Ciencias

Amok: un oasis de horror

Amok
Mentes Criminales. Fotografía: ©CBS. Cortesía Everett Collection.

El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día, pertenece claramente a esa multitud y tiene la panza a la altura del disparo. (André Breton)

Tras secarse con la manga el sudor de su frente, Josep Marimón observa distraídamente la culata de su escopeta. Está manchada de sangre. Tras unos segundos de ensimismamiento, se cuelga la escopeta en un hombro, aferra un hacha de leñador y camina hacia el pueblo, dejando tras de sí tres cadáveres infantiles mal escondidos bajo un montón de paja. Son las cuatro de la tarde del 19 de mayo de 1928. Antes de las seis habrán muerto a tiros y hachazos una anciana, una mujer de mediana edad y ocho críos de menos de once años. En total, diez de los cuarenta y tres habitantes de la tarraconense Pobla de Ferran. Marimón huye al monte. Al día siguiente, un grupo de somatenes le encuentra, serenamente adormilado, en un campo de trigo. Tal vez trata de resistirse o tal vez no, las versiones difieren; en cualquier caso, recibe un disparo letal en el ojo izquierdo. En el gatillo de la escopeta se encuentra atado un cordel blanco, quizá como futura ayuda al suicidio. 

El verano de ese mismo año, Salvador Dalí escribe en una carta a Pepín Bello: «Habrás visto el sublime acto de Marimón, fíjate nada más desde el punto de vista moral, dejando aparte su enorme trascendencia poética; lo limpio y excepcional que resalta la actitud de este hombre al lado del grosero e inmundo sentido maternal de las madres berreando porque les han matado a sus hijitos, etc.». Dalí podía ser abyecto cuando se lo proponía, y en esa carta hermanaba dos pasiones surrealistas: la violencia y el absurdo. ¿Cómo entender la aleatoriedad insensata de este crimen? No bastará con un análisis racional: Marimón tenía una lesión en la espalda y le insultaban a menudo llámandole vago, pero de millones de perezosos solo él respondió con el asesinato. Tampoco parece útil el acercamiento artístico de Dalí o Breton, más cerca de la boutade y las ganas de epatar a cualquier precio. Para entender el frenesí homicida parece más prometedor empezar por el terreno de la alegoría y el mito. 

1. El demonio tigre

Entre los malayos el amok es más que una embriaguez… Es una locura, una especie de rabia humana… Un ataque de monomanía homicida, insensata, que no se puede comparar con ninguna intoxicación alcohólica. (Amok, Stefan Zweig)

Se suele decir que el capitán Cook fue el primero en describir en el siglo XVIII los ataques de furia homicida habituales en varias tribus malayas, aunque ya en 1518 el viajero portugués Duarte Barbosa escribió: «Existen entre los habitantes de Java algunos que salen a las calles y matan a todas las personas con que se cruzan. Se les llama amuco». Nadie tiene claro el origen de esa palabra, que acabaría derivando en amok: tal vez provenga de meng-âmok, «correr de forma agresiva y desesperada»; o del sánscrito amokshya, «el que no puede alcanzar la liberación».  

La ceremonia tradicional de iniciación de los chamanes malayos pawang incluye una vigilia en el cementerio durante la que aparece un hantu belian o demonio-tigre, encarnación del conocimiento y poder de sus antepasados. El chamán lo adopta como familiar y lo invoca en sus ceremonias curativas. Pero si este espíritu tigre queda fuera de control, acabará poseyendo a algún pobre desgraciado y forzándole a correr sin rumbo matando indiscriminadamente a todo el que se cruce en su camino. Un poseído por el hantu belian no se detiene, no duda, no desfallece. Los guerreros berserker de la mitología nórdica se dejan llevar por una furia animal incontrolable, pero solo al entrar en batalla. Un amok, en cambio, ataca con la misma saña a un niño indefenso o a un adulto armado. A menudo la única manera de detener a un amok era matándolo, aunque si el endemoniado sobrevivía, el tigre desaparecía de su mente sin dejar rastro ni recuerdo de lo sucedido. Si un chamán confirmaba el papel del demonio, el asesino se libraba de un castigo severo. Nadie elige ser hechizado por el demonio-tigre.

