En Sevilla saben bien que de un naufragio puede nacer una travesía. Cuando la librería Beta cerró tras casi cuarenta años, tres de sus libreros —María Eugenia Rodríguez, Rafael Rodríguez Núñez y Miguel Ángel Neva Laynez— decidieron hacer lo impensable: capitalizar sus paros, renunciar a meses de sueldo y levantar desde cero La Botica de Lectores. Ocho años después, aquella locura con aroma a desesperación se ha convertido en un referente cultural y acaba de recibir el premio a la mejor labor librera en los I Premios AEA de Edición y Promoción del Libro.
Nos reunimos con ellos en un bar de Los Remedios, un barrio en el que tienen dos de sus librerías, para hablar de vértigos y aprendizajes, de Beta como escuela y herida, de anécdotas delirantes en el mostrador, de vampiros que vuelven a ponerse de moda y de cómo una librería de barrio puede convertirse en una verdadera botica para la ciudad.
¿Por qué Botica? ¿Acaso los libros son un remedio bálsamo para el alma?
M.E. El nombre viene de una anécdota. Cuando trabajábamos en la librería Beta, un pequeño cliente que no podía pronunciar librería, decía que aquello era una tienda de libros. Quisimos jugar con esa idea de tienda —botica en italiano— y con la palabra cura, como si fuéramos farmacéuticos. De ahí surgió el nombre.
Empezamos desde el principio, ¿qué recordáis de Beta?
R.R. De aquella etapa nos queda de todo, también cosas buenas. Allí nos conocimos y compartimos una plantilla en la que había grandes libreros. A los mejores los seguimos teniendo, porque ahora forman parte de Botica, Fue nuestra escuela, nuestra fórmula de aprendizaje. Luego está el mal recuerdo de cómo terminó todo: un final injusto para una empresa que había funcionado en Sevilla durante casi cuarenta años. Fuimos sufridores y víctimas de aquella mala gestión que acabó en concurso de acreedores, pero también fue el inicio de algo nuevo. Esa ruina nos dio la oportunidad de crear Botica de Lectores.
¿Y hubo vértigo? Cuando uno piensa «tengo que capitalizar el paro»…
R.R. El miedo y la inseguridad eran enormes: llevábamos más de seis meses sin cobrar y tuvimos que dar por perdidos esos sueldos. Después vinieron los primeros meses de la nueva aventura, en los que tampoco ingresamos nada. Capitalizamos el paro y nos lanzamos a abrir dos librerías. Visto con la distancia, pienso que hoy no habríamos sido capaz de hacerlo. Pero entonces estábamos en un callejón sin salida: o lo hacíamos, o lo hacíamos. No había otra opción. Éramos libreros, sabíamos que ese era nuestro oficio y reconocimos en aquel momento la oportunidad de seguir siéndolo.
¿Pensaste en alguien más y se quedó fuera voluntariamente? ¿O teníais claro que erais vosotros tres?
R.R. Desde la orilla éramos nosotros, nunca nos reunimos con nadie más. Incluso estando en la empresa, ya teníamos el proyecto en la cabeza. Hemos hecho ocho años este 2025, y recuerdo que nos empezamos a reunir al final de la primavera del año anterior. Beta prácticamente terminó su actividad económica de canal público en los últimos meses de 2016. Nosotros desde abril, mayo estábamos ahí unos 6 meses antes.
¿Y por qué vuestra conexión? Porque cada uno trabajaba en un lugar diferente, ¿no?
Sí, pero éramos amigos.
¿Amigos de conoceros en Beta o amigos de antes?
M.A. Nos conocimos en Beta. Trabajábamos juntos. Yo entré en 2005 y siempre le dije a Rafa que, si en algún momento se iba y montaba algo, que contara conmigo. Lo que tenemos en común es que la persona que nos enseñó fue la misma, Rafa Navarro. A mí un poco antes y a él un poco después.
Ahora hay mucha gente joven que monta una librería sin mucho conocimiento del sector.
