Música

Cincuenta razones por las que nos sigue gustando Bob Dylan (I)

Bob Dylan

Hace exactamente 21 años, el 24 de Mayo de 1991, Bob Dylan cumplía medio siglo de vida. Las  bodas de oro, como no podía ser de otro modo, trajeron consigo felicitaciones, reseñas, lanzamientos de libros alusivos y homenajes sin cuento al viejo bardo de Hibbing. En el contexto festivo, una de las iniciativas más originales provino de Bono, que se descolgó con una lista de cincuenta razones por las que le gustaba nuestro hombre. Hoy no es número redondo ni nada, pero el ídolo tiene que volver a apagar velas, así que como pequeño recuerdo para él traemos de nuevo las viejas sentencias del irlandés errante para pasar un rato agradable alrededor de Mr. Tambourine Man. Y proclamar, de paso, que nos sigue gustando.

1. No está muerto.

No es casual que la lista comienza con sendas invocaciones-recordatorios de que el gurú sigue ahí, en carne y hueso —más hueso que carne, para qué engañarnos— pese a haber recorrido sucesivamente los status de joven promesa, músico consagrado, portavoz político, representante generacional, figura mística, gurú, candidato al Nobel, figura de estudio, tema académico, y prácticamente lo que a uno se le ocurra. Por encima de todo, es un tipo que sigue ahí haciendo canciones, y que cualquier día te puedes cruzar por la calle.

2. Aparenta cincuenta.

Hay que reconocer que esta razón se ha quedado un poquito desfasada. El Dylan de principios de los noventa todavía conservaba el aire desenfadado, la pose de rocker medio decadente medio gafapasta —un término posterior que no existiría sin él— capaz de seguir tumbando jovencitas impresionables con veleidades intelectuales; hoy en cambio evoca una pieza de museo, una momia venerable, el reflejo adelgazado cuando la chispa vuela y permanece la trascendencia. Así se imaginaría uno al protagonista de Series of Dreams, un personaje de Buzzati aplastado por el esfuerzo ímprobo de representar la Cultura de su siglo. Así, con mayúsculas.

3. Canta como un enjambre de abejas.

Por lo menos a partir de esta época, de los 90. No es fácil acceder a ella, pero si uno tiene esta frase en la cabeza y escucha  la interpretación de Dylan de Girl from the North Country en su concierto aniversario antes de que el estudio la arreglase para comercializarla, hasta es capaz de contar el número de aguijones y aspirar el aroma de la miel. No fue así en sus comienzos, en los que fraseaba con una modulación country bastante particular. La bebida y el diablo hicieron el resto.

4. Le interesan los nombres que le dio Dios a los animales.

En realidad, a partir de su famosa y retransmitida conversión al cristianismo, Bobby estuvo interesado casi en cualquier cosa que Dios hizo o pudo haber hecho. El tema de los nombres le debió coger en un día malo, porque el tema correspondiente del Slow train coming se ha descrito, no sin motivo, como lo peor nunca compuesto por Dylan. Quizá a modo de excusa, el propio autor justificó el exceso de naif señalando que su composición era esencialmente una canción infantil. Luego, por supuesto, la exégesis la ha interpretado desde un punto de vista bíblico, conductual o incluso ecológico, pero versos tipo “He wasn’t too small and he wasn’t too big, I, think I’ll call it a pig(1)« dejan poco resquicio a la duda. Ojo a la versión burlesca de Sabina y compañía en la Mandrágora.

5. Toca la guitarra como James Joyce.

Podríamos tomar esta razón como una boutade digna del propio Dylan en cualquiera de sus logros sesenteros, pero si recordamos que Bono vio la luz en Dublín, hilamos con Leopold Bloom, Penélope o la Torre Martello y acabamos echándole un vistazo a la foto anexa, la frase del cantante abandona los territorios del surrealismo para entrar en los más llanos del chiste privado, retranca Irish. Más allá del bigotito que ha gastado el cantante últimamente, el parecido es conceptual: genio de la palabra rabiosamente innovador que encuentra un momento para conversar a solas con la guitarra. A fin de cuentas, ninguno de los dos se tomaba tan en serio. O sólo a ratos.

