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Libros que no leerás jamás

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Fotografía: Marco Verch (CC).

Estas son las historias de algunos grandes libros perdidos o un elogio de las virtudes del libro electrónico, como usted prefiera verlo. Admítanos este consejo: al orfeón de cursis que canta coplillas al libro impreso no le haga usted ni caso. Que si el tacto del papel, que si el aroma embriagador de la tinta de un libro nuevo… Pues sí, muy bonito. Y de lo bien que arden, ¿qué me dice usted? Porque no hay cosa más frágil que un libro impreso. Es inflamable, pero el agua también lo destruye; no puede estar a la intemperie, pero en interiores sucumbe al moho; se desencolan, se descosen, pierden páginas… Si es que existen hasta polillas especializadas en comérselos, por el amor de Borges. ¿De verdad me va a decir que esas son las cualidades ideales de algo que tiene por enemigo natural a los dictadores, los puritanos, Marie Kondo, la mayor parte de los bebés y ciertos perros? Para que se convenza le ofrecemos esta lista incompleta no, incompletísima, con algunas de las víctimas más lamentables de la historia de la literatura. Algunas se perdieron y otras fueron destruidas, pero eso da igual. El caso es que usted, por hache o por be, no leerá estos libros jamás.

Las Memoirs de lord Byron

Sabemos cuándo ocurrió y lo sabemos perfectamente: el 17 de mayo de 1824, apenas un mes después de la muerte de lord Byron. También sabemos dónde pasó: en la mansión que ocupa el número 50 de Albemarle Street, una de las calles más distinguidas del ya de por sí distinguido barrio londinense de Mayfair. Todavía se abre al público de cuando en cuando y algún visitante afortunado consigue hacerse una foto frente al sitio donde pasó, en la chimenea del salón del segundo piso. Allí se arrojaron aquel día las dos únicas copias que existían de las Memoirs de lord Byron, una autobiografía con reputación de enorme tocho que el poeta había dejado escrita para que fuese publicada después de su muerte. En el mundo angloparlante es frecuente calificar aquel suceso, coja aire, como The Greatest Crime in Literary History, el mayor crimen literario de la historia. Si no lo fue, cerca le anda.

En el aquelarre tomaron parte seis personas, entre las que se contaban el editor de Byron, los mejores amigos del poeta y dos abogados, uno en nombre de su hermanastra y otro en nombre de su exmujer (1). Todos estuvieron de acuerdo en que había que quemarlas. La única excepción fue su mejor amigo, Thomas Moore, a quien Byron había confiado físicamente el manuscrito y del que se dice que hasta quiso batirse en duelo para salvarlo. Ni siquiera él es inocente. Al final consintió que se destruyera a cambio de una regalía: el derecho a escribir la primera biografía de Byron (2), con la condición, eso sí, de omitir todo aquello con convertía las Memoirs en un texto impublicable. Moore transigió, las Memoirs fueron incineradas allí mismo y todos los que conocían su contenido se llevaron el secreto a la tumba. Se cree que llegaron a leerlas veinte personas aproximadamente, entre las que se cuentan William Maginn, William Gifford, Mary Shelley y Washington Irving (3).

Si va a poner el grito en el cielo, nuestro consejo es que se lo piense. Es fácil, y se hace con frecuencia, escandalizarse por la actitud que tuvieron todos los involucrados en aquel crimen, en particular si se da por bueno el pretexto que ellos mismos pusieron: que estaban salvando la reputación y la gloria de lord Byron. En la destrucción de las Memoirs, sin embargo, pesaron más factores que ese y el mayor de todos era uno bastante menos abstracto. Al quemarlas en aquella chimenea, le estaban salvando la vida no a Byron, que ya estaba muerto, pero sí a todos los hombres, y se cree que fueron muchos, que pasaron primero por su lecho y más tarde por sus páginas. Entre ellos figuraban, seguramente, muchos miembros de la alta sociedad inglesa, personas muy jóvenes todavía, como lo era Byron cuando murió, de forma tan prematura, a la edad de treinta y seis años. Quizá también lo hiciera alguno de los presentes aquel día en el número 50 de Albemarle Street, o quizá parientes o conocidos suyos. En aquel entonces la homosexualidad se castigaba con penas de muerte en todos los territorios del Reino Unido y las ejecuciones no cesaron hasta bastantes años después. Para comprender la persistencia de aquel clima terrorífico baste recordar que Oscar Wilde fue encarcelado por ello en 1895, setenta años después, y Alan Turing, en 1952, ciento treinta años más tarde. Si usted no lo piensa, allá usted, pero aquí lo tenemos claro: salvar la vida de inocentes bien vale cometer el mayor crimen literario de la historia.

