Literatura

Coloquio de editores europeos: dilemas y encrucijadas culturales en Formentor

palacio

Octubre en Aranjuez, y no es casualidad. Que las Conversaciones Literarias de Formentor, ese santuario secularizado para la inteligencia, se trasladen del tramonto mallorquín a los jardines donde Godoy compartía pasiones con la reina María Luisa es más que un capricho logístico: es el lugar adecuado para que editores de Finlandia, Suecia, Italia, Portugal, Francia, Alemania, Inglaterra, Suiza y España—nótese la música de la enumeración—acudan como si fueran cantantes de ópera a afinar las cuerdas vocales de la cultura impresa. De eso va el Coloquio de editores europeos, de cantar a varias voces, de poner en escena el drama perpetuo del libro, ese artefacto que, como el bel canto, sobrevive a sus muchas muertes anunciadas.

El tema de este año no podría ser más oportuno: «El libro de papel y el futuro de la cultura». Una declaración de principios sin arrogancia, pero con la dignidad serena del que sabe que está sosteniendo una catedral con la punta de los dedos. La Fundación Formentor lo ha vuelto a hacer: reunir a quienes hacen posible que las ideas circulen encuadernadas, impresas, traducidas, vendidas y finalmente leídas. Que se reúnan estos editores europeos en el marco temático de «Tenores, sopranos y barítonos. Dramaturgia teatral, imaginación literaria y polifonía musical» no es un adorno. Es un programa estético y político.

La historia la empiezan a escribir los que imprimen. Cuando en 2020 se celebró el primer coloquio de editores independientes en Formentor, se intuía ya que el mundo de la edición necesitaba menos ferias y más pensamiento. No se trataba de presentar catálogos ni de contar cuántos ejemplares vendió el último fenómeno escandinavo. Lo que se puso sobre la mesa entonces, y se pondrá de nuevo este 2025 en Aranjuez, es la pregunta por el papel de los editores en un tiempo donde la cultura se dispersa como el sonido en una sala sin paredes. ¿Qué es editar hoy? ¿Qué significa sostener un catálogo coherente en mitad de las listas de ventas, las modas virales y los algoritmos que deciden qué leeremos mañana?

En la ópera, la tensión dramática se resuelve en una nota sostenida. En la edición, esa nota es el catálogo. No el de novedades, sino el otro, el que se forma con las decisiones que se toman en soledad, apostando por un manuscrito raro, por una traducción arriesgada, por una reedición sin rentabilidad aparente. Ese catálogo es la verdadera dramaturgia editorial. Y aquí, como en Don Giovanni, hay que decidir si el editor será Leporello o el propio Don Juan: testigo pasivo del deseo de otros o sujeto que se juega el alma por lo que ama.

La presencia de editores venidos de toda Europa no responde únicamente al interés por descubrir nuevas voces nacionales que puedan traducirse y circular en sus respectivos mercados. Muchos de ellos, además, comparten un conocimiento profundo de la lengua española, lo que permite que las conversaciones trasciendan la barrera de lo diplomático para adentrarse en un terreno fértil de complicidad intelectual. Esta confluencia idiomática no solo facilitará el entendimiento mutuo, sino que allanará el camino para futuras alianzas editoriales, coediciones transnacionales y proyectos compartidos donde lo literario funcione como una lengua franca. Hablar español en este contexto no es solo una herramienta, sino una declaración de afinidad con una cultura que, desde Cervantes hasta Bolaño, ha sabido dialogar con Europa sin perder su acento.

El Coloquio es también una ocasión para ensayar respuestas a lo que la propia Fundación Formentor llama «las más recientes encrucijadas». El término no es inocente: no se trata de un cruce de caminos cualquiera, sino de un lugar donde hay que elegir, donde cada decisión implica dejar de lado otras rutas. ¿Digital o papel? ¿Velocidad o permanencia? ¿Distribuidoras globales o librerías de barrio? Dilemas todos ellos sin solución unívoca, pero que obligan a que los editores europeos se escuchen, se contradigan y afinen su oído a lo que se está jugando en el subsuelo de sus decisiones cotidianas.