R.R. Por eso te decía que lo del tema de Beta para nosotros fue un aprendizaje también, porque hemos pasado de chicos de los recados a responsables de tiendas. Todo eso va acumulando conocimiento sobre los diferentes departamentos de una cadena de librerías y de los diferentes criterios de gestión. Después tuve la suerte de que pasé también a la gestión dura de oficinas.
¿En qué especificidad cada uno a la hora de recomendar? ¿En lo que creéis que tenéis más intuición o más conocimiento?
M.A. Yo recomiendo mucho la narrativa, me gusta mucho la novela, por eso me centro ahí. Aunque la librería de la República Argentina es la más grande, es la que tenemos más fondos, y hay que tener conocimiento amplio de todo, pero yo siempre tiro por narrativa.
¿Y ahora mismo cuál recomendarías?
M.A. Ahora mismo, me acabo de leer El cónclave de Robert Harris, que me ha encantado.
M.E. Ahora el de Nuestras Madres, de Gemma Ruiz Palà, editado por Consonni. La verdad que es muy interesante.
R.R. Yo normalmente recomiendo un poco más el ensayo, el ensayo histórico, el tema local. Me gusta mucho la historia de Sevilla y la suelo recomendar mucho. Me gusta mucho en general los ensayos que publica la editorial Acantilado. Así de lo último que he leído ha sido «El dos», que me ha gustado la verdad.
¿Estáis de acuerdo con Antonio Taravillo cuando dice que son preferibles las librerías de barrio a las grandes cadenas?
R.R. Yo creo que sí. Nosotros hemos trabajado en librerías de gran superficie cuando la cadena donde trabajábamos, Beta, tenía las librerías más grandes no de Sevilla, sino de Andalucía y creo que de la mitad sur de España. Viapol Cuando se abrió, era mucho más grande de lo que es ahora. Ahí sí había mucho fondo editorial. Tienes que buscar el equilibrio entre el espacio, porque claro, a mayor espacio también tienes que pagar más alquiler. Creo que ahora mismo, en torno a 100 metros está el equilibrio perfecto de poder tener suficiente fondo. Nosotros hemos decidido abrir muchas librerías a pesar de los costes estructurales —alquiler, personal, rotación—, en vez de ampliar y hacer una grande.
¿No es porque no queréis trabajar los tres juntos?
M.E. No, nos llevamos bien (risas). Queremos hacer barrio, y la librería hace barrio. Ahora estamos en la Alameda y allí también construimos comunidad. Creo que no es cuestión del tamaño de la librería, sino de la diferencia entre una librería independiente y una cadena. La independiente tiene algo esencial: sus libreros y libreras. Ellos son los que saben del oficio y ofrecen un trato más personal. En una cadena puede haber vendedores, pero un vendedor no es un librero.
¿Qué filtro hacéis vosotros para elegir un librero?
R.R. Intentamos equilibrar al máximo la plantilla, combinando gente joven con gente de más experiencia. Apostamos por la juventud, pero eso también tiene su complejidad: los jóvenes suelen tener otras inquietudes y es habitual que se marchen. Nuestro oficio, además, requiere una formación que va más allá de que te gusten los libros o de tener conocimientos literarios; hace falta aprender la dinámica propia de la librería. Algunos compañeros vienen de trabajar en grandes cadenas y, aunque traen un buen conocimiento de fondos, aquí tienen que adaptarse a un sistema distinto. En nuestra forma de trabajar el cliente nunca se queda solo, pero tampoco se le agobia: si necesita algo, estamos ahí, atentos. Y sobre todo, quien entra por primera vez tiene que querer volver. La experiencia con el libro debe ser buena desde el primer momento.
¿Qué anécdotas curiosas o divertidas os han pasado con los clientes?
R.R. A mí lo más raro que me han pedido en la librería fue, hace ya mucho tiempo, un bote de ColaCao. Otro día, cuando trabajaba en una librería cerca del hotel Alfonso XIII llegó un señor y me soltó: “Me da un ABC, me echa la Primitiva y, de paso, tal y tal…” como si aquello fuera un estanco o un quiosco. Yo le dije: “Ni tengo prensa, ni tengo loteria”. Cosas así nos pasan a menudo. También lo típico: que te pidan fotocopias.
