
La belleza del mundo es un regalo
y me cuesta la vida, el contemplarla.(Ricardo Paseyro)
He de confesar que dudé mucho con el título de este artículo y aún no sé si debería haberme decantado por otros verbos: exorcizar; uncir, quizá; señalar… Porque todo eso es lo que hizo el poeta franco-uruguayo Ricardo Paseyro (Mercedes, Uruguay 1926-París, Francia 2009) con tres ganadores del Premio Nobel de Literatura: el chileno Pablo Neruda (1904-1973), el mexicano Octavio Paz (1914-1998) y el hispano-peruano Mario Vargas Llosa (1936-2025). Conscientemente o no, Ricardo Paseyro los señaló como sus enemigos entre la década de 1950 y la de 1970. Una vez señalados los tres por la enemistad de Paseyro, la Fundación Nobel los fue galardonando cada, casi exactamente, veinte años, con el más universal de los premios de literatura: en 1971, a Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (alias Pablo Neruda); en 1990 a Octavio Paz; recientemente, en 2010, a Vargas Llosa. Recuerdo más de una conversación con Ricardo en mi etapa parisina (1996-2000) y mis visitas posteriores, en aquellas inolvidables e interminables tertulias antes, durante y después de la cena preparada por Anne-Marie en el piso del matrimonio Paseyro del número 66 de la rue Amelot, entre las plazas de Bastille y République:
—Ricardo, mira que los elegiste bien: Neruda, Nobel; Paz, Nobel… Solo falta Vargas Llosa, y cualquier año…
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La enemistad de Paseyro con Neruda ha sido descrita varias veces por el mismo Ricardo, de forma tan prolija, con tal cantidad de razones y datos para hacerlo que apenas entresacaré los detalles que me resultan más llamativos o fundamentales. El entonces joven poeta uruguayo, ferviente en su ideal comunista, fue designado delegado al Congreso del Movimiento Mundial de Partidarios de la Paz, que se celebró en París, en la primavera de 1949, bajo el auspicio apenas disimulado de la Unión Soviética. Allí conoció a Neftalí Reyes, quien, finalizado el congreso, ofreció a Ricardo Paseyro que trabajase junto a él, como secretario: además, aquel joven tenía coche propio y se defendía con el inglés1. Paseyro aceptó y continuó viaje por la vieja Europa, con las heridas de la guerra a flor de piel, algunas todavía sangrantes. En Praga vino la desilusión, cuando el idealista Ricardo pudo comprobar lo que era en verdad un sistema comunista y cómo se comportaban las élites del mismo, el descaro y el desprecio del que hacían gala jerarcas e intelectuales comunistas o prosoviéticos… como Pablo Neruda. Precisamente, en Praga, cuna y catafalco del poeta y narrador realista checo Jan Neruda, en cuyas narraciones parece que se inspiró el chileno para vampirizar su seudónimo. Puede decirse que Ricardo Paseyro sufre a orillas del Moldava una doble decepción con Pablo Neruda, entonces: la decepción del poeta, pura poesía, y la decepción del hombre político, pura ideología, filosofía… Ricardo abre los ojos ante la obra del poeta de Parral y ve, más o menos, lo que ya había enunciado Juan Ramón Jiménez una década antes, aproximadamente:
Siempre tuve a Pablo Neruda por un gran poeta, un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización; el poeta dotado que no acaba de comprender ni emplear sus dotes naturales. Neruda me parece un torpe traductor de sí mismo y de los otros, un pobre explotador de sus filones propios y ajenos, que a veces confunde el orijinal [sic] con la traducción; que no supiera completamente su idioma ni el idioma de que traduce. Por eso cuanto escribe, bueno y malo, tiene una evidente aparición sucesiva con las fallas de lo ignorado.2
Es más, Ricardo ve la poesía del Neruda de esos años como completamente huera, aprovechada, zalamera, insincera… más interesada que interesante, en suma. Lo resume bien así:
Expondré, sin más, la indignidad inhibitoria del nerudismo. Las palabras se vengan de quien las sobaja: un día, mueren matando. Escribió Neruda en su «Oda a la Poesía»:
«… tanto anduve contigo / que te perdí el respeto».
