El bueno, el feo y el malo Opinión

Emilio de Gorgot: Mordaza papal

Pensaba escribir sobre este mismo tema cuando he leído con mucho interés el artículo de Tsevan Rabtan acerca del discurso en el parlamento alemán de Ratzinger (que ahora se llama benedicto XVI, al igual que cuando Prince empezó a llamarse El Símbolo y El Artista en el momento en que también se creyó conferido de divina infalibilidad). Me han intrigado bastante los cruces de citas de San Agustín del susodicho artículo—una vez he superado el susto inicial al comprobar que, además de en latín, aparecían seguidamente traducidas al castellano… por un momento me he vuelto a sentir como en el colegio— y me parece fascinante la discusión sobre los orígenes del concepto de justicia.

Pero yo, no sé si porque soy de Valencia —donde los nativos resolvemos nuestros dilemas filosóficos y metafísicos haciendo figuras de cartón piedra sobre ellos y pegándoles fuego después— o sencillamente porque caí en una marmita de Don Simón cuando era pequeño, mantengo una aproximación más pedestre al asunto y me pregunto: ¿por qué demonios —¡huy!— ha de hablar un líder religioso en el parlamento alemán o en cualquier otro parlamento?

Supongo que una de las respuesta más obvias que me daría casi cualquiera es que, como líder de la iglesia católica, el Papa Benedicto XVI representa la fe religiosa de millones de personas, incluyendo un porcentaje supongo que apreciable de la propia población alemana. Es, nos guste o no, una figura de enorme relevancia social y además un individuo de considerable estatura intelectual. Muy bien, ¿y qué? ¿Quién le ha votado para concederle la oportunidad de hablar en todo un parlamento alemán? Si es por eso, que inviten también como figura de relevancia social a Chiquito de la Calzada: puede que no sea tan inteligente como Ratzinger, pero su discurso público, en esencia, viene a estar fundado más o menos en lo mismo: en su irresistible torerío.

Sé que lo de llevar oradores de todo pelaje a estas asambleas no es algo nuevo, y sé que no siendo ciudadano alemán (por más que tenga algunos antepasados con apellidos que suenan a tos bronquítica) este asunto —como la existencia de Rammstein— no es un problema que tenga que resolver yo; pero dada la tendencia histórica de los sucesivos estados alemanes a resolver por las buenas problemas ajenos… qué coño, por qué no voy a preguntar. Especialmente cuando una de las inteligentemente dispuestas bombitas de relojería del discurso del Papa , pronunciado —no lo olvidemos— en el principal órgano de un estado democrático, es una cita del teólogo Orígenes. Atención:

 “Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y se viera obligado a vivir entre ellos… con razón formaría por amor a la verdad —que, para los escitas, es ilegalidad— alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquellos tienen por ley”.

A continuación, el Papa relaciona esta cita con la actividad de la resistencia frente al régimen nazi, o sea, del ciudadano que antepone su moralidad a la legalidad monstruosa de un estado malvado. Astuta forma de darle a la cosa un barniz intrépido y lacrimógeno que haría las delicias de Spielberg, otro especialista en embutirnos ruedas de molino envueltas en aventuritas heroicas. Con la mención del Papa a la resistencia los diputados alemanes habrán llorado cerveza recordando La lista de Schlinder, pero parémonos a pensar en qué es lo que Benedicto ha dicho realmente: cambiemos “escitas” por “democracia llena de rojeras que legaliza el aborto, el matrimonio homosexual y quita los crucifijos de los colegios” y nos haremos una idea.

El Sumo Pontífice (expresión esta que viene a significar que Benedicto es el Calatrava de los misterios metafísicos del mundo; paralelismo que encierra mucha más poesía de lo que parece) nos dice por boca de Orígenes que si el parlamento democráticamente constituido dictamina una cosa pero Dios ha dictaminado otra, el ciudadano creyente ha de ponerse del lado de Dios. Esta idea, que es básicamente un ataque de raíz a la esencia misma de la convivencia democrática, la ha expresado (redoble de tambor) el líder de una secta religiosa mundialmente extendida ante una asamblea de representantes populares elegidos por sufragio universal. Representantes que muy probablemente le aplaudieron al final y todo.

La verdad es que admiro la sangre fría de Ratzinger. Es como la versión apostólica de un “Yes Men”: colándose en instituciones que le son ajenas —aunque no estoy seguro, ¿tienen los Papa doble nacionalidad?— haciéndose pasar por amigo y soltando un discurso en el que básicamente se está burlando de los principios básicos de aquellos mismos que le han invitado a hablar (y a canapés). Y haciéndolo, para colmo, de manera tan aguda que su auditorio ni siquiera se ha dado por aludido. Brillante, porque la brillantez de este Papa —como del anterior— nadie la pone en duda. Pero un apologeta no deja de ser un defensor de la superstición, por muy grande que sea su inteligencia. Si acaso, esa inteligencia debería hacernos más suspicaces ante cualquier cosa que diga, no vaya a ser que venga con segundas, como los SMS de una ex-novia.