James Bobby
James presintiendo a Bobby

6. Vistió capuchinos antes que nadie.

Está claro que a Bono le interesa el aspecto físico —no hay más que mirar una galería suya que pase por la época inicial, el Achtung Baby, Zooropa y la actualidad— así que seguimos mirando mucho a Bob desde fuera. Ahora, para fijarnos en el capuchino, un sombrero peculiar que antiguamente sólo vestían las mujeres, que el amigo empezó a ponerse en los sesenta, y que como todo lo suyo, generó imitaciones por doquier. Llámenlo razón sutil o frikada, pero uno no se convierte en estrella de rock porque sí. Y no va a ser la última vez que hablemos de sombreros, paciencia.

7. Escribió Tangled Up In Blue.

Entramos en territorio Blood on the Tracks, palabras mayores, y la letanía mayor que abre uno de los grandes logros artísticos de Bob. Ya lejos los tiempos gloriosos y a punto de entrar en fase cristiana, Dylan vive la explosión creativa que suele convivir con un destrozo emocional; en su caso, su separación de la exconejita Sarah Lowndes (la Sara de la maravillosa balada homónima). De este territorio tumultuoso surge esta joya de disco, teñido de ira y nostalgia, punteado por la desilusión. Sangre en los caminos. No es extraño que comience el disco con una declaración bien directa, “Envuelto en tristeza”, que sirve de título a un cuasi-poema rimado que se expande en todas direcciones, las del espacio y la del tiempo, y que en cierto modo resume todas las historias de amor del mundo que empezaron bien y acabaron mal. Profundamente introspectivo, emocionante, la envoltura formal de la canción es en cambio intrincada y asume incluso influencias del cubismo. Reescrita durante años, se la ha llegado a describir como un Proust de seis minutos, y sin duda juega en la misma liga: la de los judíos inmortales.

8. Escribió Senor Senor.

Ya hemos pasado por el Dylan más básico y por el más personal, así que hay que dedicarle unos minutos al más críptico. Un tema de Street Legal, el primer disco en el que el cantante se hizo acompañar por una banda de pop. Si el subtítulo de la canción (Tales of Yankee Power) sugiere de inmediato las protestas que siguieron a la construcción y reforma de la central nuclear de ese nombre, las extrañas referencias al vagón pintado, la gitana con la bandera rota y Armageddon se han interpretado  como alusiones a la guerra fría, al Apocalipsis en términos bíblicos, o incluso a la drogadicción del propio autor —en este sentido, la mención de la cola del dragón es bastante clara—. Nunca lo sabremos, como tampoco quién es la protagonista de la canción, ni el Señor invocado en el título (¿Jerry García? ¿El físico Slotin? ¿Otra persona?). Como todas las grandes obras abiertas, mejor escucharla y hacerse opinión propia.

9. No es un conductor de esclavos.

Otra vez Bono tirando del caudal de referencias y jugando al doble o triple sentido. La alusión al tema de Bob Marley seguramente no es ajena a que el territorio musical del rastafari máximo, el reggae, resultó siempre bastante extraña a nuestro autor. Pero además, destaca el fortísimo activismo político de Dylan a lo largo de su carrera, y muy especialmente su implicación en la lucha contra el racismo sureño. Basta acercarse un poco a alegatos intemporales y demoledores como The lonesome death of Hattie Carroll para comprender cómo afectaba a Dylan en este problema, o recordar los graves problemas que le causó el John Birch Paranoid Blues. Y esto sin hablar del icónico Hurricane.

10. Es imposible enfadarlo.

Aquí sí tenemos que fiarnos de la opinión de un tipo que ha conocido al gran hombre en la distancia corta. Comprobable sí es, sin embargo que el nombre de Dylan jamás ha estado asociado a grandes peleas, y que su actitud en los millones de entrevistas que ha concedido se ha movido siempre entre lo irónico, lo desprendido y las divagaciones de todo tipo. Casi todas las historias que corren sobre él lo describen de esta manera, así lo vemos en los documentales y así nos lo presentaron, bajo mil caras, en la bastante reciente I’m not there. Muy recomendable, por cierto, para conocer al individuo que nunca se enfada.

