
Hace unos días, el escritor Kirmen Uribe publicaba en El País un artículo titulado «Todo lo que amamos», en el que narraba su experiencia desde su llegada a Estados Unidos en el año 2018 y lamentaba el progresivo deterioro del país. Uno de los enunciados en torno a los que gira su artículo es que «El éxito de una democracia no depende solo de la gestión: necesita utopías», y que solo recuperando ese impulso visionario Estados Unidos podrá volver a ser lo que fue.
La tesis suena bien. Como tantas cosas que suenan bien pero ya no significan nada.
Cuando Uribe llegó a Nueva York, el país ya sufría una caída en picado. Lo que conoció Kirmen Uribe, como tantos otros que llegaron en aquella época, no fue Estados Unidos, fue un campamento de verano woke que se ha envenenado a sí mismo y no ha sabido dar respuesta a problemáticas prioritarias. El sistema sanitario siempre ha estado privatizado en casi su totalidad, la educación pública ya estaba rota, las universidades se sostenían sobre una mezcla de deuda estudiantil y simulacro ideológico, y la precariedad se había normalizado como estilo de vida. Yo llevaba ya casi dos décadas viviendo aquí cuando él llegó, y lo que él presenta como decadencia fue para muchos de nosotros simplemente la continuación lógica de un desmantelamiento largamente anunciado.
Me entristece que Kirmen Uribe no nombrara ese desmoronamiento entonces, tal vez porque pasó convenientemente desapercibido. O quizá porque, como muchas personas vinculadas a los departamentos de humanidades en universidades de élite, resulta tentador refugiarse en la estética del lenguaje cuando la realidad abruma. No se trata de culpas individuales, sino de comprender cómo ciertas dinámicas —a veces sutiles, otras brutales— nos envuelven hasta convertir lo inaceptable en rutina. El prestigio, los sueldos desproporcionados, la sensación de estar a salvo, incluso algo tan elemental y humano como el deseo de ser reconocidos: todo eso puede llevarnos a confundir privilegio con mérito. Es fácil convencerse de que un salario de seis meses en Nueva York, impartiendo apenas cuatro horas de clase a la semana ––un sueldo con el que podríamos vivir dos años en España––, es un salario que merecemos. A veces, el mundo académico se parece al fútbol profesional: se paga por el aura, no por la función, y uno termina creyendo que ese precio refleja su valor. Pero no lo hace. Es, simplemente, el viejo error de confundir valor con precio. También yo estuve ahí. Pero hubo un momento en que esa comodidad empezó a pesar más de lo que ofrecía. El contraste entre el discurso académico y la crudeza del mundo exterior era tan violento que empecé a preguntarme cómo regresar a casa indemne, sin sentir que algo se me había roto por dentro.
Uribe se pregunta si sus hijos podrán acceder a las mismas oportunidades que los educados bajo el amparo de la élite. Siempre me ha fascinado esa izquierda que proclama lo público mientras suspira por lo privado. Me pregunto: ¿Esa es la gran pérdida?, ¿el dolor muy implícito en el texto de dejar de formar parte de la casta cultural ilustrada?, ¿de no poderse sentar en los seminarios de la Universidad a debatir sobre Derrida o Jack Halberstam mientras en ese preciso momento se muere una persona joven por no poder pagar la insulina? Personalmente, no me preocupa si mi hija irá o no a una Ivy League. Me hago otras preguntas, por favor, miren el mundo. ¿Podrá mi hija, nacida en Nueva York, aprender a ser una buena persona en un mundo donde la agresión se presenta como única vía de supervivencia?, ¿qué herramientas morales, qué instrumentos de resistencia afectiva le quedarán para defenderse sin destruirse?, ¿cuál será el precio que tendrá que pagar para dormir tranquila tratando de hacer el mínimo daño posible?, ¿tendrá que elegir entre la destrucción propia o la ajena?
Uribe menciona figuras queer, símbolos culturales, escasos nombres (pero todos académicamente rentables), términos como «masculinidad tóxica», salpicados aquí y allá, como si citar diversidad fuera sinónimo de ejercerla. Más de lo mismo. Más de lo que nos ha traído aquí. Como si pronunciar ciertas palabras en público bastara para conjurar la injusticia estructural. No hay análisis, no hay dolor verdadero, no hay cuerpos, no hay datos. Solo fantasía y una nostalgia abstracta por un país que, en realidad, nunca funcionó como él soñaba. Porque el sueño americano —cuando existió— fue siempre selectivo. Y quienes más lo defendieron fueron casi siempre los menos dispuestos a ver sus fracturas.
