Humor

Masoquismo radiofónico o el placer culpable de los hatersfanes

musica electrica de fondo antiguo retro

Somos criaturas extrañas. Nos dejamos los tímpanos escuchando a periodistas que nos crispan las neuronas y nos dilatan la vena de la frente. Encendemos la radio como quien enciende la freidora sin tapa, sabiendo que nos va a saltar el aceite hirviendo en la cara, pero con el morbo de ver si hoy nos deja marca. Hay quien enciende la radio con la misma entrega con la que algunos se atreven con un sushi comprado en Carrefour: por el puro deporte de desafiar al sistema digestivo. Y no es una metáfora al azar: lo que hacen algunas voces en la radio con nuestras entrañas mentales es equivalente a ingerir wasabi por la nariz.

Comencemos con el oráculo de la bilis, Federico Jiménez Losantos. Su audiencia está dividida en dos tipos de oyentes: los que se lo creen todo y lo anotan en libretitas con la caligrafía de un psicópata, y los que lo odian con la intensidad de los dioses del Olimpo. Pero ahí están, fieles cada mañana, como quien le da al botón del electroshock sabiendo que duele, pero queriendo comprobar si esta vez el experimento da un resultado distinto. El fenómeno tiene nombre: masoquismo mediático. Según los psicólogos evolucionistas, es una derivación de la tendencia humana a buscar amenazas para mantenerse alerta. Escuchar a Losantos es como vigilar a un mono con navaja: no sabes cuándo te va a rebanar el pescuezo, pero te parece irresponsable mirar hacia otro lado.

Losantos, no obstante, es un verso suelto y está, desde hace tiempo, libre de sumisiones y falsas lealtades. Lo mismo le pega una bronca a Bertín Osborne por fallar en la paternidad tardía que pone a parir al Rey Emérito. Los hatersfanes de Losantos reciben con frecuencia descargas de oxitocina cuando el ínclito locutor dice cosas desde el sentido común independientemente de la ideología que subyazca. A cambio, tienen que permanecer impávidos ante la repetición continúa de sus historias de abuelo cebolleta que acompañan sus disertaciones y que sus colaboradores habituales reciben con la naturalidad de quién las escucha por primera vez. Losantos es único como una tormenta de verano que te arruina el picnic, pero te deja el cielo limpio: impredecible, excesivo, molesto… y absolutamente necesario.

En el otro extremo del cuadrilátero sonoro tenemos a Angels Barceló, que convierte la cobertura política en una especie de reiki informativo para los fieles de la flor en mano. Pase lo que pase —corrupción, pactos oscuros, ministros de fiesta en un parador— Barceló lo recubre con una voz de terciopelo como quien echa azúcar glass sobre un mojón. A sus oyentes no les importa que les den gato por liebre siempre que el gato venga envuelto en papel celofán y con la música de fondo de Ludovico Einaudi. Los que la detestan, en cambio, la escuchan con el gesto torcido, como quien ve a su cuñado meterle ketchup a un solomillo de wagyu: por el puro placer de indignarse con argumentos.

Carlos Herrera merece su propio estudio clínico. Fue el galán del mediodía conservador, el reportero más dicharachero de la derecha moderada con voz de cigarro Davidoff y cuerpo de dry martini. Sus oyentes más críticos, esos que le escuchaban solo para indignarse entre sorbos de café torrefacto, vivieron un colapso de identidad el día que Herrera —en pleno uso de su libertad de giro narrativo— decidió hablar bien de Zapatero. No de forma irónica, no con sorna, sino con una sinceridad que desarmó más que mil editoriales. Se escucharon crujidos de vértebras en toda la península. Hubo quien tuvo que sentarse. Otros, más emocionales, experimentaron lo más parecido a un orgasmo político involuntario. Fue como ver a Darth Vader salvando un huerto ecológico. Una cosa inexplicable, placentera y levemente desconcertante.

Julia Otero, por su parte, ha convertido el escaqueo en arte. Su frase «uhmm, ya, mejor lo dejamos» debería estar registrada como marca de agua emocional. Con ella esquiva cualquier conversación que empiece a oler a fascismo vintage como quien aparta un plato que se ha quedado fuera de la nevera. Tiene la elegancia de una anfitriona que no quiere arruinar la cena mencionando que hay una cucaracha en el postre. Julia no confronta: amortigua. Si el tema apunta a lugares pantanosos, ella despliega su burbuja de compostura catalana y mueve la conversación hacia terrenos más aptos para el horario protegido. Sus oyentes agradecen esa cortesía radiofónica, ese saber estar de quien sabe cuándo no conviene mancharse las manos. Porque si algo domina Otero, es el arte de decir sin decir, de interrumpir sin interrumpir, de censurar con una sonrisa.

Y luego está Rafa Latorre, el hombre que al parecer se despierta cada mañana con un dosier de agravios personales firmados por Pedro Sánchez y encuadernados en cuero rojo. Escuchar a Latorre es como entrar en una dimensión paralela donde todo lo que acontece sucede como consecuencia directa de un acto criminal del presidente del Gobierno. Suben los alquileres: Sánchez. Baja el nivel del pantano de Buendía: Sánchez. Te pican los mosquitos en septiembre: Sánchez. Rafa lo tiene claro, y lo explica con una voz serena y estructurada, como quien lee el parte meteorológico del apocalipsis. Tiene la habilidad de hilar tragedias con una fluidez que haría palidecer a Esquilo, pero sin coros griegos y con mucha más sorna.

