
Hasán Nasralá estaba cada día más paranoico. El secretario general de la organización terrorista Hezbolá seguía obsesivamente las noticias desde su búnker, a dieciocho metros bajo tierra, en el barrio de Haret Hreik, al sur de Beirut. La respuesta de Israel al ataque del 7 de octubre no tenía precedentes: las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ya habían prácticamente neutralizado a Hamás en la Franja de Gaza y ahora podrían concentrarse en el norte, donde Hezbolá mantenía una guerra de baja intensidad en la frontera con el Líbano, «en solidaridad con el pueblo palestino».
«Le hemos dado a Hezbolá un ejemplo de lo que les ocurrió a sus amigos del sur. Eso es lo que ocurrirá aquí en el norte. Haremos lo que sea para recuperar la seguridad», advirtió el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, refiriéndose a los ochenta mil ciudadanos israelíes evacuados cuando comenzaron los bombardeos del grupo libanés. La creciente paranoia de Nasralá lo llevó a tomar decisiones drásticas: prohibió el uso de teléfonos celulares, que podían ser hackeados fácilmente por la inteligencia israelí, y ordenó utilizar pagers, o dispositivos buscapersona, obsoletos. Aunque poco prácticos, estos artefactos sin conexión a internet eran imposibles de intervenir.
Nasralá había reforzado la vigilancia sobre sus propios hombres. La paranoia no solo lo impulsaba a protegerse del enemigo externo, sino que también había comenzado a sospechar de traidores dentro de la organización. El miedo a filtraciones y delaciones se había vuelto obsesivo. Las purgas silenciosas, llevadas a cabo sin previo aviso, habían sembrado desconfianza entre los rangos medios y altos. Las reuniones estratégicas eran cada vez más aisladas, limitadas a pequeños grupos de confianza, y cualquier falla operativa era recibida con amenazas veladas. En ese contexto, la orden de reemplazar los celulares por pagers obsoletos se interpretó como un mensaje inequívoco: nadie estaba a salvo de la sospecha.
Hezbolá había adquirido cinco mil pagers modelo AR-924 de la marca taiwanesa Gold Apollo. Eran voluminosos y robustos, con medidas de 7.3 x 5 cm, un grosor de 2.7 cm y un peso de 133 gramos. Resistían bien las duras condiciones del sur del Líbano y su batería podía funcionar meses sin necesidad de recarga. A pesar de no tener la practicidad de un celular, ofrecían a los oficiales de Hezbolá la tranquilidad de saber que Israel no podría monitorear sus movimientos. Nasralá dio la orden de distribuirlos.
El 17 de septiembre, a las 15:30, al embajador iraní en el Líbano, Mojtaba Amani, le vibró el pager que había recibido de su contacto en Hezbolá. La pequeña pantalla de cristal líquido le indicaba que para leer el mensaje encriptado debía presionar simultáneamente los dos botones. Apenas lo hizo, el dispositivo explotó, volándole un ojo y dejándole el otro gravemente herido.
A esa misma hora, en distintos puntos del Líbano y Siria, cerca de tres mil quinientas personas recibieron el mismo mensaje. Todas, al presionar los dos botones, sufrieron la explosión en sus manos. Doce personas murieron y el resto resultó gravemente herido. La instrucción de apretar ambos botones no fue casual: aseguraba que el aparato estuviera sostenido con las dos manos al momento de estallar.
¿Quién lo había planeado? Israel, por supuesto. Aunque no reconoció oficialmente el ataque, tampoco hizo falta. La paranoia de Nasralá estaba justificada, pero también fue su ruina. La operación israelí fue sorpresiva, meticulosa y letal, y logró varios objetivos al mismo tiempo.
El ataque no solo dejó fuera de combate a una gran cantidad de combatientes de Hezbolá, incluidos mandos intermedios, sino que también rompió la comunicación entre los soldados y los altos mandos. Que hubiera pocos muertos fue un acierto estratégico: un herido es más costoso que un muerto para cualquier ejército, por complicaciones logísticas. Las imágenes de los hospitales colapsados de Beirut ilustraron la magnitud del caos.
Además, la operación permitió identificar a miles de combatientes. Cada herido era una confirmación de su pertenencia a Hezbolá, y el hecho de que el embajador iraní Amani tuviera uno de los pagers fue una revelación inesperada. Aunque el vínculo financiero entre Irán y Hezbolá es conocido, nunca había sido admitido oficialmente.