M.E. A mí una vez me pidieron un preservativo. Todo porque estábamos junto a la estantería de libros de sexualidad. Claro, claro… pero ¿cómo voy a tener preservativos en una librería?
M.A. Y luego están los títulos de los libros, que dan para mucho. Yo recuerdo siempre a un cliente que pidió La guerra de las galaxias de Julio César. Nada menos. Y lo decía tan convencido que hasta pensamos: habrá que sacar ese libro para venderlo. La guerra de las galaxias de Julio César. Yo intentaba aclararle: “¿No será La guerra de las Galias?”. Pero él insistía: “No, no, de la galaxia”. Y ahí lo dejé.
Durante un par de años la librería tuvo su propia sección de tira cómica, MaruGenia, protagonizada por una librera que vivía situaciones reales recogidas en el mostrador y trasladadas con humor al papel. Las anécdotas se apuntaban en una libreta y cada domingo se convertían en una viñeta ilustrada por Lina, la dibujante que dio forma al alter ego de la librera. De ahí salieron episodios memorables, como aquel cliente que pedía “La guerra de la galaxia de Julio César”, que en la tira aparecía dibujado con casco de Darth Vader.
El 2023 fue un año terrible para las librerías de Sevilla con el cierre de Caótica, la Isla de Papel, Tharsis, Yerma, Panella y Verbo ¿Por qué pensáis que fue en 2023?
R.R. Yo creo que fue un cúmulo de circunstancias, porque cada librería cerró por un motivo distinto, aunque después en la prensa pareciera otra cosa. En 2023 coincidieron varios factores y, según mi propia teoría, influyó lo que yo llamo el ciclo de los cinco años. Cuando te va mal, normalmente no es por casualidad. Y cuando montas una librería, si consigues superar el año y medio o dos años iniciales, tienes muchas posibilidades de mantenerte, al menos hasta el quinto. Si llegas con solvencia a ese punto, puedes seguir adelante, pero a partir del quinto año aparece un nuevo escalón que también hay que superar. El problema es que, en este caso, 2023 llegó justo dos años después de la burbuja de la pandemia.
Recuerdo que durante la pandemia nos reuníamos online y manteníamos conversaciones por WhatsApp entre libreros. En aquellos meses yo advertía: cuidado, que ahora vamos a vender más, pero esto es una burbuja, como la inmobiliaria, y tarde o temprano estallará. Y así ocurrió. La diferencia, en nuestro caso, es que ya habíamos vivido otras crisis: la de 2007-2008 y otra en 2014, la de los llamados brotes verdes de Zapatero, si no recuerdo mal. Haber pasado por esas experiencias, aunque no nos hicieran grandes capitales, nos dio cierta preparación. Incluso tuvimos que gestionar situaciones muy duras, como procesos de cierre. Esa experiencia acumulada creo que fue clave para resistir cuando llegó la sacudida de 2023.
Pudo haber otras dos librerías que hubieran cerrado, pero vosotros la rescatasteis. El gusanito lector y Reguera
R.R. En el caso de Reguera no fue un cierre traumático, sino por jubilación. nosotros tuvimos el músculo para asumir el reto. Con Julio Reguera todo fue distinto: Desde 2019 empezamos a hablar con él porque nos había comentado que aquella Feria del Libro sería su última. “Si no me jubilo este año, me jubilo el que viene”, me dijo. Desde entonces yo le repetía: “Julio, cuando decidas irte, no te olvides de mí”. Y cada vez que nos veíamos, en la feria o incluso en sus librerías, se lo recordaba. Durante un año y pico estuvimos preparándonos hasta que, tras la Semana Santa de 2022, me llamó: “Rafa, me voy, de verdad”. Su idea era dejarlo antes de la campaña de Navidad, pero hablando con él acordamos aguantar hasta 2023 para cumplir cincuenta años de librero. Le convenció, hizo la campaña, cumplió los cincuenta y ya después entramos nosotros. Así quedó cerrado aquel ciclo, con un café de por medio.
