Arte y Letras Entrevistas

Luna Miguel: «No pretendo ser moderna»

Como hija de los responsables de la editorial El Gaviero, Luna Miguel (Madrid, 1990) no tuvo muchas dudas a la hora de elegir su camino. El ambiente literario y la lectura de Bukowski  la llevó a escribir poemas desde su primera adolescencia y a publicarlos desde 2001 en revistas y antologías hasta que en 2010 aparece su primer libro, Estar enfermo. Fenómeno en el mundo de la nueva poesía española, admirada por unos y denostada por otros, colabora en el diario Público con una controvertida columna y explica su vida a fans y detractores en su blog personal. Nos citamos con ella en una de esas cafeterías-librerías tan del gusto de los jóvenes y modernos bohemios para tratar de conversar por encima de una barahúnda que nos recuerda por qué juramos hace tiempo no volver a pisar este tipo de locales.

5833300507 7e5a28847f zAunque es un tema recurrente, resulta inevitable empezar hablando de tu edad. ¿Crees que has publicado demasiado para ser tan joven?

Yo creo que no. Hay mucha gente que —no sólo en la historia de la literatura sino del periodismo y del arte en general— empiezan con diecisiete, con veinte años, a publicar sus primeras obras. Creo que mi caso no es excepcional. Quizá ahora, entre los contemporáneos, seamos muy pocos los que hemos empezado tan pronto, pero en la historia ha habido mucha gente que ha comenzado a hacer cosas siendo muy joven. Han sido una serie de circunstancias las que han llevado a que suceda todo esto.

El comenzar a escribir muy joven es normal, lo que no es tan normal es el deseo de darse a leer. ¿Por qué lo tuviste tú?

Viene un poco relacionado con las circunstancias generacionales. La era fotolog, blog, Twitter, Facebook, etc. A los catorce años abrí mi primer fotolog y ya colgaba pequeños poemas, fotografías… no fue un tanto un deseo como una casualidad. Algunos compañeros míos colgaban sus fotos y yo quise colgar poemas, citas de mis autores favoritos, etc. Poco a poco, eso fue llevando a que abriese mi primer blog y me ofrecieran publicar en sitios. Aunque siempre hay una voluntad de que te lean. Uno cuando escribe lo hace desde la timidez, pero dentro de esa timidez le gusta que le lean y que opinen sobre lo que hace. Así que fue una mezcla del deseo de que ciertas personas —sobre todo tus amigos— te lean y esta era en que cualquier persona puede publicar en cualquier momento a través de Internet.

¿Cuánto ha cambiado tu poesía desde entonces hasta ahora, en estos cinco, seis, siete años?

Podría decir que no ha cambiado nada o que ha cambiado muchísimo. No ha cambiado porque sigo escribiendo por los mismos motivos, el impulso siempre es el mismo: «necesito contar esto». Pero sí ha cambiado la forma: antes no pensaba tanto en la palabra que quería usar, no me fijaba en el ritmo. Si algo ha cambiado en estos años ha sido el proceso de creación; no tanto el origen del texto sino el proceso de corrección e incluso de documentación.

Ahora que hablas del ritmo, ¿no te parece que no sólo entre los poetas que publican en Internet, sino muchos que publican incluso libros se dedican básicamente a escribir y darle al “enter”?

Sí, es una cosa muy discutida de la que todos pecamos, me imagino. Pero el modo de crear ha cambiado. Antes había unos corsés que eran las formas clásicas, las rimas, la métrica, etc. Y ahora quizá lo que interesa no es sólo el ritmo y demás, sino el propio contenido. Estamos en la época en la que todo el mundo piensa sólo en el contenido. Me hace gracia lo del “enter” porque uno se da cuenta de cuándo un verso está pensado para ser tal cual —aunque sean dos palabras— y así poder apretar el “enter”, y cuándo un verso aún no está terminado. Eso va en el ritmo: cuando leo a ciertos autores actuales, aunque no haya una métrica, sé que el ritmo del verso es perfecto por los acentos o por cómo está construido el propio texto. Y eso es una cosa difícil de aprender. Cuando lees a alguien que ha sabido construir perfectamente su verso, que sabes tú cuándo empieza y cuándo acaba, te das cuenta. Y cuando no ha sabido hacerlo también te das cuenta, porque el ritmo se pierde. De hecho, con Elena Medel estamos preparando una antología de jóvenes autores y leo textos enviados por gente de dieciocho, veinte años, y noto la diferencia. Incluso cuando ellos mismo piden que les ayudemos a corregir sus poemas lo notas, les dices que subir o bajar una palabra le vendría bien al propio verso. Así que sí, hay una estética del “enter” muy marcada, pero también está justificada, creo.

