
Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma…
(César Vallejo, «Los heraldos negros»)
Puede que el cristianismo, entendido en un sentido muy amplio (en ese amplio sentido que le permitía a un Fidel Castro decir «Yo soy cristiano en lo social»), sea una religión del amor y la fraternidad («una», en todo caso, no «la»: las hay anteriores y mejores). Pero el catolicismo ortodoxo (valga el pleonasmo, pues si no es ortodoxo no es catolicismo, sino herejía) es, obviamente, una religión del odio y la discriminación1.
Obviamente, sí, aunque algunos, mediante una acrobacia mental que raya en el delirio2, se nieguen a verlo, y aunque muchos católicos de buena voluntad sean herejes sin darse cuenta. Pues para un católico es dogma de fe que existe un infierno donde los ángeles caídos y los humanos muertos en pecado mortal penarán eternamente. Y solo desde el odio más feroz y obtuso se puede aceptar la posibilidad de un castigo eterno y pretender, además, hacerla compatible con la idea de un Dios justo y misericordioso. Dicho sin ambages: para creer de verdad3 en el infierno hay que ser un descerebrado o una mala, malísima persona, y preferentemente ambas cosas a la vez.
Al igual que la seudoizquierda tergiversa el socialismo y lo pone, en versión degradada, al servicio del sistema, la Santa (?) Iglesia Católica Apostólica Romana (SICAR) tergiversa el cristianismo, le reincorpora la brutal ideología patriarcal judaica (con la que Jesucristo rompió) y lo convierte, a partir del cesaropapismo constantiniano y el Concilio de Nicea, en un instrumento de dominación. Y por eso la SICAR necesita el infierno. Un castigo finito y situado en otro plano de realidad sería poco eficaz como espantajo disuasorio, es decir, como medida de control; cualquier castigo pasajero, frente a una posterior eternidad de bienaventuranza, se volvería insignificante, infinitesimal. Y un infinitesimal, para que adquiera consistencia, hay que multiplicarlo por infinito.
Por lo tanto, el purgatorio no basta: algo tan etéreo y lejano como un castigo en el más allá no puede impresionar mucho a los pecadores si no es eterno. Es necesario un infierno definitivo con la terrible leyenda dantesca en la entrada: «Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate» («Dejad toda esperanza los que entráis»). Solo hay un problema: un Dios justo y misericordioso no puede infligir un castigo infinito a un ser de responsabilidad limitada, como es obvio para cualquiera que no renuncie al pensamiento racional; por lo tanto, la primera tarea de la religión católica —como del judaísmo y el islam, sus hermanas bíblicas— es inhibir la racionalidad en las mentes de los creyentes, implantar en ellas una zona de insensatez selectiva en la que tengan cabida las contradicciones más flagrantes, esa «fusión de contrarios» que solo es posible en los delirios y los sueños.
Y ni siquiera es necesario (aunque sí suficiente) hablar del infierno: la sangrienta historia de la SICAR es la más clara evidencia de que, lejos de ser una religión del amor, el catolicismo es la religión del odio eterno, la religión del odio de Dios. Y no hace falta remontarse a las Cruzadas o a la «evangelización» de América o a la Inquisición: la historia reciente de la Iglesia no es menos elocuente en ese sentido, y el abyecto nacionalcatolicismo español es la mejor prueba de ello. (No es casual, dicho sea de paso, que, al igual que José Antonio Primo de Rivera, y por las mismas razones, desde la misma ideología, el papa y los obispos de turno proclamen una y otra vez que la familia —la tradicional y solo ella— es la célula de la sociedad).
Como todas las organizaciones totalitarias, la SICAR manifiesta su horror y su aversión —su odio disfrazado de compasión— a lo diferente, a todo aquello que dificulta la homologación social y la dominación. No solo defiende a muerte la nefasta familia patriarcal nuclear (que por suerte empieza a dar signos de debilidad), sino que además pretende tener la marca registrada, el derecho en exclusiva sobre su denominación de origen. Los inquisidores ya no pueden quemar vivos a los y las homosexuales, como han hecho durante siglos, pero siguen negándoles los derechos más básicos, el derecho mismo a la existencia; ya no pueden condenarlos a la hoguera en el más acá, pero siguen condenándolos al fuego eterno en el más allá.