¿Por qué el hantu belian instila rabia homicida? Al fin y al cabo, los tigres no suelen matar indiscriminadamente. Muy de vez en cuando algún animal se ha convertido en una máquina de matar: me vienen a la cabeza los famosos leones devorahombres de Tsavo, que despedazaron a cuarenta trabajadores del ferrocarril de Kenia hasta ser cazados en 1898 por el coronel Patterson, Val Kilmer en Los demonios de la noche. ¿Leones amok? En 2006, un elefante llamado Osama bin Laden (en honor al terrorista) aplastó a veintisiete personas en el estado indio de Assam. Hizo falta la acción conjunta de varios cazadores y centenares de lugareños blandiendo antorchas para acorralar a Osama y acribillarlo. ¿Un elefante amok? Los leones de Tsavo estaban enfermos y Osama había visto destruido su hábitat, pero eso mismo ocurre con miles de animales cada día sin que se conviertan en asesinos de masas. Estar afectado por alguna desgracia es condición necesaria, pero no suficiente. 

De forma similar, el hantu belian malayo posee a aquellos más vulnerables, en particular a los que han sufrido una gran pérdida reciente, una lesión grave o una muerte en la familia. La interpretación chamánica es que esa pérdida abre huecos, puntos débiles en el alma por los que entran demonios o fantasmas con sus propios propósitos… Del mismo modo que el espectro de un alcohólico sueña con seguir bebiendo, el alma incorpórea de un asesino fallecido busca los medios para seguir matando, incapaz de concebir un más allá sin placer homicida. Los hantu belian serían espíritus-tigre que contendrían mal puro, un miasma procedente de la destilación de las almas de los criminales y asesinos del pasado de la tribu. 

En otros lugares y civilizaciones se han observado comportamientos similares. Entre los indios navajos, un espíritu polilla puede poseer a un hombre desprevenido y provocarle iich’aa, una locura agresiva, brutal e incontrolada. Y es fácil pensar que los tiroteos en colegios, los atropellos masivos o las matanzas en el lugar de trabajo podrían considerarse manifestaciones de amok contemporáneo occidental. ¿Hasta dónde llegan las garras del hantu belian? 

2. La rabia y la tristeza

Serán los quince minutos más enervantes de mi vida, cuando las bombas estén listas y estemos esperando a cargar a través de la escuela. Los segundos parecerán horas. Estoy impaciente. Temblaré como una hoja. (Dylan Klebold, en el vídeo previo a la matanza de Columbine)

El amok se clasificó como enfermedad psiquiátrica a finales del siglo XIX, superando su estatus previo de curiosidad antropológica circunscrita a tribus primitivas. Los antropólogos occidentales lo interpretaron como una reacción a los potentes tabús contra el suicidio de las tribus primitivas. Volverse amok y perder así el control y la responsabilidad sobre los propios actos era una manera digna de recibir la muerte y librarse del sufrimiento…. Un suicide by cop de manual, no muy lejano al de Josep Marimón con su inútil cordel blanco atado a la escopeta. Sin embargo, una explicación así no aclara por qué aparecen amoks en sociedades en que el suicidio está más aceptado, como precisamente las occidentales. 

Para la psiquiatría contemporánea el amok no es una condición en sí misma, sino la descripción de un comportamiento violento causado por una enfermedad mental previa. El psiquiatra Manuel Saint Martin parte de una distinción histórica entre dos tipos de crimen masivo. La forma más habitual se conoce como beramok, aparece tras una pérdida personal y viene asociada a largas rachas de ánimo triste y melancólico. En cambio, el más infrecuente amok es precedido de una ofensa real o imaginaria que desencadena una venganza rabiosa. Para Saint Martin la enfermedad mental subyacente al beramok es un trastorno depresivo grave, y la correspondiente al amok, una psicosis paranoide o trastorno delirante. 

Sirva de ejemplo la masacre de la Escuela Secundaria de Columbine en 1999. Dos jóvenes estudiantes, Eric Harris y Dylan Klebold, planearon durante más de un año un tiroteo que acabaría llevándose por delante a quince adolescentes. Análisis posteriores de sus personalidades determinaron que Harris era un sociópata agresivo que se sentía injustamente ignorado por el mundo, mientras que Klebold llevaba tiempo hundido en una profunda depresión. Amok y beramok, psicosis paranoide y trastorno depresivo, rabia y melancolía. No es casual que la ira y la pereza sean los dos pecados que comparten el quinto círculo del infierno de Dante. 