Fue un ataque muy preciso. En apenas treinta minutos, Israel golpeó quirúrgicamente a 3.500 personas, casi sin afectar a terceros. Según el Ministerio de Salud del Líbano, solo seis de los muertos eran civiles, un porcentaje inusualmente bajo para una operación de esta magnitud. La baja potencia del explosivo permitió reducir el número de víctimas fatales. En los innumerables videos que circularon por internet, se veía cómo los terroristas activaban los dispositivos sin que las personas cercanas —incluso a dos o tres metros— resultaran heridas.
Lo que siguió fue un caos absoluto. Nasralá, al borde de la locura, veía cómo Hezbolá acumulaba tres mil quinientas bajas en sus mandos intermedios y perdía completamente la capacidad de comunicación, al tener que desechar los pagers restantes. Al día siguiente, una segunda ola de explosiones, esta vez con walkie talkies, dejó cuatrocientos cincuenta heridos y mató a treinta personas más.
El líder de Hezbolá reapareció en un discurso televisado. Vestido de negro, con un fondo rojo y una mirada inexpresiva, declaró: «Hemos sufrido un golpe devastador, sin precedentes en la historia de la resistencia en el Líbano, tal vez en toda la región. El ajuste de cuentas llegará. Su naturaleza, alcance, cuándo y dónde… es algo que nos guardaremos en el círculo más estrecho, incluso dentro de nosotros mismos, porque estamos en la fase más precisa, sensible y profundamente significativa de esta batalla».
Ocho días después, estaba muerto.
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Los más críticos con Israel suelen atribuir su poderío exclusivamente al apoyo estadounidense. Sin embargo, la eficacia de las FDI, el Mossad y el Shin Bet van más allá de los recursos materiales. La ayuda estadounidense, además de condicionada, no siempre fue constante: recién en los años 60 comenzó el acercamiento, para contrarrestar la influencia soviética en Medio Oriente. Si todo se redujera a recursos económicos, los enemigos de Israel tendrían una ventaja aplastante. Yemen, Siria, Qatar, Líbano, Irak e Irán, juntos, suman ciento treinta y una veces su territorio y veintiuna veces su población. Y a eso hay que añadir el poder del petróleo.
Para comprender la verdadera fuente de la fortaleza israelí, hay que remontarse a 1948, cuando el Estado de Israel aún no existía oficialmente. En los últimos días del Mandato Británico de Palestina, la ONU aprobó la partición en dos Estados: uno judío y otro árabe, mientras Jerusalén y Belén quedarían bajo control internacional. Los judíos aceptaron, pero los árabes rechazaron el acuerdo y dio comienzo una guerra civil.
Era tal el caos, que los Estados Unidos propusieron un cese del fuego y que la ONU se hiciera cargo del país hasta que se llegara a una solución política. David Ben-Gurión, el líder sionista, sabía que apenas se retiraran los ingleses y los judíos declararan oficialmente la independencia de Israel, no solo tendrían que pelear contra los árabes de fronteras adentro, sino que los atacarían los siete países vecinos. Entonces convocó a Yigael Yadin, director de la Haganá, la organización paramilitar de autodefensa que fue el germen de las FDI, y le preguntó si tenían posibilidades de ganar una guerra.
«Para vos no tiene que haber ninguna consideración política —le dijo Ben-Gurión—. Dame una respuesta puramente militar. No me digas lo que querés, o lo que creés que sería deseable, sino si creés que hay alguna posibilidad de que nuestras fuerzas se mantengan firmes».
Yadin contestó: «Las fuerzas convencionales de los Estados vecinos, con su equipamiento y sus armas tienen una ventaja. Pero no hay que tomar una decisión militar de arma por arma y unidad por unidad. La pregunta es hasta qué punto nuestra gente podrá imponerse ante esa fuerza, considerando la moral, la habilidad de las formaciones del enemigo y nuestro plan táctico. Se ha probado muchas veces que los números y las formaciones no siempre son decisivos».
El Consejo Provisional lo sometió a votación y la decisión de declarar la independencia ganó por 6 a 4. Dos días después nació el Estado de Israel y Egipto bombardeó Tel Aviv. Menos de diez meses después, los árabes fueron derrotados.
Como dijo Yadin, no importaron los recursos sino la gente, la moral, la habilidad y el plan táctico. Pero lo más probable, y ahí quizás esté la clave del poderío de Israel, entonces y ahora, es que no le quedaba otra: si perdía, desaparecía.
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Apenas explotaron los pagers, el mundo se preguntó cómo diablos había logrado Israel detonarlos de forma remota y en masa. ¿Qué clase de brujería era esa? Si bien se sabe que el Mossad posee un dominio tecnológico extraordinario, hacer estallar dispositivos con una simple señal parecía un salto imposible. Además, esta operación planteaba una pregunta inquietante: ¿qué tan vulnerables podrían ser todos los sistemas frente a semejante poder?
