Arte y Letras

Breve historia del Celsius: Avilés a 232 grados

Celsius
Cartel XI Celsius 232

Está científicamente comprobado que por su estructura genética el asturiano medio es impermeable al agua, pero lo de las altas temperaturas lo lleva regular. Por eso mismo, el  verano que dejamos atrás ha supuesto una dura prueba para una región que está acostumbrada a más remojos y a menos rayos de sol durante la época estival. A pesar de ello, existe una ciudad en Asturias que, cada verano desde hace una década, acostumbra a elevar las temperaturas más allá de los cuatrocientos cincuenta Fahrenheit en honor a unas brasas que se alimentaban de narraciones. Y toda la culpa la tienen Cristina Macía, Diego García y Jorge Iván Argiz, perpetradores del festival de terror, fantasía y ciencia ficción Celsius 232.

El origen de un incendio

Las llamas se anunciaron por primera vez en Avilés allá por 2012, con una imagen donde varios libros chamuscados revoloteaban alrededor de una silueta desnuda. Se trataba de un cartel, nacido de los mismos pinceles de aquel Enrique Corominas que ilustró cantares de hielo y fuego, que funcionaba como advertencia: algo estaba a punto de ocurrir en esa ciudad portuaria. Algo que se presentaba en sociedad vistiendo nombre provocativo al honrar, trasladando el título a la escala de nuestros termómetros, a una popular novela de Ray Bradbury en la que las letras eran combustible para las hogueras. Era una propuesta aventurera, la celebración de un cónclave donde convertir las fábulas fantásticas en fuego a reverenciar, ensalzar a los clásicos y reunirse con los arquitectos de la ficción. Un festival para los fanáticos de las narrativas de género, construido utilizando como pilares iniciales la ciencia ficción, el terror y la fantasía, pero ofreciendo también cobijo a todos los desvíos y caminos paralelos existentes.

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Bienvenidos al planeta Axturiax. Imagen: Celsius.

Aquel primer encuentro empezó fuerte, con George R. R. Martin aterrizando en las calles avilesinas, perseguido por hordas de lectores visitantes de sus Siete Reinos en busca de una rúbrica o de una estampa junto al hombre que forjó el trono de hierro. La de Martin era una firma con suficiente peso como para justificar por sí misma cualquier farándula fantástica a su alrededor, pero lo interesante de aquel caso es que no llegaba sola al recién nacido Celsius 232, sino que formaba parte de una lista de invitados sorprendente. Porque el evento concebido por Macía, Garcia y Argiz no tardó en descubrirse como un notable destino para toda esa gente que, acarreando todo tipo de historias a sus espaldas, son capaces de tejer todo tipo de ficciones fabulosas.

En aquel Celsius primigenio de 2012, Avilés recibió a Peter Berling, un alemán de orígenes judíos, a quien hicieron militar en organizaciones infantiles hitlerianas para no levantar sospechas, que ejercería de actor (trabajó junto a Werner Herzog y Klaus Kinski en Aguirre, la cólera de Dios o Fitzcarraldo) y de productor cinematográfico antes de convertirse en celebrado escritor, cuando ya sumaba más de cincuenta años, gracias a su pentalogía Los hijos del grial; a Lisa Tuttle, la única persona que ha rechazado el prestigioso premio Nebula , otorgado a su relato «La flauta de hueso» en 1982, al no estar de acuerdo con las tretas internas durante las campañas del certamen; al periodista ruso Dmitri Glujovski, creador de la saga postapocalíptica Metro 2033, la primera persona del mundo que retransmitió en directo desde el Polo Norte y alguien que hoy en día tiene bastante encabronado al Ministerio del Interior de su país tras criticar la guerra en Ucrania; o a un británico llamado Joe Abercrombie, que antes de alcanzar fama con la serie de fantasía La primera ley, inspirada entre otras cosas por la obra de George R. R. Martin, se dedicó profesionalmente a preparar el té y editar metraje entre los pasillos de las productoras televisivas.

Junto a ellos, el Celsius también recibió a un tropel de autores potentes entre los que figuraban gente como Adam Nevill (El ritual, Apartamento 16), Juan Ramón Biedma (El imán y la brújula), Ian Watson (Incrustados y otros delirios racionalistas), Laura Gallego (Memorias de Idhún), o Espido Freire (Melocotones helados). Las palabras de aquellos narradores se convirtieron rápidamente en la mayor atracción del certamen, allí fue donde Martin recibió ovaciones en pie tras sus ponencias, pero aquello no era más que el epicentro de lo que se estaba cocinando. Porque a lo largo de la ciudad el espíritu del festival se extendía empapando la villa. Recreaciones de batallas literarias en el parque, partidas de rol sobre las mesas de los locales cercanos, curiosos en las casetas de librerías repasando la wishlist de su biblioteca, colas en los firmódromos para acercarse a los mitos y decenas de visitantes ajustándose las costuras del cosplay para caminar por unos días entre sus héroes y sus villanos.

