
Quizá una de las imágenes más tiernas del imaginario cristiano sea la llamada Virgen de la Leche, en la cual se representa a María amamantando a su hijo Jesús todavía bebé. Pero esta escena no ha estado exenta de polémica en la historia de la Iglesia y, más aún, ha pasado a formar parte, como veremos, de escenas bastante bizarras. Para ver magníficos ejemplos de esta representación, cómo no, nos desplazamos hasta el Museo del Prado, en el corazón de Madrid.
Antes de analizar los preciosos lienzos sobre el tema que penden de las paredes de esta gran pinacoteca, veamos cuál fue el origen de esta iconografía, que, al igual que sucede con otras imágenes (como el Juicio Final) es una herencia de la cultura egipcia. Así nos tenemos que remontar a la tríada más famosa del país del Nilo: la formada por Osiris (el padre), Isis (la madre) y Horus (el hijo). Pues bien, allí tenemos ya ejemplos de Isis sentada dando de mamar a su hijo Horus en su regazo. Es la llamada Isis Lactans. Pero este no es el único precedente: en la mitología griega tenemos también el ejemplo de Hera, quien amamantó a Heracles y con la leche que manó de su pecho se formó la Vía Láctea. Así que tenemos que la Virgen de la Leche cristiana es una reinterpretación de mitos más antiguos egipcios y griegos.
Su paso al imaginario al cristianismo fue temprano, a través del mundo copto. Y esto es así porque el patriarca Cirilo de Alejandría defendió la divinidad de María y una imagen suya amamantando al Creador reafirmaba su importancia. Del Egipto copto pasó al mundo bizantino quedando fijada su iconografía con el nombre de la Galaktotrophousa (en griego, Γαλακτοτροφούσα), que significa literalmente «la que amamanta».
Su imagen cobrará importancia en el catolicismo ya en el románico y en el gótico, donde la representación de la Virgen de la Leche adquiere un papel central en la iconografía cristiana. Durante el románico, su imagen reflejaba una espiritualidad más austera, con la Virgen como un símbolo de la Iglesia madre y nutricia, que ofrece no solo alimento físico, sino también espiritual a través de Cristo. Con el paso al gótico, esta representación ganó en humanidad y emotividad, mostrando a una Virgen más cercana y maternal, con gestos más tiernos y expresivos. Estas representaciones no solo buscaban inspirar devoción, sino también reforzar la humanización de lo divino, un concepto clave en la teología medieval. Las esculturas y frescos que muestran a María amamantando al Niño Jesús se multiplicaron en catedrales y monasterios, especialmente en Francia, Italia y España, convirtiéndose en un símbolo de la intercesión maternal de María y de la conexión entre lo divino y lo terrenal.

La imagen de la Virgen de la Leche llegó a América con los conquistadores y misioneros españoles durante la colonización. A través del sincretismo religioso, la advocación fue adaptada en diferentes regiones, donde adquirió rasgos locales, fusionando la iconografía cristiana con elementos indígenas. Esta representación, que simboliza la maternidad divina y el acto de alimentar tanto física como espiritualmente, se popularizó especialmente en regiones como México, Perú y Colombia.
En América, destacan las representaciones de la Virgen de la Leche en lugares como la Iglesia de San Francisco en Quito (Ecuador), donde su imagen está relacionada con el arte barroco quiteño, y en Chiquinquirá (Colombia), donde la Virgen es venerada como protectora de la región. Además, en algunas zonas de México, como en el estado de Oaxaca, la iconografía de la Virgen amamantando al Niño Jesús se integra con elementos de la cosmovisión local, creando una devoción profundamente enraizada en las comunidades indígenas.
Es en este punto donde debemos trasladarnos al Museo del Prado, donde tenemos un buen número de obras de esta temática de distintos períodos, desde el gótico hasta la Edad Moderna.
El primer ejemplo y de gran valor es la llamada Virgen de Tobed, datada en el siglo XIV. Se trata de una singular imagen en la que el Niño Jesús agarra el pecho de su madre para amamantarse. Lo peculiar de esta tabla es que en ella figuran también los donantes Enrique II de Castilla, su mujer, Juana Manuel, y dos de sus hijos, por lo cual tiene también importancia como documento histórico. Es obra de Jaume Serra, un pintor del ámbito catalán, sin duda el territorio donde contamos con obras de mayor calidad en el estilo gótico. Otros ejemplos reseñables algo posteriores a este son una pieza del maestro de don Álvaro de Luna y otra de Jan Provost, realizadas a finales del siglo XV y comienzos del XVI. Frente a la rudeza de la tabla gótica, estos dos ejemplos, en los comienzos del Renacimiento, presentan mucha más delicadeza en el tema. Aquí la Virgen ofrece el pecho de forma muy tierna al niño.
