Baedekers Opinión

Jordi Pérez Colomé: Usaron la pierna como boli

Redacción de Nuestro Diario - Fotografía de Jordi Pérez Colomé 3

Cuando saltó la noticia, en Nuestro Diario se pusieron en marcha. Alquilaron un helicóptero para mandar a un reportero, enviaron otros dos equipos por tierra y a los tres corresponsales que tenían cerca del suceso, en Petén, en el norte de Guatemala. Un cártel de narcos pretendía que el propietario de unas fincas les dejara usar sus tierras como corredor hacia México. El dueño se resistía. Cuando fueron a por él, no estaba. Mataron a treinta y dos de sus empleados. Les cortaron la cabeza a todos. «Pero nada de machetazos, con sierra mecánica, eran cortes perfectos», dice Luis Mazariegos, editor de la sección de nacional de Nuestro Diario. «Pusieron las treinta y dos cabezas en fila, cogieron una pierna y la usaron como boli para escribir con sangre en un muro: «Te estamos buscando»». Luis lleva siete años en Nuestro Diario y es la masacre más feroz que recuerda.

Visité la redacción de Nuestro Diario un sábado de fin de septiembre. Los sábados son más tranquilos, pero en cada fin de mes hay un repunte de violencia porque se cobran los salarios. Cuando Mayra —la segunda de Luis— entra a las seis de la mañana hace una ronda de llamadas a los corresponsales. Nuestro Diario tiene más de cien, pero Mayra llama a los municipios importantes para saber qué tienen. (Cada corresponsal recibe un portátil Toshiba y una Nikon 3200, con su seguro; debe pagarse la mitad de los aparatos, luego se los queda).

En la capital, entre seis y ocho de la mañana tres reporteros empiezan su turno. Con un «picop» —pick-up en guatemalteco—, un chófer y un fotógrafo, se plantan delante de sedes de bomberos. Los bomberos van a recoger los cadáveres; es lo que interesa a Nuestro Diario.

Entre las llamadas a corresponsales y los periodistas en la capital, media mañana de sábado, los titulares de Nuestro Diario son algo así: «Turba lo vapulea querían lincharlo» (a un tipo borracho que había agredido a una mujer), «Matan a escopetazos a albañil» («hace una semana mataron allí a su nuera», dice Mayra), «Hallan muerto al Chato». Suena el teléfono de Luis. Han matado a alguien de trece balazos. «¿Con escuadra o revólver?», dice (un sistema deja los casquetes en el lugar del crimen y otro no). Esa noticia abrirá página. Necesitan por tanto «drama» (declaraciones de familiares), un gráfico de cómo sucedió y, sobre todo, fotos.

Nuestro Diario no es un periódico cualquiera. Es el más vendido de Guatemala y es un tabloide —los guatemaltecos lo llaman «Muerto Diario»—. Son líderes porque sus noticias interesan y hacen bien su trabajo. La decisión de qué tipo de noticia es importante tiene dos criterios prácticos. Primero, la lógica se impone: a más detalles, más raro o más muertos, más importancia; a mejores fotos, también. Pero cuando el suceso es equivalente, Nuestro Diario tiene una lista actualizada de en qué municipios del país vende más. El crimen de la región con más lectores va más grande en las páginas del Diario.

Nuestro Diario tiene otra ventaja: el estilo. Ningún texto del periódico tiene más de mil quinientos caracteres. Luis trabajaba en la tele y decidió entrar en Nuestro Diario cuando un día fue a una región remota: «Había que llegar en picop, a horas de la ciudad más cercana». Allí había gente que leía Nuestro Diario. Luis les preguntó por qué les gustaba: «No sabemos leer, solo miramos las fotos y los dibujitos», le dijeron.

Nuestro Diario no engaña: «Nuestro ADN son las tres eses: sangre, sudor [deportes] y sexo [chicas en bikini]. Léalo antes de que coagule. Pero tenemos una doble moral muy típica guatemalteca: queremos ver, pero no del todo», dice Luis. Nunca se ve el cadáver entero y la sangre nunca chorrea por la calle; la borran con Photoshop. Pero los lectores, en cambio, sí quieren ver otra foto con la cara de las víctimas y los verdugos.

*

Redacción de Nuestro Diario - Fotografía de Jordi Pérez Colomé 2El trabajo de Nuestro Diario pueden sonar de otro mundo, pero no para Luis. Hace unos meses, paró el coche en la ciudad para comprar un refresco y unas flores. Cuando volvió, cuatro jóvenes le hicieron sentar detrás y agacharse: uno le apuntaba a la cabeza y otro al estómago con dos pistolas. «¿Estás asustado?», le dijo uno. «La puta claro me estás apuntando en la cabeza», respondió Luis. Estuvo así un par de horas, con los ojos vendados. Tuvo que sacar dinero de un cajero. Mientras daba vueltas por Guatemala, el chico que conducía recibió una llamada: «Sí, cariño, todo bien, estoy en el trabajo», dijo.

Al día siguiente del secuestro, Luis vio a un chaval que parecía un secuestrador. Dudaba, pero del bolsillo le colgaba su llavero. La policía lo capturó y recuperó todo. Al cabo de unas semanas tres de los cuatro jóvenes murieron en un tiroteo. A Luis no le gusta: «Ojalá los hubiera podido matar yo».