11. Sabe que la ironía no tiene por qué ser enemiga del alma.

Nada más irónico, o incluso meta-irónico, que Bono lance este pronunciamiento cuando precisamente U2 llegó a donde llegó vendiendo el paradigma de que la ingenuidad y el mensaje directo también llena salas de concierto y crea dinosaurios del pop. Quizá el irlandés preveía ya el giro copernicano de su grupo, y la construcción autoconsciente y sarcástica que acabaron suponiendo los coches colgando, The Fly, la chupa de cuero y los estudios Hansa.  Habían tardado quince años en recorrer el camino que Dylan identificó desde el principio como el único posible para una estrella. Y el alma de éste siempre se ha mantenido, quizá por inasible, completamente intacta.

Bob Dylan young

12. Blonde on Blonde es un año anterior al ácido.

Esta alabanza es tan extrema como sutil el leñazo dispensado a los que vinieron después, con John y Paul a la cabeza. Algo así como “señores, podemos decir cosas como ‘Shakespeare está en el callejón con zapatos de punta y campanas, hablando con una francesa que me conoce bien’ sin necesidad de tener que estar inflados de pastillas”. En realidad llevaba años sacándose de la chistera imágenes de ese tipo, basta echar un vistazo a la fauna que puebla Desolation Row, de Cenicienta a Bette Davis, de Robin Hood al Doctor Mierda. Como mucho, imaginamos coronada de rizos la montaña de psicotrópicos de bajo nivel que las Rainy Day Women debían repartir al mundo. Everybody must get stoned!(2)

13. Escribe dos canciones: una para ella y otra para Él.

Casi desde el comienzo, y mucho antes de sentir la Revelación: siempre un ojo puesto en la chica más cercana, y otro que mira hacia arriba. La necesidad religiosa de Dylan resultó siempre tan patente en su música, que incluso existe una corriente crítica que examina su obra únicamente desde el punto de vista religioso. En cualquier caso, suele resultar norma en su cancionero que cuanto más sutil o indirecta sea la referencia cristiana o mística, más potente su efecto; y al revés, cuando a Dylan le da por evangelizar —y le dio mucho a principios de los 80, véase la “trilogía cristiana” que forman Slow train coming, Saved y Shot of love!— lo más suave que podemos decir es que resulta demasiado obvio y bastante pesado. Con alguna excepción: Every grain of sand, por ejemplo, es la clase de canción por la que muchos artistas hubieran vendido a su madre. Nos obligan a hablar un poco más de ella más abajo.

14. Mezcla a Dios con las mujeres.

Ya hemos dicho que Bob mezclaba a Dios con cualquier cosa, así que si pensamos en la cientos de mujeres que pasaron por su vida —muchas de ellas con nombres que se convirtieron en obras de arte, tipo Angelina, Sara o Rosemary— , el cóctel explosivo se sirve prácticamente solo. La conjunción frecuente de dos asuntos tan cruciales del imaginario universal le emparenta con Leonard Cohen más que con cualquier otro artista de su generación; un músico con el que desarrolló una relación personal bastante estrecha, que como él ha llegado a viejo tras cruzar infiernos sin cuento, y que quizá es el único poeta-compositor vivo que puede mirarlo de igual a igual. Una escucha sucesiva de Suzanne y Sad-eyed lady quizá sería una magnífica idea.

15. Ha rimado “rolling hope” con ”bowl of soup”.

Un ejemplo como cualquier otro de que cuando la máquina de rimar se pone en marcha admite tanto la excelencia como el ripio. Es difícil escuchar Motorpsycho Nitemare, Bob Dylan’2 115th dream o Subterranean Homesick Blues sin imaginarse una Sten-Gun ametrallando a palabras al aficionado poco precavido.  De esta familia es el Wiggle Wiggle al que alude Bono; un jueguecito intrascendente compuesto en un momento creativo bajo, hay que reconocerlo, pero con ese toque despreocupado y bromista que el gran hombre siempre acaba sacando. “Menéate como un tazón de sopa, menéate como un aro que rueda…”

16. Allen Ginsberg lo adora.

De hecho, parece ser que lo adoró desde el primer momento, cuando Ginsberg ya lucía las galas de gran poeta y Dylan era poco más que un joven frágil y ordinariamente borracho que quemaba noches sin cuento en los escenarios del Village. Creemos que los requiebros no fueron correspondidos, pero ahí se forjó una amistad de hierro que resistiría décadas y, además, produciría obras de arte de lo peculiar a lo excesivo: si Vomit Express resulta simpático, la versión corta de Reinaldo y Clara (hay una de doce horas) constituye una película bastante estimable. Fueron el corazón y el límite de la Generación Beat.