Nunca, ni siquiera de niño, me ha asustado el infierno. Lo que sí que me asusta, y mucho, es que haya tantas personas que creen o fingen creer en él.
Notas
(1) Lo cual explica —aunque no siempre las justifique— las reacciones adversas suscitadas por la Iglesia en general y sus altas jerarquías en particular. No hay que sorprenderse de que las feministas canten, en sus manifestaciones, «Vamos a quemar la Conferencia Episcopal por machista y patriarcal». O que el estribillo de una vieja canción anarquista italiana diga: «E il Vaticano brucerà con dentro il papa» («Y el Vaticano arderá con el papa dentro»). O que una heroica Sinéad O’Connor rompiera públicamente una foto de Juan Pablo II diciendo «Lucha contra el verdadero enemigo», después de interpretar una versión de «War», la famosa canción de Bob Marley, sustituyendo algunas de las palabras para que se convirtiera en una protesta contra el abuso sexual a menores en el seno de la Iglesia católica. Dicho sea de paso, Juan Pablo II, además de protector de pederastas, fue el azote de la Teología de la Liberación, apoyó a los sectores más reaccionarios del catolicismo, como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo, y prohibió expresamente a los católicos el uso de preservativos, incluso en caso de sida o de riesgo de transmisión de enfermedades venéreas. Y no deja de ser significativo que fuera canonizado durante el mandato de Francisco I. Pero ese es otro artículo.
(2) «Delirar» viene del latín de-lirare, salirse del surco al arar. Un delirio, tal como se define en psiquiatría, es una creencia que se vive con una profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestre su falsedad.
(3) ¿Significa esto que en el mundo hay miles de millones de descerebrados y/o malas personas? Afortunadamente, no. La clave está en creer «de verdad». La mayoría de los católicos —incluidos no pocos sacerdotes, frailes y monjas— con los que, a lo largo de mi vida, he hablado del tema, se salían por la tangente diciendo cosas tales como: «Sí, es dogma de fe que el infierno existe; pero yo no creo que haya nadie en él», un argumento absurdo que convertiría a Dios en un embaucador y los textos sagrados en cuentos para asustar a los niños. Los psicólogos lo llaman disonancia cognitiva, y es una verdadera pandemia mental, que «explica» (entre comillas, pues no se puede explicar lo inexplicable), por ejemplo, que una persona que consideraría un monstruo a alguien capaz de degollar a su perro o a su gato para comérselo, se pueda comer tranquilamente a un cordero o a un cochinillo asesinados por otros; o que los hinchas futbolísticos veneren a una pandilla de mercenarios de lujo que patean una pelota y celebren sus victorias como propias.
Qué suerte la de poder distinguir con tanta precisión a los humanos buenos de los malos.
Estos sermones de quien sabe discernir son los contienen la verdad y señalan con precisión los usos y hábitos sociales perniciosos y huérfanos de ética.
Por eso conviene dar gracias por la Luz.
Ser omnisciente y crear a seres que van a pecar y van a ser condenados eternamente al infierno es totalmente incompatible con lo que entendemos como bien.. Es de una crueldad y una mezquindad infinita.
Hay un relato de Ted Chiang en el que fantasea con la existencia constatable de ése dios y el empeño en ser condenado de un mortal para reunirse con su amor ya fallecida y en el infierno.
Por no hablar del episodio de Paolo y Francesca, en la Divina Comedia, o de El infierno de los enamorados, del Marqués de Santillana. O de El diablo enamorado, de Jaques Cazotte. El binomio amor-infierno es tan perverso como fascinante.