El Margites de Homero

El Margites no era una obra cómica, sino la gran obra cómica de la Antigüedad. Era un clásico, algo parecido a lo que son en nuestro tiempo las películas de Chaplin y los hermanos Marx. Se compuso, seguramente, entre los siglos V y VII antes de Cristo y llegó a ser tan popular que incluso aportó una palabra a la propia lengua griega: μαργιτομανής (margitomanēs, ‘tan loco como Margites’). Igual que en castellano usamos las palabras donjuán, quijotesco y lazarillo, que derivan de obras literarias muy influyentes, los antiguos griegos caracterizaban con este adjetivo a las personas imprudentes y faltas de entendederas.

El Margites formaba parte del corpus homérico tradicional, es decir, era una de las cuatro grandes obras que los antiguos griegos atribuían a Homero: la Ilíada y la Odisea, que eran dos epopeyas trágicas, y la Batracomiomaquia y el Margites, que eran dos epopeyas cómicas (4). Las segundas constituían una parodia de las primeras y entre las dos se consideraba que el Margites (la parodia de la Odisea) era la mayor. Curiosamente, la enorme reputación que tuvo el Margites ha contribuido a que sepamos tan poco sobre ella. Al igual que solían hacer con la Ilíada y la Odisea, muchos autores mencionaron los pasajes del Margites sin detallar la acción que transcurría en ellos, dando por sentado que el lector los conocía. Aristóteles comenta en su Poética, y lo comenta como una gran obviedad, que «lo que la Ilíada y la Odisea son para las tragedias, lo es el Margites para las comedias».

Del Margites han sobrevivido cuatro versos, nada más. Solo sabemos que su protagonista se llamaba de esa forma, Margites, y que era natural de Colofón, la misma ciudad en la que se decía que había nacido Homero. En parte, al Margites le pasó lo inevitable: que las comedias envejecen peor que las tragedias. Aunque fue un texto muy popular durante la etapa clásica griega, en tiempos de Roma tenía ya varios siglos de antigüedad y el propio lenguaje en el que estaba escrito empezaba a resultar inaccesible y menos vivo. Por añadidura, Plutarco declaró en el siglo I que la Batracomiomaquia no era un texto de Homero, sino de Pigres de Halicarnaso, un autor con muchísima (pero muchísima) menos reputación, y poco a poco caló la idea de que Pigres también era el auténtico autor del Margites. La comedia dejó de considerarse homérica, los eruditos bizantinos pusieron poco interés en ella y alguien, en algún momento, sostuvo sin saberlo la última copia del libro y se dijo que no merecía copiarse o mandarse copiar. Se cree que los últimos ejemplares circularon hasta el siglo X.

Double Exposure, de Sylvia Plath

Los lectores de Sylvia Plath esto lo saben bien: con ella nunca se sabe con certeza si algo está perdido o no. Plath solo publicó dos libros en vida (una colección de poemas titulada El coloso y la novela La campana de cristal), pero desde su suicidio en 1963 han aparecido un sinfín de relatos breves, cartas, dibujos, ensayos, diarios y poemarios suyos, entre ellos el que le granjeó en 1982 el primer Pulitzer de poesía concedido de forma póstuma. Los lectores de Sylvia Plath también saben que en esto tuvo mucha responsabilidad, o toda, el también poeta Ted Hughes, su viudo a efectos legales, de quien Plath se separó poco antes de suicidarse pero de quien no llegó a divorciarse, y que heredó, por tanto, los derechos de toda su obra escrita.

