Música

Le Parolier: «Les singes», de Jacques Brel

Les singes, Jacques Brel.
Jacques Brel, autor de «Les singes». (DP)

La primera vez que actuó en la sala Olympia, Jacques Brel no tuvo camerino y le tocó cambiarse detrás del bar. En aquellos primeros cincuenta —como sigue pasando muchas veces—, el telonero no tenía derecho a los lujos del cabeza de cartel. 

La última vez que Brel actuó en la sala Olympia, fue el público el que le impidió dejar el escenario, quitarse el sudor de sus excesos interpretativos y ponerse su ropa de calle. Después de treinta minutos de aplausos atronadores, tuvo que volver a dejar su camerino y salir al escenario en albornoz para agradecer el entusiasmo y despedirse una vez más. 

El Olympia parisino, con capacidad para unos dos mil espectadores, era —sigue siendo— desde finales del siglo XIX uno de los escenarios más prestigiosos. En el Olympia se crean y destruyen reputaciones y se han grabado discos históricos. En 1961, 64 y 66 (inédito hasta 2006), Brel grabó tres de sus presentaciones en la sala. Una de sus canciones más conmovedoras, «Amsterdam», ha pasado a la memoria colectiva desde una grabación en directo en el Olympia. La versión más famosa de ««Les singes»», la canción de nuestro tercer Parolier, también se grabó allí. Los Beatles y Jimi Hendrix eligieron hacer su debut francés en el Olympia.

«Les Singers», (Enregistrement Public À L’Olympia, Jacques Brel. Philips, 1962).

Pero las vicisitudes indumentarias de Brel no tienen mucho que ver con la letra que vamos a tratar, pero es un buen resumen de la carrera musical del chansonnier belga. Aunque llevaba componiendo y cantando desde la adolescencia, la música se convirtió en su profesión relativamente tarde. Con veinticinco años, pero ya casado, padre de una niña y a punto de nacer la segunda, Brel se instala en París con intención de dar a conocer sus canciones. Llegaría a ser uno de los compositores más apreciados de la chanson en las décadas de los cincuenta, sesenta y, su regreso discográfico, a finales de los setenta, batió todos los récords tanto mercantiles como artísticos. Brel murió un año después de su último éxito, el 9 de octubre de 1978. Un emblema contestatario y cínico en contraste con la opulencia burguesa y cultural de los llamados Treinta Gloriosos.

««Les singes»» («Los monos») no es tan conocida como puedan ser «La mort (My Death)», «Amsterdam», «Quand on n’a que l’amour (If We Only Have Love)» o «Ne me quitte pas (If You Go Away)» que son standards dentro y fuera del ámbito musical francófono. Sin embargo, es una canción que tiene plena validez cuando estamos rodeados de invasiones, violaciones, odio y fanatismo. 

Las tablas de la ley y el fin de la libertad

Editada en 1961 en un 45 RPM, con «On n’oublie rien» en la cara A, y, al año siguiente, en la versión en vivo del primer álbum de Brel en el Olympia, «Les singes» es una canción que rezuma resentimiento, desprecio y rabia. Fue compuesta excepcionalmente por Brel en solitario, sin la ayuda de Gerard Jouannest, su pianista y coautor de algunas de sus mejores canciones. La orquestación es de su habitual François Rauber que, en la versión en vivo, tocará el piano mientras el director de orquesta es el titular del Olympia.

Brel elige una canción relativamente sencilla para hablarnos de unos personajes odiosos que llegan repentinamente y se adueñan de un lugar que, hasta entonces, había sido hermoso y feliz. Son cuatro estrofas de construcción paralela que terminan con un estribillo irritante que se repetirá las cuatro veces: «Los monos, los monos de mi barrio», esos monos que están ahí cerca, entre nosotros, en nuestros barrios. El mono es un humano no evolucionado, una caricatura de persona que puede dar miedo o risa. ¿Por qué Brel elige precisamente al mono, un animal considerado simpático y nada peligroso, para representar ese poder cruel y violento que arruina el mundo feliz y bello de antes? Las cuatro estrofas de «Les singes» desarrollan cuatro expresiones de la maldad de los monos y de la huella que dejan en la sociedad. 

«Les singes» comienza por contraponer la belleza de pájaros y flores —tópicos de la poesía más convencional— de un mundo ideal con la fealdad de los «culos pelados» de los monos —¿un símbolo? ¿una metáfora? Hay que reconocer que muy original—. Al presentarnos a los invasores por su parte corporal más fea y grotesca, Brel deja patente su voluntad de envilecerles desde el primer verso. Como en los cuentos de hadas antiguos, fealdad física y maldad van juntas

El cantante no se preocupa de informarnos con precisión. No sabemos si los monos han entrado con violencia o si ha sido una invasión gradual. Quizás estaban aquí pero sin demostrar su capacidad para causar el mal y la infelicidad. Sabemos que había un mundo de belleza y libertad y que los monos han traído diversos tipos de prisión: macetas, jaulas y números para los humanos, es decir: orden, control y pérdida de condición humana. 

