
Duermen las mujeres de la casa
y vengo a borrar.
Esto era más largo,
contaba cosas
que no le importan a un poema.
(«Las mujeres de la casa», de Luis Chaves)
Un poema también se puede escribir así, borrándolo todo después de un primer momento que imaginamos incontinente, dejándole al lector el trabajo por hacer: el escritor ya ha hecho el suyo.
Porque la escritura es una forma de la jardinería. Poda y escamonda.
A esta altura el poeta domina el oficio y sabe bien que no todo debe ser contado porque los poemas no se llenan con cualquier cosa. Está el ritmo y están las palabras, sí, pero no cualquier palabra. A esas de las que están hechos los poemas hay que ir a buscarlas, a donde sea que estén. Y eso es un trabajo, el de poeta.
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No se suponía que Luis Chaves fuera escritor. Nació en San José, Costa Rica, en una casa como tantas. Cada día la madre salía a trabajar y dejaba al hijo con su abuela. ¿Cómo hacer para que aquel niño no interfiera en las tareas domésticas? Pues que aprenda a leer. No hay libros en la casa, está el periódico y allí están sus primeras lecturas, hechas de accidentes y guerras y catástrofes: «Hambruna en Bangladesh». Al niño le gusta leer, descubrieron todos muy pronto en la familia. Así se fue armando el recuerdo en la cabeza del poeta —suponiendo que hay una localización corporal para los recuerdos y que está en la mente o el cerebro, en fin, en lo que queda por arriba del cuello— y así lo cuenta.
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«Sería más fácil si hubieran estado ahí, pero me toca contarles». Es una gran frase de Luis Chaves y es una gran frase porque muestra, a la vez, dos imposibilidades: a) la de las palabras para dar cuenta de la experiencia y b) la del escritor de quedarse callado.
¿Cómo resistirse a la pulsión de contar aun cuando sabemos que el lenguaje es insuficiente?
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No estuvimos ahí, por eso el poeta deberá contarnos lo que pasó. Al niño le gustaba leer y aparecieron los primeros libros, después el colegio y la conciencia —tal vez esto lo esté construyendo la memoria— de ser no solo uno de esos freak a los que les gusta leer sino de los que dan otro paso: querer escribir y publicar. El joven poeta escribía en secreto. Hacía las cosas de varón que había que hacer y no había espacios con quien compartir lo que la literatura le estaba comenzando a dar, entonces el joven varón poeta estudió Economía Agrícola en la universidad, obtuvo su título, consiguió un empleo y dinero para darse cuenta muy pronto de que aquel deseo seguía ahí.
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«Siempre cuento esta historia y la adorno un poco desde la literatura. Cuando, dos años después de ejercer la economía agrícola, le digo a mi padre que iba a abandonar la carrera porque yo en realidad escribía poesía, esto fue lo primero que me preguntó: «¿Sos gay?»».
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Ring side
Fue la mejor pelea de Alí
o de Cassius Clay, como él lo llamaba,
negándose a aceptar
su recién adquirido nombre musulmán.
Ese negro levantaba los guantes
y convertía el cuadrilátero
en una pista de baile.
Años después comprendí
que ese fue mi encuentro inicial con la poesía.
Entre el quinto y sexto round
papá bajó su guardia por primera y última vez,
sin dejar de ver la tv. Dijo:
no me iba a casar con su máma
aunque usted ya había nacido,
estaba enamorado de otra.
En el álbum familiar
tengo un viejo fotoposter de Alí
justo cuando noqueaba a Foreman en Zaire.
Es mi foto preferida de mamá.
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No se puede manejar la frustración familiar. Las decepciones son mutuas, van y vienen, nadie es quien debiera ser en una familia; ese mundo de los afectos es campo minado. Transcurrían los años noventas y el joven poeta de entonces no se parecía en nada al Luis Chaves que vino después —a los sucesivos que fueron llegando detrás de un personaje/narrador con idéntico nombre al autor—, capaz de desencadenar imágenes y emociones a partir de un pequeño grano en la rodilla que se vuelve cicatriz. No. El aspirante a poeta leyó a César Vallejo y se le pegó su voz: «Escribía vallejiano, hiperdegradado, imposible de imitar». Vallejiano fue su primer libro y fue a mostrárselo a su madre, orgulloso, sin sospechar que aquella primera crítica sería decisiva para su carrera.