Lo que no ha aparecido nunca es Double Exposure, la novela que Plath estaba escribiendo cuando decidió quitarse la vida. Ted Hughes no habló de ella hasta después de que varias personas cercanas a Plath confirmasen que la obra existía (5) y cuando lo hizo fue para decir escuetamente que ese manuscrito «había desaparecido». Varios años más tarde, y solamente después de que la madre de Sylvia Plath muriese por complicaciones derivadas del alzhéimer, Hughes rectificó y dijo que probablemente hubiese sido ella, la propia madre de Plath, quien se había hecho con el manuscrito. Sea como sea, no puede sorprender. Plath también escribió un diario ininterrumpido desde que tenía once años hasta el momento de su muerte y también han desaparecido los dos últimos tomos, los que simultaneó con la escritura de Double Exposure. Corresponden a los últimos meses de su vida, cuando descubrió la infidelidad de Hughes y su matrimonio se vino abajo. Hughes dijo que el penúltimo tomo de los diarios, al igual que la novela, «había desaparecido», y luego admitió que el último lo había destruido él mismo (6). Es pertinente reseñar que en 2019 se publicaron parte de las cartas inéditas que Plath enviaba regularmente a su psicóloga, que se conservaron en Estados Unidos sin que Hughes pudiese reclamarlas, y que en esta correspondencia, que abarca hasta la misma semana de su muerte, Plath vierte acusaciones muy graves contra su marido y describe al menos un episodio de maltrato físico (7).

¿Existe todavía el manuscrito de Double Exposure? Quién sabe. En su momento muchos pensaron que Hughes también había destruido varios poemas de Ariel, la colección que ella escribió por aquellas mismas fechas y que dejó prácticamente acabada. Aunque Hughes extrajo varios poemas antes de publicarlo, los más oscuros (8), y los cambió por otros mucho menos amargos que él mismo eligió, lo cierto es que muchos de esos poemas perdidos han acabado reapareciendo. Además, existen al menos dos grandes archivos en manos de universidades estadounidenses en los que abundan el material inédito, uno en el Smith College (donde se graduó Sylvia Plath) y otro en la Emory University (que obtuvo el archivo personal de Hughes tras su muerte en 1998). En este segundo archivo, que consta de ciento ochenta y siete cajas, ya se han encontrado dos capítulos de una novela de Plath completamente desconocida, Falcon Yard. Eso sí: sobre él pesa una cláusula (9) que restringe el acceso a ciertos documentos hasta el año 2022.

El Cardenio de William Shakespeare y John Fletcher

Shakespeare y Fletcher escribieron The History of Cardenio en la misma época en la que firmaron juntos varias obras para la compañía King’s Men de Londres, entre ellas Enrique VIII y Los dos nobles caballeros. En el Cardenio asistíamos a un enredo amoroso protagonizado por Cardenio y Luscinda y una pareja de amigos suyos, don Fernando y Dorotea. La historia, que se representó por primera vez en el año 1613, había sido extraída de un libro poco conocido que se había traducido al inglés solo un año antes de aquello. Se titulaba The History of the Valerous and Wittie Knight-Errant Don-Quixote of the Mancha.

El personaje de Cardenio aparece en el primer libro del Quijote, en el arranque de las aventuras del hidalgo por Sierra Morena, y la historia que cuenta entonces a los protagonistas es fundamentalmente la misma que llevaron Shakespeare y Fletcher a las tablas (10). La última copia del Cardenio de la que tenemos noticia se remonta a 1653, pero en 1727 un dramaturgo y editor, Lewis Theobald, anunció que había conseguido acceder a unos manuscritos del puño de Shakespeare y Fletcher y que la había reescrito con el título de Double Falshood. Muchos cuestionaron sus afirmaciones (la obra es significativamente más corta que cualquiera de las de Shakespeare y la historia carece de subtramas, algo inaudito) y acusaron a Theobald de tomar la trama directamente del Quijote y de haberla escrito impostando el estilo literario isabelino. Hoy, en cambio, algunos expertos sí dan crédito a Theobald. Double Falshood, dicen, bebe directamente del Quijote, pero contiene pasajes, aunque pocos, atribuibles a Shakespeare y Fletcher. En todo caso constituye un debate enconado que está muy lejos de quedar cerrado (11).