Pst, hay otros que creen en el marxismo, como doctrina redentora y en la dictadura del proletariado, contra toda evidencia histórica y desconociendo totalmente la naturaleza humana. Por otro lado, su panegírico contra el fanatismo es en cierto modo, otra forma de fanatismo. Como han dicho más arriba, tiene usted mucha suerte de poder distinguir de forma tan meridiana a los malos de los justos.
También hay gente que confunde el capitalismo con la «naturaleza humana», e intentan amoldar al ser humano en el «homo economicus», y así hace a millones desgraciados, que se le va a hacer.
Y éso que hay más evidencias de un comunismo originario en la prehistoria que de otra cosa.
Efectivamente, creer en el marxismo como doctrina redentora es otra forma de fe ciega. Y no se trata de distinguir a los malos de los justos, sino las ideas razonables de las absurdas.
O Dio, o Dio
Carlo, estoy casi totalmente de acuerdo con el contenido del artículo: Lo dañina que ha sido la Iglesia a lo largo de la historia, la «herejía» de muchos que dicen ser cristianos y la disonancia cognitiva de la que adolecen.
Gracias por hacer recordar esas características intrínsecas de la Iglesia, así como la condición mercenaria de los actuales jugadores de fútbol.
Gracias a ti, Rod. Es algo que se da por hecho hasta tal punto que tendemos a olvidarnos de su extrema gravedad.
Corre por ahí un monólogo descacharrante de un humorista americano que dice que si no hace lo que Dios te ordena arderás eternamente en las llamas del infierno, pero…Él te ama.
Y que para ser omnipotente y omnisciente tiene serios problemas con la administración y siempre necesita… tu dinero. Porque supongo que el artículo se centra en el catolicismo porque es la que nos toca más de cerca pero todas las religiones, o al menos las del libro, vienen a ser sectas que buscan joderte. Económica, y muchas veces, literalmente.
Por supuesto, todas las del libro -y algunas más- son nefastas.
¿Me puedes dar la referencia de ese monólogo? Gracias.
George Carlin. On religion.
https://youtu.be/s1MdRzZWQMo
Gracias. Tenía que ser el gran George Carlin…
Cómo puedes comprobar hay gente, muchísima, infinitamente más hábil que yo con los temas informáticos.
Gracias por la muleta Segurado.
Parece un artículo francés del siglo XIX o español de los años 60.
Cierto. O incluso anterior (podría haberlo escrito Voltaire, salvando las distancias). Lo cual da idea de lo poco que hemos avanzado en algunos aspectos.
Asi como la cárcel es para el Estado y el delincuente, así es el infierno para la Iglesia y el pecador. Uno no desea terminar en esos lugares pero el terminar ahi por una causa justa no contradice ninguno de los atributos divinos. La iglesia no refleja odio ni en su teología (purgatorio, limbo, ignorancia invencible), ni en sus rituales (sacramentos, penitencias, indulgencias) ni en sus obras (Hospitales, universidades, etc) y toda critica señalable no es fruto de sus doctrinas sino de desvios y corrupciones a causa de la malicia de sus ejecutores.
Podrá llenarse la boca de argumentos sobre la Edad Oscura, pero fueron en los recientes siglos seculares donde más crímenes de odio se cometieron
Terminar ahí por una causa justa, dices. ¿Te parece justo sufrir un castigo eterno por no ir a misa un domingo, o por usar un preservativo?
No se trata de rigorismos sino entender las intenciones que se esconden en dichas acciones. Un cristiano que está en gracia de Dios no faltaría por mero capricho ni impediría la concepción de un ser mientras defiende el derecho a la vida. Todo eso es soberbia.
Pero la iglesia no considera pecado o los considera veniales la anticoncepción natural 0 faltar a misa por enfermedad u otro motivo. Tenemos la casuística para evaluar cada caso y los sacramentos para sacarnos de ese estado, porque somos humanos.
