
El pasado 17 de marzo, la artista granadina Marina Vargas (autora de Las líneas del destino y Marina Vargas: nadie es inmune) fue galardonada en los premios WAS 2025 por su compromiso con la representación de la mujer a través del arte. Esta prestigiosa condecoración la recibió en paralelo a la exhibición pública de su última muestra multidisciplinar, Revelaciones (visitable en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 4 de mayo). Con ella, la autora rompe con el silencio que ha atenazado a las mujeres a lo largo de la historia. Para hacerlo, ofrece una propuesta cuyo epicentro es la espiritualidad femenina y los conocimientos ancestrales que las mujeres han atesorado desde que el tiempo es tiempo. Criminalizadas, denostadas y deslegitimadas ad nauseam por el patriarcado universal, las mujeres de Marina Vargas revelan una sólida e incansable resiliencia organizada contra el borrado histórico femenino.
Uno de los aspectos que caracterizan la obra de Marina Vargas es la invocación de personajes castigados por los relatos hegemónicos, como ejemplifica la presencia de María Magdalena en buena parte de su producción. La granadina la rescata de los abismos de la historia para resignificarla y reivindicar su legado. María Magdalena fue la traidora, la prostituta, el arquetipo de mujer castigada por desbordar la norma sexual. Hablar de ella como icono feminista, esgrime Vargas, «es hacerlo de una mujer mal interpretada, mal entendida, a la que se le han cargado todas las etiquetas». Sus esculturas La Piedad invertida o Magdalena remiten a esta figura y la conectan con la marea feminista actual.
No hay, para Vargas, una frontera entre la criminalización de María Magdalena y la violencia institucional que sufren hoy las víctimas, cuestionadas reiteradamente por los propios jueces. Magdalena (2024), formada por dos manos unidas formando un triángulo que simboliza el útero, conecta a la santa con las movilizaciones feministas. Estas cronologías sabiamente trazadas recorren la historia desde la muerte de Cristo hasta el «yo sí te creo» contra la primera sentencia del caso «La Manada» de Pamplona.
Algunas teólogas feministas se dedicaron, antes que ella, a ahondar en la investigación sobre este personaje devenido símbolo de la espiritualidad femenina y la sabiduría. También de inspiración y poder antipatriarcal. Una de estas expertas, Cynthia Bourgeault, ha sido un faro epistémico que ha guiado a Vargas en su exploración iconográfica. En una investigación, resalta el papel que verdaderamente tuvo en la vida de Jesús, en contra de la injusta imagen de pecadora que se le ha atribuido por parte de la tradición: «De todos los discípulos de Jesús, ella es la que mejor capta el sentido unitario de sus enseñanzas y la que más predica con el ejemplo. Pero el tipo de relación (con Jesús) que tengo en mente no es el melodrama sentimental que nuestra cultura normalmente llama amor, sino un amor espiritual tan refinado y luminoso que es prácticamente desconocido actualmente en Occidente».
Además del papel relevante en la narración de la resurrección, tres de los cuatro Evangelios también especifican que María Magdalena fue testigo del entierro de Jesús. En cualquier caso, la santa se convierte, en la obra de Marina, en un referente feminista de rebeldía y libertad, sentenciada y encasillada injustamente por la historia.
Culto a las deidades femeninas originarias
Remontándose a las idolatrías judeocristianas de Occidente, Vargas vertebra su producción en torno a lo divino femenino. Sobre este concepto versa su famoso tapiz, conformado por una cruz de Camarga bordada sobre caracoles utilizados para la lectura adivinatoria en la religión afrocubana. La ancestralidad propiamente femenina obtiene, en su multifacética obra, el espacio que merece tras haber sido desterrada históricamente del campo investigativo por considerarse intrascendente.
Ya en el siglo XX, durante la segunda ola feminista, ganan protagonismo las teorías vinculadas a posibles deidades femeninas originarias —las diosas madre— y cultos místicos previos a la irrupción del patriarcado capitalista en las sociedades occidentales. Esto posibilita revalorizar los aportes específicamente femeninos, así como sus cultos, claves en la historia de la humanidad.
Se trata de un justo homenaje al misticismo que rodeó la vida de las mujeres desde que el tiempo es tiempo, como se da también en las creaciones de la surrealista Leonora Carrington. Ella transforma los espacios domésticos relacionados con la opresión femenina en lugares de poder mágico, influida por la estela de la mexicana Remedios Varo. Así, la artista eleva tareas tradicionalmente femeninas como la cocina o la costura a «prácticas mágicas que celebran la arquetípica sacralidad femenina», en palabras de la investigadora Elena Duque.
Para la investigadora Angie Simonis, lo divino femenino está marcado por la inmanencia y la transformación continua, ya que «todo lo que tiene vida es sagrado, desde la más humilde hierba hasta la criatura más perfecta de la creación». Un poder de creación vinculado a la reproducción de la vida en sus múltiples facetas, más allá de la fertilidad o la maternidad.
Por ejemplo, los mitos celtas, asociados a las diosas de la Antigüedad, sitúan a las mujeres como origen, vida y creación. Esto no es casualidad, ya que las mujeres han atesorado generacionalmente los saberes populares sobre la tierra y su cultivo, no desde un afán de dominio humano sobre la naturaleza sagrada, sino a través del diálogo benevolente con el entorno. Casi todas las deidades femeninas de la antigüedad remiten a figuras que profesan un profundo amor hacia lo natural, se identifican con la madre tierra y el cuidado hacia los seres que la habitan.