Lo más probable es que aquellos manuscritos a los que se refirió Theobald, tanto si llegó a leerlos como si no, formasen parte del famoso archivo de documentos históricos del anticuario John Warburton, responsable de una de las mayores tragedias de la historia cultural inglesa. Después de pasar media vida atesorando textos como aquellos, de un valor incalculable, Warburton apiló una enorme cantidad de ellos y los posó en la cocina de su mansión, a donde no regresó para buscarlos hasta un año más tarde. Para entonces, ya no quedaba ninguno. Su cocinera había dado por sentado que se trataba de basura y los había usado, uno a uno, para encender los fuegos de la cocina.

Los papeles de Walter Benjamin

Walter Benjamin escapó de París el 13 de junio de 1940, solo un día antes de que los nazis entrasen en la ciudad, y lo hizo acarreando una misteriosa maleta negra. Su objetivo era llegar con ella hasta Lisboa y embarcar desde allí a Estados Unidos.

Después de llegar al sur de Francia, Benjamin puso rumbo a España con la ayuda de Lisa Fittko, una húngara que se dedicaba a guiar a los refugiados a través de un sendero poco conocido que atravesaba los Pirineos (12). Lo poco que sabemos sobre el contenido de aquella maleta lo sabemos por la propia Fittko, que lo dejó por escrito en su libro de memorias (13). Aparentemente, se trataba de una maleta voluminosa y pesada, algo muy difícil de acarrear por aquellos riscos y con lo que le resultaría imposible emprender la carrera si acaso necesitaba huir. Benjamin no consintió dejarla atrás y solo cuando estuvo demasiado exhausto dejó que Fittko y un joven español se la llevasen por turnos, y ni siquiera entonces le quitó el ojo de encima. Cuando la guía le preguntó qué contenía, Benjamin le dijo que era su último manuscrito, y cuando ella le preguntó que por qué arriesgaba algo tan valioso en un viaje como aquel, Benjamin le respondió que precisamente por eso, porque tenía demasiado valor. No podía confiárselo a nadie ni dejarlo en ningún lugar de Europa. Sus palabras fueron: «Este manuscrito debe salvarse. Es más importante que yo mismo».

No sabemos qué manuscrito era aquel. Antes de escapar de París, Benjamin le había entregado a Georges Bataille una copia de su Libro de los pasajes, todavía inconcluso, y en Marsella le había entregado a Hannah Arendt el texto de Sobre el concepto de la historia. Algunos creen que aquellos papeles eran los manuscritos originales de los Pasajes o incluso un borrador definitivo distinto de la copia inconclusa que entregó a Bataille; otros sostienen que no tendría sentido arriesgar la vida de aquella forma por un contenido que ya había puesto a salvo.

Lo cierto es que la guardia civil interceptó al pequeño grupo en el que viajaba Benjamin y sus miembros fueron conducidos a un hotel de Portbou, donde se les obligó a permanecer temporalmente. Benjamin se quitó la vida aquella misma noche. En los documentos relativos a su muerte su nombre se consignó mal (se dio por sentado que su nombre era Benjamin y que su apellido era Walter, y no al revés), así que los historiadores no encontraron su rastro hasta muchos años después. Y aunque existe incluso un registro completo de los efectos personales que se encontraron en su habitación, incluyendo el contenido de la maleta, solo se dice que eran «papeles», sin más. Los propios papeles nunca han aparecido y muchos creen, en todo caso, que no eran el propio manuscrito al que se había referido Benjamin. Pista: la habitación tenía chimenea (14).