En Homicidio, Daly y Wilson hacen notar que los amok suelen ser menores de treinta y cinco años, que viven lejos de su hogar por primera vez o se enfrentan a una situación que no saben resolver. Equiparan su psicología a la de un guerrero condenado, rodeado de enemigos y determinado a morir infligiéndoles al menos algún daño. Klebold y Harris se sentían rechazados, marginados incapaces de desarrollar un espacio propio en que se les apreciara bajo diferentes criterios de valor (¡la contracultura del outsider!). Su elección fue destruir el mundo, no tratar de cambiarlo.  

Amok, beramok
Fotografía: John Rudoff. Cordon Press

Otro síntoma frecuente en los amok es la frustración sexual. El «nuncafollista» que sublima su propia incapacidad para ligar en repetidas quejas de que las mujeres prefieren a los malotes, y contempla a los «machos alfa» con una mezcla radiactiva de envidia y desesperación. El ejemplo paradigmático sería el de Elliot Rodgers, que con veintidós años de edad mató en 2014 a siete personas e hirió de gravedad a trece más antes de pegarse un tiro. Como buen millennial, Rodgers dejó como testimonio un vídeo de YouTube, varios selfis y un manifiesto de más de cien páginas. Mucha palabrería para una razón sencilla: no ligaba ni a tiros (mala elección de palabras), y quiso castigar a las mujeres guapas por ignorarle y a los hombres por tener más éxito sexual que él. En sus propias palabras: «soy el chico perfecto y vosotras, mujeres, os lanzáis a los brazos de hombres odiosos en lugar de a los míos, los de un perfecto caballero».  

Un dato curioso: del total anual mundial de asesinatos, solo el 10 % es perpetrado por mujeres. Pero si centramos el cálculo en los amok repentinos, el porcentaje baja hasta menos del 1 %, trece o catorce crímenes de los mil cuatrocientos registrados. No hay una explicación clara a esta desigualdad, más allá de diferencias biológicas y culturales que predispongan al hombre a la violencia repentina. La capacidad para imponerse mediante súbitos arrebatos de ferocidad es una señal de estatus entre algunos primates, pero nada es sencillo con los humanos, que oscilamos entre la crueldad caníbal de los chimpancés y la plácida sexualidad promiscua de los bonobos. En los humanos se da un elemento extra que lo distorsiona todo: la conciencia.

3. Poseído por algo desconocido, la libertad

En un desierto de aburrimiento, un oasis de horror. No hay diagnóstico más lúcido para expresar la enfermedad del hombre moderno. Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto, lo único que tenemos a mano, y no tan a mano, también en esto hay que esforzarse, es el horror, es decir el mal. (Roberto Bolaño, Literatura + enfermedad = enfermedad)

Entre el 22 y el 28 de diciembre de 1987, el exmilitar estadounidense Ronald Gene Simmons (nada que ver con el bajista de Kiss) fue asesinando metódicamente a catorce miembros de su familia, a una conocida y a un pobre desgraciado que pasaba por allí. Tras los doce primeros crímenes, Simmons tomó tranquilamente unas copas en un bar y volvió a su casa, donde pasó la noche rodeado de cadáveres, viendo la televisión y bebiendo cerveza. Testigos que le vieron en el bar declararon haberle visto tranquilo y sonriente, como si se hubiera sacado un peso de los hombros. ¿De dónde surgió esa sensación de paz y calma que ni siquiera la visión de varios cadáveres ensangrentados a su alrededor podía alterar? 

Es difícil predecir cómo se desarrollará un posamok, y no solo porque a menudo las rachas de violencia acaben en suicidio directo o indirecto. Una de las sensaciones más repetidas entre los amok que sobreviven es la imperturbabilidad, una placidez casi sobrenatural. Tras ametrallar a cincuenta personas en un club nocturno gay de Orlando, Omar Mateen habló por teléfono con la policía. Los negociadores describieron su actitud como serena, tranquila e incluso relajada. Casi alegre. El joven Satoshi Uematsu acuchilló a diecinueve minusválidos de la residencia de Sagamihara en que había trabajado varios años. Al entregarse a la policía, las cámaras le retrataron con una turbadora sonrisa de oreja a oreja digna del mejor Joker. 

