejemplificar perfectamente parte del inicio del discurso del artículo.

  3. Lo que dice sobre la ciencia no tiene ni pies ni cabeza

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