Durante los años que él define como de «esperanza», ya había millones de personas sin acceso a atención médica básica. En 2018, cerca de 27 millones de personas en Estados Unidos no tenían seguro médico porque no podían pagarlo, según datos del U.S. Census Bureau. La desigualdad racial era brutal: según los CDC, una mujer negra tenía 3,2 veces más probabilidades de morir por causas relacionadas con el parto que una mujer blanca. La deuda estudiantil ascendía a más de 1,5 billones de dólares y los suicidios juveniles aumentaban: en 2018, el suicidio fue la segunda causa de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años. Los desalojos masivos, las deportaciones, los tiroteos escolares y la gentrificación descontrolada no eran una amenaza futura, sino una realidad diaria. Se podría argumentar que una no está al tanto de las estadísticas. Pero sí vimos el humo, lo olíamos, salíamos a la calle y pisábamos la miseria. Vimos las redes colocadas en los espacios abiertos de las bibliotecas para que los estudiantes, si saltaban, no lograran su objetivo: quitarse la vida.
Ya entonces el país se sostenía sobre una lógica extractiva y desalmada. La caída no comenzó con Trump. Ni con la pandemia. Ni con la guerra cultural de los últimos años. La caída comenzó mucho antes, y se consolidó cuando la izquierda académica y algunos medios de comunicación decidieron sumarse al hecho de que la retórica era más cómoda que la lucha. Cuando se renunció a mirar la realidad, y se optó por reciclar un discurso inclusivo que ya no incluye nada. Esa izquierda universitaria, inútil en el sentido más literal de la palabra, muy (mal)educada, progresista de papel es la que construyó el decorado en el que ahora Uribe escribe sus lamentos, que también son los míos, pero hay una diferencia: si no te sales del sistema que por un tiempo te enriqueció pero que ahora te está pidiendo la cuenta, no hay lugar para llorar. Insisto, yo también estuve ahí. Pero salí; salí para poder escribir artículos como este, para poder reclamar mi derecho a la queja. Uribe no ha salido de la dinámica que fingió que Estados Unidos puede salvarse con metáforas, sin tocar las estructuras. Es parte de la misma academia que renunció a confrontar el poder real, y optó por reciclar un discurso inclusivo que ya no incluye nada. Muchos de sus miembros han hecho carrera escribiendo sobre el dolor de otros, pero sin ensuciarse jamás con ese barro. Convirtieron la precariedad en objeto de estudio, el sufrimiento ajeno en ponencia, la otredad en medalla para autofestejarse. Y por todo esto les pagaban. La estética del compromiso sustituyó a la ética de la acción. El testimonio fue domesticado. La palabra «cuidado» fue vaciada por quienes jamás cuidaron a nadie.
Lo grito: No, Estados Unidos no necesita utopías. Necesita verdades incómodas. Necesita que quienes se beneficiaron del espejismo reconozcan su parte en la ficción. Que admitan que lo que parecía estabilidad era ya un campo minado de desigualdad, y que la belleza de ciertas palabras no excusa el silencio ante la violencia cotidiana.
Kirmen Uribe quiere aferrarse a un mundo que nunca conoció, que no existió, y lo hace desde un pensamiento que resulta, a estas alturas, dolorosamente inmaduro. Habla de haber venido a Nueva York para «ser mejor escritor y mejor persona», y de «relacionarse solo con personas que no crean en la exclusión ni en el odio», como si el mundo no hubiera dejado ya atrás la posibilidad de esas afirmaciones. Ya no estamos en edad —ni como individuos ni como sociedad— de permitirnos ese tipo de ingenuidad. Porque una utopía desanclada de lo real no es un proyecto: es un simulacro. Y lo que ha debilitado profundamente a las humanidades, en EE. UU. y en muchas otras partes del mundo, no ha sido la ausencia de ideales, sino el uso complaciente y decorativo de esos ideales como coartada para no mirar de frente lo que sucede. Uribe se pregunta si sus hijos podrán seguir accediendo a los espacios de excelencia. Pero no se cuestiona qué ocurrirá con los hijos de quienes ni siquiera tienen acceso al lenguaje que permite formular esas preguntas.
Hace unos meses, en Nueva York, comencé a charlar con una señora que recoge latas todos los días por mi calle, le pregunté cuál era su país de origen, su edad y cuánto le pagaban por cada lata. Se llama Julia. Es de Ecuador. Tiene setenta y dos años. Le pagan cinco centavos por cada unidad. Le dije que hacía veinte años hice la misma pregunta a otra mujer en su misma situación. La respuesta fue idéntica: cinco centavos. No ha cambiado nada. Ni el precio de la lata. Ni la dignidad escamoteada.