En un par de días en Ciudad de Guatemala pregunté a más de una docena de personas cuántas veces les habían asaltado. Todos menos uno me dijeron que una o más. Las historias varían. A un taxista se le subió un adolescente. Cuando llegó al destino le esperaban dos más, en una calle oscura. Uno le apuntaba al cuello mientras otros dos le desvalijaban el coche: llantas, radio, bocina. No se llevaron el coche porque tienen GPS instalado. Cuando se fueron, los vecinos salieron a preguntarle cómo estaba, si quería un vaso de agua y le dejaron llamar a casa. Todos lo habían visto, pero nadie había avisado a la policía.

El único que me dijo que no le habían asaltado —un tipo apodado «el Negro»— me enseñó el barrio de El Gallito. En las calles de entrada había bloques de cemento que impedían la circulación. Era una zona de casas bajas controlada por los narcos del cártel de los Meros. Si entra un desconocido a pie, le paran. Le preguntan dónde va. Si está perdido o va a una dirección real, le acompañan. Si tiene otras intenciones, llaman al jefe y es probable que acabe mal. «Ahí no se puede entrar con los cristales del coche tintados y subidos. Quieren ver quién es», me dice el Negro. Me enseña una carpintería, con un tipo apoyado en unos tablones en la entrada: «Siempre alguien vigila. Ahí venden la droga. Si vas te piden el nombre y el móvil. Miran si eres nuevo y si no tienes antecedentes, y te la venden».

El Negro vivía en un barrio llamado El Granizo. Era una subsede de El Gallito: el jefe del Granizo era un exmiembro y tenía treinta años. El Negro le había visto crecer desde pequeño, «le vi comer tierra», dice. «Ahora si me pasa algo dentro del barrio, le llamo, y lo arregla. Si en cambio alguien dentro del barrio me molesta, llamo para pedirle permiso para ver si yo puedo «arreglarlo»». La policía no existe.

Otro taxista volvía un día a su casa. Encontró una nota: «Te vas a poner bobby y chispudito». Querían quinientos euros. «Ponerse bobby» era «obedecer como un perro» y «chispudo» es «rápido». (Las impresionantes novedades semánticas son la única aportación de estos criminales; «te vas a poner bobby» es poesía). Tal como entró en casa, sacó a su familia y se fue un mes. Volvió solo después de que los extorsionadores hubieran muerto. La protección de un narco en un barrio es más segura; así al menos no hay extorsión a los vecinos, que suelen hacerla otro tipo de delincuentes. En comunidades rurales es común que los miembros de la comunidad defiendan a sus narcos si llega la policía.

*

La última historia es de México. Me encontré en Guatemala con un profesor del Tecnológico de Monterrey, una de las universidades más elitistas de América Latina. Los alumnos tienen una tarjeta que deben pasar cuando se mueven por el campus. Así los padres saben donde están. En los últimos dos años, este profesor ha visto secuestrar a cuatro de sus alumnos. En Monterrey domina el cártel de los Zetas. A uno de los secuestrados lo pillaron solo salir del campus en su coche. La negociación se alargó y lo mataron. ¿Cómo sabían que iba a salir en ese momento? No se sabe, nadie pregunta, pero el hijo del segundo del cártel de los Zetas era compañero de clase del fallecido. Las clases siguieron.

*

En Guatemala varias personas me preguntaron por la crisis en España: «Dicen que es terrible».

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7 Comentarios

  1. Elphomega

    El último párrafo es demoledor. Bravo por el artículo.

  2. Me ha encantado el artículo. Es duro. Es tremendo.

    Por ponerle un pero, pienso que la última frase sobra. El autor nos tocado la fibra durante el texto. Ha conseguido dejarnos mal cuerpo. No hacía falta meter la crisis española en esto. Al menos, no como cierre. Parece casi una falta de respeto a todo lo escrito justo antes. Expresa abiertamente una conclusión que cada lector podía -¿debía?- alcanzar por sí solo.

    Dicho lo cual, insisto, estremecedor relato.

  3. Pues en mi opinión la frase del final no está demás.
    Y en este caso yo no he pensado solamente en la crisis, sino en la vida, nuestra vida, en general.

  4. Pingback: Demasiada realidad

  5. Brutal, el articulo, y la última frase, se queda corta …alguna opinion más no estaria de mas…

    saludos!

  6. El artículo es tremendo. El último párrafo encaja perfecto, es rebatir la impresión de lo que le puede parecer terrible a un guatemalteco.

  7. Ya… y supongo que a una mujer de, por ejemplo, un pueblo talibán perdido entre la montañas de Afganistán, donde es considerada menos que un perro – allí donde los perros no son precisamente «el mejor amigo del hombre» -, donde es cosificada, esclavizada y vive bajo constantes abusos y amenaza de violación, violación de la que sería considerada culpable y le acarrearía una condena a muerte por lapidación; a esa mujer, las desgracias de un taxista o un periodista guatemalteco también le parecerán terribles…

    No, a mí no me parece que el último párrafo venga a cuento. ¿Qué quiere decir?, que como hay gente a la que violan y luego matan, o a la que secuestran y extorsionan, las millones de personas que antes tenían un trabajo, una casa y un proyecto de vida y que ahora han perdido, deberían guardarse sus quejas por que los hay que están mucho peor. Me parece que esa visión implica un «aguántate que podría ser peor» (porque siempre puede ser peor) que lleva al sometimiento ante situaciones injustas que en nada ayuda a su reparación.

    Por lo demás, gran artículo.

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