Música

Pecar es de pobres

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Kurt Weill, Lotte Lenya y Bertold Brecht, 1929. Fotografía: Cordon Press.

Los siete pecados capitales del pequeño burgués (Bertolt Brecht y Kurt Weill, 1933)

Las primeras obras escritas por Bertolt Brecht van a cumplir casi cien años, pero todavía se representan. En especial, los trabajos fruto de la asociación con el músico Kurt Weill, algo que no deja de ser una contradicción un poco incomprensible, tanto como las situaciones que Brecht denuncia en sus textos. El público del s. xxi asiste a las funciones sin darse por aludido en ningún momento por los mensajes que se lanzan desde el escenario. El distanciamiento crítico es ahora el que le devuelve la audiencia, porque asiste como si contemplase una pieza de museo, algo que atisba interesante, pero envasado al vacío, sin olor ni sabor. El materialismo dialéctico y el cabaret satírico se han transformado en una obra de calidad con la que disfrutar el tiempo libre. Sí, esto ya lo vaticinó Walter Benjamin, que tenía más visión de conjunto que Brecht. Al final, la disolución de la burguesía en manos del capitalismo global va a resultar otro anuncio de televisión.

Los siete pecados capitales fue la última colaboración entre Brecht y Weill, en 1933, mismo año en que ambos salieron de Alemania hacia París, a causa de la persecución del Partido Nazi. Allí, en dos semanas, compusieron esta obra. Su contenido es un reflejo de la situación personal de sus creadores, del mundo artístico y, por extensión, una alegoría sobre la condición humana en aquellos tiempos que, aunque parezca tan distinta en su envoltorio y sonido, encaja a la perfección con la actualidad globalizada. Brecht y Weill no produjeron una ópera, sino un ballet chanté. El dinero lo ponían dos grandes figuras de la danza, el bailarín Boris Kojno y el coreógrafo Georges Balanchine, quienes acababan de fundar la compañía Les Ballets.

Bertolt Brecht demostró con su trayectoria que se puede ser un comunista convencido y a la vez una persona muy obsesionada con el dinero. Según la controvertida Brecht and Company. Sex, Politics and the Making of Modern Drama, de John Fuegi (Grove Press, 1994), las memorias de sus contemporáneos no lo retratan precisamente como un artista generoso con los demás, ni siquiera con su familia. De ahí que lo de desgranar los pecados en siete movimientos, el asunto de las mercancías y el valor del trabajo, la dignidad frente a la corrupción del dinero, adquiere una double entendre muy perversa. Para que no quedase duda de la intención, en una lectura marxista, el título completo era Los siete pecados capitales del pequeño burgués, porque, como se demostraría en la obra, el pecado es propio de las clases medias y bajas, de aquellos que tienen que vender su trabajo, cuando no directamente su cuerpo, a cambio de dinero, y esto genera una tensión insoportable entre la moral y la práctica. Los que poseen los medios de producción pueden permitirse tener grandes virtudes, así como caer en los peores vicios; el resto, debe seguir atormentándose con la culpa y luchando contra las paradojas que le causan los preceptos religiosos, las expectativas sociales y la demanda económica.

En una oportuna panorámica de la sociedad de los treinta, Brecht describe la epopeya de una mujer por conseguir su objetivo. Será, como en otras piezas, «el sueño americano» y la reiteración irónica de Estados Unidos como lugar de promisión y paisaje sonoro, mezclando música popular europea con aires de swing. En una salvaje historia bíblica a ritmo sureño, la protagonista inicia un viaje antiheroico de siete años por siete ciudades, de manera que pueda conseguir el dinero para construir una casa para su familia (padres y hermanos), que la esperan, cómodamente sentados, en Luisiana. Anna, la heroína, no viaja sola: escindida en dos mitades, Anna 1 canta y recita de forma racional sus aventuras en ese camino hacia el triunfo material, mientras que Anna 2 baila y expresa con sus movimientos las desgracias que sufre para obtener esa casa que espera su familia, la cual juzga, como un coro griego, los avances de su hija.