(Continúa aquí)


Notas

(1) Decimos exmujer porque lord Byron e Isabella convivieron solamente diez meses, al término de los cuales no volvieron a verse nunca, y acabaron firmando una separación legal, lo más parecido que había al divorcio. La única hija que tuvieron, por cierto, fue la eminente matemática Ada Lovelace.

(2) Esa es la famosa Letters and Journals of Lord Byron, with Notices of his Life que Moore publicó en 1830.

(3) A quienes se sabe con certeza que leyeron las Memoirs hay que sumar quienes lo hicieron posiblemente, entre ellos Samuel Rogers, Percy Bysshe Shelley y John William Polidori. Conocemos muchos de estos detalles a través del diario de John Hobhouse, uno de los amigos de Byron que participaron en la reunión y el que defendió con más beligerancia la quema de las Memoirs. Hobhouse se sintió horrorizado cuando supo que John Murray, el editor de Byron, había prestado el manuscrito a varias personas de la alta sociedad para que le aconsejaran qué hacer con él. El diario puede leerse en la página web de Peter Cochran, uno de los mayores biógrafos de Byron de nuestro tiempo.

(4) Además de estas cuatro obras, en la Antigüedad también se atribuían a Homero los Himnos homéricos y ocasionalmente se consideraron suyos varios poemas más. Hoy se piensa que solo la Ilíada y la Odisea son verdaderamente homéricas.

(5) Lo hizo Diane Kroll, la autora del clásico Chapters in a mythology: The poetry of Sylvia Plath (Harper & Row, 1976). La madre de Sylvia Plath también confirmó que su hija trabajaba en Double Exposure cuando se quitó la vida. Ted Hughes se refirió a la novela escuetamente en el prólogo de Johnny Panic y la Biblia de sueños, la colección de cuentos de Plath publicada en 1977. Sus palabras fueron: «Después de La campana de cristal [Plath] escribió unas ciento treinta páginas de otra novela, titulada provisionalmente Double Exposure. Ese manuscrito desapareció en algún momento de 1970».

(6) Hughes se refirió a esos dos últimos tomos en el prólogo de The journals of Sylvia Plath (Anchor Books, 1982). Lo que dijo fue: «Lo destruí [el último] porque no quería que sus hijos lo leyesen (en aquellos días yo pensaba que la capacidad de olvidar es una parte esencial de la supervivencia). El otro desapareció». Más tarde se supo que la universidad en la que había estudiado Plath, el Smith College, adquirió varios de los diarios restantes, pero Hughes puso como condición que dos de ellos no se publicasen hasta que hubiesen pasado cincuenta años de la muerte de Plath.

(7) Las cartas aparecen en The Letters of Sylvia Plath. Volume II: 1956-1963 (Harper, 2018), editado por Peter K. Steinberg y Karen V. Kukil.

(8) Entre esos poemas descartados por Hughes están The Jailor, A Secret, The Other y Barren Woman, por mencionar solo algunos. Es imposible obviar que se trata, en casi todos los casos, de piezas en las que Plath habla de infidelidad, servidumbre sexual y brutalidad en el contexto del matrimonio, entre otros temas muy amargos.

(9) La cláusula dice literalmente: «Durante un periodo de veinticinco años (2022) o hasta la muerte de Carol Hughes [la tercera mujer de Ted Hughes], lo que ocurra más tarde».

(10) Eso sí: esta clase de trasvases eran algo común en la época, que no le tiente pensar en plagios y otros conceptos modernos. Fletcher escribió más piezas teatrales que adaptaban textos de Cervantes, entre ellas The Chances (basada en La señora Cornelia, una de las Novelas ejemplares) y Love’s Pilgrimage (basada en otra novela cervantina, Las dos doncellas).

(11) Una lectura muy recomendable para profundizar en esta historia es Cardenio entre Cervantes y Shakespeare, de Robert Chartier (Gedisa, 2012). También hay una entrada muy completa sobre el Cardenio en The Lost Plays Database.