Yo también creo en lo público. En una educación gratuita, profunda, transformadora. En una sanidad universal que cuide sin preguntar por el seguro. En una sociedad garantista para todas las personas. En una ética del cuidado como horizonte político. Pero para defenderlo no necesito una utopía. Necesito un diagnóstico claro, un lenguaje honesto y una responsabilidad compartida.
Por eso me rebelo ante textos como el de Uribe. Estos textos no son inocuos. Son extremadamente peligrosos, porque contribuyen a la anestesia. Porque, en nombre de «lo que amamos», perpetúan una forma de mirar sin ver. Y porque, mientras muchos escriben para preservar su lugar en el podio simbólico del pensamiento, otros estamos intentando enseñar a nuestras hijas —sin podio, sin garantía, sin red— a no convertirse en lo mismo que nos está destruyendo.
Muy de acuerdo con Marina: ya está bien de titular artículos y novelas con el sintagma cursi » Todo lo que….». «Todo lo que amamos», «Todo lo que era sólido», «Todo lo que nunca te dije», etc. Todo lo que puedo decir al respecto es que no te puedes fiar de gente así. La gente que vive obsesionada con el todo es además la primera que no se entera de nada. El todo les ciega como el sol y al final se inventan unas películas de no te menees con tal de no admitir que en su teoría del todo hay un montón de detalles que no cuadran, pero esta gente, con tal de no deshacer la maleta, son capaces hasta de meterte un piano dentro a empujones: ¡menudos fieras!
Lo escrito por el sr. Uribe en ‘El País’ es de un esnobismo insultante. Pero a la vez revela una encantadora inocencia: este señor llega a EEUU en 2018 obviando (no quisiera decir ignorando pues le quiero asumir cierto nivel de inteligencia y de conocimiento de los asuntos mundanos) que desde 2008 y desde mucho antes el país ha entrado en un estado tardío de Capitalismo que se resume perfectamente en la imagen de Saturno devorando a sus hijos. Esos hijos «millenials» a los que se les prometió todo y a los que apenas se las ha dado nada, desencantados con un sistema que los ha engañado y empobrecido. Y no es que estemos hablando de un caso exclusivamente estadounidense. El país donde este señor residía hasta 2018 llevaba años sumido en una crisis que no le pudo ser ajena. Una crisis que ha erosionado las estructuras del estado del bienestar liberal hasta el punto de que su colapso es cada vez una amenaza más inquietante.
En definitiva, causa repulsa pensar que siga habiendo esnobs como éste caballero. Una Maria Antonieta del Siglo XXI que sigue preguntando por qué los que son menos privilegiados que él, no comen pastel si no tienen pan, con las pastelerías tan buenas que hay en Manhattan… Pues al final este señor es un privilegiado, que se escuda en las penurias de sus ancestros para justificar su estatus privilegiado.
Y por último gracias a la autora, que conoce la realidad mejor que el sr. Uribe en su torre de Marfil. Necesitamos más Marinas Perezagua y menos Kirmenes Uribe.
Muchísimas gracias Marina, tu artículo es sublime, y es lo que necesitamos, verdades y no utopías. Tuve la suerte y el privilegio de estudiar en la NYU en el año 1994, y ya en sea época se veían las grietas que siempre habían estado ahí. Parece que en algún momento fueron una sociedad ideal, democrática y libre a la que todos debíamos y debemos aspirar y nada más lejos de la realidad, con solo rascar un poco… Y recuerdo que en ese momento, los años 90, los Estados Unidos, no tenían rival a la vista, pero se podía inferir hacía donde iba a derivar todo. No es el lugar para hacer un ensayo sociológico que fue lo estudié en ese momento, pero con solo abrir los ojos ya se veían los mismo problemas que tu relatas. Aunque en esa época les daban 3 centavos por lata… ahora son dos centavos más!
Por otra parte, no me sorprende el artículo del Sr. Kirmen Uribe, no por él, sino por el medio en que apareció y de el que estoy suscripto (¡no hay nada mejor que pagar por que te adoctrinen!) una mezcla de Departamento de Relaciones Públicas del Departamento de Estado de los EEUU, la OTAN, el IBEX y de algún otro que no me viene a la mente. Gracias de nuevo por el artículo y un saludo enorme.
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Chapó. Análisis certero y verdades como puños. La casta “cultural” neo-progre y ultra-woke lleva muchos años vendiendo ideas en vez de hechos.
No quiero ser desagradable, pero a mí me da la impresión que tanto el artículo de Uribe como especialmente este de Perezagua son políticamente muy ingenuos.
