
Bitcoin ha comenzado el año 2025 con un fuerte impulso alcista, continuando la tendencia positiva de 2024 con valoraciones cercanas a los 100.000€. Está claro que Bitcoin es un animal mutante, domesticado y salvaje al mismo tiempo. Ha sobrevivido a mil entierros, a gobiernos que quisieron borrarlo del mapa y a legisladores que lo convirtieron en un Frankenstein financiero. Está en los balances de las empresas, en los portafolios de los fondos, en las billeteras de los anarquistas digitales y de los corredores de bolsa con traje de tres mil euros. Se puede adquirir en cajeros que se encuentran en los centros comerciales o usar en los mejores criptocasinos. Es un instrumento financiero más, dicen los analistas con la condescendencia de quien intenta domar un huracán con una red de mariposas. No entienden nada. Bitcoin no es un activo, es una narrativa. No es dinero, es una idea. Y las ideas, cuando prenden, son más difíciles de destruir que cualquier institución.
En Davos destacaron que la claridad regulatoria será clave para el crecimiento de las criptomonedas en 2025 y uno acaba preguntándose si estamos a la vuelta de la esquina de la adopción masiva de esta criptomoneda o estamos ante una de esas promesas tecnológicas que nunca terminan de despegar, como el grafeno en la industria de materiales o Linux en el escritorio del usuario. ¿Deberíamos entonces invertir en Bitcoin en 2025? La pregunta es un parásito, una larva que se instala en el cerebro y crece con cada pestañeo, con cada nuevo titular que anuncia su resurrección o su inminente desplome. Bitcoin sigue ahí, sobreviviendo a los augurios, al escepticismo, a los descalabros regulatorios y a los intentos de control. Es el espectro de una revolución inacabada o la burbuja más tozuda del siglo XXI, la fiebre del oro digital para algunos, la religión de los desesperados para otros, el casino donde el crupier es un algoritmo y la casa no tiene más reglas que la avaricia.
Pero, ¿invertir? Qué palabra tan arrogante. Como si supiéramos algo, como si el conocimiento fuera posible en este desierto de certezas líquidas. ¿Invertir o entregarse al vértigo, a la promesa de multiplicación, a la idea febril de que la única salida del estancamiento es el salto al vacío? En 2025, el mercado sigue siendo un campo de batalla. La SEC ladra pero no muerde, los bancos juegan a ser amigos de aquello que juraron destruir, las ballenas mueven fichas en el tablero y los pequeños inversores corren detrás, siempre un paso tarde, siempre con la certeza de que esta vez, esta vez sí, no serán los últimos en enterarse.
Quizá la pregunta real sea: ¿qué demonios significa «invertir»? Porque si se trata de jugar con el precio, de entrar y salir, de seguir las velas verdes y las rojas como si fueran señales divinas, entonces la respuesta es otra. Porque nadie gana en ese juego, o al menos nadie que no tenga información que tú no tienes, velocidad que tú no posees, control que nunca tendrás. Pero si la apuesta es más profunda, si lo que uno compra es un pedazo de esa resistencia silenciosa que ha desafiado todo intento de control, si lo que uno busca es la grieta en la pared de un sistema financiero que ahoga con su propia arrogancia, entonces la respuesta cambia.
No se puede hablar de Bitcoin sin hablar del tiempo. No se puede hablar de tiempo sin hablar de paciencia. No se puede hablar de paciencia sin hablar de fe. Porque, al final, todo se reduce a una superstición, a la necesidad de aferrarse a algo, cualquier cosa, en medio del naufragio. Creer, por ejemplo, que el mundo tal como lo conocemos es una farsa en su acto final, una estructura carcomida que se sostiene por pura inercia, con gobiernos que imprimen dinero como quien arroja cubos de agua a un incendio forestal, con economistas que repiten fórmulas huecas mientras el suelo tiembla bajo sus pies. Creer que las crisis no son anomalías sino el estado natural de las cosas, el tic nervioso de un sistema que se sacude y convulsiona mientras finge estabilidad. Creer que Bitcoin es el refugio, la barca en un mar de papel quemado, la última salida antes de que todo estalle, antes de que la gran mentira se desplome y nos deje expuestos, desnudos, con las manos vacías y la única certeza de que nadie vendrá a rescatarnos.
Pero también hay otra cara. La posibilidad de que Bitcoin no sea más que un espejismo. Que el valor que le damos no sea otra cosa que la euforia disfrazada de convicción. Que el mercado en realidad no sea tan descentralizado, que el control siga estando en pocas manos, que el mito de la independencia financiera sea solo eso, un mito, una fábula para justificar el vértigo. Porque, ¿y si el mundo sigue igual? ¿Y si los bancos centrales encuentran la manera de seguir alargando la partida, si los gobiernos logran domesticar la tecnología, si la adopción no llega nunca al punto de no retorno? ¿Y si Bitcoin no es el oro digital, sino solo el tulipán más longevo de la historia?
Y sin embargo, la pregunta sigue ahí, latiendo. No hay respuesta, solo un murmullo que se repite en la mente de millones de personas que miran las gráficas como si fueran oráculos. Algunos ya lo han decidido: están dentro, para bien o para mal. Otros siguen dudando, atrapados entre la esperanza de subirse antes del despegue final y el miedo de ser el último idiota que compra antes del desplome definitivo. Y ahí estás tú, con el cursor parpadeando, con la aplicación abierta, con el dedo temblando sobre el botón de comprar. Con la certeza de que no hay certeza. Con la sospecha de que la única forma de ganar es aceptar, de una vez por todas, que en este juego nadie sabe realmente lo que está haciendo.
Esta cripto idea da para todo a pocos, y los otros detrás de ella que aman la fe de las cosas ocultas, encandilan con la salvación desde las catacumbas donde el Pez se vuelve Libra como en Argentina que eligió la libertad para andar bien en fondo, de las tumbas y de las timbas de la “¿Industria Financiera? según el ministro de turno. ¿Tendrán valor agregado? ¿Otra cripo iva idea? Cripto crápulas operadores de bolsa, crotos que se vuelven ricos con las crisis de ideas valorizadas en el tobogán sin fondo de los medios donde todos tenemos un segundo de gloria para seguir siendo segundos con visibilidad siempre perdiendo. Excelente aviso. Gracias.
¿Por qué «bitcoin» y no «EL bitcoin»? ¿Alguien dice «euro ha comenzado el año 2025» o «dólar ha comenzado el año 2025»? ¿Por qué tanto esnobismo escribiendo sobre un timo más viejo que la orilla del río?
Oportuna pregunta. La falta del artículo crea una “renguera” linguística que supongo no es debida a un presunto snobismo. Arriesgo una explicacion: siendo un sistema extructurado de valor, invisible como el concepto de país, creada con el lenguaje binario y la moneda, y no un objeto táctil como el dolar o el euro, creo que inconscientemente le quitaron el artículo de la misma como nos enseñaron a quitarlo en ejemplos como,” Argentina es un país latinoamericano”, y no “La Argentina es..” De cualquier manera me suena malísimo, por más que tengan razón.
Es normal la ausencia de artículo delante del nombre de países. Nadie dice en español «la España o la Francia o la Italia es un país europeo» (en francés, sí: l’Espagne, la France, l’Italie). Lo del bitcoin para mí es puro esnobismo de financieros semi-analfabetos.