Al Festival Celsius 232 no le hace falta ninguna crónica. Tampoco esta. Entiéndase la bravuconada: no es esa clase de evento que necesita que los medios se deshagan en halagos para garantizarse la continuidad. Si llevan una década llenando Avilés de lectores no es precisamente porque los suplementos culturales les hayan hecho el caldo gordo, sino porque han dado con el Santo Grial: una comunidad. Excepcionalmente fiel, agradecida y —cuando así lo estima— también muy crítica.
Se les suele llamar, con indisimulado desprecio, los «lectores de género». Una descripción que como nos dijo la escritora Catriona Ward (entrevista próximamente en sus pantallas) no es más que «un cajón desastre donde se meten un montón de cosas diferentes que cierta gente está convencida de que no le gustan y de que no valen demasiado». A grandes rasgos: ciencia ficción, fantasía, terror.
Espere: no se vaya todavía. Lo que viene ahora no es una (la enésima) reivindicación de estos géneros, ni otro lloriqueo lamentoso por el ninguneo de la alta cultura™ hacia todo lo que huela un poquitín a fantasioso. Estamos tan hartos como usted de la cantinela. Es agotador reivindicar, mendigar respeto y desmontar prejuicios para ver si así —al fin— nos hacen un hueco en la mesa de los mayores. Ellos (los de «leer cómics e historias de vampiros está bien cuando eres un niño, pero») son tremendamente esnobs, pero nosotros dándoles la réplica les ponemos en bandeja la caricatura con tanto puchero.
No siempre y no todos, dirán. Cierto. De eso venía a hablarles: del Celsius, ese festival que no le reclama nada al que lo sienta ajeno. No verán por allí a nadie izando una pancarta que diga «esto también es literatura», ni instando al comité del Nobel a premiar de una jodida vez a Stephen King. Uno, porque no hace falta: el que cruza el puerto de Pajares llega bien convencido de casa y es ridículo predicar a confesos. Y dos —el motivo fundamental— porque al Celsius no se arriba con ánimo activista, sino profundamente hedonista. Aquello es una fiesta sin dresscode, entrada, invitación o prejuicio. Como tal lo concibieron hace diez años Cristina Macía, Diego García y Jorge Iván Argiz, y sigue inquebrantable en su espíritu de celebración.
A eso se va. A ver a uno o varios de los casi dos centenares de autores y autoras que se trasladan a Avilés, a escuchar sus charlas, a que les firmen un ejemplar o parlotear con ellos en cualquiera de las terrazas que salpican la plaza de Domingo Álvarez Acebal. Puede parecerlo, pero no hay tal cosa como «cabezas de cartel», aunque algunos nombres destaquen por su popularidad más global y su pulverización de récords en la lista de ventas del New York Times. Esta edición esos eran Larry Niven, Henrik Tamm o Claudia Gray. Aun así, sería osado decir que fueron ellos los que movilizaron a los miles de asistentes de esta décima entrega. De hecho, puede que muchos de ellos ni siquiera se hayan acercado a la saga Mundo anillo, desconozcan quién ilustró Shrek, o no sean iniciados en los caminos de la Fuerza. ¿Y saben lo que pasa? Que da igual. Porque lo que celebra el Celsius es la frondosa variedad de géneros, subgéneros, rincones, universos y fantasías posibles. Su motto es ser un festín para todas las familias que pueblan esa inconcreción de la expresión «de género». Desde los cosplayers, los gamers, los escritores de especulativa, de sagas vampíricas, de clásicos lovecraftianos o los fans del ocultismo. ¿Manga? También. ¿Potterheads? Sin duda. ¿Sagas de animación? Por favor. You name it: brujas, cómics, greenpunk, magos, naves espaciales, talleres de juegos de rol o exhibiciones de esgrima. Eso también.
El programa es inacabable porque la fantasía, la ciencia ficción y el terror también lo son. Con un evento prácticamente cada cuarenta minutos, solo se echa en falta un conjuro de ubicuidad. Valga como ejemplo: a la misma hora, uno se veía en el brete de si ir a la presentación del nuevo libro de Izaskun Gracia, la charla de Junot Díaz (otra entrevista que está llegando) o ir al taller de analizaba la obra de Jim Henson, de Fraggle Rock a Cristal Oscuro. Supongo que aquí es donde debería destacar eso de que el Celsius es interdisciplinar y transversal, pero los términos se han quedado tan huecos e inservibles como la coletilla «de género». Si le digo que lo mismo se puede ver en pantalla grande y al aire libre The Host que aprender alfabeto rúnico, analizar la innegable relación entre el demonio y la música o explorar el futuro de la inteligencia artificial, quizás sea posible aterrizar qué significa eso de la «heterogeneidad». Por enriquecer más el guiso, a los habituales premios Kelvin 505 (ciencia ficción) y Lorna (cómics de género) este año se sumó la entrega del Premio CIMA Games (concedido por la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales), al talento en la industria de los videojuegos. Lo ganó Tatiana Delgado.
