Arte y Letras Cómics

Cómics expandidos

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Aquí, de Richard McGuire. Editorial Salamandra Graphic.

La mayoría de los cómics españoles de los últimos años que más me han impresionado se abren hacia otros lenguajes artísticos. La Grieta (Astiberri), de Carlos Spottorno y Guillermo Abril, lo hace hacia la fotografía documental; El paraíso perdido (Sexto Piso), de Pablo Audell, hacia la pintura figurativa y la ilustración; Las Meninas (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares, hacia la metapintura y el ensayo; Conociendo a Jari (Fulgencio Pimentel), de José Ja Ja Ja, hacia el diseño gráfico; Pulse enter para continuar (Apa Apa), de Anna Galvañ, Nuevas estructuras (Apa Apa), de Begoña García-Alén, y VIP (Reservoir Books), de Felipe Almendros, hacia la plástica surrealista, geométrica o abstracta. Aunque sean sobre todo excelentes tebeos, por su alto nivel gráfico y conceptual pueden ser también leídos como literatura expandida y como arte contemporáneo.

Tanto en ese canon reciente de la novela gráfica española más desafiante como en la obra de autores tan distintos como Yuichi Yokoyama, Tommi Musturi, Anders Nielsen u Olivier Schrauwen —por citar cuatro ejemplos internacionales de artistas ajenos a la línea clara y a los guiones sencillamente narrativos, que piensan la viñeta y la página como un laboratorio lleno de posibilidades conceptuales y estéticas— la genética de otras artesanías y de otras artes convergen en libros vampíricos, que se apropian de cualquier recurso o forma que sea útil a su estrategia discursiva.

Esa expansión transfronteriza prosigue naturalmente la colonización de técnicas, géneros y temas que la novela gráfica ha ido llevando a cabo durante las últimas cuatro décadas y pico. La divulgación, el periodismo, la biografía y la autobiografía, todos los géneros narrativos fantásticos y realistas, la confesión y el trauma, el dibujo al natural, la tipografía o la cartografía: nada queda fuera del cómic. Ni siquiera su propia historia. Porque muchas de las innovaciones que atribuimos a Art Spiegelman, Chris Ware y otros genios son en realidad rescates, fruto de una excavación arqueológica en las ruinas muy vivas de los pioneros del arte secuencial que es tan importante como la apertura de las prácticas contemporáneas. Por eso Casa transparente (Sexto Piso), de la ilustradora y diseñadora argentina María Luque, es un libro fallido, porque su autora es una gran artista, pero no es lectora de cómics.

Mientras que el e-book compite seriamente con el libro en papel como soporte ideal para la lectura de literatura y de divulgación, en el cómic no existe todavía ninguna plataforma portátil de lectura que sea una alternativa seria al papel. Por eso todas las obras citadas son volúmenes. Pero en el seno de esa convicción se abre una pequeña tradición de libros que no solamente son centrífugos, sino también centrípetos. Libros que se sitúan en el centro neurálgico de un proyecto que los trasciende materialmente, por su naturaleza transmedia, multimedia, polimatérica o incluso expositiva. Me refiero, por supuesto, a obras importantes y famosas como The Rut, de Dave McKean, o como Fabricar historias (Literatura Random House), de Chris Ware, que deconstruyen —respectivamente— el formato libro como instalación expositiva y como caja llena de tebeos, pósteres, juegos, folletos o periódicos tabloide.

Pero no están ni mucho menos solas. La chica de polvo (Rey Naranjo), de Joung Yumi, es un hipnótico relato sin palabras de extracción kafkiana, que incluye un DVD con la película de animación que completa el proyecto. Son dos caminos paralelos, o dos dimensiones artísticas de una misma obsesión: el cómic y el cine. En La Encrucijada (Astiberri), en cambio, de Paco Roca y Seguridad Social, el cómic es —como indica su título— la exploración de un cruce de caminos, donde se encuentran los procesos creativos del dibujante en relación con la música y las últimas composiciones de un grupo musical cuyas canciones forman parte de nuestra biografía sentimental colectiva. Es natural, por tanto, que el libro incluya un cedé. Y que las viñetas de Roca sean, sobre todo, la crónica de cómo el proyecto de un disco y el de un libro solamente pueden converger, con interesantístimas dificultades, si encuentran una melodía común.

Más lejos va la obra ganadora del primer Puchi Award de La Casa Encendida y Fulgencio Pimentel, que premia proyectos innovadores que piensen el formato libro más allá de los géneros y los lenguajes. Se trata de J+K, del autor vietnamita John Pham, un cómic al mismo tiempo naive y escatológico, tierno e irónico, tontorrón y lúcido, que incluye en su trama surreal tanto granos de acné que cobran vida propia como estética de videojuegos. El contenido no es ajeno a ciertas tendencias de la historieta internacional —comercial y minoritaria— con protagonistas adolescentes —realistas o mutantes— que deambulan por un entorno más o menos estimulante o adverso. El continente, en cambio, es totalmente original, porque trabaja con técnicas de impresión risográfica y encuadernación artesanal. Y se expande en el interior del libro con contenidos extras. Pegatinas. Un folleto de videojuego. Un carné veterinario. Un complejo ejemplar en miniatura de Cool Magazine. Y un disco de vinilo.

La misma estrategia de multiplicación de estratos narrativos, a través de la maestría artesanal, encontramos en VIP, que no solo es una novela gráfica de estética pictórica, maquetada como si se tratara de una revista de lujo pero kitsch, que incluye un cedé y unas gafas 3-D (que permiten ver las páginas del libro que han sido diseñadas en clave psicodélica), sino que también fue una exposición y es todavía cuenta con un videoclip en YouTube. En su obra maestra, Felipe Almendros entremezcla la autobiografía de periferia con el viaje astral, la familia y los amigos con el delirio, encadenando brillantes y desconcertantes y fascinantes soluciones gráficas para narrar cómo persigue su propia identidad, personal y artística. 453 páginas sin texto, pero de gran elocuencia narrativa. La lectura culmina en el primer cedé de Philip Almonds, que se adjunta al final del volumen, una suerte de alter ego o heterónimo de Almendros, que recuerda a David Bowie pero con una polla dibujada en la frente.

Muchos cómics magistrales se han convertido en mundos, a través de relatos que configuran o sugieren una mitología. En los últimos años, algunas novelas gráficas han escapado de los límites del libro para generar una constelación de objetos que disparan esa mitología hacia múltiples direcciones. Julio Cortázar —que creó libros collage y escribió guiones de cómic— insistió en las cartas a su editor, Francisco Porrúa, de que Rayuela no era una novela, sino una antinovela. Cincuenta años más tarde, el auge de la novela gráfica ha provocado el nacimiento de la antinovela gráfica: cómics que se expanden más allá de las cubiertas del libro, mediante objetos y músicas e imágenes, sumando complejidad a la complejidad. O, incluso, generando lecturas alternativas de sí mismos: la versión para i-Pad de Aquí (Salamandra Graphic), la obra maestra de Richard McGuire, permite que las páginas se vayan sucediendo de forma aleatoria, escapando así del rígido orden que les impone en libro. Fluyendo en libertad.

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