Por la noche, la proyección de películas en la plaza de España extendía el encanto del asunto mientras Conan aseguraba que el mayor placer de la vida era escuchar el lamento de las mujeres de tus enemigos, Cary Elwes le gritaba «como desees» a Robin Wright mientras rodaba prao abajo y un puñado de mercenarios decidían que era hora de sacar la Impaciente del saco para ametrallar a un depredador alienígena que correteaba por la jungla. Aquellas jornadas le sirvieron a Avilés para descubrir que gustaba de vestirse con cuentos, criaturas mitológicas, horrores cósmicos,  tecnologías quiméricas, contiendas entre batallones legendarios y engranajes steampunk.

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Imagen: Celsius.

Existen multitud de convenciones de ciencia ficción alrededor del globo, de conclaves para celebrar terrores, y de pabellones donde los fans se apiñan para encontrarse con quienes fabrican mundos de fantasía que funcionan como escapada y refugio. En ese insondable ecosistema festivalero, el Celsius supo destacar efectuando una jugada que nadie se esperaba: reverenciando a los autores más colosales en el lugar menos evidente posible. Porque una pequeña villa al norte de Asturias convertida en el emplazamiento donde se reúnen los creadores contemporáneos más importantes suena a ciencia ficción, y probablemente lo sea.

El truco radicaba en algo tan sencillo como la cercanía, Celsius 232 contaba con un elenco de invitados por el que muchos festivales cometerían locuras. Pero aquello no se le subía a la cabeza, y en lugar de apostar por la pompa y la grandilocuencia se apuntalaba en la idea de convocar una reunión con amigos. De pasar el día hablando de dragones entre sidras, analizando los ingredientes con los que se teje el miedo, escuchando cómo se perfilaron las viñetas más célebres, empuñando espadas, descubriendo otros mundos durante una vuelta por las casetas de las editoriales, y contemplando a los habitantes de una galaxia muy muy lejana pasear por el casco antiguo.

Bastan cuatro calles para erigir una llamarada que caliente. Existen multitud de festivales de terror, fantasía y ciencia ficción en el planeta. Lo que no es tan común es que existan festivales tan cercanos como para que Joe Hill se decida a asistir pensando que «si va David Mitchell es que tiene que ser la leche», y al volver a casa le diga a todos sus colegas «Si te llaman del Celsius, diles que sí».

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Stephen Graham Jones durante una ponencia en XI Celsius 232. Imagen: Celsius.

El combustible

Aquella primera edición se saldó con celebraciones en las charlas, paciencia en las colas durante las sesiones de firmas y con los organizadores declarando en la prensa que esperaban afianzar el evento en el panorama cultural patrio. Hay que hacer una pequeña aclaración aquí. Las buenas historias no entienden de clasismos o jerarquías, sino de gente dispuesta a escucharlas. Hace mucho tiempo que Umberto Eco declaró su amor por los cómics, que videojuegos como Myst se convirtieron en parte de la colección permanente del Museum of Modern Art neoyorquino y que las series de televisión congregaron a países enteros ante las pantallas. Por eso resulta hoy en día tan rancio el renegar de los productos populares con altanería, como desgastado el termino friki para defender obras que ya se defienden solas. Porque la cultura no entiende de escalas. Y en el Celsius lo saben. Y quienes recorren kilómetros para anidar en Avilés durante cinco días, también.

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Auditorio de la Casa de cultura durante la edición 2022 del festival. Imagen: Celsius.