Los monos inventan conceptos judiciales opresivos como prisiones, condenas o antecedentes penales, sin olvidar los agujeros de la cerradura que nos hablan metafóricamente de la pérdida de libertad. Cuando aparecen las primeras censuras, lo hacen con violencia cortando lenguas para impedir el habla, las quejas, las denuncias. Y, en consecuencia, según Brel, son civilizados: la civilización como fuerza represiva. 

«Les Singers», (Cara B de single, Jacques Brel. Philips, 1961).

De fanáticos y proxenetas

La segunda estrofa habla de naturaleza y de opulencia. Una naturaleza protectora que ofrecía sus bananas antes de la llegada de los monos malignos: una pista de que la población oprimida por los monos son quizás otros primates que se alimentaban de aquellas frutas que echan en falta en este tiempo de Cuaresma, penitencia y ayuno. 

Si en la primera estrofa el vocabulario es legislativo, judicial y punitivo, ahora abundan las referencias religiosas: junto a la Cuaresma, tenemos a los apóstoles, los infieles y los albigenses —los llamados bons homes que se enfrentaron a una iglesia oficial ya decadente—.

Esta segunda parte insiste en las palabras «intolerance» y «chasse» en una estructura paralela que repite con pequeñas variaciones la misma: los monos barren con todo y exterminan también a los que son sabios y no les gusta cazar, jugando con los dos sentidos en francés de «chasser» (cazar y expulsar).

Cuando llegamos a la tercera estrofa, escuchamos hablar de los hombres, las mujeres y el amor. Brel escoge términos de cuentos de hadas como príncipes y princesas para crear sensación de romanticismo y revalorizar aquel pasado que hemos perdido, pero que en nuestros recuerdos sigue enfrentado a toda la fealdad y maldad de los temibles monos. El amor se define con la palabra «provincia», ese supuesto escenario de una vida sencilla y natural en oposición a la vida más complicada y difícil de la capital. Pero, ahora, «el príncipe es un mendigo, la provincia se muere» y, quizás lo más trágico, «la princesa se vende». Entramos en un entorno de sexualidad sucia y viciosa cuando los nuevos amos convierten el amor en pecado y negocio. Aparece la trata de blancas, las madres se convierten en proxenetas y a los hombres les toca mendigar por el amor. Curioso que el misógino oficial que es Brel lo que denuncia aquí son cosas que suponen violencia contra las mujeres. Contradicciones del Grand Jacques.

En el último verso, el término «Le droit de courte-cuisse» carece de sentido dentro de este contexto. Personalmente, siempre había querido entender que hablaba del derecho de pernada olvidando que se dice en francés «droit de cuissage». Buscando en internet, la expresión «courte-cuisse» —que no aparece en el diccionario Robert— se aplica a las personas bajitas: quizás Brel ha querido bromear, no tomarse en serio un tema tan dramático y desagradable. Quizás se trate de un error voluntario de Brel para dar mayor relevancia y comunicar con más rabia los abusos que denuncia.

Violencia matriculada como se debe

Por fin, en la última estrofa, Brel habla de violencia sin paliativos. Comienza recordando de nuevo el pasado paradisíaco y va acumulando términos relacionados con la fuerza, la violencia y la crueldad. Va citando métodos de matar en progresión desde lo más brutal a lo más técnico: militares, bastonazos, hierro de empalar, cámara de gas, silla eléctrica, bomba de napalm y bomba atómica. Seguramente su insistencia y desagrado respecto a la pena de muerte era algo insólito y osado en 1961.

Pero, ¿quiénes son esos horrendos monos que acaban con todas las cosas buenas que teníamos e imponen una vida de opresión, miedo y violencia? Cada una de las estrofas nos da la clave: los censores, jueces y carceleros en la primera. En la segunda, son los intolerantes y fanáticos de la religión y sus diversas apariciones en la historia; en la tercera, Brel condena a los mercaderes del sexo, explotadores del cuerpo de la mujer para beneficio propio y, por fin, en la cuarta, el objeto de su ira son los profesionales de la fuerza y la violencia: militares y verdugos. En 1961, nadie era aún consciente del destrozo del medio ambiente que se estaba llevando a cabo: una quinta estrofa que podemos echar en falta. He leído en internet la posible explicación de que los monos son los adultos que coartan toda la inocencia, imaginación y libertad de la infancia. Sería sin duda una bonita metáfora pero quizás innecesaria cuando el sentido literal es tan claro y tan contundente. 

Sesenta y dos años después de su estreno, «Les singes» de Jacques Brel es una canción tremendamente actual y tremendamente universal. ¿Qué país, qué comunidad, no ha sufrido por el autoritarismo y la violencia de unos monos demasiado humanos? ¿Cuántos de nosotros no hemos padecido miedo a ese poder absoluto, absurdo y abusivo al que tenemos que enfrentarnos en casa, en el trabajo, en la calle o también en las fiestas? 

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Un comentario

  1. Qué bien escribes, Patricia Godes

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