Si nos damos cuenta, estamos tocando un tema que pese a ser un gesto de amor maternal, fue pronto visto por los estamentos eclesiales como algo indecoroso. Parece que el hecho de que la Virgen mostrase un pecho iba contra las reglas del puritanismo católico. Así, en el Concilio de Trento, en donde la Contrarreforma quiso dar una respuesta contundente a los protestantes, el tema de la Virgen de la Leche fue vedado y se tachó de indecoroso. Muestra de las influencias tridentinas tenemos en el Prado una obra de primer nivel: La Virgen de la Leche de Luis de Morales, datado en esta ocasión en 1565. Aquí el tema de la lactancia está tratado con muchísimo celo: la Virgen no tiene el pecho descubierto sino que lo cubre una tela y unas gasas. Mientras, el Niño Jesús, alarga su manita y la introduce por una ranura en los tejidos de su madre para tomar su alimento. Así que aquí tenemos una variante de esta representación puritana a más no poder.
Pero aquí no acaba la historia del amamantamiento de la Virgen. Y es que la leche de María no solo fue alimento para Jesús, sino que hay varios pasajes de la historia de la Iglesia católica que nos narran una serie de episodios de lo más bizarro: la Virgen lanzando leche de su pecho para amamantar a algunos santos, supuestamente para reconfortarlos con su alimento maternal. Los santos afortunados con este don fueron san Bernardo, san Agustín, santo Domingo y san Cayetano. De esta extraña alimentación tenemos ejemplos también en el Museo del Prado. El más antiguo es La Virgen de la Leche con el Niño entre san Bernardo de Claraval y san Benito de 1410-15, en el que aparece la Virgen con el nicho en su regazo y los santos uno a cada lado. La Virgen y el niño, a la vez, presionan el pecho materno para que fluya el líquido lactante que cae por los aires hasta llegar hasta la boca de san Bernardo de Claraval, fundador de la orden del Císter. De este tema, ya en el siglo XVII, contamos con uno de los lienzos más famosos de esta temática: San Bernardo y la Virgen de Alonso Cano. Aquí el fluido materno cruza de nuevo la composición, desde el pecho de la Virgen hasta san Bernardo que, en éxtasis, goza del don divino de la Virgen.

El último ejemplo que vamos a citar es el de Murillo, titulado San Agustín entre Cristo y la Virgen, fechado en 1664. Aquí san Agustín se encuentra en medio de la escena, y a su diestra aparece Cristo en la cruz y a su siniestra la Virgen María. Lo singular, de nuevo, es que la Virgen muestra uno de sus pechos del que sale un hilillo de leche que, esta vez, se pierde en el aire, aunque figuradamente llegaría hasta el santo para proporcionarle el alimento divino.
Pero si nos fijamos, el tema de la lactancia de los santos perdura tras el Concilio de Trento. ¿Acaso los próceres eclesiásticos que se reunieron para la Contrarreforma toleraron que la Virgen amamantase a los santos pero no a su propio hijo? Desde luego llama la atención.
Pero aquí no acaba la cosa. Hay otra historia en que la leche de la Virgen cumple otra función divina: ayudar al tránsito de los pecadores al Cielo. Así lo podemos ver en el lienzo titulado La Virgen y las ánimas del Purgatorio de Pedro Machuca de 1517, en la que la Virgen enseña los dos pechos y los aprieta (el Niño Jesús también ayuda con el pecho izquierdo) y así fluyen dos hilos lactantes que van a parar a las almas que sufren en el Purgatorio. Esto nos da la idea de que la leche materna de la Virgen tiene también la propiedad de aliviar a los pecadores en sus tribulaciones y les ayuda a alcanzar el Cielo.
Desde luego, el tema de la Virgen lactante ha dado mucho que hablar en la historia del cristianismo, como hemos visto. Merece la pena pasarse por el Museo del Prado para ver todas estas versiones del tema, siempre de primer nivel, ya sean escenas tiernas de una madre que alimenta a su hijo, o escenas extrañas inventadas por la imaginación y las leyendas cristianas.