
Una de las grandes virtudes del cine de Mario Martone es su maravilloso empeño por rescatar del olvido a figuras de la cultura italiana que no han tenido el reconocimiento que debieran. La vida fuera se enmarca en este cine-homenaje que rinde cuentas pendientes, como ya lo fueran Il giovane favoloso (2024), dedicado al poeta Giacomo Leopardi, o Aquí me río yo (2021), biografía del dramaturgo Eduardo Scarpetta. Ahora es el turno de la escritora Goliarda Sapienza (interpretada en el film por Valeria Golino): una mujer que, a pesar de ser una de las escritoras más importantes de la literatura italiana del siglo XX, sigue sin contar con la justa notoriedad de dicha etiqueta. Martone, sin embargo, es muy consciente de la relevancia del personaje que tiene entre manos, algo que se evidencia desde lo formal en la manera en que continuamente el personaje va terminando en el centro del encuadre. No se trata de un lugar que se le tenga reservado, sino más bien de una conquista: cuando la cámara se desplaza para filmar a su amiga Roberta (probablemente la única capaz de arrebatarle primeros planos a Goliarda), vuelve de nuevo sobre la protagonista, devolviéndola al primer término, sacándola de ese lugar desenfocado en el que momentáneamente había quedado. Así, el movimiento de cámara se convierte en un acto político que pugna por restablecer el lugar que han ocupado las mujeres en la historia oficial.
Una foto en blanco y negro de la Goliarda real y unas cuantas cartelas con la información más relevante de la vida de la escritora son el arranque de un film que, a diferencia de la mayoría de los biopics, concentra su narración en un único episodio de su trayectoria vital. A modo de presentación, una sucesión de escenas aparentemente inconexas funcionan como piezas de un puzle que van revelando quién es Goliarda Sapienza. La narración, que irá saltando hacia atrás y volviendo al presente, arranca en Roma en 1980, el momento en que la escritora ha salido de la cárcel y tiene que rehacer su vida. Los flashbacks que muestran su vida en prisión funcionan como contrapunto a ese presente en el que parece estar confinada. La rutina, la sencillez y el silencio son el bucle que, de vez en cuando, golpea la realidad en forma de rechazo. Martone se aleja de lo dramático a través de la luz: allí por donde pasa Goliarda —donde descansa, donde se recuesta, donde fuma con la mirada perdida en el infinito— una cálida luz lo inunda y acaricia todo. Como si ella fuera lo que resplandece, lo que transforma en hermoso lo cotidiano. De nuevo, la puesta en escena pone de manifiesto lo que Martone busca en La vida fuera: hacer visible la magnética presencia de una mujer que pasó toda su vida luchando por salir adelante. A través de la iluminación se hace evidente otra de las cuestiones sobre las que se sostiene la cinta: la conquista de la libertad. Es algo que también se menciona desde el guion: «En Rebibia, con esas mujeres, dentro, sentí una libertad alucinante. Impensable». Y es que, tras una vida de exclusión y sumisión, fue en la cárcel donde Goliarda se sintió libre.
En el exterior todo es una celda: los muros de los edificios y las líneas que crean las sombras proyectadas sobre el asfalto por donde pasa la escritora la aprisionan en el espacio. Se crea así una sensación de ahogo que no se produce en otros espacios (en su casa o en los que comparte con Roberta). Tras la cárcel, se produce un momento de lucidez y así lo traslada Martone a la pantalla. Uno de esos momentos que dan sentido a la existencia porque, a partir de ellos, ya no hay necesidad de seguir buscando un propósito; o porque, de golpe, todo lo anterior ha cobrado un sentido nuevo. Por eso, aunque la narración siempre vuelva al presente, los episodios del pasado funcionan como pequeños destellos de la memoria que determinan la felicidad del presente: el flashback como apunte para la alegría.
Lo que está claro es que La vida fuera está repleta de belleza. Y de nuevo se trata de una cuestión estética: en el primer encuentro con Roberta, ambas mujeres se montan en el metro. Goliarda se sienta encima de ella y sus manos se rozan brevemente, al igual que sus cabezas. La cámara se acerca a ellas, forma parte de la intimidad que están compartiendo, y termina en los ojos de Goliarda. Su mirada está cargada de emociones: ¿inquietud? ¿ilusión? ¿nerviosismo? ¿excitación? Aunque resulte difícil explicar el sentimiento, es fácil ver que esa mirada contiene todo un universo dentro. Y este es, quizá, el más maravilloso de los hallazgos del film, cómo a través de las imágenes Martone es capaz de explicar la complejidad de esta mujer incomprendida, de retratar su vida con admiración, respetando sus claroscuros. O, más bien, abrazando ese juego de sombras en que vivía y al que supo combatir con luz propia.









Qué bonita reseña ✨ Me gusta cómo destacas que Martone convierte la luz en un gesto político, devolviendo a Goliarda Sapienza el lugar que tantas veces le fue negado.
Esa idea de que la cárcel fue, paradójicamente, un espacio de libertad me parece poderosa y conmovedora. Una crítica que transmite la belleza y la fuerza del film.
¡Saludos!
Goliarda Sapienza todavía sigue siendo desconocida en Italia. La descubrí después de ver la cinta y estoy esperando su libro. El nombre y el apellido me indujo a pensar que era una pelicula más del cine italiano, de esas gesticulantes, escurriles y ruidosas, pues su nombre y apellido significa más o menos eso, una que ama la diversión despreocupada con sabiduría, y la comencé a ver como pasatiempo, pero me di cuenta de mi error al ver al final la entrevista que el Grande Biaggio le realizó y donde quedó suspendida esa frase que me conmovió, que hay vida… dentro… de las cárceles, una afirmación que jamás hubiera esperado pues han sido espacios de reclusión donde es difícil que alguien haya sido feliz. Esa escena en la cual tratan de transformar esa habitación semiburguesa en la celda de sus memorias, con la ventana y sus barrotes cubiertos con una prenda de vestir es de una ternura inconmensurable, luego los vasos y platos de plástico, la mesa espartana… y la alegria de una charla compinche y despreocupada mientras la cámara se aleja y te das cuenta recién ahora que están en libertad. Una gran opera de arte, inolvidable. Muchisimas gracias por su artículo.