Como bien dice la autora de este artículo, al de Uribe le falta historia y contexto y le sobra mitología, pero a este también. Es muy ridículo creer que «lo woke» es el culpable último de la situación actual de crisis social y política de Estados Unidos (y por extensión, supongo, también del resto de Occidente, especialmente Europa), porque los que podían y debían (la intelligentsia, supongo) no se dedicó a hacer la Revolución sino a forrarse. Bueno, ahí la autora del artículo está tocando el tema de por qué en Estados Unidos nunca ha habido una izquierda digna de tal nombre (y por qué esa izquierda fracasó en Europa). Eso tiene que ver, dicen algunos, con el hecho de que Estados Unidos sea un país de colonialismo de asentamiento, con su obsesión con lo individual, y al racismo sistémico. Vamos, que Estados Unidos no tiene remedio y jamás será un país socialdemócrata, que es lo que da la impresión que más desearía la autora.
La autora de este artículo dice que no necesita utopías, que con su vago izquierdismo socialdemócrata ya tiene bastante. Pero el caso es que la socialdemocracia ha fracasado totalmente, y lo ha hecho por no haber ido suficientemente lejos, por no haber puesto en cuestión el capitalismo. La lección de la sociademocracia sueca, por ejemplo, es clara: no se puede pactar con el capitalismo. Allí las bases estaban mucho más a la izquierda que la dirigencia, que, en su pragmatismo, creía que cualquier medio era bueno para sus fines socialdemócratas. Lo que acabó pasando a principios de los 80 era previsible: fue precisamente la socialdemocracia, dirigida entonces nada menos que por Olof Palme, la introductora de las primeras reformas neoliberales en Suecia. Esto lo explica bien Kjell Östberg en su «The Rise and Fall of Swedish Social Democracy». Quiero decir con esto que desear simplemente que las cosas vayan bien, sin ninguna utopía que dirija, movilice y dé optimismo, y sin aprender de los fracasos del pasado, no parece ser lo más inteligente en mi opinión.
Pero quizá ya todo dé lo mismo porque ya nada tiene remedio, si tenemos en cuenta la actual asimetría de poder socioeconómico en todo Occidente, por no hablar del cambio climático, la excusa más perfecta para más autoritarismo y más plutocracia. Hay que recordar que no sólo la socialdemocracia ha fracasado sino también la izquierda más extremista, sea por las buenas (elecciones) o por las malas (la Revolución). Se ha echado la culpa a la gente, por votar mal, y a la traición a la Revolución por parte de los revolucionarios. Bueno, quizá, pero el fracaso sigue ahí.
Joseph Stiglitz ya avisaba hace 25 años de los efectos de la globalización sin control para el trabajador medio americano, y volvió a avisar durante la Gran Crisis del 2008 que si solo se rescataban a los bancos, pero no los pequeños propietarios, se iba a producir un reacción muy en contra del establishment y sus elites neoliberales globalistas (como los Clinton o Tony Blair) que es lo está en gran parte detrás de tanto Trump como de Brexit…
Si sumas a eso que el Imperio angloamericano no ha hecho más que perder guerras ilegales, tanto en Iraq como en Afganistán como en Siria, pues tienes dos países con una crisis de identidad profunda…
En cuanto a EEUU, pues hay mucho mito y leyenda. Recordemos que el único de los «founding fathers» que no era esclavista era John Adams, y que la rebelión en contra los británicos se produce también porque ya había una campaña en la isla para acabar con la esclavitud, cono gente tan prestigiosa como Adam Smith muy en contra, cosa que nunca iban a aceptar en las colonias…
Es un país fundado sobre la esclavitud y el genocidio de la población nativa que sin embargo ha podido proyectar durante tanto tiempo sus mitos y leyendas de «libertad», siempre muy selectiva como apunta la autora…
En cuanto a los lideres europeos, la claudicación ante el matonismo de Trump da vergüenza ajena. Creo, sinceramente, que somos los peores de todo, porque también venimos del imperialismo, colonialismo y explotación del Sur, y ni siquiera con toda nuestra prosperidad, instituciones de gran solera y conciencia forjada a sangre y fuego del siglo XX, seamos capaces de resistir la primera embestida de Trump y sus aliados fascistas, sino que le decimos que si a todo (bien hecho Pedro Sánchez en la OTAN el otro dia)…
O sea, aplaudes la vileza de un politico que al perder las elecciones compró su estancia en el Poder a un facha racista como Puigdemont mediante una abyecta amnistía redactada por Pumpido y los abogados del racista golpista. Aplaudes que el envilecido firme un 5% de gasto militar con la OTAN y salga despues a decir que no lo cumplirá. Obviamente no lo cumplirá, si hay justicia democrática este corrupto debería acabar en la cárcel, como sus dos manos derechas, que no son más corruptos que él.