En el caso del Gusanito fue muy diferente. Teníamos relación con Paca, su alma mater, y un día me llamó para avisarme antes de que saliera en prensa: iban a cerrar. Ya circulaban incluso apuestas de mal gusto sobre qué librería caería antes, y entre ellas estaba la suya. Hablamos aquella misma mañana, y por la tarde me reuní con ella. Durante toda la conversación hablaba en tercera persona, hasta que le dije: “Paca, ¿por qué hablas así? Si nos quedamos con esto, tú también te quedas”. Ella era el alma de la librería, no tenía sentido continuar sin ella. Así fue como, en plena campaña de Navidad de 2022, cerramos la negociación. Firmamos contratos sabiendo que no podríamos desembarcar hasta enero, una vez pasada la campaña, pero con la seguridad de que Paca seguiría al frente junto a nosotros
¿Cómo acoge la ciudad todo esto que estáis haciendo por mantener los libros, por recuperar el ayuntamiento de alguna manera?
R.R. Del ayuntamiento solo hemos recibido alguna subvención esporádica, a través del Área de Turismo y Cultura. Bueno, en realidad fueron dos: un año completo, otro año una parte. y ya paramos porque era demasiado trabajo. Para nosotros era un desgaste enorme, igual que para los editores, que tienen que justificar hasta el último papel. Recuerdo que pensaba: “Dios mío, esto no compensa”. Ahora parece que las cosas están cambiando; quizás ahora merezca la pena volver a plantearlo. Aun así, es un trabajo añadido
Más allá de las subvenciones, la ciudad sí, la ciudad responde, y sobre todo el barrio. Cada vez que inauguramos una librería, el barrio se vuelca. En Santa Catalina lo comprobamos claramente: el vecindario lo siente como suyo. Y también ocurre porque muchos clientes nos conocen de otras librerías en las que hemos trabajado antes, en pleno centro. Por ejemplo, el otro día, en Nervión, me dieron recuerdos para Miguel ya que hacía tiempo que no pasaban por República. Ese tipo de gestos demuestra la fidelidad: tenemos clientes que nos siguen de una librería a otra, y algunos de ellos son de toda la vida.
¿Se puede sobrevivir con un 30% en este negocio de margen bruto?
R.R. Bueno, sobrevivir sí. Después hay una cosa. Yo, como algunas veces en las convenciones del sector con otros libreros, gente con cuarenta o cincuenta años de oficio, y todos comparten lo mismo. Cuando ellos montaron sus librerías, la mayoría podía permitirse mucho más: al abrir la persiana tenían su coche, su casa, incluso una casa en la playa o en el campo, y los hijos estudiando en el extranjero. Ahora, en cambio, lo que hacemos es sobrevivir. Y creo que no es solo un problema de aquí; en Francia y en otros lugares también ocurre: los libreros se están jubilando y el negocio ya no se regenera.
Yo digo siempre lo mismo: antes abrías una persiana y tenías esas cosas; ahora apenas sobrevives. En general, es una cuestión económica que no afecta solo a los libros: incluso un padre de familia con un simple sueldo ya lo tiene imposible. Hay que pagar y pagar… Por eso digo que los libreros son animales diseñados para resistir crisis. Si no tienes vocación, no puedes mantenerte. Si lo que quieres es tener varios sueldos, una casa, una vida cómoda, no lo consigues aquí. Para mí, el dinero es secundario si ya tienes la vida más o menos resuelta. Obviamente necesitas dinero para vivir, para pagar facturas y algún capricho, pero lo que te llena no es eso, sino lo que recibes de los clientes. Por ejemplo, esta misma mañana fuimos a cubrir un pequeño evento en el Hotel Colón, y al poco rato nos mandaron desde la organización un mensaje de agradecimiento. Eso es lo que realmente te paga, no el dinero.