Durante los cuatro días del festival no dejan de pasar cosas, todo el rato. En los aseos se cruzan un morador de las arenas con Lagertha y juntos se encaminan a una demostración sobre las posibilidades del cuero en la caracterización. Del taller que aborda cómo combatir el acoso en internet dentro del mundo cosplayer sale tomando notas un señor que diseña efectos especiales en Hollywood. En las casetas de editoriales y libreros, se dejan los cuartos por igual chavales de dieciséis años que se han hecho quinientos kilómetros para venir aquí, con leyendas internacionales de la ciencia ficción, mancos de tanto autógrafo. A pocos metros un escritor holandés alza los brazos ante un cachopo, y cuatro niños comparten mesa enfrascados cada cual en su libro, de géneros completamente diferentes. El único día que sale el sol, entre la Fuente de los Caños y la iglesia se refugian el inmenso Alejo Cuervo y el escritor Emilio Bueso para maquinar durante horas sobre ojalá supiéramos qué maldades. En el stand de Gigamesh los mejores perros del festival (Khaleesi y Drogo, madre e hijo) reciben las carantoñas de un tipo con una armadura de Warhammer mientras una chica despotrica con vehemencia porque alguien ha cuestionado la bisexualidad inherente de los vampiros.
En toda comunidad hay un fuerte sentimiento de pertenencia, pero de alguna forma extraña en el Celsius se difumina. Los seguidores más militantes del terror —los «camisetas negras» que dice Pilar Pedraza— picotean en las lecturas de los fanáticos de la ciencia ficción dura, y también al revés. Las fronteras están para dinamitarlas, que diría un cursi. Pero es cierto: no hay luchas fraticidas sobre qué saga, género o estilo de escritura es superior. No es esto un combate entre tribus urbanas, aunque haya sables láser y floretes. Reina un ambiente de colegueo lector, lejos de ese síndrome de «casita del árbol» en el que uno solo se relaciona con los de gustos similares. El que jamás se ha asomado a páginas pobladas por brujas también se sentiría bienvenido. Mientras escribo esto, en la mesa contigua un grupo que ya lleva décadas cotizando discute acaloradamente sobre la construcción de personajes femeninos de Joe Abercrombie (que este año está rabiando por haberse perdido el festival) y la conversación va derivando hacia los libros de Jon Bilbao, la serie de Las gemelas de Sweet Valley y Anna Starobinets (adivinen dónde encontrarán pronto una entrevista con ella).
Es, descubro, el único sarao literario al que he asistido en el que la gente habla de literatura no para presumir de lo que los libros que leen dicen de ellos, ni para colocarse bien alto en la escala de molonidad o superioridad intelectual. No. En el Celsius la gente habla sobre libros de verdad. Destacan lo que les hace disfrutar, atacan las partes flojas, a veces sacan conclusiones sobre el género humano y otras no. El botín de adquisiciones libreras no se utiliza para restregárselo por el hocico al otro, ese que no ha leído tal o cual «obra imprescindible» o fenómeno de moda. El festival es, me dice la grandísima Laura Fernández, una «reserva natural de lectores». Si me atreviera a dar porcentajes al tuntún, diría que más del cuarenta por ciento del público son niños y niñas, y eso en un año que la pandemia ha limitado mucho las actividades para ellos.
Reitero: claro que el Celsius no necesita esta crónica, ni ninguna otra. Antes de que Jesús Palacios oficie el fin de fiesta terrorífico de esta edición, ya hay gente en la plaza dando palmaditas histéricas porque se han filtrado algunos de los nombres que acudirán el próximo año (de momento Abercrombie, Lauren Beukes y Ben Bocquelet) y urge organizarse para reunirse allí de nuevo, viajando desde todas partes. Así las cosas, no es del todo injustificable que a algunos se nos escapen estas crónicas sentimentaloides. Hay algo muy genuino, sin ningún tipo de artificio ni postureo lector, palpitando aquí.
Por eso nadie gasta ni un minuto en lamentar que ahí fuera haya grandes popes de la cultura haciendo muecas porque «el género» es algo menor, mirándolos por encima del hombro. Dime tú qué necesidad de reivindicar, cuando lo que falta es tiempo para disfrutar de lo leído, jugado o escrito. En el Celsius nadie se acuerda de ustedes, guardianes de las esencias literarias. Suélteme el brazo, que será esta la mesa de los niños, pero aquí estamos de fiesta. Y en este festín no se sirve desprecio, sino pote.
Llevo tiempo diciéndolo: los frikis hemos vencido.
Os pongáis como os pongáis.
No hay marcha atrás.
Mirad lo que vuestros hijos pequeños hacen con Netflix y Disney+
Mirad ese ejecutivo que los findes se pone una camiseta del Capitán América.
Pero la nuestra no es una victoria excluyente. Hemos vencido, para que vengáis todos los que queráis. Estas puertas no es que no estén cerradas, es que no se pueden cerrar. No tienen con qué cerrarse.
Y dentro hay sitio para todo el mundo, y rinconcitos para todas las opciones.
Ya lo dijo Michael Ende: este reino no tiene fronteras.
¡Venid y disfrutad!
El mejor festival de literatura del país ! Ah y os habéis olvidado de dos pintores que estuvieron pintando sin parar los 5 días del festival : el fantástico Breogán Álvarez y el terrorífico Josef Méndez
Subscribo cada palabra del artículo!! El mejor encuentro literario con el ambiente del mejor festival. Cuando se trata de los tres mejores géneros (Fantasía, Ciencia Ficción y Terror) el buenrrollismo se abre paso y no hay quien lo pare!
No había pensado en Stephen King como premio Nobel, pero me gusta la idea…
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