La misión de los editores europeos, en este contexto de aceleración tecnológica e irrupción masiva de la inteligencia artificial, consiste en defender la autoría humana como núcleo irrenunciable de la creación literaria. No se trata solo de seleccionar buenos manuscritos o traducir con pericia, sino de preservar la huella singular del pensamiento, el estilo, la memoria y la intención que solo un autor real puede imprimir en un texto. Frente a los simulacros automáticos, los editores asumen el compromiso de garantizar que cada libro publicado, cada traducción realizada, mantenga la integridad del gesto humano que lo originó. En esa defensa del sentido, la edición se convierte en una forma de resistencia cultural: custodiar lo humano allí donde el algoritmo amenaza con suplantarlo.

Es aquí donde la comparación con la ópera se vuelve una clave de lectura. Porque este Coloquio no es una mesa redonda, es una representación. Cada editor, como cada personaje de una ópera de Verdi, lleva consigo un drama íntimo, una ética editorial, una historia nacional y unas condiciones materiales que condicionan su forma de cantar. Hay sopranos que editan desde países con ayudas estatales generosas, y hay tenores que resisten con cuatro empleados y un almacén propio. Pero todos, al subir al escenario de Formentor, comparten un libreto común: la convicción de que el libro sigue siendo la forma más compleja, refinada y potente de transmisión cultural.

La Fundación Formentor ha logrado algo que rara vez consiguen las instituciones culturales: no parecer institucional. Con su estilo irónico, su fidelidad al espíritu cosmopolita y su capacidad de reunir a pensadores, escritores y editores sin caer en la pomposidad de los congresos académicos ni en la frivolidad de los festivales literarios, ha conseguido ser lo que una editorial prestigiosa quiere ser: rigurosa, libre, y con sentido del humor. Si en marzo premiaban a Hélène Cixous con el Formentor de las Letras por entender la literatura como ejercicio de inteligencia, este coloquio de octubre refuerza esa misma apuesta al reunir a quienes hacen posible que la inteligencia escrita encuentre forma, cuerpo y lector. La Fundación no solo premia ideas, sino que las cultiva, las propaga y las pone en contacto entre sí, creando un ecosistema donde el pensamiento crítico no es ornamento, sino principio estructural.

Y mientras se discuten los flujos de traducción, la fragilidad del ecosistema del libro, el impacto de la inteligencia artificial sobre la edición o el lugar de la literatura infantil en la educación europea, ahí está, como telón de fondo, la música. No solo porque el lema de este año la invoque, sino porque editar es también una cuestión de ritmo, de tempo. Saber cuándo publicar, cómo ensamblar una colección, de qué manera presentar un texto a su lector natural sin empujar ni forzar la lectura: todo eso tiene más que ver con la polifonía que con la estrategia empresarial.

Hay algo profundamente político en la idea de reunir editores para hablar del futuro. No es solo una conversación profesional. Es una forma de resistencia cultural frente a la descomposición de los lenguajes compartidos. En una Europa donde el populismo retuerce los significados y las redes sociales reducen el pensamiento a eslóganes, defender el libro de papel no es nostalgia, es militancia. Y hacerlo desde la escucha mutua, desde el reconocimiento de la diversidad editorial y cultural del continente, es la única manera de componer una polifonía que no sea cacofonía.

El Coloquio no ofrecerá soluciones mágicas. Pero como en las grandes óperas, el milagro no está en el desenlace, sino en el acto de reunir en una misma escena a quienes todavía creen que editar es, en sí mismo, una forma de componer mundo. Que el libro de papel no es un fetiche, sino un medio que obliga a la lentitud, al cuidado, a la atención. Que cada título publicado es una puesta en escena donde, aunque no se oiga, hay un aria que comienza.

Y así, entre cafés en el Hotel Occidental, caminatas por los jardines de Aranjuez y debates sobre derechos de autor, se prepara la próxima temporada de esta ópera europea que es la edición. No se trata de cantar mejor que los demás, sino de seguir cantando. Y de hacerlo juntos.

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