Y hay más anécdotas. En un seminario, en una jornada llamada “Dios y Deportes”, fuimos a vender libros. Allí estaba la delegada de Deporte,. Me vio, se acercó a saludarme, y detrás vinieron también los clientes y el resto de asistentes. Al día siguiente coincidimos en otra presentación en la Fundación Caja Rural —presentaban un libro, ahora no recuerdo cuál, pero era un acto familiar—. Yo estaba allí con un par de vasitos de agua y una Coca-Cola Zero. Entonces pasó un hombre, me saludó, se quedó mirándome, me dio la mano y me dijo: “A usted lo veo en todos lados”. Yo le respondí: “Igual que usted”. Y nos reímos. Él se quedó sorprendido, como diciendo: “Este apunta maneras de ubicuo”. Y yo le dije: “Bueno, lo de la ubicuidad ya es demasiado, pero démoslo por bueno”. Ese tipo de cosas son las que, al final, te animan a seguir.
¿Cómo habéis enfrentado el desafío de la digitalización?
R.R. Nosotros no le hemos dado una mayor trascendencia, porque la verdad es que es cierto que a lo mejor hay clientes que te compraban algo más, y a veces compran algo menos porque combinan, pero son los menos. Realmente nosotros, no sé valorar todo el porcentaje, pero la mayoría de los clientes son de compra física.
¿Qué pensáis del modelo de dropshipping para librería que hace la distribuidora?
R.R. Nosotros tenemos nuestra propia página web. Al final te venden el dropshipping como una ventaja, porque el librero no tiene que hacer nada: el pedido se hace a través de tu canal, pero en realidad quien vende es la distribuidora, aunque lo haga con tu nombre.. Nosotros preferimos enfocarlo de otra manera: tenemos una persona en la librería que recibe el pedido y lo atiende directamente. Si no, pierdes el trato con el cliente.
M.E. Por ejemplo, tengo una clienta, muy aficionada a la novela romántica. Cuando llegan novedades de ese género, muchas veces pienso directamente en ella. Y como sé que alrededor tiene un par de amigas lectoras en la misma línea, siempre pido algunos ejemplares más. Lo mismo pasa con otros clientes fijos: si pido un libro de historia de Roma, ya sé que, además del que quedará en la librería, dos ejemplares más se los van a llevar ellos. Con el género de los ensayos ocurre igual: calculo según quién lo vaya a pedir. Ese contacto directo, el saber lo que quiere tu cliente, es lo que te llena la caja y lo que el dropshipping jamás podrá sustituir.
¿Tenéis sensibilidad para detectar nuevas modas en temas de los libros que vienen?
R.R. Ahora está volviendo, paulatinamente, el tema del vampiro. Que se había vuelto a caer hace años.
¿Y la literatura de género está creciendo o está…?
R.R. Sí, se está creciendo. El policiaco. El policiaco ahora mismo.
¿Quiénes lee más?
M.A. Las chicas.
¿Qué pensáis cuando las grandes editoriales sacan productos y lo venden directamente?
R.R. Esto es un mal que empezó en la pandemia. Antes ninguna editorial vendía directamente, pero durante la pandemia empezaron a hacerlo. Y eso hay que cambiarlo en la ley del libro, porque yo soy un agente del libro, y si yo vendo, ellos también pueden vender realmente. El problema es que para una gran editorial es muy fácil crear una página web con otra sociedad limitada y darle la exclusiva. Es muy complicado competir contra eso. Antes, en todos los oficios, había ciertos valores, unas reglas no escritas que se respetaban más; ahora esos valores se han relajado y las editoriales han aprovechado para lanzarse a vender directamente.
M.E. Lo peor es cuando sacan un título que saben que va a explotar. Tú haces una compra de 50 o 100 ejemplares porque confías en que va a tener salida, pero la editorial coloca 500 antes de la fecha de publicación en su propia web. Entonces, cuando el libro llega a tu librería, ya está medio agotado y al final apenas puedes vender unos pocos. Eso desincentiva y te deja vendido. Hay editoriales que lo hacen de forma puntual y todavía se puede digerir, pero otras son muy agresivas y acaban perjudicando a sus propios aliados naturales, que somos las librerías.
¿El librero se adapta a su público o el público se adapta al librero?