Detengamos un segundo la respiración en esta frase: alguien, que se nombra poeta, le dice a la poesía, como a una blanda cortesana. «Tanto anduve contigo / que te perdí el respeto». Y no se le quema la mano; sigue, infatigablemente, escribiendo cosas que llama poemas. Se traiciona, Neruda, y revela creerse por encima de la poesía: la pretende a sus pies, sirvienta del señor, guiándole el desparpajoso hablar que no la respeta.3
Quienes conocimos a Ricardo Paseyro sabemos que no había nada, ¡nada!, ni siquiera la amistad o la política, que se acercase ligeramente en el zénit de su más alta estima e interés que la Poesía, con mayúscula. Citaba siempre a Lope de Vega para ello: «Tú solo el alma de los versos mira», y, a ojos de Paseyro, Neruda es un traidor a la poesía y… a la Poesía. Algo a lo que, además, Paseyro añadió en su momento la decepción por esa especie de religión que es el marxismo, el comunismo, cuando el idealismo cierra los ojos a tantas evidencias: Ricardo se desengaña muy rápido de aquella ideología atroz, de sus crímenes, de la superchería que la ensalza y mantiene… Ricardo Paseyro reconoció aquello como un auténtico shock, shock que le vino de la mano de Neruda en compañía de Hormiguita, un shock del que le costó mucho recuperarse, aunque su reacción fuese inmediata en términos de tiempo. Paseyro abrió los ojos y se dedicó desde entonces, en cuerpo y alma, a la Poesía y a denunciar y combatir el totalitarismo, incluida su variante comunista. Eso le costó mucho, en términos de reconocimiento como poeta (muchos siguen sin perdonarle su abjuración del comunismo) como profesional y laboralmente (tan totalitarios eran los militares uruguayos que le expulsaron de la carrera diplomática tras el golpe de la década de 1970, como aquellos comunistas y filofascistas que le persiguieron y quisieron cerrarle todas las puertas posibles en la prensa francesa y en el mundo editorial). Ya antes, Emir Rodríguez Monegal y otros nerudianos uruguayos encargan al «reputado matasiete» Sarandy Cabrera que dé una paliza a Paseyro en Montevideo, pero Ricardo sale bien parado, y en septiembre de 1962, «cuatro cachiporreros del partido» vuelven a atacarle al grito de «¡viva Neruda!», cuando Paseyro tomaba café junto al poeta colombiano Carlos Obregón, testigo forzado del episodio4. En noviembre de 1965, estando Neruda en Francia poco después de traducido y publicado al francés «Le mythe Neruda» (Juan Ramón Jiménez y Ricardo Paseyro), «pistoleros del partido» trataron de asaltar el domicilio parisino de Paseyro una noche5. Y Neruda encabezó la «caza del hombre», moviendo sus hilos y extendiendo sus silencios: no dudó hasta de acusar a Ricardo Paseyro de haber convencido a la Academia Sueca para que no le concediera el Nobel en la década de 1960 y quiso asegurarse al máximo de que Paseyro no estaría presente en la entrega del Nobel de 19716, en Estocolmo, porque temía que el poeta uruguayo quisiera reventarle el acto, quizá recordando su denuncia del papel de Neruda en el asesinato de Trotsky, sus repetidos elogios a uno de los mayores asesinos de la historia, ya abiertamente reconocido como tal («Stalin es más grande que todos los hombres juntos»), o recordando algunos versos infames de Neruda en su «Oda a Stalin»:
Stalin es el mediodía,
La madurez del hombre y de los pueblos…
Enseñó a todos
a crecer, a crecer…7
En sus memorias, Neruda señala a sus dos peores enemigos literarios, a quienes trata de despreciar: a un compatriota a quien denomina «Perico de los palotes» (hoy sabemos que es el poeta Pablo de Rokha) y un «ambiguo uruguayo de apellido gallego, algo así como Ribeyro», es decir, Ricardo Paseyro8. No es casualidad que ambos enemigos declarados sean poetas y tampoco lo es que sepamos ahora que, en efecto, Neruda formó parte de la trama para el asesinato de León Trotsky, ordenada por el propio Stalin9.