—No entiendo nada de lo que dice ahí pero, si esto es lo que usted quiere hacer, yo lo voy a apoyar.
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Cuando la madre de Luis Chaves murió, el poeta tardó más de dos años en escribir sobre ella. Ese personaje siempre presente en su escritura —como las otras mujeres de la familia, esas mujeres que habitan y marcan las casas con su presencia— no dejaba asirse del todo: «De lo poco que hablamos/
queda lo que no se dijo».
Time present and time past
coinciden tal vez en time future.
Eso no te importa, quizás esto sí:
en casa enhebro yo.
«Pa, coseme estas medias»,
me dicen de salida
sin mirar y sin saber
que así te invocan.
En el pulso firme y la puntada lenta,
en la frontera del dedal, en la fuerza
exacta, ni un poco menos ni
un poco más, que tensa el hilo
para remendar lo que se rasgó.
¿Son las prendas rotas de tus nietas
dos cosas a la vez? ¿Son en simultáneo eso
y lo que evocan?
¿Que me deje ya de palabrejas?
Ese arpón minúsculo
une más que un apellido.
El mundo de la madre, «esa mujer educada para ser mujer en Centroamérica», está hecho con agujas, hilos y alfileres en una lata de galletas danesas, con el crujir de la madera a su paso, con la boca del horno que habla por ella. Pero esa es la madre que canta el poeta —ese que sueña con escribir canciones—, el escritor Luis Chaves dice que aquella vez la madre habló y el hijo supo que, si quería ser poeta, debería escribir con sus palabras, aquellas con las que se había criado en una casa de Zapote, a las afueras de San José, con el olor de los cítricos que llegaba desde el patio.
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«No entiendo nada de lo que está ahí, dijo mi madre y eso me pegó durísimo, me trajo a tierra y me hizo preguntarme para quién iba a escribir. Fue como decir: vos sos de aquí». Había que buscar la voz propia. No sería la de Vallejo, no sería, definitivamente, la de toda esa poesía «españolizante» de los programas escolares, sería una voz con el ‘vos’ tico y ya no con ese ‘tú’ que se le había colado a fuerza de imaginarios y tradición en aquel primer libro que su madre no entendió. Ese voseo que se usa en Costa Rica —y en Uruguay y en Argentina y algunos lugares de Colombia y en alguna partecita de Nicaragua— no es una desviación, el lenguaje no sabe de líneas rectas, sino la voz del día a día hecha con escobas y baldes, el olor de la albahaca colándose por la ventana, los cigarrillos mentolados, la ropa por tender y que puede usarse, también, para preguntarte quién sos.
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antes le temía a las palabras pequeñas
escarbaba el lenguaje gordo de la sensatez
*
La literatura de Luis Chaves está hecha con palabras pequeñas que generan imágenes instantáneas. Polaroids que suelen partir de los recuerdos. ¿O será la memoria? Sabemos que no son lo mismo. ¿De qué hay recuerdos? ¿De quién es la memoria?, se pregunta Paul Ricoeur y nos deja la duda sobre esa extraña relación entre el objeto y el sujeto. ¿Acaso puede haber recuerdo más allá de quien rememora, despojado de su imaginación y de esas trampas que van tejiendo el tiempo y el lenguaje? Los recuerdos son mucho más que la representación presente de una cosa ausente, son punto de partida y movimiento, son anclaje y cadencia. Las imágenes evocadas del devenir cotidiano se dejan ver en el lenguaje sin forzar las palabras.
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Son los 90,
solo el cassette de Pavement
(regalo de Kira Strong)
para cruzar Centroamérica en bus.
