Cine y TV

‘Perseguido’, el antiguo futuro de la televisión

'Perseguido', el antiguo futuro de la televisión
Richard Dawson y Arnold Schwarzenegger en The Running Man, 1987. Fotografía: TAFT Entertainment Pictures.

La recuerdo como el maná. La cinta que se alquilaba en el videoclub en mi cumpleaños. Entonces, Arnold Schwarzenegger era el ídolo de los niños y, si lo introducías en un contexto futurista, aquello era la panacea. Sin embargo, Perseguido era una película pesimista. Mostraba una sociedad fascista, con limitaciones de todo tipo de bienes de consumo, en la que se abría fuego contra los manifestantes. Para canalizar la frustración, en un programa de televisión, se asesinaba a delincuentes de formas curiosas. ¿Qué hacía un crío disfrutando de algo deprimente en su día más especial?

Con lo que veíamos en la tele y en el cine, por norma general, los niños éramos fachas en el alma. No como ideología elaborada, pero sí en nuestros juegos. Nos entreteníamos inventándonos diferentes formas de imponer la ley y el orden. Un concurso para matar criminales no tenía nada de particular, era una idea divertida. Supongo que los guionistas estadounidenses fueron muy conscientes y por eso tuvieron que urdir un burdo plan para que el protagonista de Perseguido no fuese un criminal, sino un policía que se había negado a asesinar a gente indefensa y, por este motivo, le habían tendido una trampa falsificando un vídeo. Como idea era muy actual, a través de un deepfake, lo acusaban de lo contrario, de disparar a la multitud que protestaba por el precio de los alimentos. 

No recuerdo que el protagonista me cayese ni bien ni mal por eso. Me gustaba por una manipulación del espectador todavía más simple. Ante la adversidad, siempre estaba seguro de sí mismo. Cuando peor se lo ponían, hacía un chiste. De nuevo, ese modelo de conducta es muy actual. Así se levantó el liderato de Berlusconi y, durante décadas, ha sido el perfil que han marcado personajes como Putin o Lukashenko. En contraposición, los malos eran todos patéticos. Un presentador histriónico y déspota, sus ayudantes cursis y con tics, gladiadores decadentes y depresivos… Schwarzenegger llegaba allí y arrasaba con toda esa imperfección humana mostrando una falta total de todo lo que a nosotros, los niños, nos atenazaba: miedo, dudas, debilidad, impotencia…

Seguro que, para muchos pensadores, esa fórmula de entretenimiento es la semilla del fascismo, pero yo creo que se trataba del mito del héroe de toda la vida, como el propio Superman. Algo de lo que te olvidas con la madurez, cuando ya empiezas a desenvolverte por el mundo y no tienes fantasías compensatorias de ser una superpersona. Evidentemente, esto no le pasa a todo el mundo.

A Schwarzenegger en su propio país le dieron cera por estas películas. Lo acusaron de fomentar la violencia. En su defensa, dijo que él había visto películas violentas toda su vida y no era una persona violenta, que el problema estaba en que los padres no educaban a sus hijos porque no tenían tiempo o por lo que fuera y que no se podía delegar esta función en el entretenimiento televisivo o cinematográfico. La verdad es que eran palabras sensatas y, a decir de sus biógrafos, por este desencuentro en los ochenta, siempre le tuvo cierta aversión a la ultraderecha del Partido Republicano estadounidense en el que militó. No obstante, quedó tan marcado por el desprecio de la crítica moralista que no tardó en intentar demostrar que tenía tablas para triunfar también en la comedia. Así llegaron Los gemelos golpean dos veces o Poli de guardería, que no son muy recordadas, o al menos no tanto como su renacer con Desafío total y Terminator 2 inmediatamente después. 

Lo que pasó con Perseguido es que la película acabó en los tribunales. Había una versión anterior de la misma idea, francesa, de 1983, El precio del peligro, de Yves Boisset, de la que los americanos habían tomado no pocos préstamos. Para empezar, el personaje más importante, el presentador del concurso, que en la francesa era el gran Michel Piccoli. Aunque su homólogo en Estados Unidos, Richard Dawson, no lo desmerecía en absoluto, sobre todo tras su papel en el famoso concurso de la CBS Match Game en los años setenta. 