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Según parece, Ricardo Paseyro no simpatizó nunca con «el camaleón» (así lo motejaba) Octavio Paz. Ya cuando conoció al mexicano, le pareció un diplomático que escribía una poesía plana, sin interés alguno, vacía: «Eco de todas las voces y galardonado con todos los premios, Paz despliega la panoplia completa de la poesía de imitación»10. Su animadversión fue mutua e in crescendo y Ricardo detestaba tanto el coqueteo inicial de Paz con los comunistas como la evolución posterior del escritor mexicano hasta bordear (si no entrar de lleno) en el territorio del verdadero fascismo. Octavio Paz fue invitado personalmente por Pablo Neruda al IIº Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura que, en plena guerra civil española (verano de 1937), se celebró, principalmente, en Valencia, a resultas de que el chileno leyese un poema de Paz escrito en 1936: «¡No pasarán!»11. Y, como digo, la animadversión Paseyro-Paz fue mutua y, tras un primer asalto en público, por aparente causa indirecta, en esa tierra de vernissages que es la capital de Francia12, alcanzó su máximo exponente cuando, años después, embarcados en un mismo vuelo, Paseyro y Paz de enzarzaron a golpes en la cabina del avión, ante el estupor del resto del pasaje y de la tripulación, a quienes costó separar a ambos púgiles… Boxeador en sus tiempos jóvenes y a sabiendas de su envergadura, personalmente no dudo de que fácilmente sería Ricardo quien administrase más mamporros al contrario…
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La de Mario Vargas Llosa era, quizá, la más tamizada de las tres rivalidades extremas de Ricardo Paseyro. No sabría muy bien por qué, aunque creo que bien puede deberse a que Vargas Llosa es un narrador, un fabulador fetén, pero no un poeta, sensu stricto. Y que es el único más joven que el propio Paseyro: ¿benevolencia? Cuando los militares dieron el golpe en Uruguay, en 1973, desposeyeron a Ricardo Paseyro de la nacionalidad uruguaya, le destituyeron de su puesto diplomático y embargaron los bienes de la familia a orillas del Río de la Plata. Ricardo tiró de su pluma y de sus conocidos para poder ganarse la vida como periodista y, también, para obtener pasaporte francés. Entonces, también, comenzó a colaborar con Radio France. En aquellos años, Mario Vargas Llosa era uno de los encargados del programa en español de la radio pública francesa y, subyugado todavía por la revolución castrista, el escritor peruano chocó en repetidas veces con el vehemente anticomunismo de Paseyro. Al parecer, la influencia de Vargas Llosa fue decisiva para que Radio France, también, cerrase sus puertas al sobreviviente Paseyro. Pocos años después, el denominado «caso Padilla» abrió los ojos de Vargas Llosa sobre la realidad de los paraísos comunistas y comenzó su peregrinar hacia la libertad… Muy al final de la década de 1990, en su casa de París, mis padres comentaron a Ricardo Paseyro que, esa misma tarde, habían visto a Mario Vargas Llosa sentado en la terraza del Café de Flore, y mi madre añadió que le había parecido muy guapo y elegante:
—Siempre fue un indio resultón—, contestó Paseyro, mientras daba un trago a su whisky de antes de cenar y continuaba removiendo los hielos con sus dedos largos.
En alguna ocasión comenté con Ricardo Paseyro que yo había leído algunas piezas de Vargas Llosa que me entusiasmaron (esa deliciosa obra de teatro que es El loco de los balcones, una serie de artículos publicados un verano en el diario ABC en los que recorría el Perú acompañando una caravana electoral, antes de entrar él mismo en política) y que la única novela suya que había leído hasta entonces, Lituma en los Andes, no me había gustado, por contra, nada. Y también comenté con él el evidente viraje ideológico emprendido también por el escritor peruano, ese cambio desde una ideología totalitaria a la libertad, mucho más difícil que el cambiar desde un sistema totalitario a otro, aunque parezca paradójico. Y en ello admitía Ricardo Paseyro la honestidad personal de Vargas Llosa, que había emprendido ese cambio ideológico cuando el muro de Berlín aún no había caído y lo había publicado una y cien veces, a contracorriente, tan arriesgado todavía en aquellos años, que le podía haber costado tantos problemas al escritor peruano afincado en España. Si bien tratamos varias veces las declaraciones del siniestro Cebrián, quien quería un Nobel cada año, «sea como sea», para su Alfaguara triunfante y afloraron con su intención de arrebatar a la modesta editorial El Acantilado los derechos del recién laureado en 2002, Imre Kertesz (declaraciones en las que, como si de una holografía se tratase, aparecía el nombre un Vargas Llosa… olvidado, una vez más —e iban…—), lamentablemente, no pude comentar con Paseyro el Premio Nobel de Literatura 2010 por «su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y derrota»: el bueno de Ricardo murió un año y medio largo, antes… No tengo la menor duda que hubiese reconocido la honestidad de Mario Vargas Llosa cuando, en el discurso del culmen de su carrera, no dudaba en declarar delante de los reyes de Suecia, la Academia Sueca, los otros galardonados, la prensa y las cámaras de todo el mundo que:
Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy —que trato de se— fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean- François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la Revolución Cultural China.13
En Estocolmo, Vargas Llosa recordó cómo su enfrentamiento con el poder totalitario le costó la nacionalidad peruana y el ser socorrido por España, paralelismo a lo que pasó Ricardo un cuarto de siglo antes. Paseyro hubiese reconocido, en cualquier foro, a Vargas Llosa por la claridad, rotundidad y precisión de las palabras del hispano-peruano al recibir el Premio Nobel, foco de todas las miradas, y, sobre todo, por no haber olvidado entonces los que considera sus errores pasados en esa ocasión que él mismo describe como el culmen de una trayectoria. Seguro que Paseyro se hubiese entristecido al escucharme contar cómo vi, hace un par de años, a un avejentado (pero elegante) y «despatricizado» Vargas Llosa de la mano de su famosísima (y ya patética) entonces pareja, por el parque toledano del Puy du Fou, guiados por un obsequioso cicerone que los llevaba, al trotecillo, hacia el espectáculo final… Otra cosa sería comentar la ola que desde 2020 azota Chile al son de «Neruda, cállate tú» o «Me gusta cuando callas hablas porque estás como ausente siempre presente»14, cuando ya no se ha podido acallar no solo el machismo de algunos de «Poema 15» y otros versos, sino el relato en sus memorias póstumas15 de cómo violó sexualmente a la persona que a diario limpiaba la letrina de su residencia como cónsul de Chile en Colombo: «Confieso que he violado», algunos sugieren que este debería ser el nuevo título de las vendidísimas memorias nerudianas.
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Y que nadie vea en esta suerte de triple exorcismo la mera envidia del escritor menos reconocido y laureado, porque Ricardo Paseyro trató a un largo elenco de brillantes y reconocidos escritores, incluyendo algunos otros distinguidos con el Premio Nobel de Literatura: así, admiró, antes y después de su Nobel, a su amigo Samuel Beckett; fue razonablemente benévolo con Miguel Ángel Asturias y, aunque no gustaba de sus versos «insolubles en su logorrea»16, tampoco consideró a Vicente Aleixandre como un enemigo. Quizá nadie haya destilado tan fino y en pocas palabras los sentimientos de Paseyro para con la Poesía como el gran poeta ibicenco Vicente Valero: «No le gustan los poetas que convierten la poesía en un medio para otros fines y elogia a aquellos que la dignifican como un fin sagrado»17. Ya en el suplemento cultural ibicenco dirigido por Valero, mi padre había dejado testamento excepcional de Paseyro, quien un día le confesara: «El centro de mi pensamiento es la poesía»18.
—Fernandito, querido, no te equivoques… Que no te pase como a mí, que me puse a disparar sin haber tomado la colina estratégica… Si quieres disparar algún día, primero toma la colina estratégica…
Pasados los años, un día me atreví a contestarle a su admonitoria enseñanza:
—Me vas a perdonar, querido Ricardo, pero… me temo que la vida no es como el arte militar clásico… ¿Acaso es alguien capaz de señalar con seguridad que esa o aquella otra es la colina estratégica en el campo de batalla de su vida? A posteriori, igual sí, pero… El mismo Napoleón se permitió el lujo de abandonar la ventajosa meseta Pratzen a sus enemigos austro-rusos y triunfó rotundamente en la batalla de Austerlitz…
—Sí, sí, querido Fernandito… Pero yo solo te digo que hay que tomar primero la colina estratégica…—, y agitó con los dedos los hielos de su whisky antes de dar un trago.
Notas
(1) Ricardo Paseyro (2009) Poesía, poetas y antipoetas. Madrid : Ediciones Siruela.
(2) Juan Ramón Jiménez (1942) Españoles de tres mundos. Buenos Aires : Losada.
Recogido por:
* Juan Ramón Jiménez, Ricardo Paseyro (1965) Le mythe Neruda. París : L´Herne.
* Edmundo Olivares Briones (2004) Pablo Neruda: Los caminos de América. Tras las huellas del poeta itinerante III (1940-1950). Santiago de Chile : Lom ediciones.
(3) Ricardo Paseyro (2009) Poesía, poetas y antipoetas. Madrid : Ediciones Siruela.
(4) Ricardo Paseyro (1966) Carta sobre un emir abofeteado por Ricardo Paseyro. Tembleque (España) : Ediciones Nuevo Mundo.
(5) Ricardo Paseyro (1966) Carta sobre un emir abofeteado por Ricardo Paseyro. Tembleque (España) : Ediciones Nuevo Mundo.
