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Los monstruos domados de Starewitch, Švankmajer y los hermanos Quay

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Una escena de La Voix du Rossignol, de Ladislas Starewitch en 1923. Imagen: Collection Martin-Starewitch / CCCB.

Es un bosque, pero un bosque sometido. Tiene las superficies lisas, su camino discurre con limpieza y los rayos de luz consiguen alumbrar la oscuridad como estocadas de sol en la espesura, aunque incidiendo ordenadamente donde deben hacerlo. También sus fieras están domadas. Las grandes lucen en vitrinas y los insectos, pinchados sobre papel y enmarcados como reliquias.

Que no sufran los amantes de los animales ni se asqueen los escépticos de la taxidermia, porque estos seres ni son de verdad ni gozaron nunca de vida. De hecho, algunos penden aún de los hilos mediante los que se la confería su creador, Ladislas Starewitch, de cuya obra constituye un ejemplo esta pequeña selva de aristas cuadrangulares. Es el que recibe al visitante en Metamorfosis, la última exposición inaugurada en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y abierta hasta el próximo septiembre.

Cuando se trata de este ruso no deben extrañar los bichos, que fueron su primer amor. Fue cineasta autodidacta y «el Méliès de la animación», como se le define con frecuencia, pero también antropólogo de formación, naturalista y entomólogo. Tanto así que su carrera en el cine arrancó como director del Museo de Historia Natural de Kaunas, en Lituania, cuando quiso filmar por primera vez una pelea entre dos ciervos volantes. No pudo ser, porque la luz de los focos daba sueño a estas criaturas nocturnas, que en lugar de pelear decidían dormir plácidamente en su pequeño set de rodaje.

Inspirado por las primitivas animaciones de Émile Cohl, Starewitch tuvo la idea de elaborar dos réplicas articulables de los insectos y recrear su pelea en stop motion. En 1910 Lucanus Cervus, que así se llamó la película, se convirtió en su primera cinta de animación y la primera de la cinematografía rusa, de la que por cierto desertó. Después de la Revolución emigró a Paris, el Hollywood de la época, y más tarde no lo haría al propio Hollywood, aunque pudo haberlo hecho. Las posibilidades infinitas del stop motion lo habían cautivado y consagró su vida a explotarlas hasta su muerte en 1965, olvidado de todos. No fue hasta los años noventa que empezó a recibir elogios, entre otros los de Nick Park, John Lasseter y Wes Anderson.

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Starewitch en su mesa de trabajo, c. 1923. Imagen: Collection Martin-Starewitch / CCCB.

La suya es solo la primera parada del recorrido dispuesto por el CCCB, que continúa por Jan Švankmajer y acaba con los hermanos Timothy y Stephen Quay. Los cuatro fueron pioneros de la animación en stop motion, los cuatro recurrieron a esta técnica para insuflar vida cinematográfica a sus fantasías y los cuatro convergieron artísticamente en Europa, en un triángulo desplegado entre París, Londres —donde viven y obran los hermanos Quay, de Pensilvania— y Praga —de donde es natural Švankmajer—. La transversalidad estaba servida y el CCCB, que coproduce Metamorfosis junto a La Casa Encendida de Madrid, le impone continuidad y la ilustra con una gran colección de piezas originales, entre marionetas, figuras moldeables y de alambres, diseños de producción, fotografías, esculturas y robots.

El paseo, sin embargo, también lo es por los derroteros por los que ha discurrido artísticamente la propia disciplina del stop motion, la técnica demiúrgica más poderosa de la que dispuso el cine hasta la emergencia de lo digital. Desde su nacimiento a finales del XIX, cuando las marionetas consiguieron domar a los animales para la narración secuencial, hasta el segundo tercio del siglo XX, cuando las vanguardias, el surrealismo y Freud trasladaron el objeto de fascinación a la psicología humana, cuyos arcanos se desplegaban vívidamente en pantalla gracias a la capacidad de la técnica para trasponer fotos y animar una película.

Por esa razón, Metamorfosis también incorpora las obras referenciales de otros artistas y disciplinas, entre las cuales nos encontraremos con algunas pequeñas joyas. Hay un Disparate de Goya —el 5, Disparate Volante—, un Dalí diminuto, obras de Jean Grandville y Alfred Kubin y hasta algunos ejemplares literarios tan jugosos como el del Musurgia Universalis de Atanasio Kircher, del siglo XVIII, y otro de 1806 recopilando las disertaciones gráficas de Charles le Brum al combinar la fisonomía humana con la de los animales. Está abierto por la página de los hombres búho.

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Siamese twins with cancer, de Jan Švankmajer en 2008. Fotografía: Athanor Ltd. Film Production Company / CCCB.

Las esculturas calavéricas de Švankmajer dan una idea del tinte inquietante que adquiere la travesía a su paso, cuando se sumerge en el universo surrealista del este cineasta, artista plástico y poeta checo. Švankmajer, que comenzó militando en la escuela surrealista de Praga, consiguió sobrevivir a la censura artística impuesta a su lado del Telón de Acero y sigue siendo a día de hoy una de las primeras figuras de la animación, que con frecuencia alterna también en narraciones audiovisuales convencionales y largometrajes. Su última obra, la película Surviving Life (Theory and Practice), es de 2010 y queda lejos ya de sus primeros trabajos, pero sigue ilustrando con claridad por qué se le suele considerar el padre de un estilo plano, manierista y onírico por el que se acabó reconociendo más tarde a autores como Terry Gilliam o Tim Burton.

Los hermanos Quay, tercer vértice de Metamorfosis, son otros de los influenciados por Švankmajer, como lo han sido en sentido amplio por la cinematografía intelectual centroeuropea. Pese a ser estadounidenses, los dos gemelos viven y obran en Reino Unido desde la década de los setenta, donde desarrollaron su afición a casi cualquier subgénero artístico que sea considerado menor en las taxonomías convencionales. En el CCCB, por ejemplo, podremos asomarnos a algunos de sus mejores Dormitorium, dioramas que se contemplan a través de una lupa frontal con pequeñas escenas que calificaremos, a falta de un epíteto mejor, de surrealistas.

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The Cabinet of Jan Švankmajer, de los hermanos Quay en 1984. Fotografía: QBFZ Collection / CCCB.

Poco importa su confinamiento en una caja, como podrá comprobar el espectador —y solo el espectador, porque las fotos no le hacen justicia—: el efecto magnificador de la lente convierte el interior del Dormitorium en un pequeño universo de leyes visuales propias, donde las paredes desaparecen y lo grotesco adquiere un protagonismo hiperbólico. Es precisamente en su amor por lo grotesco, lo sobrenatural y lo monstruoso que los Quay han cosechado sus mayores éxitos, como su Street of Crocodiles de 1986. Terry Gillian llegó a calificarla como la mejor película de animación de la historia.

Metamorfosis. Visiones fantásticas de Starewitch, Švankmajer y los hermanos Quay, dirigida por Rosa Ferrè y comisariada por Carolina López Caballero, puede visitarse en el CCCB hasta el próximo siete de septiembre. La exposición viajará más tarde a Madrid, donde estará en La Casa Encendida entre octubre de 2014 y enero de 2015.

Imagen de portada: Street of Cocodriles, 1986. Fotografía: Konick Studios Ltd.

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3 Comentarios

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