Estos tres casos tuvieron tres detonantes muy diferentes: Simmons había abusado previamente de su hija, Mateen mezcló homofobia y radicalismo religioso, Uematsu pensaba que eliminar minusválidos mejoraría la economía. Pero los tres se adentraron en un oasis de horror, un espacio de extrañamiento universal que les devolvió, por un instante, la paz que les había rehuido hasta ese momento. A veces la ruptura repentina no solo con la realidad cotidiana sino con el autocontrol, la empatía, la compasión y otras tantas cualidades humanas hace que el amok entre en un estado alterado de conciencia, un subidón criminal de hiperrealidad en que todo se percibe más nítido, la zona de los deportistas de élite. El subidón es temporal, evidentemente: los oasis de horror son siempre efímeros. Poco después de sus asesinatos, Simmons pidió ser condenado a muerte y renunció a cualquier apelación. En Literatura + enfermedad = enfermedad, Roberto Bolaño menciona esta alteración de conciencia poscrimen, hablando de un tipo anónimo que «después de asesinar a su mujer y a sus tres hijos dijo, mientras sudaba a mares, que se sentía extraño, como poseído por algo desconocido, la libertad, y luego dijo que las víctimas se habían merecido lo que les pasó, aunque al cabo de unas horas, más tranquilo, dijo que nadie se merecía una muerte tan cruel y luego añadió que probablemente se había vuelto loco y les pidió a los policías que no le hicieran caso». Dalí podría entenderlo. 

¿Frustración sexual, posesión demoníaca, alienación social, psicosis paranoide, depresión, rol de género, alteración de la conciencia? Aproximaciones parciales a un fenómeno inexplicable e impredecible. Los brotes violentos se deben a la interacción de múltiples factores, y no hay ninguna medicación que se haya mostrado exitosa en prevenirlos o tratarlos. Nos quedan las aproximaciones indirectas. En un estudio publicado en 2014 en el British Journal of Psychiatry se entrevistó a sesenta esquizofrénicos procedentes de tres países: EE. UU., India y Ghana. El 70 % de los estadounidenses era instigado a cometer actos violentos por las voces o impulsos de su interior, frente al 20 % de los indios y el 10 % de ghaneses. Los no occidentales tendían a establecer relaciones más ricas e incluso constructivas con sus alucinaciones. ¿Da esto una pista? ¿Sería posible hackear el guion cultural de un fenómeno para producir cambios en cómo se manifiestan los trastornos mentales? ¿Pueden taparse los huecos en el inconsciente antes de que se introduzca por ellos un hantu belian? Quizá sea esta nuestra única esperanza: domar al espíritu-tigre.

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4 Comentarios

  1. Raquel Cárdenas.

    Muy bien escrito.

  2. Artículo repetido, publicado anteriormente (hace ya unos años) en la JotDown de papel.
    No se cansan del autobombo estos escritores y encima sin avisar a los lectores de que ya ha sido publicado con anterioridad (no es la primera vez que pasa y este artículo en concreto aparece solo con la fecha de publicación de la versión digital, 30/11/20).
    Se lo dice un lector asiduo de la Jotdown desde sus comienzos.
    Decir que el artículo, en todo caso, tiene mucha afinidad con el Pensamiento Único de la actualidad, aquel que se dedica a criminalizar al varón de manera sutil (utilizando casos excepcionales y estrambóticos para dar la sensación de continuidad temporal y de hilado de género, es decir, que el hombre es un criminal en potencia que puede explotar en cualquier momento).
    ¿Como sería un Amok versión femenina?
    ¿Se pueden considerar los asesinatos masivos (a nivel mundial) de bebes recién nacidos por sus madres como momentos «hantu belian»? ¿Hay algo más vil que tirar a tu bebe al contenedor y continuar tu vida como si nada?
    ¿Y los suicidios que afectan en más de un 80% a los varones, no merecen ni una mención apenas?
    En fin, mucho autobombo y poca valentía en estos escritores últimamente.
    Un saludo.

    • The Lady of Shalott

      «¿Hay algo más vil que tirar a tu bebe al contenedor y continuar tu vida como si nada?»
      Si. Tu machismo.
      Otro saludo

      • Si ser machista es defender a los recién nacidos arrojados al contenedor por sus madres, admito que sí lo soy.
        Estadísiticamente por cierto, las mujeres en España lideran en por mayoría significante el número de filicidios y por mayoría ABSOLUTA el número de neonaticidios (cometidos en las primeras 24 horas de vida).Son cifras que de manera sitemática son ocultadas por la entidades públicas, pero, que si usted busca encotrará.
        Durante el año 2019 en España se arrojaron 12 bebes al contenedor (que se sepa), sólo 2 fueron allados con vida…
        P.D: Un saludo a su misandria hembrista también! (@The Lady of Shalott).

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