M.A. Por supuesto, la librería tiene que adaptarse a su público. Y también al barrio: cada barrio exige su propio enfoque. Una librería necesita la flexibilidad suficiente para ir ajustándose, no solo a los lectores habituales, sino también a las modas. Lo hemos visto muchas veces. Géneros que en un momento eran casi invisibles, de pronto empiezan a crecer. El cómic, por ejemplo. O la autoayuda: cuando yo empecé en la librería era casi un estante marginal, y hoy se vende muchísimo. Luego llegó el auge del cómic, o de la literatura juvenil, que ahora mismo ocupa estanterías enteras. Al final tienes que adaptarte a todo eso: a la moda, a la demanda y al barrio.
¿Tenéis un almacén central?
R.R. No.
O sea, las propias librerías son el almacén.
R.R. Sí, exactamente. Claro que eso implica que, si decides prescindir de fondo, la selección queda mucho más expuesta. Entonces te planteas: ¿qué es lo básico en esta sección?, ¿cuáles son los diez títulos imprescindibles? Con eso trabajas, sabiendo que, si alguien pide algo más específico, lo puedes localizar. La ventaja es que estamos conectados entre todas las librerías y podemos ver en cada momento qué tiene cada una. Así, si un cliente entra a las nueve y media y pregunta por un libro, podemos decirle: “Aquí no está, pero lo tenemos en Santa Catalina, ¿quieres que te lo traiga?”. Y lo tiene al mediodía. Ese servicio no lo da nadie. Como mucho, dependiendo de la hora, lo tendría al día siguiente.
¿Cómo es vuestra relación con las editoriales locales?
M.A. Muy buena.
¿La Botica apuesta por proyectos editoriales andaluces?
M.A. Sí. Muchas de nuestras recomendaciones y de los escaparates que montamos incluyen editoriales y autores de aquí. Siempre intentamos dar visibilidad, no solo a los libros en sí, sino también a quienes los hacen posibles.
¿Qué editoriales sevillanas os gustan?
M.A. Hombre, yo voy a dar un clásico, que va a ser Renacimiento. Nosotros en la librería de República Argentina tenemos prácticamente el fondo, debo decir fondo completo de Renacimiento, porque soy… No es posible. Pero casi… Un porcentaje bastante elevado del fondo de Renacimiento, porque procuramos tenerlo en depósito. Otra que nos gusta es El Paseo.
¿Se vende mucho editado aquí?
R.R. Sí, sí, está vendiendo bastante. El Paseo ha apostado fuerte por temas locales: Semana Santa, los toros, el carnaval de Cádiz… Realmente hacía tiempo que no aparecía en Sevilla una editorial local que se volcara tanto en esos asuntos y con ese nivel. Al final es la gente la que lo demanda, y nosotros también se lo pedimos. En Santa Catalina, por ejemplo, trabajamos mucho con Alfar y Almuzara —que, aunque es cordobesa, tiene un fondo muy amplio sobre Sevilla—.
M.E. Yo añadiría también el caso de autores que empezaron con nosotros en autoedición y hoy están en editoriales de ámbito nacional, como, Beascoa y otras. Esa evolución nos alegra especialmente, porque hemos visto de cerca cómo crecían desde el principio.
¿Vosotros habéis visto evolucionar autores?
Sí, sí.
¿Y os consideráis parte también de ese éxito de todos?
M.A. Lo que nos corresponde, sí. Al menos haberles abierto las puertas, porque muchas otras librerías se las cerraban por ser autoeditados o poco conocidos
¿Qué consejo le daríais a alguien que quiere montar una librería?
M.E. Que sepa realmente lo que está haciendo y lo que significa tener una librería. El cine, la literatura y el imaginario colectivo han hecho mucho daño en ese sentido, porque transmiten la imagen de que es un sitio bonito, casi legendario, pero detrás hay muchísimo trabajo y es un oficio muy físico. Yo, por ejemplo, leo en mi casa, en mi tiempo libre, no en la librería, como mucha gente imagina. La mayoría piensa: “¡Qué bien, tener una librería!”. Pero no es así. No se sabe lo que hay detrás. Yo al menos les diría que, antes de abrir, entiendan de verdad cómo funciona, lo que supone. Porque luego pasa lo de siempre: montan una librería y descubren que no es lo que pensaban.