Por este motivo, cuando comienzan los procesos de desposesión de las tierras comunales durante la transición del feudalismo al capitalismo, las mujeres son las primeras en ser disciplinadas o, directamente, aniquiladas bajo la etiqueta de «brujas». Todos los conocimientos compartidos y practicados por ellas fueron entonces estratégicamente borrados del mapa de la memoria, como si nunca hubieran existido. En Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Silvia Federici explica los avatares de esa cacería contra los cuerpos, tierras y saberes de las mujeres, esenciales para sostener la vida en comunidad. Hoy, Marina Vargas recuerda lo que estas mujeres aportaron al mundo desde su cotidianidad expropiada.
El ocaso de las primitivas comunidades ginocéntricas
Imponiendo formas de acumulación que desvincularían definitivamente a los trabajadores de la tierra y castigando violentamente las formas de organización pacíficas tradicionales, el Estado se hizo con el control del cuerpo de las mujeres y acabó con las formas de ginocentrismo primitivas. Ese posible matriarcado primigenio, cimentado en vínculos de cooperación social, también está muy presente en el universo pictórico de la artista granadina. Hay estudiosas que sitúan al matriarcado como la primera organización social de la historia, en cuanto a que eran las mujeres quienes conformaban el eje central de la vida sociopolítica de las comunidades rurales.
Según Simonis, «la posibilidad de un tipo de comunidad donde las mujeres detentasen el poder y el liderazgo ha dado lugar a la creación de una sucesión de conceptos, como matriarcado, ginecocracia, matriarcalismo, matrismo, sociedad matrística». El interés de Vargas por recuperar esta genealogía femenina no es otro que romper con las estructuras que las han relegado a la subalternidad para reivindicar su papel motor. Para la artista, este posicionamiento es un acto político contra la subyugación de las mujeres desde muy distintos ámbitos de la vida pública. Al fin y al cabo, piensa, no es tan diferente aquel antiguo silenciamiento de la sabiduría femenina y el que padecen hoy las mujeres que alzan la voz contra las violencias machistas, la nula conciliación o la brecha salarial.
La idea de un pasado matriarcal ha fertilizado la imaginación de autoras clásicas y contemporáneas, entre ellas la escritora catalana Irene Solà. Tanto en su multipremiado Canto yo y la montaña baila como posteriormente en Te di ojos y miraste las tinieblas, Solà retoma las genealogías de mujeres y su misticismo. En ambas, la escritora traslada la narración a esa atmósfera mágica de las sociedades precapitalistas, donde todo aparece teñido de imaginación, hechicería y conexión cotidiana con la naturaleza. Solà y Vargas recuperan, desde disciplinas distintas, el cuerpo y la corporalidad, despojados con el tiempo de las mujeres para gobernar sobre ellos.
En lo que respecta a la artista, Vargas dispone el elemento corporal en escena —dignificándolo y dándole un lugar propio— a través de su autobiografía. Intra-Venus (pero también su célebre fotografía Noli me tangere) invita a conocer la mastectomía a la que fue sometida tras padecer cáncer de mama, y habla de cuerpos enfermos, amputados e impedidos por el dolor. Una narrativa que subvierte el marco erotizante con el que acostumbran a ser representados estos cuerpos desde la mirada masculina. Exvotos, por su parte, y en su misma línea discursiva, se sirve de moldes cubiertos de oro que formaron parte de sus sesiones de radioterapia.
El universo estético del tarot
La predilección de Marina Vargas por el universo místico y espiritual reinterpretado en clave feminista se materializa en sus numerosas obras sobre el tarot. La astrología, tomada desde su faceta estética —una de las piezas de su serie Mère-Mer se compone de cangrejos, símbolo horoscópico de Cáncer—, comienza a ser un leitmotiv en la granadina desde 2016. En esa fecha realiza una lectura artística del tarot al estilo de artistas como Frédéric Bruly Bouabré, Johanna Dumet o Dorothy Iannone, cuya muestra La torre invertida. El tarot como forma y símbolo (La Casa Encendida, 10 octubre 2024-5 enero 2025) versó sobre este tópico. El tarot ha permitido a muchos autores construir complejas alegorías a través de signos astrológicos con significados subjetivos.
Para Vargas, sus numerosas cartas con técnica mixta sobre madera guardan una relación directa con la expresión plástica de lo autoexperiencial. Así describe la artista su Siete de bastos: «Acción en el mundo. Encontrar mi sitio. Destrucción del miedo y la duda. Superación de obstáculos siendo consciente del guerrero interno que llevamos dentro. El arcángel San Miguel de La Roldana impera esta carta. El rostro del arcángel es una combinación del mío y el de mi abuela». Su Nueve de copas, de igual temática, metaforiza «el final de un ciclo. Nostalgia y melancolía. Uno se desprende de lo que se ha vivido», como reza la descripción de la pieza.
Al recuperar estos símbolos, Vargas abre una grieta en el escuálido canon occidental para que puedan filtrarse en ella las vivencias desterradas de las mujeres. «La ruptura del canon viene presentada no sólo por el hecho de nombrar a las mujeres ocultadas en lo sagrado (independientemente de la religión), sino también en su interés por desmontar las estructuras patriarcales en la historia del arte, que han construido una imagen cosificadora de las mujeres y que las han relegado a los márgenes del relato», infiere la comisaria de Revelaciones.