Por ende, se van al infierno aquellos que por mera iniciativa no buscaron salvarse por soberbia. Y el infierno, como pinta Dante, ha de ser frío, por allí falta el amor.
Repasa los mandamientos de la Iglesia y las soflamas de Juan Pablo II sobre la anticoncepción. No ir a misa sin causa justificada es pecado mortal, y es dogma de fe que si mueres en pecado mortal vas al infierno.
«La continencia periódica, es decir, el recurso a los períodos infecundos de la mujer, basado en el conocimiento de los ritmos naturales, no implica una negativa directa a dar la vida. Se diferencia esencialmente de la anticoncepción, que niega al acto conyugal su significado propio de entrega total y fecunda.» JP II, 1984
Sobre tu segundo punto. Fue exactamente lo que dije
Me cabía la duda. Me cuesta creer que alguien pueda aceptar que quien se salta una misa merece un castigo eterno.
«El horror, el horror» El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad
“…la ideologia patriarcal judáica (con la que Jesucristo rompió)…” No me parece que haya sido tan drástica la rotura. El Nazareno trató de cambiar la visión y práctica de una religión esclerotizada a través del rito, producto de una tradición milenaria que desembocó en la hipocresía (los famosos “sepulcros blancos” o hacer ofrendas en el templo a la vista de todos) y al temor de un castigo siempre presente, por una centrada en la compasión, la piedad, la humildad, el sacrificio desinteresado, la pobreza y el perdón, y lo hizo a partir de su figura religiosa, o sea la de un hebreo culto, pero crítico con el poder religioso de aquellos tiempos. Es muy probable que haya sido un sacerdote (precoz por lo narrado), visto que lo llamaban Maestro, y como tal es imposible que se despojara de las enseñanzas del viejo testamento, su cultura, en donde la mujer es objeto secundario, sí, objeto, pues parece que ni alma tenían, que no eran humanas. Para un persona de este siglo es imposible non escandalizarse al leer el diálogo, el único en donde María habla (poco), con su hijo; diálogo que solo puede ser digerido si nos trasladamos a aquellos tiempos, en los cuales los padres de la iglesia creían mediante la Fe, que las mujeres jamás cuestionarian el poder masculino de las escrituras, pues era un dono divino, únicamente para varones por cierto. Y tuvieron que pasar dos mil años para que las mujeres se despertaran. En las bodas de Canan, Maria le advierte que ya no hay más vino, y la respuesta, centrada en la supuesta falta de fe femenina, quedó ahí, para siempre, pues “…maldito sea aquel que intente cambiar aunque sea una sola letra de las escrituras…”. Las tres religiones abrahamicas contienen esta advertencia. Más de un teólogo da la culpa a la traducción pues es evidente (y bochornoso) el desprecio hacia las mujeres. “¿Qué hay entre tu y yo, mujer? (no madre) responde el Nazareno en la traducción en italiano. En español es peor aún “¿Qué tengo que hacer contigo, mujer? (no madre). Una frase que sólo le decimos a los niños traviesos. Y si no tenía nada en común con su madre, o no sabía qué hacer con ella, menos habría tenido algo en común con las demás mujeres, y tampoco habría sabido qué hacer con las demás. María parió al Nazareno, y esto la hace humana, pero es en virtud de la “gracia” recibida (hacer un hijo sin participación masculina) que es digna de la salvación. Las demás mujeres, no. La Fe no es un dono, es parte constitutiva de nuestra condición de animales en evolución. Sin ella ya nos habríamos extinguido. Es sorprendente saber que en los voluntarios para pruebas neurológicas, cuando se presentan variables comunicativas que llamamos trascendentes o metafísicas, se iluminan precisas partes del cerebro, iguales en todos los participantes. Cuando se hace mal o avieso uso de la Fe suceden desastres. No matar es un precepto claro, necesario y primordial, pero solo mentes masculinas fanatizadas pudieron transformarlo en lícito cuando de religión se trataba. Me refiero a los padres de la iglesia de los tiempos de las cruzadas, cuyos efectos retroactivos pude ver siendo pibe, cuando todavía se bendecían las armas de los ejércitos, junto a las incomprensibles plegarias al final de la misa pidiendo la reconversión de los hebreos, deicidas pérfidos y obtusos con los horrendos resultados históricos que conocemos. Luego ese centroaméricano de no hace tanto que murió flecheado tratando de evangelizar un ultimo grupo de aborigenes que vivían aislados, cuya mayor culpa era no saber que hay una “única religión verdadera”. Considerando la Fe como una manifestación humana dirigida a la trascendencia, al bien digamos,se me hace difícil no pensar que hay mucho de arrogancia y presunción de quienes se creen elegidos.