17. Walt Whitman también lo habría adorado.

No sabemos qué hubiera opinado el abuelo Walt del despego y la distancia con las que Dylan siempre ha construido su actitud, pero también es cierto que nadie se escandalizaría si algún antologista distraído incluyese Forever young en cualquier poemario del capitán. Y quizá sí, uno empieza a pensar en las viejas citas, en “Soy tan malo como el peor, pero tan bueno como el mejor”, “Tu carne sería un gran poema”, “La auténtica guerra no sale en los libros” o “Yo contengo multitudes”, y las cuadra tanto describiendo facetas de Bobby como apareciendo en canciones suyas que quizá no vieron la luz. Y puede que sí, que se hubieran caído bien y que incluso quizá habrían fumado algo juntos.

Bob Dylan Think

18. Escribió “Ballad Of Hollis Brown”.

La guitarra machaca tres notas una y otra vez, mientras una voz impasible, fría como un punzón, desgrana cómo  un hombre, una mujer y sus cinco hijos  se mueren de hambre en una cabaña aislada que acechan los coyotes. Hubo uno yegua, pero ya no está; hubo harina, pero se la comieron las ratas. Lluvia, locura y frío, y al final siete cuerpos en el suelo.  Este era el Dylan que llegó a Nueva York para tomar el relevo de Woody Guthrie y despertar la conciencia de la sociedad americana a base de himnos terribles, de los que remueven y agitan. Canciones que son actualidad rabiosa —pongan un nombre griego en el título— y que se escucharán hasta el fin de los días. Ojo a cómo suena ésta en la voz de Nina Simone.

19. Pronto estará en tu ciudad.

Aquí entra una historieta verídica: cuando el arriba firmante aún no tiene edad para entrar en discotecas y lo más espectacular que ha podido disfrutar en directo en su ciudad de provincias ha sido Mecano, Bob Dylan pasa por allí cerca y da su concierto. Un concierto malo, sin empatía alguna con el público y luciendo una versión de su voz en que las abejas tienen pocas ganas de moverse. Pero allí está. Y los adolescentes no van a verlo porque para ellos este no es más que el individuo que ha compuesto una canción que cantan Guns ‘n Roses. Así se escribe la historia.

20. Es muy agradable conmigo.

Aquí solo podemos fiarnos de fuentes secundarias para imaginar la relación entre los dos, pero esta propia lista ya indica que muy tensa no debe de ser. Una amistad que ya era fuerte hace más de 25 años, cuando Dylan invitó a un Bono veinteañero a subir a cantar con él Blowin’ in the wind, y el irlandés se animó y acabó improvisando una nueva letra que tocaba de cerca el conflicto de su país. Está claro que el joven ve al viejo como una especie de mentor, y sólo así se explica que su carrera esté llena de homenajes a él. La composición a medias de ambos, All I want is you, es un crescendo concebido desde el minimalismo que refleja muy bien las dos personalidades, y que acaba resultado estremecedor.

21. Sus mejores canciones no las escribió en los sesenta.

Lee uno esto y piensa: bueno, otro exabrupto más, todos sabemos que los discos canónicos de Dylan son Highway 61 y Blonde on blonde, y eso no puede negarlo nadie. Y es cierto. Pero empezamos a recordar las gemas que el genio ha ido sembrando después, pensamos en el Huracán, en el discazo incomparable que es Infidels, en Changing of the guards, Simple twist of fate o Foot of pride, y empezamos a creer que quizá cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor, y que este tipo de gente puede soltar el relámpago en cualquier momento. Incluso si, como es el caso, el protagonista llega a confesar, andando el tiempo, que la fuente se secó.