*
El poeta dejó de ser joven y ya lleva muchos (pero, ¿cuántos son muchos?) libros publicados: poesía, crónica, novela, artículos (pero, ¿importan los géneros?). No ha pensado cómo quería escribir más allá de aquel sacudón al ego literario inflamado que le dio su madre y que le permitió trabajar su voz para que ella pudiera entenderla, es decir, reconocerla. No confía en la inspiración porque, dice, no sabe lo que es. No ha pensado, entonces, ni se ha trazado un plan ni ha encontrado un camino al modo en que los mineros encuentran una veta de carbón y saben que deben seguirla para tener éxito. No delineó un recorrido pero, si ahora vuelve la vista atrás, puede reconocer los mojones que ha ido dejando plantados, las huellas de sus propios pasos que, en el caso de un escritor, pueden rastrearse en cada página publicada. En todas está Luis Chaves: «el único personaje del que puedo decir cualquier cosa».
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La pregunta es:
¿seré tan estúpido
como la música que me gusta?
(…)
y la música que escucho
aún no supera la inutilidad
de escribir en verso
lo que a todas luces es prosa.
Alguien tiene que decirlo:
más que literatura,
esto es deforestación.
*
«Lo que a todas luces es prosa». El poeta escribe que lo suyo no es poesía.
«Más que literatura, esto es deforestación». El poeta habla de deforestación y los lectores vemos terreno fértil. Es solamente el arte de la jardinería literaria: podar y talar en busca de lo esencial.
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Hay, por lo menos, dos Luis Chaves. Está el hombre público que se fue construyendo con el escritor («en una época fui ese personaje zurdón, peleón, exagerado, a veces me he pasado, si leías el blog decías este mae es maoista, pero fueron los 2000, ya no soy ese») y da entrevistas y conferencias, que da clases en la universidad y lee, a veces, sus poemas en los que podemos conocer al otro: el personaje de sus libros, el que mira las fotos viejas y las pone a andar en las calles de San José, el niño que ve una mancha de sangre con forma de mariposa y descubre en ella la muerte, el que busca desesperadamente la ligereza de una canción, el que trae a la prima flaca y la prima gorda embadurnadas de bronceador sobre la arena, el que duerme pendiente de un milagro, el que sabe que dios comete errores e intenta remediarlos con Bach o Modigliani, el que habla del amor cuando ya se ha ido, el que sacrificaba animales antes de imaginarlos, el que juega al bingo, el que encuentra una máquina de hacer niebla, se distrae con una anciana en camisón y se siente viejo ya a sus treinta, el que arregla la casa en la que vivió aquel niño que aprendía a leer los titulares del periódico con su abuela para instalar al poeta en el que se ha convertido.
«El Luis Chaves de la literatura no me cae tan mal», dice el poeta.
*
Luis Chaves sabe que algunas cosas son lo que parecen y su escritura se rinde ante la evidencia. No todo será dicho, no todo tiene por qué decirse, no son suficientes las palabras y sin embargo seguimos usándolas.
*
La maleza crece
cuando dejamos de mirar.
Los años se acumulan
mientras nos ocupamos de la maleza.
Aprender esto nos tomó
más tiempo del que hubiéramos querido.
Los textos de Luis Chaves citados pertenecen a las obras Falso documental, poesía completa 1997-2016 (Seix Barral, Buenos Aires, 2016), Vamos a tocar el agua (Seix Barral, Buenos Aires, 2017, Los tres editores, España, 2021), Fuera de la gravedad (Ediciones Overol, Santiago de Chile, 2022).
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Vaya con esta novedad jotdunesca que se apela a los recuerdos volátiles de las palabras que gestaron de la incertidumbre maternal un poeta, esos tipos que viven en la literatura y no en la vida real, como Pedro, el de los lobos que, para mis adentros no era un pícaro y mucho menos un mentiroso, pues los lobos existen, solo que los avisados llegaban siempre tarde, y además carecían del sentido del humor; ellos, no los lobos. Que vivan los Pedros del mundo aunque anden con tijeras de podar, de palabras o de yuyal. Gracias JD.