Pronto comenzaron a conocerse los detalles. La operación se había puesto en marcha mucho antes del ataque del 7 de octubre, y los pagers modelo AR-924 de la marca taiwanesa Gold Apollo en realidad habían sido fabricados por el propio Mossad en Israel. Dentro de cada uno, la batería ocultaba una pequeña cantidad de tetranitrato de pentaeritritol, más conocido como pentrita, un explosivo químicamente estable en condiciones normales pero capaz de detonar violentamente al exponerse a calor extremo. Además, era casi imposible de detectar, incluso mediante rayos X, ya que su densidad se asemeja a la del plástico o el polvo.
Cómo el Mossad logró infiltrar la cadena de suministro de Hezbolá sigue siendo un misterio, y probablemente lo seguirá siendo por décadas. El pobre Hsu Ching-kuang, fundador y presidente de Gold Apollo, se apresuró a aclarar que su empresa no había fabricado ni vendido esos pagers. Según explicó, la marca fue licenciada a la compañía BAC Consulting, con sede en Budapest.
BAC Consulting estaba dirigida por Cristiana Barsony-Arcidiacono, una misteriosa mujer de cuarenta y nueve años que vivía en Budapest. Barsony-Arcidiacono hablaba siete idiomas, tenía un doctorado en Física y, según dicen quienes la conocían, era una persona solitaria que cambiaba frecuentemente de empleo. Cuando NBC News la contactó para preguntarle por los pagers, ella respondió con evasivas: «Yo no fabriqué los pagers. Solo soy la intermediaria. Creo que se equivocan». Luego desapareció y su madre informó a la agencia AP que estaba bajo la protección del servicio secreto húngaro tras recibir amenazas no especificadas. Poco después, la web de BAC Consulting fue desactivada, y la ruta de los pagers se desvaneció sin dejar rastros.
Israel todavía no reconoció oficialmente su participación en el ataque. El presidente Isaac Herzog negó cualquier vínculo con los hechos. El primer ministro Benjamín Netanyahu, por su parte, fue más ambiguo: «En los últimos días, hemos infligido una serie de golpes a Hezbolá que jamás imaginaron. Si aún no entendieron el mensaje, pronto lo harán».
Ocho días después de la segunda ola de explosiones, mientras Hasán Nasralá miraba en su búnker un discurso de Netanyahu ante la ONU, un avión de combate F-15I lanzó una bomba de novecientos diez kilogramos. El proyectil atravesó los dieciocho metros de concreto que protegían el refugio y explotó, matando a Nasralá junto a Ali Karaki, comandante del Frente Sur, y Abbas Nilforoushan, miembro del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán.
En apenas diez días, Israel había logrado asestar un golpe devastador a Hezbolá, algo que ni siquiera había conseguido durante la guerra del Líbano en 2006.
Sin dejar de ser bestias, que lo siguen siendo, allí ahora compiten también en hacer ataques inteligentes.
El razonamiento del artículo es: se lanza un ataque terrorista indiscriminado y cualquiera que sea víctima de él se convierte en terrorista por arte de hasbara.
Hasta siempre Jor Down. La apologia del genocidio, la limpieza étnica y los crímenes de guerra bien merece una cancelación.
Osea que la defensa de un proyecto político determinado es lo que legítima sus medios ¿No?
Ok. Gora ETA
¿Pero quien ha decidido publicar este artículo? ¿No os da vergüenza? El artículo habla de un acto brutal de terrorismo indiscriminado que provocó múltiples muertos y heridos civiles como si fuera una gran hazaña, de una forma triunfalista y apologética. E, implícitamente, el artículo está aprobando las víctimas civiles como un justificable daño colateral para producir un supuesto bien mayor («solo seis de los muertos eran civiles»). Es indudable que el tono del artículo habría sido muy otro si el autor hubiera sido Hezbolá y las víctimas judías y/o sionistas. Y sí, estoy acusando al autor de doble moral. Es repugnante. Muertos y heridos civiles nunca tienen etnia ni nacionalidad.