22. No se arriesgará por nosotros.

En realidad, podemos decir que jamás la ha arriesgado por nadie. Lo dicen sus biógrafos, sus compañeros de grupo, sus agentes, sus amigos e incluso sus amantes o esposas. Bob en general ha sido un tipo agradable para tener cerca —ver más arriba— pero no alguien para poner tu vida en sus manos. Desde sus comienzos pareció siempre un espíritu libre, un fantasma que acompañaba un tramo del camino para después desaparecer sin implicarse demasiado. No es difícil identificarlo como el vagabundo solitario de John Wesley Harding: “Queridas damas y caballeros, pronto me habré ido; vivan bajo su propio código y juzguen con independencia”.

23. No es pseudo-religioso.

Lo dijo no hace mucho tras interpretar un villancico: “Soy un verdadero creyente”, y su trayectoria lo avala. Otra cosa es tratar de discernir en todo lo que ha creído Bob, a quien no se le pueden negar la curiosidad y la mente abierta, y también haberse mostrado próximo en diferentes momentos de su vida a bastantes tendencias diferentes —judaísmo, cristianos no nacidos, catolicismo, agnosticismo, hasidismo— sin reconocer casi nunca formar parte de alguna como fiel.  Cuando lo creyó necesario, no le importó subordinar su obra a sus creencias, y también distanciarse de las líneas oficiales cuando lo creyó necesario. Como siempre, él es quien mejor resume el asunto, en una sentencia tan reveladora como oscura: “Yo encuentro la religiosidad en la música.” No al revés.

24. No lo crucificaron a los treinta y tres.

Se pone ahora Bono ligeramente blasfemo para alabar la capacidad de supervivencia de Dylan, y para ironizar de paso sobre las hordas de jóvenes que, a finales de los cincuenta, le gritaban ¡¡¡Profeta!!!! Bien es verdad que estuvo a punto de salirle el número en Woodstock con 25 añitos, cuando estrelló la moto que conducía, pero aparte del accidente nunca vivió al límite como muchos de sus compañeros de generación, ni le dio a las drogas más de lo artísticamente recomendable, ni despertó tantos odios como para merecer crucifixión —excepto en Newport, quizá—. Demasiado inteligente, quizá, y/o muy por encima de todo esto.

25. T-Bone Burnett piensa que es bueno.

Quizá no se lo conozca mucho por esto lares, pero Joseph Chuletón Burnett lo ha sido casi todo en el mundo de la música: compositor, cantante, guitarrista, promotor, ejecutivo, y sobre todo productor. Llegó a montar la efímera Alpha Band, saludada en su momento como los nuevos Beatles, ha producido a gente como Roy Orbison, Elvis Costello o Robert Plant, y sigue en activo hasta el punto de que incluso firma The Weary Kind, la canción de la banda sonora de Corazón Salvaje que cosechó un monte de premios hace un par de años. Un mandarín de la música del siglo XX que reconoce que gran parte de lo que es se lo debe a Dylan, y en particular a su participación en el delirante carnaval Rolling Thunder Revue que patrocinó Bob en los setenta. En sus propias palabras, Burnett consiguió allí la gasolina para el resto de su vida. Así que sí, podemos asumir que le gusta Dylan.

Continúa

(1)    “Ni era muy pequeño ni era muy grande, creo que lo llamaré cerdo.”

(2)    “¡Todo el mundo debería colocarse!”

Lista de reproducción de grooveshark de las canciones mencionadas en el artículo (recopilada por @zdepablo, muchas gracias a él).

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10 Comentarios

  1. Pingback: Cincuenta razones por las que nos sigue gustando Bob Dylan (I)

  2. Yo añadiría una 51 particularmente: Vila-Matas es capaz de escribir sobre él («Aire de Dylan, indispensable)

  3. Larry Bird

    50 razones por las que Dylan nos gustará siempre. Para mi es eterno.

  4. Dr. Octopus

    Una más, nunca se ha hecho el simpático.

  5. Dos cosas: #20, la cancion es «Love rescue me», no All I want is you. Y #23, tengo que citar al gran Pepe NMPQLC Begines, cuando dice de Dylan que es judío y cristiano y a la vez «protestante» XDXD. Abraxo!

  6. Whitman adoraría a Cohen, no a Dylan.

  7. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Cincuenta razones por las que nos sigue gustando Bob Dylan (y II)

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