¿Y la manera de darse cuenta de si tiene ritmo o no tiene ritmo no sería que el poeta lo lea en voz alta antes de darle al “enter”?

Claro, yo creo que es esencial la lectura en voz alta, por eso me gustan mucho los poetas tipo Juan Carlos Mestre o Amalia Bautista: sus lecturas son alucinantes porque saben leer muy bien sus poemas, me gusta la gente que sabe recitar. Yo intento saber recitar, es una de las cosas que más me obsesiona. Cuando me invitan a un coloquio, etc., lo que hago es ensayar mucho en casa —que parece que estoy loca porque voy por ahí recitando yo sola— porque creo que tanto para el público como para ti mismo como autor, lo mejor es leer tus poemas en voz alta. Al fin y al cabo son como canciones, ¿no? Si en voz alta funcionan, van a funcionar escritos.

¿Y cuánto crees que cambiará tu poesía en diez años?

Cada vez soy más narrativa. Me interesa mucho la narrativa, más que poesía leo novelas y se va notando en mi modo de construir el texto. Por ejemplo, lo que estoy escribiendo ahora es un poemario sobre la enfermedad de mi madre, sobre la independencia, etc. Y tengo muchos textos en prosa que se van alternando con la poesía. Creo que de aquí a unos años… no sé si escribiré una novela o un libro de relatos, pero sí noto que mi poesía cada vez es más narrativa y cuenta pequeñas historias.

¿Qué narrativa lees?

Mucha narrativa contemporánea. Me interesan las novedades y aparte de ciertos clásicos que me gusten mucho como Dostoievski, me interesa estar al día. Siempre estoy en la biblioteca esperando a que salgan novedades para enterarme de qué se está haciendo ahora. Me gustan mucho Patricio Pron, Alberto Olmos. Y echo de menos más narrativa escrita por mujeres.

¿Y narrativa norteamericana, que influye bastante en los nuevos poetas?

Sí, Foster Wallace, Thomas Pynchon… todos esos escritores me gustan. Quizá también porque mi novio ha escrito una tesis sobre Foster Wallace y es un tema que siempre está sobre la mesa en casa, ¿no?

Foster Wallace es a veces bastante lírico. Una lírica heterosexual pero…

Sí, tengo en mi cuaderno muchas citas suyas recopiladas. En muchos de sus libros alguno de sus personajes —o incluso él mismo—termina hablando de poesía y eso me gusta. Para ser un narrador tan “macho” con sus mil doscientas páginas, tiene su lado poético.

La estructura de algunos de sus relatos también recuerda un poco a cierta poesía experimental.

Sí, es posible. Me gusta mucho también Jonathan Lethem.

Desde que empezaste a escribir, ¿nunca has tenido la tentación de guardarlo en un cajón y esperar a una cierta madurez?

Sí, yo creo que eso es algo que siempre piensa uno. Veo esta diferencia entre algunos amigos que no tienen blog y yo, que sí tengo blog. Con un blog no hace falta esperar, son cosas que incluso puedes borrar, pero me gusta que estén ahí. Es cierto que podría arrepentirme dentro de un tiempo de ciertas cosas, pero aún no quiero hacerlo. El primer libro que publiqué, Estar enfermo, son textos que escribí entre los quince y los diecisiete años y lo publiqué cuando tenía ya diecinueve. Me apetecía recuperar textos de una época con la que no me sentía ya identificada pero sentía que podría rescatar algo. Soy de las que piensan que un autor es toda su obra, y esperar a los treinta años para publicar un libro puede estar bien; hay gente que publica a los treinta unos librazos enormes que todo el mundo va a recordar como una primera gran obra. Yo sé que mis tres primeros libros pueden flojear en muchísimas cosas pero me gusta ese arco iris que puede llegar a construir. Tanto Estar enfermo, como Poetry, como Pensamientos estériles que acaba de salir, me parece que cierran una etapa de adolescencia. Soy consciente de que ahora estoy haciendo otras cosas y escribiendo otro tipo de textos, pero los anteriores me apetece que estén ahí. Quizá sea algo muy egoísta, no lo sé, pero me apetece que estén ahí y sé que hay gente a la que le han gustado, a la que le anima que estén esos libros publicados y eso me hace feliz.