(12) El sendero conecta Banyuls-sur-Mer, en Francia, y Portbou, en España. En España se llamaba camino Líster en alusión a Enrique Líster, a quien se atribuye su popularización como ruta de salida de refugiados republicanos al terminar la guerra civil española. En el resto del mundo se acabó conociendo como ruta F en alusión a Varian Fry, el periodista norteamericano que estableció una red de rescate para sacar de la Francia de Vichy a judíos y miembros de la resistencia. Lisa Fittko formaba parte de esta misma red. Hoy lo más habitual es llamarlo camino o ruta de Walter Benjamin.

(13) Mein Weg über die Pyrenäen (Hanser, 1985). En español se publicó como Mi travesía de los Pirineos (El Aleph Editores, 1988).

(14) Eso sí: Giorgio van Straten detalla en su Historia de los libros perdidos (Pasado & Presente, 2016) que «parece que no se encendieron fuegos» en aquella habitación, aunque no precisa cómo conocemos ese detalle.

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5 Comentarios

  1. Monsieur Destouches

    «La defensa del infinito» de Louis Aragon, un manuscrito que se supone que tenía unas mil quinientas páginas, quemado en una pensión de la Puerta del Sol de Madrid, en 1928, por el propio autor ante su amante Nancy Cunard (un personaje fascinante) y presa de un doble desengaño, el de un «amour fou» destrozado y el del rechazo de sus compañeros surrealistas, quienes condenaron la veleidad literaria de una novela que se intuye inmensa, casi infinita (eran los tiempos de militancia comunista de André Breton, y todo aquello que no conllevase compromiso moral y politico merecía su censura)
    Sobrevivieron algunos fragmentos, entre ellos la «nouvelle» erótica «El coño de Irene», presentada bajo pseudónimo hasta después de la muerte de Aragon (de nuevo el compromiso comunista, no una doblez moral) y cualquiera que la lea puede intuir lo que se perdió, aunque sea tan solo una parte ínfima de una obra que tendría como personaje a la sociedad, según dejó dicho su pirómano autor-destructor.

  2. at-pernath

    Es un sarcasmo, el del autor de este artículo, realmente fino y apreciable: pretender minusvalorar la capacidad de conservación del libro en papel frente al electrónico, cuando del primero contamos con innumerables ejemplos con centenares de años de antigüedad, y del segundo estamos registrando pérdidas cada dos por tres: actualizaciones de SO, medios de almacenamiento débiles que no son capaces de soportar siquiera estarse quietos en una estantería durante un par de años, etc.

    Pero desde luego que el libro electrónico es el futuro… es más, el libro electrónico lleva más de 20 años siendo el futuro.

    • Estoy de acuerdo con Vd. Yo no soy, como dice el autor, del orfeón de cursis que cantan coplillas al libro impreso… pero me sigue gustando más.
      Y no me parece que sean tan frágiles, al contrario: los, tal vez cientos, que tengo en mi casa, algunos desde hace más de 30 años, están en buen estado de conservación y admitirían otra lectura. Incluso los he prestado en alguna ocasión.

  3. Textos escritos en pergamino, papiro o papel pueden aguantar cientos o miles de años. Ahí están por ejemplo los famosos manuscritos de Qumrán.
    Sin embargo el formato electrónico queda obsoleto en pocas décadas. ¿Quién tiene un ordenador que pueda leer un disquete de los ochenta?.
    Si nos ponemos en plan apocalíptico, el papel es el mejor formato para preservar información tras el colapso de una civilización (con permiso de la piedra).
    Por otro lado veo que los piratas de la pérfida Albión no sólo nos quitaron Gibraltar, sino que su más insigne escritor plagió a nuestro Cervantes. ¡Malditos!.
    Respecto a Homero veo difícil incluso que escribiera toda la Ilíada, seguramente creó el núcleo de la obra y con el tiempo otros añadieron partes, como ocurrió con tantos poemas épicos e incluso con los libros de la Biblia que son fruto de muchas manos.
    La Odisea se suele considerar un par de siglos posterior a la Ilíada.

  4. Es un placer que sigan existiendo textos así. Sarcasmo, talento, libros y humor al servicio del espectáculo. GRACIAS

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