Lo glorioso no es lo que dice, sino cómo lo dice. Cada frase está calibrada con precisión de francotirador, como si llevara un puntero láser apuntando a la dignidad presidencial en todo momento. Si un día Pedro Sánchez salvara a un preadolescente de ser atropellado por mirar la pantalla de su móvil, Latorre abriría el programa denunciando una maniobra populista intolerable que pone en riesgo la neutralidad de los pasos de cebra. Su capacidad para reinterpretar la realidad desafía los principios básicos de la física: logra que un hecho y su contrario sean culpa de la misma persona. Es sin duda, quién eleva la crítica torticera a la categoría de arte sacro.

La ironía es que, detrás de cada oyente indignado que le escucha para luego soltar improperios entre tostadas, hay un pequeño Rafa interior deseando tener esa claridad de narrativa. Porque, digámoslo ya: Rafa Latorre es el Apple de la indignación conservadora. Caro en argumentos, pulido en estilo y con una legión de hatersfanes que lo critican mientras secretamente desean tener uno en casa.

Y ahí los tienes a todos, magníficos, rotundos, imprescindibles. Federico, Angels, Carlos, Julia o Rafa. Un quinteto de voces que no solo llenan el espacio de radiodifusión, sino que moldean nuestras emociones, nuestras rutinas, nuestros desayunos y hasta nuestras úlceras. No importa si les amas o les odias: están ahí, dentro de nuestro transistor como dioses paganos con línea directa al subconsciente colectivo. Escucharles es un deporte nacional, una terapia de grupo sin terapeuta, una misa laica con opinadores como apóstoles y oyentes como feligreses cabreados. El periodismo radiofónico en España es genial. No porque informe, que sin duda lo hace, sino porque logra lo imposible: que millones de personas se levanten cada día buscando cabrearse con alguien… y lo consigan

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13 Comentarios

  1. Que el gañán tiene abducido al personaje que ha destilado este artículo lo demuestra que no dedique una letra a Angels y otros de «loSer».

    Hay más verdad en un editorial de los hediondos de FJL que en una palabra de la susodicha, a partir del Buenos días nada es de fiar.

  2. Huyo de las tertulias políticas radiofónicas como de la peste alto medieval, independientemente de su orientación política. Encender la radio para reírte en la cara del peligro dejó de ser una opción para mí hace muchísimo tiempo (autoflagelaciones, las justas). De hecho, ni siquiera me atrevo a probar suerte con los programas musicales que en otros tiempos sustentaron mi culturilla musical. Me falta valor para afrontarlos y descubrir que mis incombustibles gustos musicales y los que se estilan en la actualidad, son totalmente divergentes.

  3. Creo que la última esquina del cuadrilátero mañanero debería ser Carlos Alsina más que Rafa Latorre. Es más, creo que describes más a Alsina que a Latorre en ese párrafo.

  4. Heriberto

    Curas y monjas.
    Sobre todo en la radio COPE y en la radio Ser. La primera de la Iglesia Católica española; la segunda de la Iglesia Progre española. Dos coñazos.

  5. Me falta el de Radio Nacional y su «Buenos días, España»

  6. Maestro Ciruela

    Ha resumido usted en unos precisos párrafos, exactamente lo que pienso al respecto. Se lo agradezco con sinceridad porque me ahorra parte del trabajo.
    Y ahora, referente a Carlos Herrera, le recuerdo haciendo radio en Barcelona en los 80, en un programa hecho al alimón con José Manuel Parada, aunque ahora parece que nunca se hayan tratado o ni siquiera conocido.
    Creo recordar que era un magazine en las horas centrales de la mañana y era bastante divertido. Curiosamente, hay que ver cómo son las coincidencias, venía a continuación de ellos, Julia Otero. Ninguno de los tres había alcanzado aun, ni de lejos, el status al que después accederían.

    • Maestro Ciruela

      Por motivos que no se me alcanzan, esto era una respuesta para JL, pero aparece ahí. En fin…

  7. Maestro Ciruela

    Señor Ledesma, me ha parecido divertidísimo el enfoque que ha dado a su articulazo. Aunque si he de ser sincero, no reconozco en su labor a más de la mitad de los que menciona porque hace más de 25 años que no escucho la radio por los motivos aducidos más arriba por JL. De cualquier modo, la «culpa» de que haya leído hasta la última palabra, es estrictamente suya. Saludos.

  8. Muy bueno Hipólito. No conocía a Rafa Latorre hasta que tuve ocasión de escucharle una tarde, y ni una más. Lo has clavado. A Angels no la escucho aunque hoy precisamente ha sido defenestrada, seguramente para poner a otro Antonio Caño al frente de Prisa. Soy más de Julia Otero y de la pluralidad de opiniones.

  9. Jose Andres

    Este ex-país ha llegado al punto inaguantable de considerar humor únicamente si el monologuista o juntaletras (como es el caso) le atiza por todos lados a lo que pueda parecer de derechas y es sumiso y condescendiente con los presuntos periodistas de presunta izquierda. Por lo demás, el nivel medio del periodismo español (político, deportivo, social…) es no bajo, sino nivel sótano.

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