Escoger a una mujer (aunque sea dividida) como protagonista de la obra obedece a que Kurt Weill escribiría las canciones, como en las obras precedentes, para su todavía mujer, la cantante Lotte Lenya, y para la bailarina Tilly Losch, la esposa del productor de la obra. Por otro lado, una sátira sobre los pecados tenía mucha más carga de profundidad si se ilustraba con una historia femenina. Ya sabemos que el origen de la caída en el pecado original se debe a Eva, según el Antiguo Testamento, y lo que allí era rebelión contra Dios en la teología agustiniana se convierte en la propia esencia del hombre, y no libera en absoluto la culpa de la mujer.

Las dos Annas emprenden un viaje al corazón de la moral y, en su lucha por obtener riqueza al tiempo que se mantienen virtuosas, sucumbirán a todos y cada uno de los siete pecados capitales, siempre en pos de lograr el bien deseado. La familia, encarnada en un cuarteto barbershop (todos los miembros son hombres y la madre es interpretada por un bajo con bigote), manda a trabajar fuera del pueblo a la hija porque creen que es perezosa, pero nada más llegar a la primera ciudad la Anna racional descubrirá que es fácil encontrar dinero prostituyéndose, mientras que Anna 2, la bailarina, se quedará dormida en lugar de empeñarse a fondo en el negocio. El pecado de la pereza será, según la familia, mucho peor que dedicarse al comercio carnal.

Los pecados capitales son una nimiedad si ponen en peligro las leyes de la riqueza para Anna 1, quien comprobará en la segunda ciudad, Memphis, que el orgullo solo se lo pueden permitir los ricos: cuando le proponen un trabajo como bailarina, Anna 2 descubrirá que el público no es sensible a su talento para la danza y únicamente la quieren ver ligera de ropa. Ella decide abandonar, pero Anna 1 hará que renuncie a esa demostración de soberbia para ganar dinero y conseguirá que se desnude «por exigencias del guion».

Kurt Weill y Lotte Lenya, 1930. Fotografía: Cordon Press.

Los Ángeles ofrecerán a Anna la oportunidad de participar en una película, pero el galán del reparto maltrata a un caballo y ella, enfurecida por la injusticia, golpea al actor y abandona el rodaje en solidaridad con el animal. Anna 1 reconducirá la ira de Anna 2 para que vuelva a pedir perdón y recupere el trabajo, porque así se convertirá en una actriz famosa y sumisa. La moraleja, denunciar la inmoralidad siempre cuesta muy caro.

Anna 2 es una celebridad en Filadelfia, pero los productores de su obra la tienen a dieta estricta. Ella desea comer todo lo quiere y, cuando por una manzana la balanza detecte un gramo de más, unos criados la custodiarán armados con pistolas para que reprima el hambre y consiga el dinero y la fama. El cuerpo es objeto, ya no de pecado, sino de culpa, por no doblegarse a los pesos y medidas impuestas por el comercio.

El amor también va a traer problemas a las dos  Annas. Establecidas en Boston, el lado racional lucha contra la pasión que Anna 2 siente por un joven sin oficio ni beneficio, que pone en peligro su relación con un rico empresario. Esta vez, las dos Annas pelean en el escenario y triunfa el interés de mantener las apariencias y la estabilidad económica. La lujuria gratis es estúpida y no reporta más que disgustos.

La casa para la familia está a punto de terminarse, pero un incidente pone en peligro la carrera de Anna. El amante rico se suicida después de haber perdido todo su dinero. Anna pasa un tiempo como una viuda respetada, pero la muerte de un segundo novio por las mismas razones provoca que la sociedad y su propia familia avisen sobre el pecado de acaparar demasiadas riquezas de forma indecorosa, pues la ostentación pública se vuelve en contra de una.

El pecado final es la envidia: en San Francisco, Anna 2 observará con tristeza cómo los demás se entregan a los placeres sin tener remordimientos, mientras ella los ha tenido que reprimir para poder ganar dinero. Todos llevan una careta con la imagen de la protagonista. Ella también desea ser esa Anna, pero Anna 1 está ahí para recordarle el sacrificio y ordenar la vuelta a Luisiana, con su familia y la casa nueva. La 1 está contenta, «¡Lo hicimos!», pero la 2 termina, agotada y hundida, como en todas las piezas, con su lastimero sí, señor: «Sí, Anna».