'Perseguido', el antiguo futuro de la televisión
Gérard Lanvin y Michel Piccoli en Le prix du danger, 1983. Fotografía: Avala Film / Swanie Productions.

En su película, Boisset tenía un enfoque de izquierdas inequívoco y reconocido. Para reflejar la distopía se fue a rodar a Nueva Belgrado. Un detalle curioso, la arquitectura de la nueva ciudad socialista de Tito, la que debía abrigar al nuevo hombre yugoslavo, fue un escenario que el director francés consideró «neoestalinista», «totalmente impersonal» y «arquitectura absolutamente carente de alma». Dijo que podría ser «cualquier lugar y ninguna parte». El lugar escogido para situar el canal de televisión fue el Centro Sava, el palacio para albergar los encuentros de los Países No Alineados. 

En su guion, el directivo de la cadena pronuncia una frase que sí define el modelo de televisión que, quince años después, había conquistado a la inmensa mayoría de las audiencias. Decía que su programa le servía al público «para crearse la ilusión de que lleva o no razón en algo». Solo por esa sentencia merece la pena la película, porque define a la perfección a la población alienada por estériles polémicas artísticas, deportivas, pseudopolíticas y, muy especialmente, sobre sucesos.

La denuncia era clara. Boisset consideraba que el entretenimiento en la televisión, que tantos adeptos iba teniendo en esa década, con un crecimiento exponencial, servía para mantener a la gente alejada de los verdaderos problemas. Él citaba el desempleo y el racismo. El personaje del directivo se explayaba en este sentido, decía que, cuando los telespectadores veían un crimen, se sentían liberados, que estaba demostrado que en tiempos de guerra descendía la criminalidad, por lo que su programa era un servicio de salud pública. En 2013, Boisset reconocía que su película había sido premonitoria. Advertía de la voladura de los valores elementales y de que era algo que se había conseguido gracias a una televisión sin límites morales.

El relato original era un cuento de Robert Sheckley que fue retomado por Stephen King en la novela El fugitivo. Franceses y americanos se enfrentaron en los juzgados. Los productores de la película de Schwarzenegger se defendieron aduciendo que no habían copiado El precio del peligro, sino que se habían inspirado en el relato de Stephen King, mientras que los franceses lo habían hecho en el de Sheckley. Lo relevante, sin embargo, es que la película francesa mantenía un detalle fundamental: el protagonista que se veía empujado a concursar era un desempleado. Ben Richards, el personaje de King, además de no tener trabajo, tenía una niña enferma y estaba desesperado. Ambos escritores incidieron en la idea de que la libertad sin dinero es muy relativa, pero, en la película estadounidense, ese detalle se cayó. Seguramente, en los años ochenta, el gran público estadounidense no quería escuchar esa gran verdad, ni siquiera lo hace ahora, ya sea de izquierdas o de derechas.

Otro detalle que pasaron por alto en Perseguido era la naturaleza de los gladiadores. Crearon unos personajes que parecían sacados de Pressing Catch. Mención especial para Dynamo, interpretado por el gran Erland Van Lidth De Jeude, que era un cantante de ópera que lanzaba descargas eléctricas con su traje de luces, pero que le bastaba con mojarse para morir electrocutado en su propia armadura. Lo que más quería poner en la picota su director, Paul Michael Glaser, era el propio show business. Así, el mayor quebradero de cabeza de estos luchadores era que la pureza de su deporte se había echado a perder por el dinero y el negocio de la televisión. 