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Hay cierta escuela de pensamiento que cree que los poetas han de esperar a los cuarenta años, y hay otra que piensa que la poesía lo que requiere es cierta fogosidad. ¿Tú qué opinas, que hay más valor en una voz madura o en una voz más emocional?

Creo que las dos son válidas, totalmente. Uno de mis autores favoritos es José Ángel Valente, y tanto el libro que dejó antes de morir como su primer libro son mis favoritos. El primer poema de su primer libro, Serán ceniza, creo que es su mejor poema y lo escribió con veintidós o veintitrés años. Y curiosamente resume toda su obra habiendo sido el primero de la primera páginas de su primera obra. Si te dedicas a esto es porque crees que tienes algo que decir y hay poetas que lo saben decir desde el principio hasta el final. También hay mucha gente —no sólo en la poesía sino sobre todo en la novela— que se queda estancada… no sé, pienso en Vila Matas por ejemplo, que a mí me gusta mucho pero a partir de cierta edad hace sistemáticamente siempre lo mismo. Con la poesía pasa igual, Luis García Montero hace lo mismo que hacía X años. Así que llegas a los cuarenta años y no creo que el libro de los cuarenta años sea el trabajo definitivo, sino toda esa obra que viene de atrás.

Cuando se es anciano y se ha perdido la fogosidad, ¿tienes que dedicarte a la novela o al ensayo?

Supongo que viene ligado a la voluntad del autor. Cuando uno ya lo tiene todo, ya tiene su premio nacional y su reconocimiento a lo mejor se relaja y no le interesa seguir intentando superarse. Pero hay gente que sí lo hace, el último libro de Pablo García Baena es brutal y tiene ochenta y pico años. Aunque luego tienes a García Márquez… lees su último librito y dices: «bueno, vale». Imagino que llega un momento en que si eres muy viejo estás cansado de intentar renovar tu literatura. Dices «voy a morir, va a ser que ya no puedo dar más».

¿Cuándo crees tú que un poeta deja de ser joven?

Ésa es la gran pregunta.

Cuando ha conseguido ligar por fin, que puede ser el objetivo básico…

Bueno… (risas) puede ser. No. No lo sé. Para mí, el libro del que te hablaba antes, el de Pablo García Baena, es un libro muy juvenil en muchos sentidos. Los premios dicen que dejas de ser joven a los treinta y cinco, pero eso son los premios de poesía. No lo sé realmente. Pienso que cada persona es distinta y cada uno deja de ser joven cuando quiere o cuando de repente se da cuenta de que ha dejado de ser joven. Supongo que la actitud tiene que ver, y el modo en que tratas a gente menor que tú. Hay autores de cuarenta años a los que no puedes tocar, porque son intocables, y esa gente me parece mucho más vieja que alguien de cincuenta que sabe relacionarse con gente de todas las generaciones. A fin de cuentas se dedican todos a lo mismo, no eres mejor por tener cuarenta años. La actitud es la que determina la juventud de una persona.

¿Te sientes a veces como si estuvieras jugando más que escribiendo?

Está claro que la literatura, para mí, también es un juego mediante el cual he conseguido relacionarme con mucha otra gente que también son jugadores. Sobre todo cuando estoy escribiendo determinados posts para mi blog siento que estoy jugando más: escojo citas, hago juegos de palabras, provoco, fotografío el libro que estoy leyendo. Cosas que a mí me divierten y a la gente le cabrean, por eso siento que estoy jugando.

También eres un “troll”, entonces.

Si, bueno, soy mi propio troll a veces.

¿Cuánta autocrítica, cuántas lecturas son necesarias para publicar un primer libro de poesía?

Muchísima lectura, fundamental. Es una de las primeras cosas que me decía mi padre cuando empezaba a escribir y a leer: tienes que leer mucho para llegar a escribir bien. Nunca te dicen qué debes leer para escribir bien pero sí que debes leer mucho. Si no estás devorando libros casi las veinticuatro horas, si no sientes pasión por la lectura, no entiendo que puedas sentir pasión por la escritura.

¿Cuántos poemas hay que destruir?