(6) Paseyro cuenta su entrevista con el embajador de Chile en Egipto, de paso por París: “¡Aquí está el fantasma, que llega…! […] No puede Vd. imaginarse lo que he sufrido, porque Vd. inspira verdadero pánico a Neruda: `Hay que saber si Paseyro no está por allí´, me dijo. El día que le entregaron su Premio Nobel, en 1971, [Neruda] solicitó a la embajada que le pusieran guardaespaldas. Según él, Vd. habría contratado mercenarios para cortarle la cola del frac durante la ceremonia. La policía sueca le cerró a Vd. la frontera, so pretexto de que su complot impediría a Neruda pronunciar su discurso. Él estaba protegido por un guardaespaldas, detrás, muy cerca de él, por si acaso” (R. Paseyro 2007 Toutes les circonstances sont agravantes. París : Éditions du Rocher).
(7) Pablo Neruda (1954) Las uvas y el viento. Santiago de Chile : Nascimento.
(8) Curiosamente, Neruda no menciona las acusaciones de plagio a Rabindranath Tagore que recibió, directa e indirectamente, desde la revista Vital, dirigida por el gran poeta Vicente Huidobro (P. Rocca, 2004, Neruda en Uruguay: pasaje y polémica. América Sin Nombre 7, 68–77).
(9) J. Sánchez (2014) Con la piel de cordero. Madrid : Círculo Rojo.
(10) R. Paseyro (2009) Poesía, poetas y antipoetas. Madrid : Ediciones Siruela.
(11) Octavio Paz fue el delegado más joven de entre los asistentes al citado congreso en 1937. Ricardo Paseyro también fue el delegado más joven en el Congreso del Movimiento Mundial de Partidarios de la Paz (1947), que tanto marcó su trayectoria. En 1937, coordinaron el congreso Bergamín y Alberti, junto a los rusos Kolstov y Ehremburg. Neruda, que abandonó su puesto como cónsul de Chile en Madrid, colaboró en la organización desde París. Asistieron, entre otros: Malraux, Stephen Spender, Carpentier, Nicolás Guillén (cubanos), César Vallejo (Perú), Huidobro y Neruda (chilenos y futuros enemigos), Paz, Tristan Tzara.
(12) Aquilino Duque lo describe de forma inigualable: “[…] en un vernissage parisino, al que asistían el triángulo formado por André Pieyre de Mandiargues, Octavio [Paz] y una italiana llamada Bona, mujer del uno y amante del otro, irrumpió Ricardito [Paseyro] que tenía algún agravio contra el francés y lo insultó de buenas a primeras. Octavio salió en defensa de su amigo y Ricardo, que era alto y fuerte y además frecuentaba un gimnasio, hizo uso de sus puños y de nada sirvió que Bona se descalzara un zapato y tratara de clavarle el talon aiguille al agresor en el colodrillo. La gran masa capilar del uruguayo permitió que viviera para contarlo” [A. Duque (2013) Recuerdo de Paseyro. Viñamarina, 4-IV-2013].
(13) M. Vargas Llosa (2010) elogio de la lectura y la ficción (Discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura). Estocolmo, 10-X-2010.
(14) S. Fest (2022) La segunda muerte de Pablo Neruda. El Mundo (Madrid), 18-II-2022.
(15) P. Neruda (1974) Confieso que he vivido. Barcelona : Seix Barral.
(16) R. Paseyro (2007) Toutes les circonstances sont aggravantes. Mémoires politiques et littéraires. Éditions du Rocher (París, Francia).
(17) Reseña de V. Valero a “Poesía, poetas y antipoetas”, de R. Paseyro, publicada en el Diario de Ibiza, (1) el 23-IX-2009.
(18) F.-G. de Castro (2009) En la muerte de Ricardo Paseyro. La Miranda 48, 36 (suplemento cultural del Diario de Ibiza, 20-III-2009).
Octavio Paz tiene algunos poemas maravillosos. Eso basta con saber leer para notarlo, no es necesario apelar a opiniones de terceros. Hay que reconocer, sin embargo, que no habría enemistad más preciada entre los escritores que la de Paseyro.
No pongo en duda que Paz escribiese algunos poemas maravillosos; no creo tampoco haber dicho que Paseyro lo dijese: lo que sí decía (lo dejó escrito) es que Paz no tenía un estilo propio sino que cambiaba, imitaba, una y otra vez, de ahí el pseudónimo que le puso.