Los franceses hilaban más fino. En una entrevista a cada gladiador antes de que empezase el show se mostraba que eran personas perfectamente normales, uno era ferroviario, otro en sus ratos libres era árbitro de fútbol. Con eso quedaba patente un fenómeno comentado hasta la saciedad sobre los conflictos bélicos, lo poco que hace falta para que una persona aparentemente normal se convierta en una asesina. Normalmente es esa entelequia llamada nación, pero, en esta distopía, el clic necesario lo daba el solo hecho de estar ante las cámaras. Eran los focos los que convertían al hombre en criminal. Una verdad como un templo y, si a alguien no le ha quedado claro que este fenómeno ha ocurrido en los años hegemónicos de la televisión, no tiene más que ver ahora el poder del fav. Hasta los más nobles académicos se han vuelto turulatos a base de favs y no les ha costado nada satisfacer su adicción ofreciendo a su público justificaciones cada día más extremistas para que odien a sus vecinos y sepan distinguir bien quiénes son «los nuestros», y quiénes «los otros». 

Es la vuelta de tuerca que les falta a estas películas y a estos relatos. Con la telerrealidad se cumplieron todas sus premoniciones. Nunca se han visto realities en los que se haya tenido que matar a alguien (aunque sí ha habido muertos), pero casi. Los concursos de supervivencia se basaban en llevar a los concursantes al límite, a pasar hambre, comer gusanos y correr semidesnudos para conseguir unos billetes y algo de fama efímera. Incluso podríamos decir que son más violentos los de convivencia. Encerrar a personas para desquiciarlas y que se enfrenten unas con otras es puro sadismo, concretamente, del espectador, quien, tomando partido, como decía el directivo de la película francesa, se ilusiona creyendo que lleva razón en algo. Sin embargo, los efectos perniciosos del espectáculo en la cultura de masas no han hecho más que multiplicarse ahora, cuando cada ciudadano se ha convertido en un pequeño medio de comunicación y ofrece un espectáculo que espera que el público jalee o abuchee en una espiral perniciosa. Facebook ya tiene un genocidio en su sala de trofeos, el de los rohingya. Si antes el pánico de los Kafka o los Orwell era que el ciudadano no fuese triturado al quedarse atrapado en los engranajes del Estado, ahora la conducta se cuida muy mucho para que no ocurra lo mismo pero con las redes sociales. Todo eso estaba desnudo en El precio del peligro: nuestra inmensa mediocridad y, a la vez, gran talento para la psicopatía.

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7 Comentarios

  1. Abel "el bedel"

    Cualquier comentario de una peli ya tratada por Mariano Rodríguez nace como sin color. Aquí te pongo al maestro:
    https://www.youtube.com/watch?v=t4eBzIWcMAw

    • He visto el vídeo del enlace que ha puesto y he de decirle dos cosas:
      – estoy completamente de acuerdo con su afirmación
      – citando al abuelo de Los siete magníficos, la de John Sturges: «Para los campesinos está la estación de la siembra y la de la cosecha. Si existirá una estación para el agradecimiento, se la dedicaríamos entera»

  2. Me ha encantado el artículo. No se puede decir más ni mejor. No sabía que se habían «inspirado» en una peli francesa.

    Bueno, que en la parte musical, está el temazo AOR Restless heart de John Parr.

  3. Alvaro Prada

    Hay una copia barata de Perseguido, protagonizada por Lorenzo Lamas: Final Round.

  4. Eduardo No Riega

    Sobre el director, Paul Michael Glaser, es el Starsky de la serie setentera Starsky & Hutch. Su vida personal fue un calvario, ya que su mujer contrajo SIDA por una transfusión durante el parto de su primer hijo, y ambos, seropositivos, acabaron falleciendo con los años.

  5. E.Roberto

    Muy bueno, señora. Si alguna vez tiene tiempo y ganas, me gustaría saber su opinión sobre La guerra de Charlie Wilson, con Tom Hanks y Julia Roberts. Tiene algo de épica nacional americana, pero pienso que sea una muestra de la lenta decadencia de tan grande país, especialmente al mostrar cómo y quienes componen el congreso y sus fobias prefabricadas. Gracias

  6. Veamos, los niños éramos fachas de alma porque jugábamos a crear ley y orden a base de violencia justificada?? vaya vaya, debe ser que la Stasi (por ejemplo) repartía caramelos. Y eso en el segundo párrafo.
    Ahora me dirá que 1984 es también facha «en alma».

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