Muchos y continuamente. Cuando uno no se siente a gusto con lo que está haciendo, hay que destruirlo o incluso guardarlo. Soy más partidaria de guardarlo, porque aunque no te sirva como texto, las ideas o imágenes sí pueden servirte en un futuro. Todos los días escribo, todos los días corrijo y todos los días borro.

En tus libros ensayas bastantes estilos distintos, ¿es algo premeditado el hacer esta especie de collage o es que aún no has encontrado tu voz?

No lo sé, depende de lo que esté queriendo decir con el libro en concreto. Poetry por ejemplo es el libro más lejano a lo que yo soy y a lo que yo escribo, me gustan mucho más Estar enfermo y Pensamientos estériles porque son mucho más como un diario. Me obsesionan mucho los diarios; soy una cotilla y me gusta cotillear las vidas de los escritores. De hecho creo que muchas novelas y poemarios de mis autores favoritos son en realidad diarios, pero diarios bien hechos. Eso es lo que más me emociona de la literatura: saber lo que está pensando alguien a quien admiro. Siempre intento hacer algo así, darlo todo. Y Poetry es un darlo todo pero con muchos juegos, referencias a otros autores, versiones de poemas y canciones que me gustan… por eso es quizá más desigual en todos los sentidos. Aun así me divierto mucho leyéndolo, creo que es un poemario muy gracioso.

Leyéndote se nota que hay una exaltación de tu yo: entre eso, la columna, el blog, redes sociales, etc, ¿qué espacio queda para la privacidad en tu vida?

Pues el día a día: levantarme, desayunar, estar con mi chico, salir con mis amigos… aunque luego suba fotos de mi casa estando con mi chico y con mis amigos, no creo que eso rompa mi privacidad. Nadie me conoce como me conocen mis amigos, nadie sabe cómo estornudo, cómo me ducho o cómo follo, aunque hable un montón de follar. Creo que la privacidad la tengo bien cubierta. Enseño lo que quiero enseñar, que en realidad no es nada. De hecho a casi todos mis amigos los conozco por Internet, a mi chico también lo conocí por Internet. Es gracioso intimar con alguien que ha leído tu blog durante un tiempo porque se da cuenta de que eres muy parecida, pero también muy distinta, a esa imagen que hay de ti. Uno en Internet tiene un personaje, que no es un personaje falso, es un personaje real, pero supone sólo el treinta por ciento de ti.

En tus poemas hay mucha carnalidad y mucho sexo sucio, ¿te sale de las entrañas o es para darle un tono de modernidad?

Me sale de las entrañas, no pretendo ser moderna. De hecho no creo que hablar de follar sea moderno, Catulo hablaba de follar y es un señor que lleva muerto mucho tiempo (risas). Follar es lo más viejo que hay. Es un tema que me interesa leer cómo lo tratan mis autores favoritos y buscar la manera de tratarlo bien. Sobre todo en Pensamientos estériles hay mucho de eso, aunque parece un tema tabú a veces. El otro día, por ejemplo, fui a recitar a Barcelona y me decía una persona «claro, tú vendes más tus libros porque hablas de sexo». No, al contrario, en toda la literatura. Entre todos los libros que hay aquí a lo mejor no aparece el sexo en tres (risas). Me apetece tratarlo a mi manera porque todo el mundo lo trata, aunque parece que se ha convertido en el tema que más llama la atención de todo lo que hago.

Te gusta la literatura erótica, ¿te gusta también el porno?

Sí.

¿Qué porno te gusta?

Me gustan mucho las orgías y las fiestas. No soporto a muchas actrices, sobre todo si son rubias de bote. No lo sé, no me aprendo los nombres, pero soy muy fan de Belladonna.

¿Como directora también?

Sí, me encanta. Tengo una fijación por los tatuajes y me gusta que sea una tía tan tatuada y que tenga un tatuaje tan bonito en el pecho, el corazón ese con una especie de arco iris. Me gusta ella, me gusta Sasha Grey, es una pena que se haya ido. Y quizá no por ella, porque es una rubia de bote, pero por su nombre me gusta Jenna Haze.

Además de teñida es de las operadas.

Sí, pero me gusta, porque pienso que es Dolores Haze de mayor (risas) o algo así. A Dolores Haze me la imagino así de mayor: operada, rubia y follando.

A Belladonna le va el sexo violento, ¿a ti te gusta?

Sí. De hecho eso se ve en Pensamientos estériles. Creo que es completamente normal; hablo con mis amigas y a todas nos gusta al final lo mismo.