En los años posteriores a su primera edición, aquel festival que abrazaba el género apostó por consolidarse. Y lo hizo a lo bestia. ¿Contemplar en la misma mesa a Patrick Rothfuss y Brandon Sanderson recibiendo a los fans? ¿Una leyenda como Tim Powers relatando anécdotas al público avilesino? ¿Un equipo de poseedores de premios Hugo y Nebula como Becky Chambers, Kameron Hurley, Ian McDonald y Lisa Tuttle debatiendo en una misma sala sobre el destino de la ciencia ficción? ¿Revisitar Indiana Jones and the Fate of Atlantis junto a su creador, el legendario Hal Brawood? ¿Rachel Hartman aprovechando su ponencia para cantarle al público las canciones de su libro? ¿Corinne Duyvis revelando cómo lidiar con los Guardianes de la Galaxia? ¿Escuchar a Joe Abercrombie explicar cómo gusta de hacer sufrir a sus personajes en lugar de matarlos? ¿Pasar un rato charlando junto a Joe Hill (Cuernos, Locke & Key), Dave Grossman (The Secret of Monkey Island), Rihanna Pratchett (Mirror’s Edge, Tomb Raider) y Keith Stuart (Days of Wonder)? Todo eso ocurrió en el Celsius, donde la distancia mínima entre nuestro mundo y los universos de ficción son un par de casetas en la plaza Domingo Acebal, o la puerta de entrada al salón de actos de la Casa de la Cultura. Todo eso es lo que en Avilés llevan más de una década entendiendo como una tarde de verano.

Celsius 232, 2022

2022. Once ediciones a las espaldas. Un cartel dibujado por Javier Olivares donde la versión retrofuturista de Alexandra Tintanegra homenajea al recientemente desaparecido Fernando Marías. Y otra cifra muy importante en un mundo postpandemia: doscientos autores invitados. Al Celsius le gusta venirse arriba y no lo esconde. A sus habituales nos parece bien. Hace un año, Bárbara Ayuso escribía que un festival como este no necesita una crónica. Y estamos de acuerdo. Por eso mismo, lo que va a ocurrir a continuación no será tanto una crónica como un compendio de sensaciones de cinco días terroríficos, fantásticos y de ciencia ficción callejeando por Avilés.

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Tamsyn Muir en el Celsius 2022. Imagen: Celsius.

Martes, 19 de julio. A mediodía, acero frío. O al menos eso proponen los chicos de la Escuela Asturiana de Esgrima Antigua al comenzar a blandir las espadas a las doce en punto, iniciando unas clases y exhibiciones que se prolongarán hasta el último día festivalero. Pero aquellos mandobles suponen tan solo el calentamiento previo. Porque, en el centro de la ciudad, los mortales amigos de otro tipo de hojas, menos afiladas y con más letras en su interior, se preparan para asistir esa misma tarde a la presentación de la revista Windumanoth, una publicación especializada en el género fantástico. Se trata del encuentro en la carpa de actividades que se ha convertido desde hace más de un lustro en el pistoletazo de salida oficial del Celsius. Desde ese momento, al visitante ocioso le tocará corretear cuadrando horarios, persiguiendo ponencias, firmas, talleres, casetas y eventos.

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Neal Shusterman. Imagen: Celsius.

La manera más efectiva de explicar al foráneo el espíritu del festival avilesino pasa por rescatar un par de pequeños instantes acontecidos durante las jornadas posteriores: ND Stevenson (creador del cómic Nimona, cocreador de Leñadoras, y showrunner de la serie She-Ra y las princesas del poder) se presenta en el auditorio de la Casa de Cultura, frente a un público muy animado entre el que se pueden vislumbrar cosplays de She-Ra. Y antes siquiera de comenzar su charla sobre la naturaleza de los cómics, anuncia que se lo está pasando tan bien por esos lares como para confirmar su asistencia al festival el año que viene. Y la sala explota de alegría.

Veinticuatro horas más tarde, en el mismo salón de actos, Neal Shusterman (serie Desconexión, trilogía El arco de la guadaña) se acomoda en su silla tras la mesa de ponencias unos minutos antes de comenzar su intervención. De pronto, observa algo entre la audiencia, se levanta y se acerca al borde del escenario para aproximarse, móvil en mano, a las primeras filas de la butaca. Shusterman pregunta a dos de los espectadores si puede hacerles una foto. Se trata de una pareja que se ha presentado en el lugar vestida como segadores y portando inmensas guadañas, en honor a las novelas del escritor. Y ambos posan encantados. Estas dos escenas resumen perfectamente lo que significa el Celsius: estamos aquí por ellos, y ellos están aquí por nosotros. Autores y lectores. ¿Cercanía? La distancia más corta entre la audiencia y su escritor favorito de toda la galaxia es a veces es un punto de encuentro en el lugar menos evidente posible, donde todo parece ficción.

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ND Stevenson. Imagen: Celsius.

