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Interpretando a don Quijote (y 2)

Grabado de Gustav Doré para el Quijote. (DP)
Grabado de Gustav Doré para el Quijote. (DP)

Viene de «Interpretando a don Quijote (1)»

Cuando el hidalgo que se hace llamar don Quijote de la Mancha sale de su aldea en busca de aventuras y fama y gloria transformado en caballero andante, ¿está clínicamente loco o se trata de un alma libre, un rebelde radical?

En un episodio clave, Cervantes nos dice que don Quijote se inventó su aventura en la cueva de Montesinos, un caballero legendario habitual de los romances castellanos medievales. Don Quijote tiene curiosidad por conocer la famosa cueva, ubicada cerca de las lagunas de Ruidera, en La Mancha, y decide descender a sus profundidades ayudado de una cuerda. Sancho le espera arriba.

Al ascender, don Quijote le relata cómo encontró al mismísimo Montesinos y este lo llevó a su palacio a conocer a su primo Durandarte. Como parte del juego de espejos entre ficción y realidad, Cide Hamete (el musulmán —sinónimo de mentiroso en la época— primer autor de la historia, según la gran broma urdida por Cervantes) duda de la veracidad del episodio en la cueva. Pero añade de inmediato: «Al tiempo de su fin y muerte dicen que se retractó de ella, y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias». Don Quijote no solo inventa sino que se nos dice que lo hace por conveniencia. Si inventó una vez, ¿por qué descartar que no inventara otras de sus aventuras porque encajaba con su personaje, con la nueva persona que quería ser y en que quería convertirse? 

El diálogo con el canónigo, hacia el final de la primera parte, es otro episodio decisivo para entender el sentido último del libro y las verdaderas intenciones de Cervantes. Quizás no es exagerado afirmar que en estas páginas está la clave del Quijote. Don Quijote ha sido enjaulado en un carro de bueyes tras una argucia del cura y el barbero, y derrotado, va camino de regreso a su aldea. En esto encuentran al canónigo. Ambos tienen un extraordinario intercambio sobre la naturaleza y el valor de la ficción. El canónigo sostiene que las ficciones son mentiras peligrosas que llevan a la perdición al hombre industrioso y honesto y al vulgo ignorante. Es un entretenimiento vulgar, inútil y dañino no solo para las personas sino también para la sociedad. «Inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida», llama significativamente a los libros de caballerías. Le recomienda a don Quijote leer mejor las escrituras y las biografías de los grandes hombres de la historia. 

Don Quijote se exalta, se revuelve, se rebela ante las palabras del canónigo. ¿Cómo pueden ser mentiras los libros de caballerías —las ficciones— si todos, grandes y chicos, ricos y pobres, cultos e ignorantes, los leen con regocijo? ¿No es verdadero lo que es tomado por verdad por la mayoría? ¿Puede ser falsa y mentirosa la maravilla, la plenitud, la felicidad que cualquiera siente al leerlos? «Lea estos libros», le responde don Quijote, «y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala. De mí sé decir que, después que soy caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos». Don Quijote es muy consciente de lo que ha hecho y por qué lo ha hecho. 

Un poco más adelante, en un diálogo con el cura, [Capítulo I, segunda parte] don Quijote muestra un inconformismo radical con los cambios de época que le ha tocado vivir de viejo, con la vida tal como es en sus últimos años. Reflexiona amargamente desde fuera, desdoblándose de nuevo, críticamente. Él, dice, solo quiere mostrar a los hombres que la vida de caballero andante es la mejor del mundo. El mundo está equivocado porque ahora «triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas». A don Quijote no le vale esta vida, quiere otra. 

A lo largo de la segunda parte, cuando don Quijote es un caballero famoso porque sus aventuras de la primera parte ya han sido publicadas y leídas en toda España, son también los diferentes personajes que encuentra en su camino quienes inventan para don Quijote, bien por entretenimiento, bien por engañarlo y burlarse de él. Don Quijote a veces acepta esas invenciones por convenirle y encajar bien en su nueva vida, a veces duda y otras veces las rechaza de plano, como cuando Sancho trata de hacerle creer que una aldeana «carirredonda y chata» del Toboso es su señora Dulcinea. Sin duda, piensa don Quijote, unos encantadores transformaron a su amada en la baja y fea aldeana. Es un ser siempre atento y dispuesto a cumplir en los hechos el papel que se ha propuesto representar. 

Hacia el final del libro, un derrotado don Quijote renueva sus impulsos de emulación, planeando convertirse en el pastor Quijotiz. De nuevo la imitación consciente. Y cuando se convence de que ya nunca podrá volver a ser don Quijote, ni representar un vida nueva que le aleje de quién es, cae en profundas tristezas y melancolías que le llevan a la muerte. 