La puesta en escena es el clásico Brecht, un escenario desnudo y un tablero que indica el recorrido del viaje de las dos Annas. En una parte la casa soñada va creciendo conforme pasan las ciudades. Cada ciudad es el mercado donde la primera Anna, la discursiva, envía a la bailarina a venderse; al final de cada episodio la familia hace una reflexión sobre lo aprendido y Anna 2 debe estar conforme con el resultado. El lenguaje que usa Brecht está lleno de vulgarismos, subrayado por la música de vals y las marchas populares, además de bailes como el foxtrot y el ragtime, aunque el ballet tiene una parte de instrumentación con orquesta más solemne que no aparecía en obras anteriores.  La denuncia de la doble moral del siglo xx es brillante y se vuelve contemporánea al fijar el protagonismo en una mujer, con más problemas a la hora de enfrentarse a las estructuras sociales en su lucha en el mercado, sobre cuya imagen y deseos pende un juicio implacable, la mancha de ese pecado antiguo que no se ha borrado de su piel.

Es muy significativo que Brecht y Weill escribieran este ballet, pero no por la política, sino por el tango en el que discurrían sus vidas privadas. El deseo frente a la moralidad también es el motor de la vida burguesa: el primero se encontraba en París con su amante oficial, la escritora y traductora Margaret Steffin (autora de numerosos textos que firmó y cobró Brecht), lo cual no era óbice para que persiguiera a las mujeres de los intelectuales de Weimar emigrados a Francia. Weill, que llevaba un tiempo unido a Erika —la mujer de su escenógrafo, Caspar Neher—, se reencontraba con Lotte Lenya, su esposa, que había huido a París un año antes con un cantante de ópera y se mostraba dispuesta a la reconciliación, pero sin abandonar a su amante y, además, iniciando una relación lésbica con Tilly Losch.

Weill no quería trabajar con Brecht y le pidió a Jean Cocteau que le escribiese el libreto, pero el francés estaba ocupado y Weill tuvo que recurrir de mala gana a su antiguo compañero, que ya había causado muchos problemas con asuntos de derechos y adelantos. En el fondo, como en Los siete pecados capitales, estaba el dinero, el pecado mortal del capitalismo. Bertolt 2, el comunista, cruzó el telón de acero para vivir en Berlín Este. Bertolt 1, siempre quejándose de su mala situación económica, había abierto, previamente, una cuenta en Suiza.

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5 Comentarios

  1. Probablemente la interpretación que se hace en este artículo sea correcta, y sin embargo me molesta esta frase: «Los que poseen los medios de producción pueden permitirse tener grandes virtudes, así como caer en los peores vicios; el resto, debe seguir atormentándose con la culpa y luchando contra las paradojas que le causan los preceptos religiosos, las expectativas sociales y la demanda económica». Como verdad absoluta es terrible, cómo no va a molestarme. Pero quizá la ausencia de las exigencias personales, individuales, emocionales, las que cada uno, al margen de las clases sociales, tiene que afrontar junto con todas las demás, hace que el conjunto me parezca inconcluso, amputado, descoyuntado; no puedo decir que sea trivial, pero no me parece profundo; es sociológico, político, antropológico quizá, pero no completo. Supongo que lo mismo podría decir de Brecht.

  2. Interesante artículo, justo me pilla cuando estoy oyendo música de Weill, he vuelto a interesarme por él – a raíz de asistir a una representación teatral de Happy End – y, como siempre, su música me parece fascinante. Aconsejo al que no lo conozca intente hacerse con ella, no es difícil y descubrirá una música a caballo entre el cabaret y el jazz, interesantísima.
    Su obra mas conocida es la Opera de los 3 centavos, aunque aclaro que no es una ópera en el sentido mas convencional del término ( no hay gorgoritos ni tiples ligeras de 90 kg XD )

  3. Pingback: Pecar es de pobres

  4. Parlache

    ¡Gracias!

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