¿Metéis muchos libros en casa o ya no caben más?
M.A. Sí, sí.
¿Y coleccionáis algún género o autor?
R.R. No, coleccionar no. Yo, por ejemplo, tengo muchas ediciones del Quijote.
¿Del Quijote?
R.R. Tengo 12 ediciones del Quijote. Y en torno a 15 ediciones de meditaciones de Marco Aurelio
¿Las meditaciones de Marco Aurelio es un libro peligroso?
R.R. Sí, porque en realidad no es tanto filosofía como ética práctica, y fue concebido para mantener a los esclavos conformes con su condición: “confórmate con lo que tienes”. De ahí que resulte inquietante que hoy se haya puesto tan de moda. Para nosotros no es casualidad: es una moda impulsada desde arriba. Lo peligroso no es leerlo, sino hacerlo sin saber de dónde viene y con qué intención fue escrito.
¿Los libreros tenéis sentimiento gremial?
R.R. En Sevilla hasta 2020 prácticamente no existía un gremio real, entre otras cosas porque los libreros más fuertes de la ciudad estaban enfrentados y era imposible organizarse. La pandemia cambió eso: entonces sí se consolidó un gremio y empezamos a trabajar juntos.
Hoy cada librero mantiene su particularidad, pero hay un espíritu común. Lo hemos comprobado: Los libreros unidos podemos conseguir cosas ante las instituciones que por separado serían imposibles. Yo mismo antes desconfiaba de las asociaciones, pensaba que eran puro mamoneo, hasta que vi que había gente que realmente quería lo mejor para todos.
Ahora compartimos clientes y hasta nos derivamos unos a otros cuando falta un libro. No hay miedo a “robarse” clientes, porque sabemos que cuando a uno le va bien, nos beneficia a todos. Esa es la filosofía: si colaboramos, ganamos todos.
¿Cómo habéis recibido el premio a la mejor labor editorial de Andalucía? ¿Es un premio justo?
R.R. Hombre… ¿justo? A nosotros lo que nos hace mucha ilusión es que se reconozca nuestro trabajo. Ya nos hace ilusión cuando alguien te lo reconoce sin darte un premio. Como te decía antes: cuando un cliente te dice “oye, qué bien, seguid igual”, con eso ya estamos profundamente pagados, recompensados y demás. Así que cuando encima te dan un premio, pues mucho mejor para nosotros.
M.E. Nosotros tres estamos en la librería de lunes a sábado, de la mañana a la noche, todos los días. Y luego Regina también, incluso algún domingo. Pero quiero decir que somos libreros, libreras. No solo somos los empresarios, ni solo somos los trabajadores: estamos ahí, a pie de mostrador. Y también tenemos ese concepto de que sí, bueno, nosotros pusimos la simiente, llevamos la gestión y los conductos de la empresa, pero somos conscientes de que la empresa no somos nosotros, ni mucho menos. Somos parte de ella, igual que nuestros compañeros. Cada cual con su función y con su responsabilidad, pero entendemos que todo depende de todos. Esto es un equipo.
R.R. Nos gusta hablar de la familia botica. Teníamos una pizarra en la que cada semana salía un libro recomendado, y también un taller donde los mecenas proponían títulos. Cuando esa pizarra se llenaba, era la familia botica la que hablaba. Desde entonces sentimos que la librería es más que nosotros.
M.E. Hay clientes que lo demuestran: uno que se va de vacaciones en verano y les dice a sus padres que, si no le compran el libro en la Botica, no quiere otro. Que, si no es de aquí, no lo lee. Eso crea un arraigo muy bonito. Y después está la continuidad: llevamos ya ocho años y hemos visto crecer a chavales que entraron con 13 o 14 años y ahora son adultos. Dos de las chicas que participaron en el club juvenil hoy son quienes lo coordinan, junto al club de terror. Ya tienen 23 años. Y aquella primera chica que empezó con nosotros, que es del 92, ahora tiene 32 o 33. Ese tipo de cosas nos hacen sentir reconocidos. Y por eso, más allá del premio, lo importante es lo que se ha creado alrededor: la familia botica.