En las últimas páginas, don Quijote reniega de los libros de caballerías, haciendo suyos los argumentos del canónigo. Su diatriba resulta forzada y artificial. Reniega para acto seguido poder llamar al cura, hacer testamento y morir católicamente. No es casualidad. 

Cervantes nunca podrá confirmar ni desmentir ninguna hipótesis sobre la naturaleza de su don Quijote. Estará siempre abierta a interpretaciones, lo cual es sin duda una de las principales razones del enigma del libro y de su vigencia literaria. 

Pero en definitiva, y quizás este sea el motivo más poderoso para sostener la hipótesis aquí planteada, que don Quijote no sea un verdadero loco es lo que da pleno sentido al libro de Cervantes. El Quijote es sobre todo un canto a la libertad y un gran elogio y homenaje de la ficción. Sin una no existe la otra, sin la otra no existe la una, parece estar diciéndonos Cervantes. La ficción, nos parece decir, es una parte de la existencia tan importante o más que la vida real.

El Quijote puede verse de hecho como una sucesión encadenada de cuentos, la mayoría de los cuales tiene por tema central la libertad. La pastora Marcela, los enamorados Cardenio y Luscinda, el cautivo y Zoraida, don Luis y doña Clara, Quiteria y Basilio… todos quieren ejercer a plenitud su libertad. Don Quijote quiere ser libre cuando decide comenzar su nueva vida. Todos los personajes del libro, salvo los eclesiásticos y los familiares de don Quijote, elogian la ficción cuando tienen ocasión. El ventero dice que no hay mejor lectura en el mundo que los libros de caballerías y que los dos o tres que tiene «verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, si no a otros muchos» [Capítulo XXXII, primera parte]. El hidalgo Diego de Miranda ha acopiado una extensa biblioteca, y gusta de leer más los profanos que los devotos, sobre todo aquellos que «deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención» [Capítulo XVI, segunda parte]. No es difícil ver a Cervantes detrás de todos ellos. 

La ficción, viene a decir Cervantes, alimenta la realidad tanto como la realidad alimenta la ficción. Y nos hace libres. Gracias a los libros, el desdichado hidalgo llega a ser por algún tiempo quien de verdad quiere ser, y en ese tiempo podemos imaginarlo feliz. 

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3 Comentarios

  1. Pablo Mula

    Leí El Quijote en la adolescencia, dando por sentado que el protagonista estaba loco. Y así, sin pretenderlo, creo que tuve suerte: me permitió seguir sus aventuras con la perspectiva de su ligereza, humor a borbotones y extrema lucidez. Ello tuvo como consecuencia el mayor impacto emocional que me ha provocado una obra literaria: la bofetada que me supuso el retorno de la cordura justo antes de morir me pareció el final más doloroso posible, el trago más amargo. No me lo esperaba, y me pareció un giro del destino extremadamente cruel, genial en la catarsis que provoca.

    La hipótesis del autor en estos dos artículos es sensata. Posiblemente no estaba loco. Pero es más que probable que nunca lo sepamos.

    Pero, si no estaba loco, la obra creo que se rebaja a la categoría de un «Breaking Bad» de turno: abandona su ligereza y abraza la pesadez; el humor pierde fuelle; la lucidez comienza a ser impostada; el sueño se torna cálculo; se abraza la libertad y, con ella, como siempre, la culpa y el castigo; el final ya no duele, es pura estrategia. En fin, resultaría un empobrecimiento trágico de la obra.

    Gracias al autor por traer este tema, aunque espero que no lleve razón, y enhorabuena por el texto.

  2. Claro que Don Quijote estaba loco, loco de atar, como una cabra…pero al mismo tiempo es el hombre más cuerdo del mundo: esa (a mi entender) es la esencia del Quijote.
    Por otra parte, el universo «feliz y delirante» que nos brinda Cervantes no es eterno, y el delirio llega a su fin cuando el hidalgo empieza a desconfiar de sí mismo. Es entonces cuando la locura empieza a dar paso a la locura: Cervantes sitúa el momento de la duda de Don Quijote en su encuentro con la «cabeza parlante» en la Cueva de Montesinos. Cuando empieza a dudar, empieza a perder la locura: es decir, si hay duda, no hay locura. El libro se precipita en ese episodio, hastal el final, cuando Don Quijote recobra la cordura en su lecho de muerte.
    Muchas gracias por este artículo tan oportuno y estimulante.

  3. Magnífico artículo. Mi enhorabuena al autor.

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