Correo extranjero Opinión

Pablo Mediavilla Costa: El silencio del pasado

Una de esas felices coincidencias un tanto asombrosas. Por la mañana, en una terraza desde la que puede verse la casa de Lope de Vega, hablábamos de esta incapacidad natural para recordar que el pasado tiene letra pequeña. Todo lo que no aparece en el gran relato —detalles, ambiente, circunstancias y suele ser, tantas veces, más decisivo que el relato mismo. Basta observar cómo incordia esa letra pequeña en el día a día. Convenimos en llamarlo, de forma provisional, falta de empatía histórica mientras trataba de imaginar, sin ningún éxito, el olor, los ruidos y la apariencia misma de la calle en 1612, cuando Cervantes y Lope eran vecinos y escribían. Un Cervantes cano y manco asomado a la ventana, quizás agobiado por un mismo calor de verano, imaginé.

Por la noche, esta maravillosa charla del filósofo Emilio Lledó en la Fundación March me hizo saltar de la cama a buscar libreta y bolígrafo. La conferencia es del 21 de enero de 1986, pero parece grabada ayer. Lledó habla de crisis, de sobreinformación, de fin de época. Por si fuera poco, el acto formó parte de un ciclo cuyo insuperable título lo instala definitivamente en la calurosa noche madrileña: Política y felicidad. El peculiar espejismo de que algunos asuntos en España son crónicos, por siempre viejos y actuales.

Dice el sabio Lledó:

Desde el momento en el que el presente se muere, la verdadera riqueza del hombre es la memoria, pero si a esa memoria la planchamos, si a esos textos los vemos aplastados contra su propia textualidad y no los vemos, no luchamos, mejor dicho, por verlos emerger de unas determinadas circunstancias, de unos determinados, concretísimos problemas de los hombres por entender el mundo, por dominarlo, por asimilarlo, por comunicarlo, estamos entonces partidos en una doble, extrañísima temporalidad. Estamos empezando a ser casi la nada. Por un lado, la fluidez feroz del tiempo que nos devora y no es metáfora, es casi definición y, por otro lado, el silencio del pasado. Los textos del pasado no se escribieron sólo para ser objeto de cuadriculación filológica o lingüística, sino fueron voces de hombres, voz humana que quedó plasmada en las páginas.

La bellísima observación de Lledó me deja en vela. Busco al autor más antiguo en las estanterías. Platón (427-347 a. C.), su Defensa de Sócrates, primeras líneas, habla Sócrates:

No sé, atenienses, qué impresión han dejado en vosotros las palabras de mis acusadores, mas sí puedo decir de mí que, al oírlas, me ha faltado poco para olvidarme de mi propia persona: tal era el poder de persuasión de las mismas. Sin embargo, tocante a verdad, nada han dicho, en resumidas cuentas. Y entre las muchas mentiras que han salido de sus labios hay una que me ha causado especial maravilla: me refiero a aquella parte de su discurso en que afirmaban que debéis estar prevenidos para no ser embaucados por mí ya que, según ellos, soy un hábil orador. En efecto, el hecho de que no sientan vergüenza ante la proximidad de ser puestos por mí en evidencia, y no con palabras, sino con hechos, una vez que quede patente mi completa inhabilidad oratoria, me parece lo más descarado de su conducta, a no ser que llamen hábil orador al que dice la verdad.

Es obvio que hay un silencio en el pasado producido por la incapacidad de leer a muchos textos y autores como merecen, pero no lo es menos que a veces el pasado, a salto de mata, sin ambages, viene a colarse en el presente y nos habla de él mejor que nosotros mismos.

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2 Comentarios

  1. Pingback: Bitacoras.com

  2. «…el tiempo que nos devora». Tempus edax rerum, Ovidius dixit.

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