No, no fue drástica la ruptura, pero tampoco irrelevante. Por otra parte, nos han llegado distintas versiones de Jesús, y yo prefiero quedarme con la menos patriarcal. En cualquier caso, la realidad histórica de Cristo, sea la que fuere, no es lo importante, sino el uso -nefasto- que se ha hecho de su figura.
Soy ateo, pero no está de más no perder de vista el clásico de Chesterton: Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada, es que creen en cualquier cosa.
El ideal será un pueblo racional y educado, o sea, ateo y laico. Sin embargo, entre lo que hay y ese horizonte, puede que sea más aconsejable una religiosidad tradicional (y la católica es una más y desde luego no la peor) que una espiritualidad alternativa (en sus diversas formas pseudo-religiosas).
El laicismo también puede sonar a veces, aunque sea paradójico, a sacristía y secta.
Chesterton (al que admiro como narrador) también dijo que prefería ser caníbal que vegetariano. Se puede no ser católico sin caer en absurdidades equivalentes (o aún peores, que, como señalas, las hay).
Podría ser al revés. Si crees en Dios, puedes creer en cualquier cosa. Quizás tenga más miga.
Estoy de acuerdo: si crees en algo tan contradictorio como el Dios bíblico, puedes creer cualquier absurdidad.
La etimología de hereje es cuando menos simpática. Y reveladora.
Como lo es que los dioses (más bien los que manejan la tramoya que son, siempre han sido, humanos…) castiguen al que busca el conocimiento. Porque en cuanto te empiezas a hacer preguntas se cae el misterio. Sin misterio se caen los cuentos. Y el tinglado, el negocio, se viene abajo.
Yo soy bastante ateo pero con los años he aprendido a no despreciar al cristianismo (por lo menos, no más que al resto de religiones e ideologías). Hay cosas bellísimas en el mensaje cristiano (porque el mensaje de Jesús, su mandamiento único, es muy bello) y cosas horribles. Igual sucede con el resto de sistemas de pensamiento (el ideal utópico del comunismo es bello, pero mejor no enumeremos la lista de horrores relacionados).
Me sorprenden mucho dos cosas del primer párrafo:
1) Usar una frase de Fidel Castro para señalar el lado positivo del cristianismo. Qué disparate! El dictador asesino Fidel Castro! En su próximo artículo puede poner una frase de Adolf Hitler para señalar el lado positivo del judaísmo.
2) Sobre las religiones dice que «las hay anteriores y mejores». Me hace mucha gracia como la frase «la religión es el opio del pueblo» solo se aplica al cristianismo. Todo lo demás es mejor. Le sugiero que en su próximo artículo nos hable de ésas otras religiones y nos explique por qué son mejores. Estoy curioso (lo digo sin ironía).
Sin mitificar a Fidel Castro, a quien tuve el privilegio de conocer personalmente, lo de compararlo con Hitler es un disparate.
Pues sí, me parece interesante escribir un artículo sobre los antecedentes del cristianismo (que en ningún caso hay que confundir con el catolicismo), gracias por la sugerencia.
Caro Carlo, al infierno irás. Y los Abogados Cretinos no rezarán por ti.
Si hubiera infierno, toda la gente interesante estaría allí.