El artículo tiene además errores importantes. Los indiscriminados ataques terroristas sionistas del 17-18 de septiembre de 2024 provocaron no 6 sino al menos 12 muertos civiles, entre ellos 2 niños, y unos 4 000 heridos civiles, algunos muy graves. Y hay que recordar que muchas víctimas de Hezbolá no eran combatientes, es decir, se podría considerar perfectamente que eran civiles. Tampoco se explica por qué hay esa enemistad entre sionistas y chiítas libaneses (y árabes en general, de hecho). La descontextualización de este artículo es total. Como sabe cualquiera que esté mínimamente bien informado (es decir, que haya leído algo, sólo un poco, de historia y no de propaganda), los sionistas estaban mucho mejor armados, entrenados y dirigidos que los árabes en 1948-9. De hecho, los sionistas siempre han sido muy superiores a cualquier ejército árabe y han recibido siempre apoyo de grandes potencias occidentales como el Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Alemania o la URSS (esas armas checoslovacas en 1948). Vamos, que la cosa no va simplemente de voluntad, como demuestra también el hecho de que los sionistas hayan llegado a tener más armas nucleares que Francia (el reactor nuclear de Dimona, por cierto, fue proporcionado precisamente por los franceses). Y esto por no hablar que, sobre la guerra de 1948, ni se menciona en este artículo el Plan Dalet y sus masacres y limpieza étnica, en lo que fue el inicio de una ya acendrada tradición en la actividad sionista hasta ahora mismo. Ahí sí hay voluntad. Y blut und boden y lebensraum y untermenschen y hasta Generalplan Ost. Sólo falta el Zyklon-B. Pero ya sé que puntualizar todo esto es inútil, porque a estas alturas cualquiera que siga estando mal informado es sólo porque quiere.
Una muestra clara de la catadura moral del autor del artículo es que ni mencione que el asesinato de Nasralá se hizo sobre un edificio civil de un barrio densamente poblado de una gran ciudad y que provocó al menos 33 muertos, con 195 heridos y decenas de desaparecidos, muchos de ellos civiles. ¿Habría dicho lo mismo si las víctimas hubieran sido judías/sionistas? No tengo yo muy claro que el autor del artículo crea que los civiles árabes son humanos. Porque eso es lo que me indigna del autor de este artículo: su desprecio por los derechos humanos de los árabes civiles.
Este artículo es sólo burda y anticuada propaganda sionista, triunfalista, descontextualizada e implícitamente racista, que parece salida de los años 50, de los tiempos del libro/película «Éxodo». Yo no sé en la Argentina, pero aquí en España publicar algo como esta basura en un medio de calidad es intolerable. En mitad del genocidio de Gaza, además, donde es posible que las víctimas mortales, prácticamente todas civiles, deban contarse por centenares de miles. La diversidad en cuestión de opiniones es siempre bienvenida, pero nunca la apología del terrorismo ni de los terroristas. Que lo haga una revista ultraderechista sería de lo más comprensible, pero no lo es que lo haga una revista cultural como Jotdown, que se supone (supongo yo, vamos) que está a favor de los derechos humanos y en contra del colonialismo, el racismo, el apartheid, la limpieza étnica, las masacres y el genocidio. Y también en contra del terrorismo, supongo. El autor os la ha colado y ahora mismo se está riendo de vosotros.
Veo que el autor de este artículo es un periodista cultural argentino que también se dedica al activismo sionista. Porque basta con ver su cuenta en Twitter/X (dieguez_). Este pasado 7 de febrero, a un usuario denunciando allí la presencia de soldados sionistas en la Argentina («Hay más 10.000 soldados del ejército de ocupación israelí que viajan a Argentina y se hospedan en el lago Puelo. Todos son expertos en manejo de armas, explosivos y tienen sus manos manchadas de sangre de niños y niñas Palestinos..»), el autor de este artículo responde: «¿Para qué tuiteás llorando, poeta? Andá y hacé algo. ¿O sos cagón?». Bueno, dieguez_, pues yo ya te he bloqueado en Twitter/X. Más no puedo hacer, desgraciadamente. Pero Jotdown sí puede: no publicar ningún artículo más de este señor.
Buen artículo. Desgraciadamente las víctimas civiles han sido un daño colateral – o no – en tiempos de guerra desde que el mundo es mundo, no creo que el autor esté justificando nada, mucho menos alegrándose de la pérdida de vidas humanas, pero no deja de sorprenderme cómo algunas personas piensan que puede haber guerras sin víctimas civiles; no puede haberlas, de ahí, entre otras cosas, la atrocidad de las guerras.
Qué escándalo que el autor no denuncia con suficiente vehemencia el asesinato de estas víctimas civiles musulmanes, me rasgo las vestiduras porque no es empático, pero al mismo tiempo te cuelo el comentario con la etiqueta de ultraderechista -porque ni me planteo decir ultraizquierda, no que esos son buenos – y pido que le bloqueen de donde sea porque esto no se puede permitir, no no, la libertad de expresión la que yo determine, cuándo y cómo. En fin.