Por descontado, el Papa tiene derecho a expresar su opinión; no pretendo ponerle una mordaza por las buenas. No es culpa suya que le hayan invitado y él naturalmente va a lo que va —a justificar su visión del mundo basada en mitos de hace dos mil años— y eso es algo sabido. Pero es que, repito, un discurso en un parlamento democrático amplifica innecesariamente el eco del mismo y para colmo ya hay quien ha leído ese discurso en diagonal —o sencillamente no lo ha entendido— y lo anda poniendo por ahí como ejemplo de que “mira el Papa, que será lo que será, pero entiende la democracia y les canta las cuarenta a los políticos”. Porque Ratzinger les echa en cara —con razón—el que se acomoden en su éxito… claro que él mismo ha alcanzado el mayor de los éxitos posibles en su gremio, después de la ascensión a la santidad por martirio, que ha pasado un tanto de moda.

Una mordaza papal sería un disparate como cualquier otra mordaza a la libertad de expresión privada de cualquiera (incluso la de Ramoncín) pero una mordaza papal en cuanto el portador de noticias del Más Allá cruza las puertas de un parlamento democrático para aleccionarnos en base a lo que ese Más Allá le ha dicho, sí. Que no le inviten más, es así de simple. Ni a él ni a nadie que piense como él y no haya sido votado para estar allí. Para mí no hay gran diferencia entre que hable como invitado en un parlamento alguien que justifica su discurso aludiendo a una supuesta revelación sobrenatural de hace dos mil años, de que hable Tristanbraker basándose en lo que le ha dicho un fantasma que ha atrapado con el “Bobby”, aquel cacharro que se fabricó con el mango de un surtidor de gasolina.

Ahora es cuando alguien dice: “no, pero al Papa lo invitan como jefe de estado”, porque casualmente es jefe del estado de la Ciudad del Vaticano a.k.a. “mi reino no es de este mundo” (no es de este mundo pero está en mitad de Italia). Bueno, en primer lugar doy gracias porque no sea Tristanbraker también jefe de estado. Pero puestos a invitar a jefes de estado de tendencias antidemocráticas para que socaven los cimientos mismos de la esencia democrática hablando en la sede misma de una de las más importantes —por potencia— de nuestras democracias, que venga Hugo Chávez, que nos reiremos bastante más. O Tristanbraker, que me da que en un parlamento podría darle bastante uso al “Bobby”.

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2 Comentarios

  1. Emilio: Estoy indignado. No te has enterado de nada, y encima amasas argumentos torticeros para descalificar a los que valoran el discurso (aparentemente con más mimbres culturales que tú, aunque tal vez menos ocurrentes) diciendo que son ellos los que no se han enterado. Penoso. Sólo espero que piezas como estas por lo menos te den de comer.

    PD1: Me parece una temeridad burlarse de la reflexión de Ratzinger (probablemente, junto a Habermas, uno de los dos intelectuales más importantes de estos últimos 20 años) llamándole «defensor de la superstición». En fin…
    PD2: Lávate la boca antes de hablar de Tsevan Rabtan. No le llegas ni a la suela de los zapatos. Por lo menos él establece diálogo con lo que difiere. No como tú que lo ridiculizas. Vete leyendo algo mientras…

  2. Cuarenta tacos

    Qué raro que no saliera el creyente de guardia rompiendo una lanza -¿será la de Longinos?- en favor de Benedicto. No he leído el discurso y me voy a levantar ahora a mirarlo porque, sí, a mí también me parece que el Papa tiene mimbres intelectuales como para que merezca la pena enterarse o entretenerse con su argumentación. Pero eso no invalida lo que dice Emilio. Es verdad que seguramente la mitad de la población alemana es o se la cuenta como católica (y la otra mitad protestante, de ahí la fertilidad de Alemania en los últimos dos siglos en materia teológica). Pero como jefe de estado o como máxima autoridad de una confesión religiosa, y por mucha mansedumbre y falsa humildad que le eche, Benedicto siempre hablará como detentador de la Verdad Absoluta, si es que él mismo se cree lo que representa. Y eso es lo que chirría en un Parlamento. Todo el mundo allí respeta la siguiente ficción necesaria: puede que tú tengas razón, puede que yo esté equivocado, y eso no empece para que defienda mi posición asumiendo que creo llevar la razón. La postura de un vicario de Cristo tiene que ser por fuerza la contraria. Y cuando enseñan un poco la patita se les entiende perfectamente. Todo ese discurso acerca del iusnaturalismo, de la maldad del «relativismo moral», etc. Por supuesto que es necesario el relativismo, lo contrario es el absolutismo moral y eso es lo que representa cualquier religión. Si no fuera así, qué desperdicio de tiempo y dinero cualquier parlamento. ¿Para qué votar leyes, si con la de Dios nos basta? Eso lo dice cualquier talibán y le llamamos bárbaro.
    Y luego escuchas a sus voceros hablando de que la raíz de la democracia y de la civilización occidental está en el cristianismo. Si no hubiera otras matrices, Europa no se diferenciaría de Arabia Saudí más que en tener campanarios en lugar de minaretes.
    No es Jerusalén, sino Roma y Atenas.

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