España es un pais muy nacionalista y por tanto muy corrupto, siempre lo ha sido. Van juntos.
Es normal que el Secretario General de un partido politico, sea cual sea, ponga y disponga de obras publicas de un valor de 500 millones de euros sin tecnico del Estado por ningun lado?
Asi se gasta el dinero publico en otros paises, al capricho de los partidos politicos? No sera que los altos funcionarios del Estado estan siempre involucrados, gente con carreras profesionales de decadas, este quien este en el gobierno? Para que esto no pase…
Mi sospecha es que Sanchez sabia algo, si, pero no todo. Como Rajoy. Y como Aznar y Felipe. Como todos desde siempre…
Zapatero no, porque sabemos del Gurtel que ZP acabo con los sobres en el PSOE.
Pues igual han vuelto, no?
No lo sabemos, pero menudo espectaculo estamos viendo, menuda farsa y menuda verguenza.. la respuesta de la cupula del PSOE ha sido lamentable…
Y los medios encantados…
«Pese a los idealistas y a los eclécticos, la conciencia se halla determinada por la existencia.» (L. Trotsky)
Es así. Más claro, agua.
Pero no hay que ir a NY, basta ver Bruselas o Madrid. O mirar unos años atrás. Nadie rcuerda porqué y como murió Aldo Moro?
Tanta alegría trajo la caida del muro de Berlín que se nos olvidó cerrar la puerta, al diablo.
Cuanta alegría, aqui, por ¡la recuperación de la libertad!, allí.
Entonces terminó el mundo del final de la II Guerra Mundial. Y la izquierda sigue operando con la lógica de que aún existe: Ha cambiado el marco ecónomico y los estados-nación no pueden gobernarlo; no hay un contrapeso al capitalismo imperialista, ya no hace falta una derecha alineada al discurso vaticano para hacer creer al personal que la mejor situación que pueden tener es la que alcanzaron aqui (recordemos, gracias a contrapesos que hoy no existen)
Tras la globalización que fué concebida como una operación económica (para aumentar beneficios a costa de deslocalizar lo que fuere), antisocial (aprovechando debilitar a los trabajadores de los paises desarrollados) y para alejar el control de la economía de las gobernanzas locales (hacia un paraiso global «sin gobierno»), cualquier salida en la nueva situación es muy complicada.
En un mundo global, socialmente inconexo y destrozado (Rufian lo explicaba bién: un operario que cobra un salario de mierda y hace una jornada demencial, me insulta cada día que me ve, porque cree que soy su enemigo), dominado por las redes sociales, hace falta otra mirada.
A mi juicio una vieja mirada: hay que recuperar el relato (llevamos años olvidando la lucha ideológica!), incluidas las redes sociales (la gente joven, ni ve TV, ni lee, nada, periodicos tampoco) y hay que recuperar la calle!
No puedo leer el artículo de El País porque no estoy suscrito. Pero con el de Marina ya me doy por satisfecho porque tiene frases tan rotundas y ciertas, que a veces podría sustituirse el término EEUU por España, por supuesto siempre considerando el estrato social donde uno se encuentre. Necesitaba este artículo para reafirmar mi pesimismo al respecto. Gracias.
Los intelectuales privilegiados totalmente ajenos a los padecimientos y necesidades de la clase obrera. Según dicen ese es uno de los motivos por los que Trump está en el poder.
Me ha parecido muy acertado el artículo que dedica Marina a Kirmen Uribe. Dicho lo anterior, en mi opinión los dos sois unos pobres diablos. Además de jóvenes buscándose un porvenir, en Nueva York las personas adultas de vuestro perfil viven por dos razones: o porque realmente han triunfado desde las lógicas y las reglas del juego que nos pone el sistema, un sistema capitalista exacerbado en NY o porque no tenéis otra cosa ni otra lucecita artifical para proyectar cierto brillo en el lugar desde el que venís y que no os atrevéis a volver por el miedo a que descubran vuestra nadería impostada. Kirmen es un hijo privilegiado del régimen vasco instaurado en democracia, lo que le ha permitido que su mujer tenga un puesto en la delegación del gobierno vasco en la ciudad y, así, poder hacer una vida en NY que nunca podría haber imaginado desde sus humildes raíces de Ondarroa. Marina no tiene ni has tenido la mitad de reconocimiento de Kirmen por mucho que nos hagas ver que tú has estado y has salido por voluntad… ja… en tus palabras reconozco la envidia de tantos y tantos expats que ya no son ni ex ni pats…