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El año pasado se editaron unos trescientos libros de poesía, ¿no te parece una exageración? ¿Quién los lee?

Pues hombre, ojalá pudiera leerlos pero tengo que admitir que de esos trescientos me interesan cincuenta y me gustan diez. También tengo una relación especial con las editoriales porque mis padres son editores de poesía exclusivamente, en El Gaviero Ediciones, y publican ocho o diez libros al año. Sé que es una exageración pero también sé lo que es el trabajo editorial y si vives de eso tienes que seguir publicando. Un editor no dice «¡Huy! Cuánta poesía hay, voy a dejar de publicar». Es cierto que hay muchas editoriales que no me gustan nada, sobre todo las institucionales que publican —si es por ejemplo en Almería— a los institutos de Almería que tienen sus cuadernitos de poemas y como hay que gastarse el dinero en algo se lo gastan en ediciones cutres de ayuntamientos, etc. Esas cosas me ponen muy de los nervios. Imagino que es otro mercado, que habrá gente que compre esas cosas y es un mercado en el que yo no participo. Creo que se publica mucho pero se compra muy poco. Sí creo que se lee mucho, porque yo dejo muchos libros. Un libro que a mí me cuesta diez euros se lo han leído muchos amigos; la poesía tiene lectores pero no hay compradores. Eso también me pone de los nervios, porque tal y como está el mercado no dejan venderlo barato. El libro mío poético está a ocho euros, puede parecer barato pero no es barato: es papel pegado, ni siquiera está cosido, no es una edición cuidada y me da rabia que cueste ocho euros cuando debería costar tres euros. Son muchos factores que hacen que esos trescientos libros se queden… ¿quién se acuerda de los libros de poesía del 2010?

No hay criba de escritores, ¿no crees que hay mucha gente con ganas de transmitir pero que luego no tienen nada que decir?

Sí, por eso confío en que Internet, al final, ayude a esa criba. Es lo que decía antes: mi criterio no es el mismo que el del editor de Hiperión. De Hiperión salen muchas cosas que a mí no me gustan; a lo mejor del catálogo me interesa un libro al año. Pero entiendo que hay lectores a quienes les gusta mucho el criterio de Chus Munárriz y que se compran todo lo que a este hombre le gusta. Es tan relativo… es igual que comparar el catálogo de Alfaguara con el de Mondadori: a mí me gusta Mondadori. Y no me gusta Alfaguara, pero la gente lo compra un montón.

¿Qué editorial te interesa más?

Me interesan algunas editoriales pequeñas: La Bella Varsovia, Cangrejo Pistolero… me interesa la editorial de mis padres no porque sean mis padres, sino porque tengo una mentalidad parecida y —aunque no me guste alguno de los libros que publican— me gusta su rollo. Me gusta la editorial DVD y Libros del Silencio, que está empezando a sacar libros de poesía. Me gusta El Desvelo… no sé, me gustan muchas. Y de narrativa igual: Mondadori, Alpha Decay, Periférica. Creo que hay muchas editoriales independientes haciendo cosas más interesantes que Hiperión.

Antes has hablado de los tatuajes, ¿por qué te gustan? ¿Escribir sobre tu cuerpo es también como escribir acerca de ti?

Sí, es posible. Quizá es una tontería, pero yo de pequeña me dibujaba a mí misma con el pelo largo, con vestidos morados y con tatuajes. Imagino que quería ser hippie o algo así (risas). Mi padre está tatuado, siempre me ha llamado mucho la atención la gente tatuada. Mis amigos están casi todos tatuados. Igual que a los catorce años llevaba chapitas del No a la guerra, ahora me apetece tatuarme otras cosas que me emocionan, cosas literarias: un verso de Bukowski («there’s a bluebird in my heart») , un poema de Catulo, Foster Wallace… y tengo muchas cosas más pensadas.

Resulta curioso, porque ese poema de Bukowski es el menos bukowskiano, es bastante lírico.

Ese y algún otro… tiene como tres sobre pájaros, los escribió pensando en eso mismo: «todos me conocéis por ser un viejo borracho pero oye, tengo mi corazoncito» Y de hecho lo dice en el poema: quédate ahí, pájaro, o te vas a cargar mis ventas en Europa (risas). Me parece muy tierno. Creo que mi afición por los pájaros empieza casi con ese poema.

Fotografía: Bárbara de Bragaza

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