En poco tiempo, la imparable ristra de charlas (se suceden una detrás de otra a lo largo del día sin demasiado respiro) programadas comienza a amontonar estrellas con mucho que revelar: Paul Trembay (Una cabeza llena de fantasmas, Desaparición en la Roca del Diablo, o esa La cabaña del fin del mundo que Shyamalan se encargará de llevar al cine en 2023) confiesa que llegó muy tarde a los libros, descubriendo a Stephen King bien superada la adolescencia, tras licenciarse en Matemáticas. Y aclara que desde entonces su principal objetivo es ponerse al día leyendo todo lo que le sea posible. Ellen Kushner (A punta de espada, La caída de los reyes) desgrana la metodología habitual, repleta de descripciones técnicas, a la hora de plasmar los duelos de esgrima en la literatura. Y admite que a sus novelas, cargadas de espadas, les ha ido muy bien esquivando ese estilo formal por completo y utilizando la estrategia de detallar las intenciones de los combatientes en lugar de sus posturitas.

Los dos metros de Stephen Graham Jones encandilan rápidamente al auditorio mientras cuentan cómo, durante sus años de formación, se aburría en talleres de escritura creativa donde estaban muy mal vistos sus intentos de relatos costumbristas con monstruos submarinos bioluminescentes. Jones también confiesa por qué le ha aterrado y fascinado al mismo tiempo la silueta del alce durante toda su vida. Y, de regalo, desliza un avance sobre su próxima novela, un slasher que luce el mejor título del mundo: My Heart Is a Chainsaw. Charles Vess (el ilustrador norteamericano que ha colaborado con gente tan legendaria como Neil Gaiman o Ursula K. Le Guin) aclara que su método para hallar inspiración es tan elemental como efectivo: contemplar los bosques.

Durante el divertidísimo encuentro con Tamsyn Muir (saga de la Tumba sellada), Gabriella Campbell recuerda a los presentes que la obra Gideon la novena fue descrita por Charles Stross como «¡Nigromantes lesbianas explotan un palacio gótico encantado en el espacio!» y aquello provoca una hermosa ola de vítores y palmas por parte del público, porque todos son conscientes de que se trata de la Sinopsis Insuperable. Un Grady Hendrix vestido de blanco impoluto se emociona al hablar de un personaje ficticio inspirado por una persona real, y la sala le arropa con aplausos. El resto de su intervenciones son divertidísimas, pero es que eso lo menos que uno puede esperar de alguien que ha escrito una novela de casa encantada donde el edificio maldito en cuestión es un IKEA. El guionista de cómics Chris Claremont (ojo a su tremendísima bibliografía), un hombre curtido en vete tú a saber cuántos cientos de Comic Cons, se toma con calma sus intervenciones mientras explica cómo el tema de la diversidad fue uno de los principales motores de la Patrulla-X setentera.

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Mariana Enríquez. Imagen: Celsius.

Solicitamos un encuentro con Mariana Enríquez, temiendo no poder robarle demasiado tiempo a una escritora con tanto renombre. Nos reunimos con ella a media tarde en el palacio de Avilés y ciento veinte minutos más tarde aún sigue ilustrándonos sobre libros, folclore, Argentina, terrores, conciertos, cine, narrativas, series, historia y cómics. A nuestro alrededor Sofía Rhei, la noche de culto de Jesús Palacios, las editoriales fardando de novedades, Naomi Novik, los dados de rol rodando sobre las mesas, Desirée de Fez, la Alicia desvelada de Alba Quintas, Tomás Hijo, las letras y bits con Laura Luna y Ángel Luis Sucasas, talleres de escritura, Catriona Ward, eventos de cosplay, los premios Kelvin 505 y los premios Lorna, cine en la calle. Demasiadas cosas como para hacerles justicia. En la red social de plumas azules, Paul Trembay anuncia que se ha topado con su escritora favorita, Mariana Enríquez. Días más tarde, entre los trinos habituales de la misma página, Enríquez anuncia que la novela My Heart Is a Chainsaw de Stephen Graham Jones es un bombazo.

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Grady Hendrix. Imagen: Celsius.

La melena de Charles Vess se pasea  afable por los portales de la plaza Domingo Acebal saludando a quienes le asaltan. Le presentamos nuestros respetos. Siempre interesado por las naturalezas, el hombre nos pregunta cómo es la fauna del lugar y miramos a nuestro alrededor. Razonamos que todos se parecen a nosotros. Gente normal en mundos fantásticos.

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Imagen: Celsius

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Un comentario

  1. Estuve este verano una semana en Avilés en la víspera del Celsius y en ninguna calle de la ciudad vi un mísero cartel anunciándolo. Así que tiene mérito que con nulo apoyo o promoción oficial siga adelante. Felicidades.

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