Cine y TV

‘California Dreams’: señores disfrazados de adolescentes surferos

California Dreams. Imagen NBC.
California Dreams. Imagen: NBC.

Aquel que tenga la desgracia de pasar su adolescencia en California se verá abocado irremediablemente al surf. O a formar una banda de rock. O a ambas. Partiendo de esta premisa, la hermana tonta de Salvados por la campana (comparten creador, productor, y hasta tienen capítulos calcados) logró alargar el chicle durante cinco temporadas. O más bien lo arrastró, a trancas y barrancas, por el fango de los continuos giros de guion, con un trasiego de actores que para mi dormitorio lo quisiera. 

Si a los diez añitos hubiésemos tenido desarrollada la honda mirada crítica que tantos seguidores nos ha conseguido en redes sociales, nos hubiéramos preguntado dónde demonios estaba el rock en todo aquel batiburrillo de grititos y colores chillones. O dónde estaba el surf. O incluso, si me apuran, los adolescentes. Eso era California Dreams.

Porque, como seguramente recordarán, California Dreams vendía aquella idea desde la misma apertura: tras unos acordes blanditos, con cortinilla de estrellas, una vocecita vagamente varonil entona «Surf dudes with attitude». Y entonces recorren la pantalla cinco talluditos señores disfrazados de chavales de los 90. Vale, sí, están en la playa, pero, je, ¿surferos? En algún capítulo aparece de fondo una tabla de surf. Y ya. 

Los protagonistas, cinco amigos con su 20 % de rubias (Tiffani), su 20 % de negros (Tony) y su 20 % de italoamericanos (Sly), van juntos al instituto y además unen sus (dudosos) talentos musicales para formar un grupo. Pero mientras la primera temporada tenía un enfoque mucho más familiar, centrada en los avatares de dos de los protagonistas, a la sazón hermanos, sus padres y un hermano más pequeño, para la cuarta temporada ya no quedará ni uno solo de los miembros de la familia Garrison, como si un mal endémico se hubiese cebado con ellos. Y es curioso, porque el chico, Matt, era el compositor principal de las canciones del grupo, y su hermana, Jenny, la teclista. Pero who cares? Estábamos demasiado concentradas en aprendernos la coreografía del «Saturday Night» de Whigfield como para preocuparnos de la coherencia del guion. 

El drama de California Dreams no cobra intensidad hasta la segunda temporada, cuando los guionistas deciden mandar a la familia Garrison al paro, traer a una estudiante oriental (Sam) y, seguramente influidos por las toneladas de bragas que acumulaba Luke Perry, incluir un personaje motero con chupa de cuero, quien por supuesto resulta ser más blandito que la mierda de pavo. Y así fue como, mientras Scatman John hacía virguerías con sus cuerdas vocales (y su bigote), nosotras nos enfrentamos por primera vez a la disyuntiva Jake Sommers. El arquetipo de chulo con buen corazón, destinado a ser guitarra solista y a arramplar con cuanta enagua hubiere en varios kilómetros a la redonda, hace su primera aparición en California Dreams con una rubia colgada de cada brazo. Encantador y maldito Jake Sommers, paseándose con ese aire de superioridad y tartamudeando a la hora de declararse a una chica. 

Durante setenta y ocho capítulos vimos a Jake, Sam, Tiffani y alguna otra cuota latina (Lorena), enfrentándose a los avatares normales de la adolescencia: suspender un examen, que si me gusta uno, padecer un trastorno de la alimentación, que si me hago un piercing, rebelarse contra la autoridad paterna, que si me gusta el otro, organizar un con cierto, hacerse pandillero, esquivar las collejas por los pasillos… Mención especial merecen el capítulo del dopaje, en el que Tiffani toma esteroides para jugar al voleibol, y el del tabaco, cuando Jake empieza a fumar, se engancha, tiene el mono y decide dejarlo porque se entera de que su tío padece cáncer de pulmón, ¡todo en el mismo capítulo! Huelga decir que, veinte años más tarde del final de California Dreams, gracias al late show de Jimmy Fallon, constatamos que el malote de Jake ha ganado algunas docenitas de kilos, seguramente en proporción directa con la cantidad de pelo que ha perdido, mientras que Matt, el blandito, el buenecito, no solo conserva intactos su atractivo y su cabellera, sino que con los años ha ganado hechuras y actitud. Learn your lessons, girls.

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